13.06.13

 

Qué sorpresa recibir ayer un “guasap” de mi amigo Urbano. Joven de mi primera parroquia, catequista, colaborador. Siempre hemos mantenido una excelente relación aunque últimamente apenas tenemos contacto. Me lo envía para decirme “leo tu blog y no te reconozco”. ¿Qué ha pasado? Pues en pocas palabras que debo estar haciéndome carca. Cosas de la vida.

Nos conocimos hace más de treinta años. Servidor, recién ordenado tras una formación básica típica de finales de los setenta, completada con la licenciatura en el Instituto Superior de Pastoral que incluía una actitud de sospecha ante la iglesia, poca norma, mucho lo que te parezca y seamos originales.

Básicamente mi vida es la que era entonces: parroquia, misa diaria, oración, y trabajar horas y horas, especialmente con jóvenes y Cáritas. Hoy prácticamente hago lo mismo, salvado que con los jóvenes está más implicado mi compañero básicamente por cuestión de edad. En lo que sí que he cambiado es en la forma de hacerlo. Las razones, especialmente tres:

UNA: NO PODEMOS SER UN GRUPO CON PRIVILEGIOS ESPECIALES
Mi amigo Urbano es profesional del derecho en ejercicio. Conoce perfectamente normas y trabaja según lo mandado hasta en detalles que pueden parecer nimios. Estoy seguro, porque es un gran profesional, que asistirá a los juicios vestido con toga cuando sea necesario, cumplirá los plazos según se manda y aplicará los códigos correspondientes según el caso que lleve. No me lo imagino en un juicio vestido de lagarterana o en vaqueros por la cosa de la sencillez, ni diciendo que las leyes hay que cumplirlas según y cómo, o explicando a un cliente que no importa lo que diga un juez o una sentencia, que haga lo que le parezca.

De la misma forma, me resultaría imposible comprender a un profesor de lengua española que no estuviera al día de las resoluciones de la Real Academia de la Lengua, que pasara de lo que dice el Diccionario de la Academia o que dijera a sus alumnos que escribir con b o con v una palabra le parece una chorrada. Supongo que sería despedido de manera fulminante.

Sin embargo el mismo abogado que jamás osaría presentarse en un juicio vestido con un kimono rojo, reivindica que un sacerdote para celebrar misa lo haga sin ornamentos o con los que le parezca oportuno. El mismo profesor de lengua que discute en qué casos una palabra lleva acento, y vería escandaloso que alguien dijera que es indiferente escribir una palabra con h o sin ella, no tiene reparo en afirmar que en teología hay que respetar escrupulosamente lo que cada cual opine y todo es igualmente válido. El mismísimo profesor que consideraría inaceptable mantener como profesor a alguien que afirmara que las decisiones de la Academia no hay por qué aceptarlas, se queja de que se retire la docencia a quien lleva abiertamente la contraria a la doctrina de la Iglesia.

Por eso digo que deben acabarse los privilegios según los cuales en la iglesia hay que aceptar lo que en ninguna asociación se tolera.

¿Que hay que cambiar cosas? Sí, en el derecho, en la lengua, en la Iglesia. Pero un profesional del derecho sabe quién tiene las competencias y cuáles los métodos para hacerlo. Creo que el “porque sí” no está contemplado.

DOS. SENTIDO DE COMUNIÓN Y DE OBEDIENCIA
Comiendo hace días con un antiguo amigo y que reconoce que no es especialmente religioso, me decía que en una ocasión, escuchando casi de casualidad a Benedicto XVI, entendió que uno no puede estar en la Iglesia aceptando o no aceptando lo que le parezca. Cuando uno se mete en una institución, la acepta en su globalidad. Mala cosa la de estar en la iglesia con condiciones: tengo mis derechos y luego haré lo que me parezca oportuno, o en mi parroquia haremos lo que creamos. Esto sí, esto no, según vayamos viendo.

No sé si mi amigo Urbano aceptaría eso en su despacho de abogados: vengo a trabajar aquí pero ya veré que normas acato, cuáles no, si obedeceré y en qué condiciones. O si un profesor podría ser contratado así.

TRES. RESPETO A LA GENTE
Cada vez me suscitan más respeto mis feligreses. Son adultos, tienen sus derechos, y no los puedo tratar a mi capricho según me levante por la mañana. ¿Quién soy yo para modificar la liturgia, inventarme el credo, poner en entredicho la doctrina moral o decidir lo que conviene o no conviene?

Los fieles no tienen por qué estar a lo que se me ocurra y aguantar mis genialidades. Sean adultos, jóvenes o niños, tienen derecho a ser atendidos como manda la iglesia, no como se le ocurra al señor cura, a Pepita, tan colaboradora ella, o al grupito de X que ha decidido que la misa del domingo va a ser con especial día de los enamorados.

Mi amigo Urbano sé que lo va a comprender, porque en su trabajo o en su familia sería inviable funcionar o vivir sin más criterio que ya veremos, lo que nos parezca, todo vale, lo que se nos ocurra y lo importante es llevarnos bien.

Con los años he ido aprendiendo cosas. He cambiado la actitud de sospecha ante la Iglesia por una diferente de amor y confianza. Cada vez me fio menos de mis fuerzas y más de la gracia de Dios. Y cada día me siento menos capacitado personalmente y en consecuencia más necesitado de fiarme de Cristo y de la Iglesia.

¿Qué esto es ser carca, conservador, inmovilista? Pues vaya usted a saber. Inmovilista es seguir ofreciendo en las misas de primera comunión el balón como hace cuarenta años mientras repetimos que la jerarquía nos oprime. No hay nada más conservador que un cura hoy releyendo el primer Boff.

Sí, he cambiado. Ya no digo eso de que la Iglesia me oprime. Tampoco lo de estar con los pobres, prefiero trabajar en Cáritas como siempre. Y para la doctrina me parece genial el catecismo. Y por supuesto si algo digo es que necesitamos la misericordia y la gracia de Dios, celebrar los sacramentos con frecuencia, orar ante el Santísimo.

Y no, no tengo nada de santo. Pero hoy veo las cosas así.

Urbano, un fuerte abrazo.