15.06.13

Capellanes de la muerte

A las 8:12 AM, por Tomás de la Torre Lendínez
Categorías : General

La historia nos ha mostrado a los chicos etarras naciendo en las sacristías de la tierra vasca bajo el palio y el manto protector del clero diocesano y algunos religiosos concretos. Estos capellanes de la muerte están contentos con sus criaturas.

Estos capellanes eran protegidos por los obispos del momento en las diócesis de la tierra vasca. Toda una galería de retratos episcopales que la historia analizará con severo juicio.

El colmo fue ayer al presentar un documento en el que se igualan verdugos y victimas, acusando a las Fuerzas de Seguridad del Estado por matar, nada menos que de 94 personas, sin pruebas ningunas.

¿Qué tienen los etarras para que el Estado Español haya claudicado ante ellos?.

Narro lo que me ocurrió una tarde de primavera de hace años.

He permanecido, como capellán de un hospital, cuatro años. En este centro sanitario estaban las celdas-habitaciones, donde eran ingresados los reclusos de la prisión provincial. La visita a este sector era una parte más de la pastoral con el resto de los enfermos ingresados en el edificio hospitalario.

En una tarde primaveral, pasé los controles correspondientes, el policía de guardia me dijo que un recluso había pedido la presencia del cura del hospital. Me advirtió que era un asesino etarra. Cosa que agradecí.

El chico tenía unos cuarenta años mal contados. Cumplía una condena por tres asesinados con una bomba lapa colocada en el los bajos de un coche. Nos saludamos, me invitó a sentarme con una educación excepcional.

Tras los preliminares, fuimos entrando en una animada conversación. Con total libertad de expresión me contó lo siguiente:

“Yo fui novicio de una orden religiosa en la tierra vasca. Me había leído todas las obras de Sabino Arana y demás pensadores del nacionalismo vasco. Siempre creí que nuestra causa era justa porque somos un pueblo oprimido por la ocupación española, sobre todo de la policía y la guardia civil. El maestro de novicios llevaba su parabellum en el cinto. Nos decía que deberíamos ser unos “gudaris” liberadores de nuestra tierra del dominio español. Nos daban clases de teología de la liberación, poniendo al cura Camilo Torres, al Che y demás guerrilleros americanos como prohombres de la lucha armada para implantar la libertad contra el capitalismo opresor. Teníamos que ganar la independencia e implantar un estado socialista real en toda la tierra vasca del norte y del sur, quitando tierras a Francia y España.

Cuando llegó el momento de profesar en los votos religiosos, lo pensé mejor y decidí salir del convento. El maestro de novicios me entregó una dirección de camaradas. Estuve con ellos, quienes me llevaron a Francia y me adiestraron en la lucha armada en la guerrilla urbana y en los atentados. Fueron dos largos años.

Conocí a una chica, compañera de ideas y acciones terroristas de grado menor. Vivíamos juntos. Una tarde nos enviaron a un colega. Nos explicó cómo teníamos que actuar a los cuatro días colocando la bomba lapa en el coche de matricula tal, y nos dejó, junto a un plano, dinero y las llaves de un coche aparcado en un polígono industrial.

El día de la “juerga” todo lo hicimos muy bien. Conseguimos escapar del carajal que se montó. Llegamos a entrar en Francia. Cambiamos de vehículo llevado por un compinche. Estábamos cobijados en una casa rural francesa. Una mañana los gendarmes entraron junto a guardias civiles, nos pillaron como moscas acostados.

Tras mi paso por el tribunal me cayó una condena larga. Ahora estoy de paso, porque acaban de encontrarme piedras en la vesícula. Seré operado y volveré a la prisión. No estoy arrepentido de lo que hice y lo seguiré haciendo cuando salga.

Nuestra lucha armada tiene un “componente religioso” tan grande que sabemos que tendremos un premio aquí, porque nuestro proyecto se cumplirá en la tierra vasca”

En ese momento me sonó el busca del hospital, me requerían en urgencias por un accidente de tráfico. Despedí a aquel etarra sin arrepentir deseándole suerte en su operación.

Al día siguiente volví por aquella sección del hospital, el etarra no estaba. El médico lo mandó a la enfermería de la prisión a reponerse tras la intervención quirúrgica. Nunca he contado esta experiencia a nadie. Hoy creo que debe conocerse cómo trabajan los capellanes de la muerte.

Esto no aparece en el papelucho presentado ayer con la presencia del obispo Uriarte.

Recomendación

Lean la novela:

El hombre que nunca votó

Prologada por don Juan Manuel de Prada

http://marianojv.awardspace.com/novela.html

Tomás de la Torre Lendínez