8.07.13

El martirio del obispo Borràs

A las 9:18 PM, por Santiago Mata
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De los dos obispos que serán beatificados el próximo 13 de octubre, el auxiliar de Tarragona, Manuel Borràs, encabeza la causa de beatificación más numerosa (147 del total de 523: por cierto que la CEE dice que son 522 y tengo curiosidad por saber quién es el infiltrado que está en mi lista y no en la suya).


Como todo caso de martirio, el de Borràs pone en evidencia la fortaleza de que Dios reviste a unos, la ceguera (o crueldad, etc.) de otros y la cobardía de los más. Pidamos a los mártires -y a su Reina- que intercedan para que Dios nos dé lo primero, y huyamos de las otras actitudes…
 

Manuel Borràs Ferré
Hijo del farmacéutico de La Canonja (Tarragona), fue ordenado sacerdote en 1903. El canónigo Francesc d’Assís Vidal i Barraquer lo llevó como secretario al ser nombrado obispo de Solsona; más tarde fue su vicario en Tarragona y desde 1934 obispo auxiliar, aunque no por eso dejó Borràs su modestia, ya que decía: “Yo no soy un obispo como los demás; no soy sino un ayudante, un Auxiliar del Sr. Cardenal, que ya es mayor”.

El 21 de julio de 1936, mientras en Reus ardían las iglesias, llegaban a Tarragona coches con milicianos de Barcelona. El día 23, ante la petición del comisario de la Generalidad de que abandonara Tarragona “para ahorrar sangre del pueblo”, el cardenal Vidal contestó que “no lo consideraba prudente y que ofrecía su vida a Dios en cumplimiento de su deber pastoral”. El Conseller de Cultura, Ventura Gassol, amigo del cardenal y antiguo seminarista, no le garantizó seguridad y el comisario Prunés le envió un coche a las 12 de la noche para que salieran. Escoltados hacia Poblet por tres policías, marcharon Vidal, Borràs, el secretario Albaigés, el familiar Viladrich, y el administrador Monrabá. A las tres de la madrugada llegaron al monasterio.

A las 18 horas del 24 de julio -según el resumen biográfico de Hispania Martyr, llegaba a Poblet un coche de milicianos de la FAI de la Torrasa, barrio de l’Hospitalet en Barcelona, que habían venido a buscar a la suegra de unos de ellos, pero que al enterarse de que el Monasterio se hallaba “un pez gordo”, acompañados de otros de Vimbodí, decidieron llevarse al cardenal Vidal. Nadie se les opuso. Mons. Borrás pidió acompañarle, pero el Cardernal Vidal le disuadió: “Sólo me buscan a mí, y para nada bueno, Ud. quédese y haga cuanto pueda en bien de los fieles y de la diócesis.” Mons.Borrás, como siempre, acató sin más la decisión, en cambio el familiar Juan Viladrich se metió en el coche. El medico Dr Guitert telefoneó a Ventura Gassol y este se lo comunicó al presiente de la Generalidad, Lluís Companys, quien encomendó al parlamentario Soler i Pla, con policía a su servicio, la inmediata recuperación del cardenal y de su acompañante. Los milicianos con sus dos detenidos llegaron a la plaza de Vimbodí, llena de gente expectante, y entraron en el Comité. Más de dos horas de tensas discusiones, pues los del pueblo no aceptaban que unos patrulleros foráneos les arrebataran tan importante presa, pero se impusieron los de la Torrasa, y con el cardenal y Viladrich emprendieron en dos coches el camino a Barcelona. Uno de los coches se averió, y al volver a Montblanc en busca de un mecánico, los milicianos fueron detenidos por guardias de Asalto que dejaron a Vidal y a Viladrich en la cárcel.

En Poblet, la presencia de Borràs había sido comunicada al comité por el presidente del Patronato, Eduardo Toda, a quien el obispo dijo: “Ud está en su casa y yo no debo decirle lo que tiene o no tiene que hacer”. El comité mandó un coche y se llevó al obispo auxiliar a Montblanc.

Soler llegó en la madrugada del 25 de julio a Montblanc, cuyo comité exigió negociar con Companys. Este se pusó al teléfono y acordó enviar una orden escrita con un motorista. Manuel M. Fuentes i Gasó publicó en 2005 el documento en el que Companys estampó la fecha del 24 de julio: “En nombre de la Generalidad ordeno que el doctor Vidal i Barraquer y su acompañante sean entregados al dador [Soler i Pla] y queden prisioneros a disposición del Gobierno de la Generalidad”. Soler trató de que el comité le entregara a Borràs, preso en la misma cárcel, pero ante la negativa, dijo al cardenal: “lo siento, pero Companys sólo me ha dado instrucciones de que el doctor Vidal i Barraquer y su acompañante sean entregados al dador”. Ambos eclesiásticos, ocultos en la consejería de Gobernación, fueron introducidos el día 30 en un barco de guerra italiano rumbo a Génova.

Borràs estuvo 13 días preso sin que nadie se preocupara por él, como no fuera para matarlo, como intentó por dos veces el comité de Tarragona, alegando que en una carta a su paisano mosén Colom, vicario de Santa María, le encargaba 30 misas, y ellos entendían se trataría de 30 pistolas, por lo que debía “ir a declarar”.


Un compañero de cárcel, el sacerdote Luis Robinat, contó: “en su celda oraba y meditaba casi continuamente, y en ella nos reuníamos para rezar el rosario, y el oficio con el breviario, que él había traído”. El 12 de agosto el comité de Montblanc llamó al de Vimbodí encomendándole la ejecución de “un preso de compromiso”. A las tres menos cuarto de la tarde, y bajo el pretexto de declarar ante un tribunal en Tarragona, hicieron subir atado al obispo Borrás a la caja de un camión, partiendo en dirección a Valls. Se detuvieron antes del Coll de Lilla; le bajaron y le fusilaron. Amontonaron un haz de sarmientos y echándoles gasolina prendieron fuego al obispo aun moribundo, probablemente para ocultar de esa forma huellas de tortura. Uno de los fusileros comentaba aquella noche en la taberna: “este obispo aun ha tenido el atrevimiento de bendecirnos”. El cadáver fue enterrado en el cementerio de Lilla y nunca pudo ser identificado.