28.06.13

 

Tengo un feligrés, José Antonio, que ante todo espero me perdone dar su nombre. Un tipo curioso. Neocatecumenal desde hace cuarenta años (vamos, casi de los primeros pobladores), coordinador de uno de los turnos de adoración al Santísimo y suplente de cada turno que queda libre, voluntario en Cáritas y buen humor a raudales.

Sé que lee este blog y además deja sus comentarios llenos de buen humor que quieren superar la amargura vivida algunas veces en la Iglesia. Me resultaron curiosos uno que deja en una entrada sobre la celebración de la eucaristía donde narra sus experiencias en algunas parroquias celebrando la misa In Coena Domini y otra sobre la supuesta opción por los pobres de algunos religiosos (Deja sus comentarios como JAHC).

Ayer me lo encontré y me dijo: “¿sabes, me parece que estoy rejuveneciendo cincuenta años?” Mi amigo José Antonio tiene toda la razón. Yo no me remonto a tanto, pero sí a cuarenta años. Efectivamente eran los momentos de furor postconciliar, la opción por el secularismo, la liturgia creativa, la desnudez como base. Lo he vivido, lo hemos vivido muchos. Fue otra época. Yo también en mis primeros años como cura hice cosas que hoy me parecen disparatadas. Era lo que hacía todo el mundo y nos pareció que así se anunciaba mejor a Jesucristo. Era lo que aprendimos en nuestros años de formación.

No nos asustemos. Eran los años en los que pueden encontrarse fotos del hoy papa Benedicto XVI y de los hoy cardenales Rouco y Cañizares de corbata. Pero han pasado treinta, cuarenta años. Y a esta sociedad, en palabras de Alfonso Guerra, ya no la conoce ni la madre que la parió. Es una sociedad secularizada, relativista, hedonista que necesita signos de trascendencia. En cuarenta años hemos pasado de la multicopista a internet y de la cabina telefónica al “guasap”. Servidor ha conocido el carro de bueyes en el patio de casa, el seiscientos, aquellos Seat 127 en los que aprendí a conducir, la máquina de escribir, los clichés de la multicopista, el pantalón campana, los discos singles y los LP, las cintas de casette y hasta aquellos “Gelosos” que seguían funcionando con cintas redondas.

¿Quién se acuerda de estas cosas? En la era de los MP 3, MP 4, los teléfonos 3G y ya 4G, el ordenador, la tablet, el Smartphone, las nubes de datos, tanta técnica que hasta casi ya te resignas a perder el tren, el olvido de Dios, la incultura religiosa más elemental ¿podemos seguir anunciando a Jesucristo y celebrando la fe con la piedra, la plegaria inventada, la ocultación de lo religioso, el “prohibido prohibir” y “debajo está la playa”?

Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Desde los años setenta han pasado cuarenta años, cuatro papas, la caída del muro de Berlín, el desmoronamiento comunista, la sociedad del bienestar, la crisis, la modernidad, la post-modernidad, el avance laicista… ¿Y pastoralmente vamos a seguir con la piedra que simboliza mi pecado, la flor en los fusiles, el coleguismo, el yo lo invento y lo importante es que nos queramos (que no digo yo que no lo sea)? Pues no puede ser, y ya vemos los frutos que ha dejado tales cosas.

Mi amigo José Antonio se sonríe cuando sigue viendo cosas tan supuestamente nuevas y que son más viejas que el hombre de Atapuerca. Ya lo ves, amigo José Antonio. Y se sigue sonriendo mientras se encamina un día más a la capilla de la adoración perpetua.