10.06.13

 

Queridos Jóvenes, y otros no tan jóvenes… que ya habéis pasado la frontera de los 35. Es más, me dirijo a los más “talluditos”, a los responsables y “formadores”.

Me gustaría poder seguir en el tono de mi carta del comienzo de todo, como una carta de amor a vosotros. No es que lo pretenda hacer con falta de amor; como cristiana, seguidora de Jesús, no debo hacerlo, sigo pretendiendo cultivar esto en lo bueno y en lo malo, entregada con toda mi alma a todo ser humano. Lo que ocurre que la prudencia que me caracteriza, los que me conocéis lo sabéis, no es viable en todo momento; pues puede confundirse con querer mirar para otro lado, y vuestras actitudes,(los propósitos que habéis desenmascarado) no lo merecen.

Parece mentira que una rabieta haya desembocado en todo esto. Si, así me lo parece, que ha primado más el resentimiento de haber dejado de ser mimados, que os ha obcecado perder un protagonismo mal concedido. Porque no podéis seguir teniendo “carta blanca”, llaves y privilegio de las instalaciones de la parroquia, las aulas, el salón de actos, en los que desarrollar vuestros encuentros, fiestas y otras actividades…., como si fueran de vuestra propiedad a costa de “papá parroquia”, que es la que corría con los gastos, como si de vuestro club privado se tratase.
Queréis seguir pasando factura de años de trabajo por los jóvenes confirmantes; jóvenes a los que, según mi punto de vista, le estáis haciendo un profundo daño por la gran confusión que les estáis generando, diciendo una cosa y comportándoos de forma antievangélica.

Por lo que pude ir descubriendo en el primer año, y principio del 2º, que mi hija estuvo con vosotros, hasta que afortunadamente me di cuenta a tiempo, vuestro plan de formación distaba mucho de para lo que nosotros habíamos confiado la formación para preparar un sacramento. Una preparación que preparase el encuentro adulto con Jesús y su Iglesia, un sentirse amada por un Dios Padre que la ama con locura, y preparase su corazón para recibir la fuerza incesante y maravillosa del Espíritu Santo. Un irla acostumbrando a vivir y participar de los sacramentos. A eso os la confié, para que otros jóvenes como ella le fueran transmitiendo su vivencia de fe y seguimiento de Jesús, y poco a poco, calando como la lluvia fuese preparando su corazón para seguir a Jesús en la Iglesia, complementando la vivencia de fe que en casa estaba viendo. Para que se fuese abriendo a nuevos horizontes caminando hacia el Padre, a impulsos del Espíritu de la mano de María y acompañada por hermanos en la fe. Acogiendo el Reino de Dios Padre, en el que todos hemos de ayudarnos, apoyarnos, escucharnos, consolarnos, alentarnos. Así es como nos mueve el Espíritu Santo a todos aquellos que tenemos a Dios como Padre común.

Os la confiamos y nos encontramos con una ideologización de una religiosidad muy particular, con un plan formativo en el que la vivencia de lo fundamental queda aparcada por otras cuestiones que se andan por las ramas, o se pone el acento en consecuencias de vuestra visión particular del evangelio. Una ideología con fachada de cristianismo, que al faltarle la consistencia se desestabiliza y cae ante cualquier test de coherencia. Unas ideas, que sin dejar de reconocer que pueden ser positivas, salvables, como el conocimiento de uno mismo, el preocuparse por los demás, que son comunes a cualquier enseñanza de crecimiento personal, siempre que se enmarque en los valores humanos y cristianos,( que son los esenciales en una catequesis, pues potencian lo humano y les da sentido), pero que no pueden obviarse ni reemplazar lo que verdaderamente debe ser la base de la preparación al Sacramento de la Confirmación. Y no relegar lo fundamental a un segundo plano, y potenciar vuestra ideología que a veces va en contra de la propia Iglesia de la que formamos parte.

Si la comunidad os confía jóvenes, estupendos, maravillosos, ardientes de encontrarse con Jesús, que es camino verdad y vida, si os ofrece la oportunidad de dar a esos jóvenes lo mejor que la comunidad tiene, sentirse Iglesia viva y hacerlos felices sintiéndose parte de ella, no es para que cambiéis la catequesis por vuestra información particular, que relativiza lo más fundamental, que desconcierta y desorienta, por eso mismo, y provoca una fe light, sin vida interior.

Si después con el plan de formación, y sobre todo con el anti testimonio de muchos de los propios catequistas, que si no rechazan la eucaristía de forma directa, si le quitan valor de lo que pueden decir si no la viven,( recordad que la catequesis tiene fuerza si está apoyada en el testimonio de testigos, no en la doctrina de maestros). Si no compartís lo más esencial de una comunidad como es la Eucaristía, lo que me parece tremendo, pues es ahí donde se saca la fuerza y la comunión necesaria, con Cristo y con los hermanos, fuente inagotable de la entrega de Cristo Resucitado, que penetra en nuestro corazón y remueve las entrañas de una alegría y gozo incalculable. Si rechazáis esta fuerza para transmitirla en el servicio y en la entrega, y se os considera no aptos para ejercer la misión que le es propia a la comunidad, perdéis vuestros “privilegios” y comenzáis a pasar factura y a montar en rabieta.

Seguiré orando por vosotros, por la parroquia, y sobre todo por los jóvenes inocentes que tanto me importan y sufro por ellos como si fueran mis propios hijos, que imprudentemente se han confiado a vuestra enseñanza, y os invito a compartir esta oración:

Amado Jesús: Cierro los ojos en estos momentos y puedo experimentar tu mirada de confianza, de comprensión y amor a todos a los que me estoy dirigiendo porque tú nunca nos abandonas; porque siempre cuidas de nosotros, Nos alientas a que vivamos desde el Espíritu Santo, desde la interioridad, desde la fe que nos hace captar la presencia de Dios Padre, que nos alienta a seguir ese proceso de hacernos hombres y mujeres espirituales, que ponen su corazón en todo lo que hacen. Sólo así, poniendo el corazón con toda humildad, es cuando permitimos que resplandezca el Dios Padre que nos corresponde mostrar, que acoge a todos sin distinción, que no pone condiciones, que no discrimina. Y resplandeces, tu, amado Jesús, que todo lo das, que amas con locura, que sana, que libera, que salva.
Y tú, Espíritu Santo, maestro interior, luz y guía de nuestras almas, que todos nos dejemos impulsar por ti para poder llegar a conseguir lo inimaginable, la común-unión y unidad en un mismo sentir, en un mismo obrar, de todos los que seguimos a Jesús, siendo fieles a la invitación de nuestra madre, María.
“Haced lo que él os diga”. (Jn, 2 , 5).

Con todo mi corazón lleno de amor hacia todos vosotros.

Pepa Pichaco Alvarez