17.06.13

Nuevo y viejo uso del órgano en la liturgia

A las 12:49 AM, por Raúl del Toro
Categorías : General

 
En la entrada anterior conté cómo la bendición y presentación del órgano de mi parroquia de El Salvador de Pamplona había consistido en una celebración litúrgica, y prometía tratar con algo más de detalle el tema.

Aquel día celebramos las segundas vísperas del Segundo Domingo de Pascua cantadas en gregoriano, según el rito ordinario, con sus antífonas y entonaciones propias, tal y como aparecen en la versión oficial preparada por los monjes de Solesmes, el Antiphonale Romanum (II) publicado en 2009. Otra novedad fue que se recuperó una muy antigua tradición musical-litúrgica de la Iglesia: los versos de órgano que alternan con el canto.

A diferencia de lo que puede parecer hoy en día, la función principal del órgano desde los primeros momentos de su introducción en la liturgia de la Iglesia y durante muchos siglos después no fue tanto acompañar el canto como dialogar con él, además de intervenir como “solista” en diversos momentos de las celebraciones. 

Para comprender mejor esto hay que conocer en qué consiste una práctica musical muy antigua en la liturgia de la Iglesia, que suele recibir el nombre de alternatim, según la cual muchos himnos, salmos y otros cantos son cantados alternativamente por un coro al unísono (canto gregoriano) y por otro coro polifónico (a tres, cuatro o más voces). A día de hoy esta práctica litúrgica sigue plenamente vigente en las celebraciones de San Pedro de Roma: un versículo es cantado en gregoriano (unísono, a una sola voz), el siguiente se canta en polifonía (a varias voces), y así sucesivamente. 

No sabemos gran cosa de cómo se usaba el órgano en los primeros años de su introducción en las celebraciones litúrgicas, allá por los siglos IX-X. Pero sí conservamos testimonios de varios siglos más tarde sobre la intervención del órgano en la práctica alternatim como sustituto del coro vocal en las secciones polifónicas en aquellas ocasiones en que el coro polifónico vocal no podía estar presente, quizá por falta de medios para pagar a los cantores. En tales casos el órgano hacía sonar una breve pieza llamada verso o versillo, compuesta o improvisada de tal modo que encajase a la perfección con la melodía gregoriana cantada en ese momento.

El primer ejemplo conservado de música de órgano para la práctica alternatim se encuentra en el códice de Faenza, de comienzos del siglo XV, donde aparecen dos juegos o series de versos de órgano para ser alternados con el Kyrie y el Gloria de la misa gregoriana Cunctipotens genitor Deus. A lo largo de los siglos posteriores este uso del órgano fue detallado en diversos ceremoniales, siendo el principal de ellos el Caeremoniale Episcoporum promulgado por Clemente VIII en 1600. 

Los detalles concretos variaban según los lugares y tradiciones locales, aunque había aspectos comunes. Por ejemplo, el Credo nunca se cantaba alternado con órgano, sino que su texto debía ser proclamado íntegro y claro con el canto

Era habitual que en los cantos comunes y bien conocidos (como los del Ordinario de la Misa) el primer verso corriese a cargo del órgano. Sin embargo en lo que respecta a los himnos un ceremonial castellano establece que el primer verso debe ser cantado por el coro, para que el pueblo eche de ver quando se comiençan. En la Misa el órgano intervenía alternatim en los kyries, el Gloria, el Sanctus y el Agnus Dei. En cuanto a la Liturgia de las Horas, se usaba sobre todo en el himno y el Magníficat de las Vísperas. El repertorio conservado en España atestigua también un uso frecuente en los salmos.

En algunos lugares -Roma entre ellos- el órgano sonaba en lugar de la repetición de la antífona al final del salmo o cántico. Tenemos un bellísimo y reciente ejemplo de esta práctica en las Vêpres du commun des fêtes de la Sainte Vierge del gran organista francés Marcel Dupré (1886-1971), donde el órgano glosa magistralmente la melodía gregoriana de cada una de las antífonas de las Vísperas del Común de la Virgen.

El hecho de que el órgano supliese el canto del coro en ciertos versos del texto litúrgico no significaba ni mucho menos que tales versos desaparecieran de la celebración. El objetivo de la música del órgano era ayudar a la oración en esos momentos. Así dice la Declaración de las Rúbricas Generales del Breviario y del Ceremonial Romano publicada por el franciscano Andrés Guerrero en 1629:

Mas se ha de advertir, que siempre que el Organo tañere alguna cosa, o respondiere alternativamente a los Versos de los Hymnos, o de los Canticos, alguno del Coro pronuncie con voz intelligible aquello que ha de leer el Organo.

Al parecer esta práctica alternatim con órgano también sufrió un grado notable de abusos y decadencia en el siglo XIX, y S. Pío X se vio obligado a recordar la norma tradicional en el nº 8 de su famoso motu proprio Tra le Sollecitudini:

Las rúbricas no consienten que se suplan con el órgano ciertos versículos, sino que éstos han de recitarse sencillamente en el coro. 

Este aspecto de los versos de órgano como ayuda para la oración con el texto litúrgico es ilustrado por el esfuerzo de los organistas franceses de los siglos XVII-XVIII para que el carácter de la música ilustrase el sentido del versículo correspondiente. Esto era posible sobre todo en los textos que se repetían con más frecuencia, como el Magníficat de las Vísperas, donde el órgano intervenía siempre ilustrando los mismos versos. Por ello el esfuerzo de componer versillos de órgano para ilustrar con música adecuada, pongamos por caso, el Quia fecit mihi magna qui potens est o el Suscepit Israel, se veía compensado por la posibilidad de emplearlos con frecuencia. 

En los siguientes enlaces pueden ver dos ejemplos de canto alternatim con órgano, ambos a cargo de la Capilla de Música de la Notre-Dame de Paris, con Pierre Cochereau al órgano. 

Aquí aparece la secuencia Veni Sancte Spiritus, de la fiesta de Pentecostés:

Y aquí el Te Deum:

La práctica alternatim con órgano fue abandonada en casi todos los lugares después del Vaticano II, lo que añade una pérdida más de belleza a las muchas sufridas por la liturgia católica en estos años. No hay que olvidar que, si existen órganos tan hermosos en nuestras iglesias y catedrales, ello se debe a que su función no se limitaba, como ahora, a sostener tenuemente el canto de melodías populares, sino que toda la belleza y caudal de su sonido se integraba armónicamente y, en cierta manera, “por derecho propio” en el culto divino. 

Pues bien, esta venerable práctica litúrgica fue recuperada en el acto de presentación del nuestro órgano. Naturalmente, las circunstancias de hoy en día son muy diferentes a las de siglos pasados: 

En el plano litúrgico y espiritual, porque desde el Concilio Vaticano II la Liturgia de las Horas ya no se considera como algo propio y casi exclusivo de los clérigos y religiosos, sino que los laicos son invitados vivamente a sumarse a ella, y las parroquias a celebrarla sobre todo las Vísperas en la tarde de los domingos. 

En el plano musical-acústico, porque la distribución de los espacios y los elementos tampoco es igual: en el clásico coro de cualquier iglesia española los participantes en el Oficio Divino -casi siempre clérigos o miembros de una congregación religiosa- estaban sentados todos juntos en la sillería, con el órgano muy cerca o directamente sobre sus cabezas. En esa situación resultaba totalmente factible la indicación de garantizar la presencia del texto litúrgico durante las intervenciones del órgano mediante su lectura con voz audible. Hoy en día, dado que los asistentes se sientan por toda la nave de la iglesia, esa lectura ya no sería tan audible, y la megafonía pocas veces se lleva bien con el equilibrio acústico de la música “en directo”

Para solucionar este problema tomamos esta vez apoyo en un recurso tecnológico muy conocido: las presentaciones de diapositivas en pantalla. Es verdad que los famosos power-point tienen ganada una mala fama por el uso que demasiadas veces se les da: llenos de colorines, fotografías, efectos y animaciones que desdicen por completo del contexto litúrgico. Pero es perfectamente posible preparar la presentación de las diapositivas de modo que la atención se centre sobria y naturalmente en el texto, como si fuese un gran breviario, o uno de aquellos grandes libros de coro que se colocaban sobre el facistol en medio de los cantores. Así se intentó hacer, mostrando el texto latino de los cantos gregorianos junto con su traducción, de modo que el uso del latín en los momentos que así lo requerían no supuso dificultad alguna. 

La experiencia fue muy buena. Muchas personas se sorprendieron al ver unidas tan íntimamente la belleza de la música y la riqueza de la oración litúrgica. Por desgracia lo que fue norma durante tantos siglos ahora es excepción. 

Los versos del órgano fueron tomados de compositores desde el siglo XVI hasta el XX, y, además del efecto que la buena música siempre tiene en el espíritu humano, proporcionaron un mayor tiempo para la meditación de los textos, lo cual no suele ocurrir en la celebración meramente leída o cantada “de seguido”, donde todo va más rápido. 

Creo que celebraciones de este tipo pueden ser un camino de cara a superar la lamentable ruptura que padecemos hoy en día en materia de música litúrgica. Ciertamente las prácticas musicales tradicionales del Oficio Divino, llenas de profundidad y belleza, tal y como se usaron en la Iglesia durante tanto tiempo resultaban inaccesibles para la mayoría de personas dado el general desconocimiento de la lengua latina. Por ello han desaparecido de la Iglesia, quedando únicamente como sucedáneo las reconstrucciones musicológicas en formato de concierto. Por su parte las celebraciones actuales, en la búsqueda de una mayor inteligibilidad, se han dejado demasiadas cosas por el camino.