26.07.13

Eppur si muove - ¿Estamos más atentos al mundo que a Dios?

A las 12:04 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Eppur si muove

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Ver a Dios en nuestras vidas no es imposible. Sin embargo, en demasiadas ocasiones lo hacemos imposible.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Siempre que se acude a predicar, hablar o escribir sobre la actitud que ha de tener el católico en el mundo en el que vive se hace lo propio con dos personas que en el Nuevo Testamento son más que importantes por lo que hacen, dicen y reflejan: Marta y María, hermanas de Lázaro y amigas de Jesús.

El evangelio de san Lucas lo recoge a la perfección cuando, en los versículos 38 al 42 de su capítulo 10 dice que

“Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: ‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.’ Le respondió el Señor: ‘Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.’”

Es un texto más que conocido (muy recientemente ha sido objeto de muchas predicaciones en el domingo) y, en realidad, pudiera parecer que poco más hay que decir del mismo. Sin embargo, valga esto para darnos una visión, a lo mejor, de nosotros mismos.

Está más que claro que, como seres humanos que somos, no hemos visto el definitivo Reino de Dios ni las estancias que nos está preparando Jesús para cuando seamos llamados por el Creador. Sin embargo, tenemos fe y eso nos hace creer que, en efecto, existe tanto el primero como, dentro del mismo, las segundas. Nos conviene, además, estar más que seguros de que es así pues, de otra forma, nuestra fe no sería nada y, lo que es peor, el mismo Hijo de Dios de nada habría servido su venida, por primera vez, al mundo.

Quiso, Él, que la Ley de Dios se cumpliese hasta la última tilde (dígase acento o lo que menos pudiera parecer que importa por su pequeñez) y que comprendiésemos que valía la pena tener en cuenta nuestra vida más allá de esta vida, no acumular en este mundo porque la polilla todo lo corroe y, en fin, tener muy en cuenta que es mucho mejor acumular para el más allá del más acá. Eso sí vale la pena.

Sin embargo, en demasiadas ocasiones pudiera parecer que sólo vale la vida de este mundo y que de nada nos servirá ni la oración, ni la contención, ni el servicio al prójimo, ni ser el último…

En realidad, cuando nos pegamos, en exceso, al suelo y sólo tenemos visión horizontal de nuestra existencia, muchas realidades espirituales dejan de tener sentido: ni vale la pena hacer nada por los demás porque creemos que no sirve para nada, ni es conveniente orar o rezar porque no le vemos sentido alguno ni, sobre todo, nos es “necesario” Dios porque todo lo que tenemos lo hemos conseguido nosotros mismos…

Tal ceguera es muy propia de un ser humano carnal, mundano. Y tal situación no es ajena al cristiano. Es más, podemos decir sin temor a equivocarnos que hay una gran mayoría de los que se dicen discípulos de Cristo que están la mar de contentos con la vida que llevan y con querer estar a bien con el mundo. Y eso les basta…

Somos, en tal sentido, tantas veces Marta…

Pero María está en nuestro corazón. Es decir, aquella actitud que consiste en tener en cuenta a Dios en nuestra vida y en nuestro ordinario vivir, no es algo que esté alejado de nosotros sino, al contrario, tan dentro de nuestro corazón que, a lo mejor por eso, no siempre lo sacamos al exterior. Pero María, la que escucha a Jesús porque ama lo que escucha y goza con escucharlo y con llevarlo a su vida no es un ser humano que no esté en nosotros. También somos, por decirlo así, María y en ella tenemos el ejemplo de por dónde ha de ir nuestra vida espiritual.

Ser de Dios y no del mundo. Ahí radica nuestra salvación eterna y, por eso mismo, deberíamos preguntarnos (antes que nadie el que esto escribe) qué hacemos para que eso sea así. Nada más tiene importancia y nada habremos hecho en esta vida si no somos unos de los hijos de Dios que habiten las praderas de su Reino. Pero nada de nada tiene más importancia.

Eleuterio Fernández Guzmán