15.06.13

Serie P. Julio Alonso Ampuero - Historia de la Salvación

A las 12:17 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie P. Julio Alonso Ampuero

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Tener fe es saber que se es hijo de Dios y que se comprende qué significa eso.

Presentación de la serie

Y, ahora, el artículo de hoy.

El P. Julio Alonso Ampuero, nacido en 1958, formado en el Seminario de Toledo, fue ordenado sacerdote en 1983. Estudia Sagrada Escritura en Roma y Jerusalén entre los años 1984 y 1987. Fue profesor de Introducción a la Sagrada Escritura y Cartas de San Pablo en el Instituto Superior de Estudios Teológicos “San Ildefonso” de Toledo además de formador durante varios años en el Seminario.

Hasta aquí una biografía urgente de este sacerdote que, por cierto, conoció al P. José Rivera, de quien escribió, para el volumen “José Rivera. Sacerdote, testigo y profeta” de BAC Biografías (2002) el artículo titulado “No hay amor más grande” en el que escribe sobre el misterio de la cruz en don José Rivera.

Sin duda alguna que la labor sacerdotal del P. Julio Alonso Ampuero debe ser, actualmente, grande. Sin embargo, aquí vamos a traer, en exclusiva, lo que ha publicado en la Fundación Gratis date y que son, como veremos una serie de libros que nos ayudan a comprender nuestra fe y nos permiten adentrarnos en realidades espirituales dignas de ser tenidas en cuenta.

En concreto, los libros a los que dedicamos esta serie son los siguientes:

-Historia de la Salvación

Dice el autor que “Estas páginas intenta ayudar a descubrir de manera sencilla las cosas grandes que el Señor ha realizado en la historia de su pueblo y que quedaron consignadas por escrito en la Biblia”. Y a fe de quien esto escribe que consigue, a la perfección, que nos hagamos una idea más que acertada de lo que, a este respecto, ha sido la historia de salvación de la humanidad.

-Éxodo. El Señor de la historia

Dice el autor de este libro que tiene un objetivo claro al escribirlo y que es “acercar la Palabra de Dios a la gente y acercar la gente a la Palabra de Dios” y, teniendo en cuenta que “todo el comentario está basado en la más exacta fidelidad al texto bíblico”, podemos estar más que seguros de que lo ha conseguido.

-Isaías 40-55. El desierto florecerá

El P. Julio Alonso Ampuero tiene por cierto que el llamado Segundo Isaías (capítulos 44 al 55 del libro de tal profeta) es muy válido para ahora mismo. Si Isaías predicó en tiempos de exilio del pueblo judío, en nuestros días también nos encontramos en una época muy difícil donde el paganismo se está adueñando de multitud de realidades nuestras.

-Iglesia evangelizadora en los Hechos de los Apóstoles

Es meridianamente claro que a los Hechos de los Apóstoles corresponde darnos a entender cómo era la Iglesia en los primeros tiempos donde la evangelización empezaba. Es más, sin conocer lo que, entonces, constituyó la Iglesia, sus propios rasgos sin los cuales “ya no sería la Iglesia de Jesucristo”.

-Espiritualidad del apóstol según San Pablo

Aunque, como reconoce el P. Julio Alonso Ampuero, cuando aquel hombre que perseguía a discípulos de Cristo y pasó a ser perseguido por venir a serlo no pretendió plasmar en sus escritos su propio testimonio (ha de querer decir que tal fuera su intención) lo bien cierto es que el mismo ha quedado, precisamente, como ejemplo a seguir por parte de los cristianos a lo largo de los siglos.

-Personajes bíblicos

Dice el autor del libro que lleva tal título que “las siguientes páginas pretenden acercarse a diversos personajes bíblicos precisamente desde esta perspectiva: Este hombre eres tú, esa mujer eres tú. Abraham eres tú, David eres tú, Saulo de Tarso eres tú. María Magdalena eres tu…”. Y de esto trata, exactamente, este texto, digamos, de raíz bíblica pero de destino particular e íntimo para cada uno de sus lectores.

-Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico

Evidentemente, este libro responde, exactamente, a lo que su título indica. A lo largo de todo el año litúrgico, es decir, desde Adviento y Navidad, pasando por la Cuaresma, el Tiempo Pascual y todo el Tiempo Ordinario, el P. Julio Alonso Ampuero desgrana, en las correspondientes meditaciones, la realidad espiritual que encierran cada uno de los textos que, de la Sagrada Escritura, son puestos para ser llevados a la Santa Misa de cada uno de los domingos. Además, acompaña unas meditaciones dedicadas a algunas celebraciones del Señor, de la Virgen y de los Santos.

Eso sí, recomiendo encarecidamente se dirijan, si pueden de inmediato, a la Fundación Gratis date (www.gratisdate.org), y se hagan con estos libros. No necesitan, siquiera (de aquí el nombre de tal Fundación) hacer desembolso alguno porque pueden bajarse en formato ZIP o leerlos directamente online aunque, claro si los compran (son muy baratos), mucho mejor… Verán que vale, mucho, la pena.

Historia de la salvación

Historia de la Salvación

“Estas páginas intentan ayudar a descubrir de manera sencilla las cosas grandes que el Señor ha realizado en la historia de su pueblo y que quedaron consignadas por escrito en la Biblia.”

Ya, desde el mismo comienzo (Introducción) de este libro del P. Julio Alonso Ampuero, se nos pone sobre la pista del sentido del mismo. El sacerdote autor del mismo pretende ponernos sobre las huellas que el Creador ha ido dejando a lo largo de la historia de la Salvación de la humanidad. Dios, sin duda alguna, ha sido prolijo en esto. Y a fe que consigue, el P. Julio, lo que pretende.

Pero, incluso antes de la citada Introducción, trae a las páginas de su libro la Plegaria Eucarística IV en la que se muestra, a la perfección, la intervención directa de Dios en la historia de su criatura. Dice, la misma, lo siguiente:

Te alabamos, Padre Santo,
porque eres grande,
porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor.
A imagen tuya creaste al hombre
y le encomendaste el universo entero,
para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador,
dominara todo lo creado.
Y, cuando por desobediencia perdió tu amistad,
no lo abandonaste al poder de la muerte,
sino que, compadecido, tendiste la mano a todos,
para que te encuentre el que te busca.
Reiteraste, además, tu alianza a los hombres;
por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de salvación.
Y tanto amaste al mundo, Padre Santo,
que, al cumplirse la plenitud de los tiempos,
nos enviaste como salvador a tu único Hijo.
El cual se encarno por obra del Espíritu Santo,
nació de María la Virgen,
y así compartió en todo nuestra condición humana
menos en el pecado;
anunció la salvación a los pobres,
la liberación a los oprimidos
y a los afligidos el consuelo.
Para cumplir tus designios
él mismo se entregó a la muerte,
y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida.
Y por que no vivamos ya para nosotros mismos,
sino para él, que por nosotros murió y resucitó,
envió, Padre, desde tu seno al Espíritu Santo
Como primicia para los creyentes,
a fin de santificar todas las cosas,
llevando a plenitud su obra en el mundo.

Dios, pues, ha conducido al hombre por los difíciles caminos del mundo hasta que, por su gracia y bondad, envío a su Hijo Jesucristo para que, en la plenitud de los tiempos, manifestara la gloria del Todopoderoso y fuera roca sobre la que construir una existencia de fe y esperanza.

A lo largo de los siguientes capítulos

En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Por un hombre entró el pecado en el mundo.
Abraham, nuestro padre en la fe.
De la servidumbre al servicio.
El difícil camino hacia la posesión de la tierra.
Ungidos de Yahveh: David y la monarquía.
La boca de Yahveh: los profetas.
La prueba del exilio.
El Israel espiritual
La plenitud de los tiempos.

el P. Julio Alonso Ampuero nos adentra en el caminar del ser humano a lo largo de una historia, la de su fe, que le ha procurado, al final de los tiempos, que el mismo Dios se haya hecho presente en forma de Hijo y que, a través del Espíritu Santo, el devenir de la criatura que, en la Creación, más gozó en crear (es imagen y semejanza Suya) y ha hecho posible que, a pesar de las traiciones e infidelidades de la misma, una Nueva Alianza llevada a cabo a través de Jesucristo haya permitido que la Salvación no hubiera quedado en nada sino que, en efecto, haya culminado en la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Así, por ejemplo, es bien cierto que (p.7) “Muchos encuentran series dificultades en encarar la lectura de los relatos contenidos en Gen. 1-11; les resultan desconcertantes y hasta escandalosos”. Sin embargo, nada de eso debería el conocimiento de lo allí contenido porque (p. 7) “es necesario tener en cuenta que no pretenden darnos una explicación científica del origen del mundo y del hombre, sino una explicación religiosa: ante el hecho –que constata con sus propios ojos- de todo lo que existe, el autor sagrado simplemente afirma que todo eso ha tenido un comienzo absoluto y que ese comienzo se debe a la intervención libre y gratuita de Dios que ha hecho surgir con su sola palabra absolutamente todo lo que existe”.

De ahí al primer pecado, llevado del egoísmo del ser humano entonces sobre la tierra, no hay, por desgracia, más que un paso, que es el que el “tentador” incitó a dar. Y con el primer pecado, el pecado mismo que entra en un mundo donde era desconocido. Y por eso (p. 13) “el sufrimiento en todas sus formas pasa a formar parte de la condición humana”.

Y, a pesar de que suele considerarse, así lo entiende el P. Julio Alonso Ampuero, que el Dios del Antiguo Testamento pudiera parecer que es uno que lo es castigador (p. 15) “por contraste con el Dios del amor y de la misericordia que aparece en el Nuevo Testamento”, lo bien cierto es que no hay nada más contrario a la realidad que eso. Y es que Dios, por ejemplo (p. 15) “a Caín, el homicida, Dios le pone una señal para que nadie se atreva a matarle” o, también, que (p. 15) Dios “establece su alianza con la humanidad y con toda la creación (Gen 9, 8-17)”.

Tenía, pues, que suscitar el Creador, entre los hombres, uno que fuera especialmente fiel. Y lo encuentra en Abrahám que es un pastor de Ur. Es uno entre los muchos que allí había siendo, aquella, tierra de ganado. Pero Dios lo llama, le promete un gran cambio en su vida y, él mismo, aquel hombre al quien se dirigió Dios mismo lo deja todo para tenerlo todo cumpliendo la voluntad de Quien le habló. Por eso cuando Dios le dice “Sal de tu tierra, de tu patria, de la casa de tu padre” (Gen 12,1) se pone (p. 18) “enteramente a disposición de los planes de Dios”.

Posteriormente, el pueblo judío se vio esclavizado en Egipto. Si bien la entrada del mismo en aquellas tierras africanas se debió a simples flujos migratorios (p. 21) “el hecho de que hubieran sido colaboradores de los hicsos y la necesidad de abundante mano de obra para las nuevas construcciones provocó que se dictasen medidas opresoras contra ellos y que fueran convertidos en esclavos. Aunque no lo sepamos con certeza, es posible que el faraón que inició la persecución fuera Seti I (1309-1290) y que en el reinado de su sucesor, Ramsés II (1290-1224), se produjera el éxodo”.

Pero no era de esperar que Dios permaneciese impasible ante el sufrimiento del pueblo elegido por Él mismo para ser transmisor de su Ley. Por eso se convierte, la liberación de aquel pueblo sometido (p. 22) en una “que servirá de paradigma o punto de referencia para todas las etapas siguientes de la historia de salvación”.

Dios crea y, luego, Dios salva a su creación de una vida oprobiosa y difícil y porque (p. 23) “si Dios los ha liberado, es en función de algo más: para que entren en alianza, en comunión de vida con el Dios que los ha libertado, para que sirvan a Yahveh (Ex. 7, 16)”. Y a partir de la misma (p.24) “el pueblo, por su parte, debe obedecer a la ley recibida de Yahveh para ser fiel a esta alianza”. Y mediante Moisés se cierra el pacto pues es, digamos, intermediario entre el pueblo y Dios mismo.

Sin embargo, el pueblo muchas veces actuó de forma contraria al pacto y se manifestó díscolo y rebelde en su contra. Por eso (p. 25) “generación tras generación se repetían los mismos pecados. La alianza fracasa irremediablemente porque el ‘socio’ humano es continuamente infiel a ella”. Y Dios no se rinde sino que (p.25) “anuncia una liana radicalmente nueva, consistente en la renovación interior del hombre, en el don de un corazón nuevo y en la efusión del Espíritu dentro del hombre (Jer. 31, 31-33; Ez 36, 25-28)”.

Dice el P. Julio Alonso Ampuero, que no fue fácil el camino (p. 26) “hacia la posesión de la tierra” porque aquel caminar por desierto deseando llegar a la tierra que le había prometido Dios estuvo plagado de infidelidades, otra vez, del hombre hacia su Creador. Así, (p. 27) “el pueblo de Israel tienta a Dios quejándose de él y protestando contra Él (Ex. 16, 3; 17, 2-3)” pues es fácil comprender que las condiciones de su paso por el desierto no deberían ser las mejores para un vivir mínimanente soportable. No obstante, parece que les falló la confianza en Dios y, en definitiva, la fe. No, claro, la de Dios, que, incluso con aquel comportamiento, como recoge Jos. 1,2, cumple con la promesa que había hecho a Abrahám cuando dice “Álzate ya, pues, y pasa ese Jordán, tú y tu pueblo, a la tierra que yo doy a los hijos de Israel”.

Dios, pues, continuaba procurando, para el ser humano, su historia de salvación.

Posteriormente, Dios suscita en su pueblo un Rey que será su Ungido, David que, siendo también muy pecador manifiesta una grandeza que (p. 33) “consistirá en permanecer delante de Dios, en no enorgullecerse: ‘Mi Señor Yahveh, ¿quién soy yo y qué es mi casa para que me hayas traído hasta aquí? (2Sam. 7,18)” pues (p. 34) “su fuerza la viene de Dios, del espíritu de Yahveh que le unge y hace de él otro hombre (1Sam. 16,13; cfr. 10,6).”

Dadas, pues, las condiciones, digamos, de comportamiento del pueblo de Israel (división incluida del reino entre Judá e Israel), Dios se ve urgido a que existan unas personas que lleven su voz al pueblo elegido. Así, en aquellos tiempos (s. VIII aC.) surgen los profetas escritores (p. 36) “Amós y Oseas en el reino del norte y en el del sur Isaías y Miqueas”.

Sin embargo, la labor de los profetas no era nada fácil. Acostumbrado como estaba el pueblo elegido a ser infiel a la promesa hecha a Dios, es de creer que no tuvieran muy a bien que unas personas les dijeran, con claridad, que no andaban por el bueno camino y que tenían que cambiar muchas cosas entre los miembros de uno y otro reino.

Dice el P. Julio Alonso Ampuero, al respecto de los profetas que (p. 39)

“Apoyados en esta iniciativa y llamada de Dios, los profetas claman denunciando el culto hipócrita y formalista, la idolatría, las injusticias sociales, el lujo, la corrupción de las costumbres. Defensores de los derechos de Dios exigen fidelidad a la alianza y reclaman la conversión de un pueblo reiteradamente infiel. Defienden los derechos de los pobres porque la injusticia cometida con ellos ofende al mismo Yahveh. Anuncian el juicio de Dios y amenazan con los castigos divinos, que en realidad son consecuencia de los propios pecados del pueblo y de los cuales, por otra parte, se sirve Yahveh para provocar la conversión y reconducir al pueblo a sí mismo. Son portadores de la promesa de salvación y restauración para el pueblo de Dios, cuando se abre sinceramente a su Dios. Así van preparando el camino para la venida del Mesías.

La fidelidad al Señor y a la palabra recibida de Él les acarreará sufrimientos incontables. Jeremías será acusado de conspirar contra el rey y conducido a prisión (Jer 20,2; 37,15-16); también Miqueas será encarcelado (1Re. 22,26-27). La certeza de haber recibido un mensaje del Señor les impide callarlo o disimularlo. Particularmente significativa es, conocida por sus propias ‘confesiones’, la ‘pasión’ de Jeremías, el drama por él sufrido a causa de su fidelidad a la palabra de Yahveh (Jer. 15,10-21; 20,7-13).”

Y, luego, el exilio a partir de la conquista, por Nabucodonosor (597 aC.) de Jerusalén y deportación del rey Joaquín y (p. 40) “los magnates de la población (2Re. 24, 15-6)”, supuso una gran prueba para el pueblo elegido por Dios pero, a la vez, ocasión de purificación de su fe y de su relación con el Creador.

Supuso lo siguiente (pp. 42, 43 y 44):

a) Es ocasión para un profundo examen de conciencia.

b) Dios no abandona a su pueblo.

c) Es un tiempo precioso de purificación.

d) El exilio da un más profundo conocimiento del corazón del hombre y del corazón de Dios.

e) Les hace entender el valor positivo del sufrimiento.

f) Israel descubre la misión universal de su vocación.

Vemos, por lo tanto, que aquel tiempo, largo, de alejamiento de su tierra, supuso, al contrario de lo que podría pensarse, un tiempo que lo fue de mejora en la relación entre el pueblo judío y Dios.

Tan bien le vino al pueblo de Israel aquel tiempo de exilio que, cuando regresó a su tierra (tras el decreto de Ciro que, en el año 538 aC. permitió que regresasen a Jerusalén) lo hizo de una forma totalmente cambiada pues ya no era un pueblo con ansias expansionistas sino que devino una (p. 45) “comunidad religiosa en torno a la ley, el templo y el sacerdocio” que son, a partir de tal momento los pilares sobre los que se edificaría aquel pueblo y convirtiéndose (p. 46) “el Pentateuco, probablemente completo en esta época como estatuto jurídico, se convierte en la Ley del pueblo de Dios”.

En este tiempo surge un concepto que, a lo largo, desde entonces, de la historia de Israel fue muy importante. Nos referimos al de “anawin” o pobres de Yahveh, entre los cuales siempre se mantuvo firme la esperanza de salvación (p. 50) “por obra de Yahveh sin mezclarla con ambiciones materiales o nacionalistas” y entre los que cabe contar, ya en el Nuevo Testamento, al (p. 51) “anciano Simeón, la profetisa Ana, Juan El Bautista…” y, sobre todo, el mismo Jesús que (p. 51) “colmado de sufrimientos se abandona enteramente en las manos de su Padre”.

Al fin y al cabo, con el Hijo de Dios llega (p. 52) “la plenitud de los tiempos”, momento en el que se cumple, de forma perfecta, la promesa de salvación que el Creador hizo a su descendencia humana. Y es que (p. 54) “Jesús recapitula en sí mismo toda la historia, no sólo la del pueblo de Israel, sino la de la humanidad entera” y con su entrega a la muerte en cruz facilita, para misma todos los hijos de Dios, la salvación, culminación de la historia que empezaría con Abrahám y sus descendientes y terminará cuando Cristo, en su Parusía y que supondrá (p. 58) “la hora de la resurrección general a la vida o a la muerte eternas, es decir, a la glorificación o a la condenación (Jn 5, 28-29)”.

Concluye su libro el P. Julio Alonso Ampuero, recordándonos algo que no tendríamos que olvidar y es que (p. 60) que la “historia de la salvación continúa. También hoy. Dios tiene un plan maravilloso para nuestro tiempo. Y está actuando para llevarlo a cumplimiento. Pero cuenta con nosotros”. No obstante, San Agustín ya dejó escrito que “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

Confiemos, pues, en la Providencia de Dios, lo que a cada uno nos corresponda para nuestra salvación.

Eleuterio Fernández Guzmán