13.06.13

Esclavitud infantil

A las 6:54 PM, por Reme
Categorías : General

 

Hoy se celebra Día Mundial contra el Trabajo Infantil. “¡No al trabajo infantil en el trabajo doméstico!” es el lema elegido en la campaña de este año. Y como bien señala Guy Ryder, Director General de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), “el trabajo infantil constituye una violación fundamental de los derechos humanos…. En este Día mundial, queremos dejar patente que no hay lugar ni excusas para el trabajo infantil en el trabajo doméstico, ni en ninguna otra forma de trabajo”.

Nadie duda que se está haciendo todo lo posible para erradicar este “deplorable fenómeno en constante aumento, especialmente en los países pobres”, señala el Santo Padre Francisco al final de la audiencia de hoy. Y continúa: “todos los niños deben poder jugar, estudiar, orar y crecer, en la propia familia, en un contexto armónico, de amor y de serenidad. Esta gente, en vez de dejarlos jugar, los hace esclavos”.

Y cavilaba esta mañana, recordando la obra de la pensadora alemana Hannah Arendt en la que distingue las tres actividades fundamentales del ser humano: la labor, el trabajo y la acción, que a esta plaga indigna y ruin no la podemos considerar textualmente un trabajo. No señores. Llamemos a las cosas por su nombre. Trabajar no es esclavitud, ni explotación infantil, ni opresión al indefenso, ni tiranía, ni mucho menos, un castigo divino.

El trabajo es mucho más. Dios ha creado un paraíso y depende del hombre que se mantenga perfecto y bello, pues como bien señala el libro del Génesis el Padre Eterno nos creó dominadores y señores de todo lo creado diciéndonos: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra".1

Por lo tanto, trabajar es una recomendación que debemos y podemos cumplir con alegría y satisfacción. Por medio del trabajo el hombre se siente realizado en la medida que esa tarea- con responsabilidad, justicia, solidaridad, y espíritu de servicio-, la cumplimos por el bien de todos, por el bien de la humanidad.

La dignidad del trabajo no está únicamente ligado a la actividad concreta que realizas, sino en cómo, porqué, para qué y quién lo realizas. Por lo tanto, podemos afirmar que el trabajo bien hecho tiene un valor humano y divino de incalculable valor.

De ahí que el profesor Llano señale: “Una persona es aquel ser a quien ninguna otra persona puede resultar ajena: un ser a quien cualquier otra persona le resulte tan propia como ella misma. Tal es la raíz profunda de toda apelación a la solidaridad, que no es un simple sentimiento de universal benevolencia, sino una real vinculación en el ser y en el obrar. Al herir la dignidad de cualquier persona, (en el trabajo que nos ocupa, nos estamos refiriendo a la gran cantidad de personas que sufren el drama del desempleo), se está hiriendo la mía, porque esa mujer o ese hombre despreciados nunca me son ajenos, extraños o indiferentes”.2

El trabajo, afirmaba Juan Pablo II en la encíclica Laborem Exercens, contribuye “al continuo progreso de las ciencias y la técnica, y sobre todo a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad con sus hermanos. Y «trabajo» significa todo tipo de acción realizada por el hombre independientemente de sus características o circunstancias; significa toda actividad humana que se puede o se debe reconocer como trabajo entre las múltiples actividades de las que el hombre es capaz y a las que está predispuesto por la naturaleza misma en virtud de su humanidad. Hecho a imagen y semejanza de Dios en el mundo visible y puesto en él para que dominase la tierra,3 el hombre está por ello, desde el principio, llamado al trabajo. El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo; solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este modo el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza”.3

Pues, “ganarse la vida es mucho más que conseguir lo necesario para cubrir mis necesidades económicas. Consiste en lograr el bien humano que persigo, en salir triunfador cuando “me la juego”, y rectificar enseguida si cometo un error practico, o sea, si decido en contra de mi propio modo de ser ”, como señala más tarde Alejandro Llano.

Es decir, el trabajo me ayuda “a descubrir cómo aprender a vivir de modo que mi existencia alcance la plenitud a la que está destinada”. A la felicidad. Y no conseguiremos esa felicidad sino aspiramos y trabajamos por alcanzar la felicidad de los demás como si se tratara de la nuestra.

El trabajo dignifica al hombre, sencillamente, porque forma parte del proyecto divino y cumple la voluntad de Dios: prestamos nuestras manos y cooperamos con la Creación.

Por ello, cuando vemos a nuestro alrededor la pobreza que sufren muchas familias, los niños esclavizados, las miradas angustiosas de los desempleados, nos damos cuenta de la privación de dignidad a la que se enfrentan muchos seres humanos. Toda persona tiene derecho y la obligación de tener un trabajo en unas condiciones dignas.

Además, “La vita activa, vida humana hasta donde se halla activamente comprometida en hacer algo, está siempre enraizada en un mundo de hombres y de cosas realizadas por estos, que nunca deja ni trasciende por completo (…)Ninguna clase de vida humana, ni siquiera la del ermitaño en la agreste naturaleza, resulta posible sin un mundo que directa o indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos.

Todas las actividades humanas están condicionadas por el hecho de que los hombres viven juntos…”.4

Desde que el hombre trasciende “desde el oscuro interior del hogar a la luz de la esfera pública”, como señala Hannah Arendt , hacen que la sociedad sea el espacio idóneo para la excelencia humana. Una excelencia entendida no solo como un bien personal sino como un bien social, puesto que los logros que cada uno de sus miembros consiga es un logro para todos. Esa es nuestra razón de ser: el trabajo para servir a los demás.

La persona humana es un ser social por su misma naturaleza. Su plena realización dependerá en gran medida de su relación de feedback, de dar y recibir, con la naturaleza, consigo mismo y con los demás.

”Al hacerlo, expando mi propia vida. Me hago un solidum –una unidad continúa y firme- con los demás. Rompo la mínima carcasa de mi subjetividad, la atmosfera sofocante de mis interese exclusivos, para entrar en dialogo real con otras personas que me enriquecen con su presencia y su figura (…) La vida lograda no está hecha de altruismo y actitudes benéficas. Es la propia de una persona que no simplemente se asocia a los demás, sino que es socio de los demás, sin los cuales – ni por activa ni por pasiva- puede vivir dignamente”.5

“El ser humano es un ser social por naturaleza, y el insocial por naturaleza y no por azar o es mal humano o más que humano… La sociedad es por naturaleza y anterior al individuo… el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un dios", afirmaba Aristóteles.

Y como parte de la sociedad el hombre realiza su trabajo como un servicio a la comunidad, para
cooperar al bien común, con solidaridad, fraternidad, orden, amor y justicia; para dignificar la vida humana.

“Somos nosotros hombres de la calle, cristianos corrientes, metidos en el torrente circulatorio de la sociedad, y el Señor nos quiere santos, apostólicos, precisamente en medio de nuestro trabajo profesional, es decir, santificándonos en esa tarea, santificando esa tarea y ayudando a que los demás se santifiquen con esa tarea. Convenceos de que en ese ambiente os espera Dios, con solicitud de Padre, de Amigo; y pensad que con vuestro quehacer profesional realizado con responsabilidad, además de sosteneros económicamente, prestáis un servicio directísimo al desarrollo de la sociedad, aliviáis también las cargas de los demás y mantenéis tantas obras asistenciales —a nivel local y universal— en pro de los individuos y de los pueblos menos favorecidos”.6

El trabajo, además de ser una fuente de realización personal remunerada debe tener una proyección social. Además de agradecer diariamente al Padre Eterno el hecho de tener una ocupación profesional deberemos ser conscientes que es la mejor y más grata manera de servir a la comunidad, de ayudar a los que tenemos alrededor, y por supuesto, sabiéndonos coparticipes de la creación , hacemos vida aquella petición del Señor: “Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra y sométanla; manden en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra”.

“No viváis aislados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya justificados, sino reuníos para buscar juntos lo que constituye el interés común”.7

Y recuerda: El bien común afecta a la vida de todos.Como señala el Catecismo de la Iglesia: “Supone, en primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. En nombre del bien común, las autoridades están obligadas a respetar los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. La sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su vocación. En particular, el bien común reside en las condiciones de ejercicio de las libertades naturales que son indispensables para el desarrollo de la vocación humana: “derecho a actuar de acuerdo con la recta norma de su conciencia, a la protección de la vida privada y a la justa libertad, también en materia religiosa”.

En segundo lugar, el bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos los deberes sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir, en nombre del bien común, entre los diversos intereses particulares; pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho de fundar una familia, etc.

El bien común implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus miembros. El bien común fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva.

Las interdependencias humanas se intensifican. Se extienden poco a poco a toda la tierra. La unidad de la familia humana que agrupa a seres que poseen una misma dignidad natural, implica un bien común universal”.8

La metáfora del lápiz

Érase una vez, contaba Paulo Coelho, un niñito que miraba cómo su abuelo escribía una carta. En un momento dado, le preguntó:

-¿Abuelo, estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos? ¿Es, por casualidad, una historia sobre mí?

El abuelo dejó de escribir, sonrió y le dijo al nieto:

-Estoy escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo, más importante que las palabras, es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueses como él cuando crezcas.

-¿Cómo el lápiz? , preguntó el nieto intrigado. ¿Qué tiene de particular ese lápiz?

El abuelo le respondió:

-Todo depende del modo en que mires las cosas. Hay en él cinco cualidades que, si consigues mantenerlas, harán siempre de ti una persona en paz con el mundo.

Primera cualidad:

Puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca que existe una mano que guía tus pasos. Esta mano la llamamos Dios, y Él siempre te conducirá en dirección a su voluntad.

Segunda cualidad:

De vez en cuando necesitas dejar lo que estás escribiendo y usar el sacapuntas. Eso hace que el lápiz sufra un poco, pero al final, estará más afilado. Por lo tanto, debes ser capaz de soportar algunos dolores, porque te harán mejor persona.

Tercera cualidad:

El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal. Entiende que corregir algo que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia.

Cuarta cualidad:

Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu interior.

Quinta cualidad:

Siempre deja una marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida, dejará trazos. Por eso intenta ser consciente de cada acción.

La vida de los hombres la podemos comparar a este lápiz al que también hacía referencia la Madre Teresa de Calcuta, a la que le gustaba definirse como “el lápiz de Dios. Un trozo de lápiz con el cual Él escribe aquello que quiere. Soy como el pequeño lápiz en su mano. Eso es todo. Él piensa. Él escribe. El lápiz no tiene que hacer nada. Al lápiz solo se le permite ser usado.”

1.Gen 1, 20
2.Alejandro Llano, La vida lograda, Edt. Ariel
3.Juan Pablo II, Encíclica Laborem Exercens, 1981, Introducción
4.Hannah Arendt, La Condición Humana,Paidós,Barcelona, 1993
5.Alejandro Llano, La vida lograda, Edt. Ariel
6.San Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, p.120
7.Epistula Pseudo Barnabae, 4, 10
8.Catecismo Iglesia Católica, p. 1907