24.06.13

 

Sinceramente no sé si alguien en Uruguay pensaba de verdad que había la más mínima posibilidad de éxito en la consulta para decidir si se revocaba o no la ley del aborto aprobada recientemente. La realidad es que apenas el 10% de los uruguayos votaron a favor de que tuviera lugar ese referéndum revocatorio. ¿Significa eso que el 90% de los ciudadanos de ese país están a favor del aborto? No necesariamente. Pero sí que se puede decir que solo un diez por ciento está tan en contra que quiere que se le consulte para acabar con la matanza de seres humanos no nacidos.

Nuestro Señor Jesucristo recordó que no conviene meterse en según qué asuntos si no se tiene alguna garantía de éxito:

¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos a ver si tiene para terminarla? No sea que, echados los cimientos y no pudiendo acabarla, todos cuantos lo vean comiencen a burlarse de él diciendo: Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar.
¿O qué rey, saliendo a su campaña para guerrear con otro rey, no considera primero y delibera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil?
Lucas 14,28-31

Eso, y no otra cosa, ha pasado en Uruguay. Se fueron a una guerra perdida de antemano y los que han vencido hoy presumen de su victoria y se burlan de los perdedores, obispos incluídos. El drama es que los verdaderos derrotados son los miles y miles de no nacidos que serán aniquilados al amparo de la legalidad. Y alguien me dirá: “Bueno, eso era precisamente lo que se intentaba evitar. Ha merecido la pena el intento". Pues no, no ha merecido la pena. Los proabortistas uruguayos se sienten hoy hiperlegitimados democráticamente. Y eso traerá probablemente consecuencias para el resto del continente.

Hace dos años y medio escribí un artículo rechazando la idea de convoca un referéndum sobre el aborto en España. Todos los argumentos que expuse entonces valían igual para Uruguay, pero dado que nuestro bloguero Nestor Martínez ya se pronunció en contra de la consulta en su país, preferí no tratar el tema en esta ocasión.

Acabé aquel artículo con este párrafo:

Va siendo hora de dejar bien claro que o se ponen límites a la democracia o la misma se convierte en un régimen tan inaceptable como cualquier otra forma de tiranía. Las urnas no pueden limitar, modificar o anular derechos y prescripciones que formen parte de la ley natural. Precisamente los cristianos debemos de ser lo suficientemente sensatos como para no caer en la idolatrización de un sistema político que, tan sólo en España, ha provocado ya la muerte de más de un millón de embriones y fetos humanos. No ha habido en la historia de este país un régimen más contrario a la dignidad del hombre que el actual. Y eso ha de ser denunciado y combatido.

Cambien ustedes España por Uruguay o por cualquier otro país donde el sistema político permite que el aborto sea legal. El juicio moral es el mismo.

Aparte de la necesaria, pero insuficiente, acción de los movimientos cívicos provida, la única manera de conseguir un cambio legislativo es votar opciones provida que lleguen al parlamento de tal manera que su apoyo sea necesario para formar gobierno. En ese caso, impondrán como condición irrenunciable el fin de la legislación abortista. Tanto si la mayor parte de la sociedad está de acuerdo como si no. El derecho a la vida no se negocia, no se consensúa. Se decreta, se defiende y se persigue al que lo ponga en peligro. Cualquier otro tipo de derechos, sean políticos, sindicales, etc, son la nada si no se respeta el más esencial de todos.

Luis Fernando Pérez Bustamante