ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 27 de julio de 2013

LA FRASE DEL SÁBADO 27 DE JULIO

"Niños y ancianos construyen el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque transmiten la experiencia y la sabiduría de su vida" (Documento de Aparecida n. 447)

 


Jornada Mundial de la Juventud Río 2013

Se debe rehabilitar la política como la forma más alta de la caridad
Llamado del papa en el encuentro con la clase dirigente del Brasil a quienes le habló de "humildad social"

Papa Francisco: ¡tened el coraje de ir contracorriente!
Celebración eucarística con los obispos, sacerdotes, seminaristas y religiosos en la catedral San Sebastián de Río de Janeiro

Papa Francisco a los jóvenes: delante de la Cruz ¿eres como Pilatos o como el Cirineo?
Al finalizar el Vía Crucis en Copacabana el santo padre invita a los jóvenes a dejar todo a los pies de la Cruz

La humildad que pertenece a Dios como un rasgo esencial
Discurso del santo padre al episcopado brasileño

Interculturalidad, responsabilidad social y diálogo
Las tres recomendaciones del papa a empresarios, políticos y académicos

Francisco invita a los clérigos a pasar tiempo escuchando a los jóvenes
Homilía del santo padre en la Catedral de San Sebastián en Río de Janeiro

El papa recibe un rosario de los jóvenes detenidos con la inscripción "Candelária Nunca Mais"
Portavoz del Vaticano comenta el viernes de la JMJ

El papa Francesco planta una Cruz gloriosa en el corazón de los jóvenes
La Cruz de la JMJ guía el Vía Crucis en Copacabana

Francisco: "¡Jóvenes, no llevan su cruz solos!"
Emotivas palabras del papa en el Via Crucis de la JMJ

Familia

Los jóvenes de CrossRoads llegan a Madrid para defender la vida
Ya han recorrido 14 localidades españolas

SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA

Beata María Magdalena Martinengo
«Aristócrata, de espléndida belleza y frágil salud, probó su amor a Dios abrazada a heroicas penitencias»


Jornada Mundial de la Juventud Río 2013


Se debe rehabilitar la polí­tica como la forma más alta de la caridad
Llamado del papa en el encuentro con la clase dirigente del Brasil a quienes le habló de "humildad social"

Por Francisco papa

RíO DE JANEIRO, 27 de julio de 2013 (Zenit.org) - Este sábado se llevó a cabo el Encuentro del papa Francisco con la clase dirigente de Brasil, a la cual acudieron representantes del mundo de la política, la cultura y la universidad, entre otros, con el fin de escuchar su mensaje.

Ofrecemos a nuestros lectores una versión del texto del discurso cotejado por ZENIT con lo dicho por el santo padre.

*****

Excelencias,
Señoras y señores.

Doy gracias a Dios por la oportunidad de encontrar a una representación tan distinguida y cualificada de responsables políticos y diplomáticos, culturales y religiosos, académicos y empresariales de este inmenso Brasil.

Hubiera deseado hablarles en su hermosa lengua portuguesa, pero para poder expresar mejor lo que llevo en el corazón, prefiero hablar en español. Les pido la cortesía de disculparme.

Saludo cordialmente a todos y les expreso mi reconocimiento. Agradezco a Monseñor Orani y al Señor Walmyr Júnior, sus amables palabras de bienvenida y presentación y de testimonio. Veo en ustedes la memoria y la esperanza: la memoria del camino, de la conciencia de su patria, y la esperanza de que esta patria abierta a la luz que emana del Evangelio, continúe desarrollándose en el pleno respeto de los principios éticos basados en la dignidad trascendente de la persona.

Memoria del pasado y utopia hacia el futuro se encuentran en el presente que no es una coyuntura sin historia, y sin promesa, sino un momento en el tiempo, un desafio para recoger sabiduría y saber proyectarla.

Quien tiene un papel de responsabilidad en una nación está llamado a afrontar el futuro «con la mirada tranquila de quien sabe ver la verdad», como decía el pensador brasileño Alceu Amoroso Lima («Nosso tempo», en A vida sobrenatural e o mondo moderno, Río de Janeiro 1956, 106). Quisiera compartir con ustedes tres aspectos de esta mirada calma, serena y sabia: primero, la originalidad de una tradición cultural; segundo, la responsabilidad solidaria para construir el futuro y, tercero, el diálogo constructivo para afrontar el presente.

1. En primer lugar, es de justicia valorar la originalidad dinámica que caracteriza a la cultura brasileña, con su extraordinaria capacidad para integrar elementos diversos. El común sentir de un pueblo, las bases de su pensamiento y de su creatividad, los principios básicos de su vida, los criterios de juicio sobre las prioridades, las normas de actuación, se fundan, se fusionan y crecen en una visión integral de la persona humana.

Esta visión del hombre y de la vida característica del pueblo brasileño ha recibido también la savia del Evangelio: la fe en Jesucristo, el amor de Dios y la fraternidad con el prójimo. La riqueza de esta savia puede fecundar un proceso cultural fiel a la identidad brasileña y a la vez un proceso constructor de un futuro mejor para todos. Un proceso que hacer crecer la humanización integral y la cultura del encuentro y de la relación, esta es la manera cristiana de promover el bien común, la alegría de vivir. Y aquí convergen la fe y la razón, la dimensión religiosa con los diferentes aspectos de la cultura humana: el arte, la ciencia, el trabajo, la literatura... El cristianismo combina trascendencia y encarnación; por la capacidad de revitalizar siempre el pensamiento y la vida ante la amenaza de frustración y desencanto que pueden invadir el corazón y propagarse por las calles.

2. Un segundo punto al que quisiera referirme es la responsabilidad social. Esta requiere un cierto tipo de paradigma cultural y, en consecuencia, de la política. Somos responsables de la formación de las nuevas generaciones, ayudarlos a ser capaces en la economía y en la política, y firmes en los valores éticos. El futuro exige hoy la tarea de rehabilitar la política, rehabilitar la politica, que es una de las formas más altas de la caridad. El futuro nos exige también una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza.

Que a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad: éste es el camino propuesto. Ya en la época del profeta Amós era muy frecuente la admonición de Dios: «Venden al justo por dinero, al pobre por un par de sandalias. Oprimen contra el polvo la cabeza de los míseros y tuercen el camino de los indigentes» (Am. 2,6-7). Los gritos que piden justicia continúan todavía hoy.

Quien desempeña un papel de guía --permitame que diga aquel a quien la vida ha ungido como guía--, ha de tener objetivos concretos y buscar los medios específicos para alcanzarlos, pero también puede existir el peligro de la desilusión, la amargura, la indiferencia, cuando las expectativas no se cumplen. Aquí apelo a la dinamica de la esperanza que nos impulsa a ir siempre más allá, a emplear todas las energías y capacidades en favor de las personas para las que se trabaja, aceptando los resultados y creando condiciones para descubrir nuevos caminos, entregándose incluso sin ver los resultados, pero manteniendo viva la esperanza. Con esa constancia y coraje que nacen de la aceptación de la propia vocación de guía, de dirigente.

Es propio de la dirigencia elegir la más justa de las opciones después de haberlas considerado, a partir de la propia responsabilidad y el interés del bien común; por este camino se va al centro de los males de una sociedad para superarlos con audacia de acciones valientes y libres. Es nuestra responsabilidad, aunque siempre sea limitada, esa comprension de la totalidad de la realidad, observando, sopesando, valorando, para tomar decisiones en el momento presente, pero extendiendo la mirada hacia el futuro, reflexionando sobre las consecuencias de las decisiones.

Quien actúa responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de Dios. Este sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes. Tenemos que buscarlo, tenemos que inserirlo en la misma sociedad. Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación actual se impone la vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria.

3. Para completar esta reflexión, además del humanismo integral que respete la cultura original y la responsabilidad solidaria, considero fundamental para afrontar el presente: el diálogo constructivo. Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones, el diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación. ¡Cuánto diálogo hay! Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una incisiva contribución de energías morales en una democracia que se quede encerrada en la pura lógica o en el mero equilibrio de la representación de los intereses establecidos. Considero también fundamental en este diálogo la contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia. La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia de la dimensión religiosa en la sociedad, favoreciendo sus expresiones más concretas.

Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta siempre es la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno en cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible y sin prejucios yo la definiria como «humildad social», que es la que favorece el diálogo. Solo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas y en clima de respeto de los derechos de cada una. Hoy, o se apuesta por el dialogo, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos perdemos, todos perdemos; por aquí va el camino fecundo.

Excelencias,
Señoras y señores.
Gracias por su atención. Tomen estas palabras como expresión de mi preocupación como Pastor de Iglesia y del respeto y afecto que tengo por el pueblo brasileño. La hermandad entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más justa no son un sueño fantasioso, sino el resultado de un esfuerzo concertado de todos hacia el bien común. Los aliento en este su compromiso por el bien común, que requiere por parte de todos sabiduría, prudencia y generosidad. Los encomiendo al Padre celestial pidiéndole, por la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, que colme con sus dones a cada uno de los presentes, a sus familias, comunidades humanas y de trabajo, y de corazón pido a Dios que los bendiga. Muchas gracias.

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


Papa Francisco: ¡tened el coraje de ir contracorriente!
Celebración eucarística con los obispos, sacerdotes, seminaristas y religiosos en la catedral San Sebastián de Río de Janeiro

Por Alfonso M. Bruno

RíO DE JANEIRO, 27 de julio de 2013 (Zenit.org) - La Jornada Mundial de la Juventud es desde siempre una ocasión privilegiada de discernimiento y elección vocacional para muchos jóvenes. En el desarrollo del evento no podía por tanto faltar un espacio dedicado a aquellos que han escuchado la llamada de Dios y la han seguido en una elección de vida especial, como Pedro, Santiago y Juan.

Con su capacidad de 50.000 asientos, la catedral de San Sebastián de Río de Janeiros es uno de los templos más grandes de América Latina.

Aquí ha celebrado el papa Francisco la santa misa la mañana del sábado acompañado de obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y seminaristas.

La primera piedra del templo fue bendecida en 1964 por Pablo VI, el papa de la Evangeli Nuntiandi.

Las lecturas de la Liturgia de la Palabra hablaban sobre el tema de la vocación y de la misión. 

En su bella homilía, interrumpida en al menos tres momentos por los aplausos de consenso y complacencia, el papa Francisco ha fijado y desarrollado tres puntos: "llamados por Dios, llamados a anunciar el Evangelio, llamadas a promover la cultura del encuentro".

El pontífice ha claramente dirigido su reflexión, en relación con la llamada d eDios, sobre el primado de la oración, de la vida de unión con Dios. "No es creatividad pastoral - ha dicho - no son los encuentros o las planificaciones que aseguran frutos, sino el ser fiel a Jesús, que nos dice con insistencia: "Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes" (Jn 15, 4).

 El nutrirse de la "carne de Cristo" lleva por tanto al encuentro con los hombres crucificados por los sufrimientos de cada día y de cada situación.

Aquí el papa ha citado la beata madre Teresa de Calcuta: "Debemos estar muy orgullosos de nuestra vocación, que nos da la oportunidad de servir a Cristo en los pobres. Es en las «favelas»", en los «cantegriles», en las «villas miseria» donde hay que ir a buscar y servir a Cristo. Debemos ir a ellos como el sacerdote se acerca al altar: con alegría".

Nunca olvidar el origen de la llamada - ha añadido el pontífice, nunca "renunciar" a lo que hemos recibido de Dios, sino como María, es necesario conservar todo en el corazón, conscientes del amor personal que Dios nos da.

En cuanto al anuncio del Evangelio, el segundo punto y pilar de la homilía, el papa Francisco ha invitado a los pastores a educar a los jóvenes a la misión: "Jesús con sus discípulos: no los mantuvo pegados a él como una gallina con sus polluelos; los envió. No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. No es un simple abrir la puerta para acoger, sino salir por ella para buscar y encontrar. Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia, comenzando por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia. También ellos están invitados a la mesa del Señor".

El papa finalmente ha hablado de la promoción de la cultura del encuentro en una sociedad dominada por dos dogmas: la eficiencia y el pragmatismo. "Queridos obispos, sacerdotes, religiosos y también ustedes seminaristas que os preparáis al ministerio, ¡tened el coraje de ir contracorriente! Permítanme decir que debemos estar casi obsesionados en este sentido. No queremos ser presuntuosos imponiendo «nuestra verdad». Lo que nos guía es la certeza humilde y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo, y no puede dejar de proclamarla".

Recordando a los clérigos dar buen ejemplo, además de la enseñanza, el papa ha recordado que tantos hoy esperan el Evangelio, pero no hay nada que se lo ofrezca.

Bajo la mirada de la reproducción de una imagen de Nuestra Señora de Aparecida, el papa Francisco ha dirigido finalmente su pensamiento a la Virgen María para que sea el modelo de todos los consagrados. "Elejemplo de aquel amor - ha subrayado Francisco citando la Lumen Gentium - de madre que debe animar a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida nueva".

Mientras la coral de una comunidad de jóvenes de un barrio pobre junto a los seminaristas de la archidiócesis de Río llenaba el espacio acústico, el papa, después de la bendición, se ha dirigido a la asamblea recorriendo la planta cónica del templo que recuerda a la base de los antiguos mayas pero que termina con una cruz en lo alto, símbolo del camino hacia Cristo de las poblaciones del América del Sur, el mismo camino que papa Francisco indica proponiendo a Cristo frente a los nuevos ídolos que muchos contemporáneos adoran.

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


Papa Francisco a los jóvenes: delante de la Cruz ¿eres como Pilatos o como el Cirineo?
Al finalizar el Vía Crucis en Copacabana el santo padre invita a los jóvenes a dejar todo a los pies de la Cruz

Por Rocío Lancho García

ROMA, 27 de julio de 2013 (Zenit.org) - "Hemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino de dolor y de amor, el camino de la Cruz", así comenzó el papa Francisco su discurso a los jóvenes presentes en la playa de Copacabana tras la vivencia del Vía Crucis, en el que se reflexionó sobre los problemas actuales y las preocupaciones de la juventud.

"Queridos hermanos, nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida", afirmó el santo padre. Y lanzó tres preguntas para la reflexión "¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país?", "¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes?", "¿qué nos enseña para nuestra vida esta Cruz?"

El papa Francisco recordó que Jesús con su Cruz "recorre nuestras calles y carga nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos" y además "se une al silencio de las víctimas de la violencia, que ya no pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos" también "se une a las familias que se encuentran en dificultad, y que lloran la trágica pérdida de sus hijos". Así mismo recordó que "con la Cruz Jesús se une a todas las personas que sufren hambre, en un mundo que, por otro lado, se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos". También hizo referencia a que Jesús está junto a madres y padres que sufren a sus hijos víctimas de paraísos artificiales, como la droga; a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; a jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, "por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio".

Y alentó a los presentes recordando que "Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevás vos solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida".

Haciendo referencia a la segunda de las preguntas que lanzó al inicio del discurso, el papa señaló que la Cruz "deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros". A continuación invitó a los jóvenes a fiarse de Cristo "porque Él nunca defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención".

Finalmente afirmó que la "Cruz invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto".  Y nuevamente invitó a los peregrinos a hacerse una pregunta: "Vos, ¿cómo quien querés ser. Querés ser como Pilato, que no tiene la valentía de ir a contracorriente, para salvar la vida de Jesús, y se lava las manos?" o "sos como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura".

Por eso, exhortó a lo jóvenes a llevar alegrías, sufrimientos y fracasos a la Cruz de Cristo, donde "encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor".

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


La humildad que pertenece a Dios como un rasgo esencial
Discurso del santo padre al episcopado brasileño

Por Francisco papa

RíO DE JANEIRO, 27 de julio de 2013 (Zenit.org) - El santo padre se ha reunido hoy a las 13.00 en el edificio João Paulo II en el arzobispado de Río de Janeiro, con los cardenales de Brasil, la presidencia de la Conferencia Episcopal de Brasil y los obispos brasileño y ha comido con ellos.

Publicamos a continuación el discurso que el santo padre ha dirigido al episcopado brasileño:

Queridos hermanos

¡Qué bueno y hermoso encontrarme aquí con ustedes, obispos de Brasil!
Gracias por haber venido, y permítanme que les hable como amigos; por eso prefiero hablarles en español, para poder expresar mejor lo que llevo en el corazón. Les pido disculpas.

Estamos reunidos aquí, un poco apartados, en este lugar preparado por nuestro hermano Mons. Orani, para estar solos y poder hablar de corazón a corazón, como pastores a los que Dios ha confiado su rebaño. En las calles de Río, jóvenes de todo el mundo y muchas otras multitudes nos esperan, necesitados de ser alcanzados por la mirada misericordiosa de Cristo, el Buen Pastor, al que estamos llamados a hacer presente. Gustemos, pues, este momento de descanso, de compartir, de verdadera fraternidad.

Deseo abrazar a todos y a cada uno, comenzando por el Presidente de la Conferencia Episcopal y el Arzobispo de Río de Janeiro, y especialmente a los obispos eméritos.

Más que un discurso formal, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones.

La primera me ha venido a la mente cuando he visitado el santuario de Aparecida. Allí, a los pies de la imagen de la Inmaculada Concepción, he rezado por ustedes, por sus Iglesias, por los sacerdotes, religiosos y religiosas, por los seminaristas, por los laicos y sus familias y, en particular, por los jóvenes y los ancianos; ambos son la esperanza de un pueblo: los jóvenes, porque llevan la fuerza, la ilusión, la esperanza del futuro; los ancianos, porque son la memoria, la sabiduría de un pueblo.


1. Aparecida: clave de lectura para la misión de la Iglesia

En Aparecida, Dios ha ofrecido su propia Madre al Brasil. Pero Dios ha dado también en Aparecida una lección sobre sí mismo, sobre su forma de ser y de actuar. Una lección de esa humildad que pertenece a Dios como un rasgo esencial, está en el adn de Dios. En Aparecida hay algo perenne que aprender sobre Dios y sobre la Iglesia; una enseñanza que ni la Iglesia en Brasil, ni Brasil mismo deben olvidar.

En el origen del evento de Aparecida está la búsqueda de unos pobres pescadores. Mucha hambre y pocos recursos. La gente siempre necesita pan. Los hombres comienzan siempre por sus necesidades, también hoy.

Tienen una barca frágil, inadecuada; tienen redes viejas, tal vez también deterioradas, insuficientes.

En primer lugar aparece el esfuerzo, quizás el cansancio de la pesca, y, sin embargo, el resultado es escaso: un revés, un fracaso. A pesar del sacrificio, las redes están vacías.

Después, cuando Dios quiere, él mismo aparece en su misterio. Las aguas son profundas y, sin embargo, siempre esconden la posibilidad de Dios; y él llegó por sorpresa, tal vez cuando ya no se le esperaba. Siempre se pone a prueba la paciencia de los que le esperan. Y Dios llegó de un modo nuevo, porque siempre puede reinventarse: una imagen de frágil arcilla, ennegrecida por las aguas del río, y también envejecida por el tiempo. Dios aparece siempre con aspecto de pequeñez.

Así apareció entonces la imagen de la Inmaculada Concepción. Primero el cuerpo, luego la cabeza, después cuerpo y cabeza juntos: unidad. Lo que estaba separado recobra la unidad. El Brasil colonial estaba dividido por el vergonzoso muro de la esclavitud. La Virgen de Aparecida se presenta con el rostro negro, primero dividida y después unida en manos de los pescadores.

Hay una enseñanza perenne que Dios quiere ofrecer. Su belleza reflejada en la Madre, concebida sin pecado original, emerge de la oscuridad del río. En Aparecida, desde el principio, Dios nos da un mensaje de recomposición de lo que está separado, de reunión de lo que está dividido. Los muros, barrancos y distancias, que también hoy existen, están destinados a desaparecer. La Iglesia no puede desatender esta lección: ser instrumento de reconciliación.

Los pescadores no desprecian el misterio encontrado en el río, aun cuando es un misterio que aparece incompleto. No tiran las partes del misterio. Esperan la plenitud. Y ésta no tarda en llegar. Hay algo sabio que hemos de aprender. Hay piezas de un misterio, como teselas de un mosaico, que encontramos y vemos. Nosotros queremos ver el todo con demasiada prisa, mientras que Dios se hace ver poco a poco. También la Iglesia debe aprender esta espera.

Después, los pescadores llevan a casa el misterio. La gente sencilla siempre tiene espacio para albergar el misterio. Tal vez hemos reducido nuestro hablar del misterio a una explicación racional; pero en la gente, el misterio entra por el corazón. En la casa de los pobres, Dios siempre encuentra sitio.

Los pescadores «agasalham»: arropan el misterio de la Virgen que han pescado, como si tuviera frío y necesitara calor. Dios pide que se le resguarde en la parte más cálida de nosotros mismos: el corazón. Después será Dios quien irradie el calor que necesitamos, pero primero entra con la astucia de quien mendiga. Los pescadores cubren el misterio de la Virgen con el pobre manto de su fe. Llaman a los vecinos para que vean la belleza encontrada, se reúnen en torno a ella, cuentan sus penas en su presencia y le encomiendan sus preocupaciones. Hacen posible así que las intenciones de Dios se realicen: una gracia, y luego otra; una gracia que abre a otra; una gracia que prepara a otra. Dios va desplegando gradualmente la humildad misteriosa de su fuerza.

Hay mucho que aprender de esta actitud de los pescadores. Una iglesia que da espacio al misterio de Dios; una iglesia que alberga en sí misma este misterio, de manera que pueda maravillar a la gente, atraerla. Sólo la belleza de Dios puede atraer. El camino de Dios es el de la atracción, la fascinación. A Dios, uno se lo lleva a casa. Él despierta en el hombre el deseo de tenerlo en su propia vida, en su propio hogar, en el propio corazón. Él despierta en nosotros el deseo de llamar a los vecinos para dar a conocer su belleza. La misión nace precisamente de este hechizo divino, de este estupor del encuentro. Hablamos de la misión, de Iglesia misionera. Pienso en los pescadores que llaman a sus vecinos para que vean el misterio de la Virgen. Sin la sencillez de su actitud, nuestra misión está condenada al fracaso.

La Iglesia siempre tiene necesidad apremiante de no olvidar la lección de Aparecida, no la puede desatender. Las redes de la Iglesia son frágiles, quizás remendadas; la barca de la Iglesia no tiene la potencia de los grandes transatlánticos que surcan los océanos. Y, sin embargo, Dios quiere manifestarse precisamente a través de nuestros medios, medios pobres, porque es siempre él quien actúa.

Queridos hermanos, el resultado del trabajo pastoral no se basa en la riqueza de los recursos, sino en la creatividad del amor. Ciertamente, es necesaria la tenacidad, el esfuerzo, el trabajo, la planificación, la organización, pero hay que saber ante todo que la fuerza de la Iglesia no reside en sí misma, sino que está escondida en las aguas profundas de Dios, en las que ella está llamada a echar las redes.

Otra lección que la Iglesia ha de recordar siempre es que no puede alejarse de la sencillez, de lo contrario olvida el lenguaje del misterio, y no sólo se queda fuera, a las puertas del misterio, sino que ni siquiera consigue entrar en aquellos que pretenden de la Iglesia lo no pueden darse por sí mismos, es decir, Dios mismo. A veces perdemos a quienes no nos entienden porque hemos olvidado la sencillez, importando de fuera también una racionalidad ajena a nuestra gente. Sin la gramática de la simplicidad, la Iglesia se ve privada de las condiciones que hacen posible «pescar» a Dios en las aguas profundas de su misterio.

Una última anotación: Aparecida se hizo presente en un cruce de caminos. La vía que unía Río de Janeiro, la capital, con San Pablo, la provincia emprendedora que estaba naciendo, y Minas Gerais, las minas tan codiciadas por la Cortes europeas: una encrucijada del Brasil colonial. Dios aparece en los cruces. La Iglesia en Brasil no puede olvidar esta vocación inscrita en ella desde su primer aliento: ser capaz de sístole y diástole, de recoger y difundir.

2. Aprecio por la trayectoria de la Iglesia en Brasil

Los obispos de Roma han llevado siempre en su corazón a Brasil y a su Iglesia. Se ha logrado un maravilloso recorrido. De 12 diócesis durante el Concilio Vaticano I a las actuales 275 circunscripciones. No ha sido la expansión de un aparato o de una empresa, sino más bien el dinamismo de los «cinco panes y dos peces» evangélicos, que, en contacto con la bondad del Padre, en manos encallecidas, han sido fecundos.

Hoy deseo reconocer el trabajo sin reservas de ustedes, Pastores, en sus Iglesias. Pienso en los obispos que están en la selva, subiendo y bajando por los ríos, en las zonas semiáridas, en el Pantanal, en la pampa, en las junglas urbanas de las megalópolis. Amen siempre con una dedicación total a su grey. Pero pienso también en tantos nombres y tantos rostros que han dejado una huella indeleble en el camino de la Iglesia en Brasil, haciendo palpable la gran bondad de Dios para con esta iglesia.2

Los obispos de Roma siempre han estado cerca; han seguido, animado, acompañado. En las últimas décadas, el beato Juan XXIII invitó con insistencia a los obispos brasileños a preparar su primer plan pastoral y, desde entonces, se ha desarrollado una verdadera tradición pastoral en Brasil, logrando que la Iglesia no fuera un trasatlántico a la deriva, sino que tuviera siempre una brújula. El Siervo de Dios Pablo VI, además de alentar la recepción del Concilio Vaticano II con fidelidad, pero también con rasgos originales (cf. Asamblea General del celam en Medellín), influyó decisivamente en la autoconciencia de la Iglesia en Brasil mediante el Sínodo sobre la evangelización y el texto fundamental de referencia, que sigue siendo la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi. El beato Juan Pablo II visitó Brasil en tres ocasiones, recorriéndolo «de cabo a rabo», de norte a sur, insistiendo en la misión pastoral de la Iglesia, en la comunión y la participación, en la preparación del Gran Jubileo, en la nueva evangelización. Benedicto XVI eligió Aparecida para celebrar la V Asamblea General del celam, y esto ha dejado una huella profunda en la Iglesia de todo el continente.

La Iglesia en Brasil ha recibido y aplicado con originalidad el Concilio Vaticano II y el camino recorrido, aunque ha debido superar algunas enfermedades infantiles, ha llevado gradualmente a una Iglesia más madura, generosa y misionera.

Hoy nos encontramos en un nuevo momento. Como ha expresado bien el Documento de Aparecida, no es una época de cambios, sino un cambio de época. Entonces, también hoy es urgente preguntarse: ¿Qué nos pide Dios? Quisiera intentar ofrecer algunas líneas de respuesta a esta pregunta.

3. El icono de Emaús como clave de lectura del presente y del futuro.

Ante todo, no hemos de ceder al miedo del que hablaba el Beato John Henry Newman: «El mundo cristiano se está haciendo estéril, y se agota como una tierra sobreexplotada, que se convierte en arena».3No hay que ceder al desencanto, al desánimo, a las lamentaciones. Hemos trabajado mucho, y a veces nos parece que hemos fracasado, como quien debe hacer balance de una temporada ya perdida, viendo a quienes se han marchado o ya no nos consideran creíbles, relevantes.

Releamos una vez más el episodio de Emaús desde este punto de vista (Lc 24, 13-15). Los dos discípulos huyen de Jerusalén. Se alejan de la «desnudez» de Dios. Están escandalizados por el fracaso del Mesías en quien habían esperado y que ahora aparece irremediablemente derrotado, humillado, incluso después del tercer día (vv. 24,17-21). Es el misterio difícil de quien abandona la Iglesia; de aquellos que, tras haberse dejado seducir por otras propuestas, creen que la Iglesia —su Jerusalén— ya no puede ofrecer algo significativo e importante. Y, entonces, van solos por el camino con su propia desilusión. Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta.4 El hecho es que actualmente hay muchos como los dos discípulos de Emaús; no sólo los que buscan respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos, sino también aquellos que parecen vivir ya sin Dios, tanto en la teoría como en la práctica.

Ante esta situación, ¿qué hacer?

Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en su noche. Necesitamos una Iglesia capaz de encontrarse en su camino. Necesitamos una Iglesia capaz de entrar en su conversación. Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya estéril, infecundo, impotente para generar sentido.

La globalización implacable, la urbanización a menudo salvaje, prometían mucho. Así que muchos se han enamorado de las posibilidades de la globalización, y en ella hay algo realmente positivo. Pero muchos olvidan el lado oscuro: la confusión del sentido de la vida, la desintegración personal, la pérdida de la experiencia de pertenecer a un cualquier «nido», la violencia sutil pero implacable, la ruptura interior y las fracturas en las familias, la soledad y el abandono, las divisiones y la incapacidad de amar, de perdonar, de comprender, el veneno interior que hace de la vida un infierno, la necesidad de ternura por sentirse tan inadecuados e infelices, los intentos fallidos de encontrar respuestas en la droga, el alcohol, el sexo, convertidos en otras tantas prisiones.

Y muchos han buscado atajos, porque la «medida» de la gran Iglesia parece demasiado alta. Muchos han pensado: la idea del hombre es demasiado grande para mí, el ideal de vida que propone está fuera de mis posibilidades, la meta a perseguir es inalcanzable, lejos de mi alcance. Sin embargo —siguen pensando—, no puedo vivir sin tener al menos algo, aunque sea una caricatura, de eso que es demasiado alto para mí, de lo que no me puedo permitir. Con la desilusión en el corazón, han ido en busca de alguien que les ilusione de nuevo.

La gran sensación de abandono y soledad, de no pertenecerse ni siquiera a sí mismos, que surge a menudo en esta situación, es demasiado dolorosa para acallarla. Hace falta un desahogo y, entonces, queda la vía del lamento: ¿Cómo hemos podido llegar hasta este punto? Pero incluso el lamento se convierte a su vez en un boomerang que vuelve y termina por aumentar la infelicidad. Hay pocos que todavía saben escuchar el dolor; al menos, hay que anestesiarlo.

Hoy hace falta una Iglesia capaz de acompañar, de ir más allá del mero escuchar; una Iglesia que acompañe en el camino poniéndose en marcha con la gente; una Iglesia que pueda descifrar esa noche que entraña la fuga de Jerusalén de tantos hermanos y hermanas; una Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que hay quien se aleja, contienen ya en sí mismas también los motivos para un posible retorno, pero es necesario saber leer el todo con valentía.

Quisiera que hoy nos preguntáramos todos: ¿Somos aún una Iglesia capaz de inflamar el corazón? ¿Una Iglesia que pueda hacer volver a Jerusalén? ¿De acompañar a casa? En Jerusalén residen nuestras fuentes: Escritura, catequesis, sacramentos, comunidad, la amistad del Señor, María y los Apóstoles... ¿Somos capaces todavía de presentar estas fuentes, de modo que se despierte la fascinación por su belleza?

Muchos se han ido porque se les ha prometido algo más alto, algo más fuerte, algo más veloz.

Pero, ¿hay algo más alto que el amor revelado en Jerusalén? Nada es más alto que el abajamiento de la cruz, porque allí se alcanza verdaderamente la altura del amor. ¿Somos aún capaces de mostrar esta verdad a quienes piensan que la verdadera altura de la vida esté en otra parte?

¿Alguien conoce algo de más fuerte que el poder escondido en la fragilidad del amor, de la bondad, de la verdad, de la belleza?

La búsqueda de lo que cada vez es más veloz atrae al hombre de hoy: internet veloz, coches y aviones rápidos, relaciones inmediatas... Y, sin embargo, se nota una necesidad desesperada de calma, diría de lentitud. La Iglesia, ¿sabe todavía ser lenta: en el tiempo, para escuchar, en la paciencia, para reparar y reconstruir? ¿O acaso también la Iglesia se ve arrastrada por el frenesí de la eficiencia? Recuperemos, queridos hermanos, la calma de saber ajustar el paso a las posibilidades de los peregrinos, al ritmo de su caminar, la capacidad de estar siempre cerca para que puedan abrir un resquicio en el desencanto que hay en su corazón, y así poder entrar en él. Quieren olvidarse de Jerusalén, donde están sus fuentes, pero terminan por sentirse sedientos. Hace falta una Iglesia capaz de acompañar también hoy el retorno a Jerusalén. Una Iglesia que pueda hacer redescubrir las cosas gloriosas y gozosas que se dicen en Jerusalén, de hacer entender que ella es mi Madre, nuestra Madre, y que no están huérfanos. En ella hemos nacido. ¿Dónde está nuestra Jerusalén, donde hemos nacido? En el bautismo, en el primer encuentro de amor, en la llamada, en la vocación.

Se necesita una Iglesia que también hoy pueda devolver la ciudadanía a tantos de sus hijos que caminan como en un éxodo.

4. Los desafíos de la Iglesia en Brasil

A la luz de lo dicho, quisiera señalar algunos desafíos de la amada Iglesia en Brasil.

La prioridad de la formación: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos

Queridos hermanos, si no formamos ministros capaces de enardecer el corazón de la gente, de caminar con ellos en la noche, de entrar en diálogo con sus ilusiones y desilusiones, de recomponer su fragmentación, ¿qué podemos esperar para el camino presente y futuro? No es cierto que Dios se haya apagado en ellos. Aprendamos a mirar más profundo: no hay quien inflame su corazón, como a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 32).

Por esto es importante promover y cuidar una formación de calidad, que cree personas capaces de bajar en la noche sin verse dominadas por la oscuridad y perderse; de escuchar la ilusión de tantos, sin dejarse seducir; de acoger las desilusiones, sin desesperarse y caer en la amargura; de tocar la desintegración del otro, sin dejarse diluir y descomponerse en su propia identidad.

Se necesita una solidez humana, cultural, afectiva, espiritual y doctrinal. Queridos hermanos en el episcopado, hay que tener el valor de una revisión profunda de las estructuras de formación y preparación del clero y del laicado de la Iglesia en Brasil. No es suficiente una vaga prioridad de formación, ni los documentos o las reuniones. Hace falta la sabiduría práctica de establecer estructuras duraderas de preparación en el ámbito local, regional, nacional, y que sean el verdadero corazón para el episcopado, sin escatimar esfuerzos, atenciones y acompañamiento. La situación actual exige una formación de calidad a todos los niveles. Los obispos no pueden delegar este cometido. Ustedes no pueden delegar esta tarea, sino asumirla como algo fundamental para el camino de sus Iglesias.

Colegialidad y solidaridad de la Conferencia Episcopal

A la Iglesia en Brasil no le basta un líder nacional, necesita una red de «testimonios» regionales que, hablando el mismo lenguaje, aseguren por doquier no la unanimidad, sino la verdadera unidad en la riqueza de la diversidad.

La comunión es un lienzo que se debe tejer con paciencia y perseverancia, que va gradualmente «juntando los puntos» para lograr una textura cada vez más amplia y espesa. Una manta con pocas hebras de lana no calienta.

Es importante recordar Aparecida, el método de recoger la diversidad. No tanto diversidad de ideas para elaborar un documento, sino variedad de experiencias de Dios para poner en marcha una dinámica vital.

Los discípulos de Emaús regresaron a Jerusalén contando la experiencia que habían tenido en el encuentro con el Cristo resucitado. Y allí se enteraron de las otras manifestaciones del Señor y de las experiencias de sus hermanos. La Conferencia Episcopal es precisamente un ámbito vital para posibilitar el intercambio de testimonios sobre los encuentros con el Resucitado, en el norte, en el sur, en el oeste... Se necesita, pues, una valorización creciente del elemento local y regional. No es suficiente una burocracia central, sino que es preciso hacer crecer la colegialidad y la solidaridad: será una verdadera riqueza para todos.

Estado permanente de misión y conversión pastoral

Aparecida habló de estado permanente de misión y de la necesidad de una conversión pastoral. Son dos resultados importantes de aquella Asamblea para el conjunto de la Iglesia de la zona, y el camino recorrido en Brasil en estos dos puntos es significativo.

Sobre la misión se ha de recordar que su urgencia proviene de su motivación interna: la de transmitir un legado; y, sobre el método, es decisivo recordar que un legado es como el testigo, la posta en la carrera de relevos: no se lanza al aire y quien consigue agarrarlo, bien, y quien no, se queda sin él. Para transmitir el legado hay que entregarlo personalmente, tocar a quien se le quiere dar, transmitir este patrimonio.

Sobre la conversión pastoral, quisiera recordar que «pastoral» no es otra cosa que el ejercicio de la maternidad de la Iglesia. La Iglesia da a luz, amamanta, hace crecer, corrige, alimenta, lleva de la mano... Se requiere, pues, una Iglesia capaz de redescubrir las entrañas maternas de la misericordia. Sin la misericordia, poco se puede hacer hoy para insertarse en un mundo de «heridos», que necesitan comprensión, perdón y amor.

En la misión, también en la continental,10es muy importante reforzar la familia, que sigue siendo la célula esencial para la sociedad y para la Iglesia; los jóvenes, que son el rostro futuro de la Iglesia; las mujeres, que tienen un papel fundamental en la transmisión de la fe. No reduzcamos el compromiso de las mujeres en la Iglesia, sino que promovamos su participación activa en la comunidad eclesial. Si pierde a las mujeres, la Iglesia se expone a la esterilidad.

La tarea de la Iglesia en la sociedad

En el ámbito social, sólo hay una cosa que la Iglesia pide con particular claridad: la libertad de anunciar el Evangelio de modo integral, aun cuando esté en contraste con el mundo, cuando vaya contracorriente, defendiendo el tesoro del cual es solamente guardiana, y los valores de los que no dispone, pero que ha recibido y a los cuales debe ser fiel.

La Iglesia sostiene el derecho de servir al hombre en su totalidad, diciéndole lo que Dios ha revelado sobre el hombre y su realización. La Iglesia quiere hacer presente ese patrimonio inmaterial sin el cual la sociedad se desmorona, las ciudades se verían arrasadas por sus propios muros, barrancos, barreras. La Iglesia tiene el derecho y el deber de mantener encendida la llama de la libertad y de la unidad del hombre.

Las urgencias de Brasil son la educación, la salud, la paz social. La Iglesia tiene una palabra que decir sobre estos temas, porque para responder adecuadamente a estos desafíos no bastan soluciones meramente técnicas, sino que hay que tener una visión subyacente del hombre, de su libertad, de su valor, de su apertura a la trascendencia. Y ustedes, queridos hermanos, no tengan miedo de ofrecer esta contribución de la Iglesia, que es por el bien de toda la sociedad.

La Amazonia como tornasol, banco de pruebas para la Iglesia y la sociedad brasileña

Hay un último punto al que quisiera referirme, y que considero relevante para el camino actual y futuro, no solamente de la Iglesia en Brasil, sino también de todo el conjunto social: la Amazonia. La Iglesia no está en la Amazonia como quien tiene hechas las maletas para marcharse después de haberla explotado todo lo que ha podido. La Iglesia está presente en la Amazonia desde el principio con misioneros, congregaciones religiosas, y todavía hoy está presente y es determinante para el futuro de la zona. Pienso en la acogida que la Iglesia en la Amazonia ofrece también hoy a los inmigrantes haitianos después del terrible terremoto que devastó su país.

Quisiera invitar a todos a reflexionar sobre lo que Aparecida dijo sobre la Amazonia, y también el vigoroso llamamiento al respeto y la custodia de toda la creación, que Dios ha confiado al hombre, no para explotarla salvajemente, sino para que la convierta en un jardín. En el desafío pastoral que representa la Amazonia, no puedo dejar de agradecer lo que la Iglesia en Brasil está haciendo: la Comisión Episcopal para la Amazonia, creada en 1997, ha dado ya mucho fruto, y muchas diócesis han respondido con prontitud y generosidad a la solicitud de solidaridad, enviando misioneros laicos y sacerdotes. Doy gracias a Monseñor Jaime Chemelo, pionero en este trabajo, y al Cardenal Hummes, actual Presidente de la Comisión. Pero quisiera añadir que la obra de la Iglesia ha de ser ulteriormente incentivada y relanzada. Se necesitan instructores cualificados, sobre todo profesores de teología, para consolidar los resultados alcanzados en el campo de la formación de un clero autóctono, para tener también sacerdotes adaptados a las condiciones locales y fortalecer, por decirlo así, el «rostro amazónico» de la Iglesia.

Queridos hermanos, he tratado de ofrecer de una manera fraterna algunas reflexiones y líneas de trabajo en una Iglesia como la que está en Brasil, que es un gran mosaico de teselas, de imágenes, de formas, problemas y retos, pero que precisamente por eso constituye una enorme riqueza. La Iglesia nunca es uniformidad, sino diversidad que se armoniza en la unidad, y esto vale para toda realidad eclesial.

Que la Virgen Inmaculada de Aparecida sea la estrella que ilumine el compromiso de ustedes y su camino para llevar a Cristo, como ella ha hecho, a todo hombre y a toda mujer de este inmenso país. Será él, como lo hizo con los dos discípulos confusos y desilusionados de Emaús, quien haga arder el corazón y dé nueva y segura esperanza.

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


Interculturalidad, responsabilidad social y diálogo
Las tres recomendaciones del papa a empresarios, polí­ticos y académicos

Por José Antonio Varela Vidal

LIMA, 27 de julio de 2013 (Zenit.org) - Durante el Encuentro de este sábado con la clase dirigente de Brasil en el Teatro Municipal de Río de Janeiro, el papa Francisco le habló a los responsables políticos y diplomáticos, culturales y religiosos, académicos y empresariales del país. Se disculpó por no hablar en portugués, pero prefirió hacerlo en español, para así "expresar mejor lo que llevo en el corazón", les manifestó.

Y vaya que lo hizo. Compartió con ellos lo que debería tener en cuenta quien tiene responsabilidad en una nación, esto es: la originalidad de una tradición cultural; segundo, la responsabilidad solidaria para construir el futuro y, tercero, el diálogo constructivo para afrontar el presente.

Valorar la cultura

Ante un auditorio abarrotado de invitados, les recordó que en primer lugar, "es importante valorar la originalidad dinámica que caracteriza a la cultura brasileña, con su extraordinaria capacidad para integrar elementos diversos", donde se deben tener en cuenta "el común sentir de un pueblo, las bases de su pensamiento y de su creatividad, los principios básicos de su vida, los criterios de juicio sobre las prioridades y las normas de actuación", que favorecen al perfil de una visión integral de la persona humana.

A esto, añadió, ha contribuido mucho el aporte del evangelio traído por la Iglesia católica, como es la fe en Dios encarnado y la fraternidad con el prójimo. Estos elementos pueden contribuir, en el pensamiento del papa, a "fecundar un proceso cultural fiel a la identidad brasileña y constructor de un futuro mejor para todos".

Este aspecto --continuó, "hace crecer la humanización integral y la cultura del encuentro y de la relación", o que se traduce en la manera cristiana de promover el bien común y la alegría de vivir. Es aquí donde Francisco ubica "la convergencia de la fe y la razón, la dimensión religiosa con los diferentes aspectos de la cultura humana: el arte, la ciencia, el trabajo, la literatura". Es por ello que el cristianismo "combina la trascendencia y la encarnación; revitaliza siempre el pensamiento y la vida ante la frustración y el desencanto que invaden el corazón y se propagan por las calles", añadió.

Todos responsables

Otros punto al que se refirió el santo padre fue la responsabilidad social en las empresas y demás organismos de la sociedad. Según explicó, esto se alcanza a través de "una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza".

Invitó por ello a quienes desempeñan un papel de guía en la sociedad actual, "a ir siempre más allá, a emplear todas las energías y capacidades en favor de las personas para las que se trabaja (..) y creando las condiciones para descubrir nuevos caminos, (..) manteniendo viva la esperanza".

Dejó claro que toda dirigencia "sabe elegir la más justa de las opciones después de haberlas considerado, a partir de la propia responsabilidad y el interés por el bien común". Lo llamó por ello "un desafío histórico sin precedentes" para la ética, porque además de la racionalidad científica y técnica, "en la situación actual se impone la vinculación moral con una responsabilidad social, y profundamente solidaria".

Gente de diálogo

El tercer punto que abordó Francisco fue lo referido al "diálogo constructivo". Advirtió que cuando se vive entre "la indiferencia egoísta y la protesta violenta", debe hallarse la mejor opción: el diálogo. Recordó que un país crece "cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, universitaria, juvenil, la cultura artística y tecnológica, la cultura económica, de la familia y de los medios de comunicación".

Porque solo se puede imaginar un futuro para la sociedad --enseñó, "con la contribución de energías morales en una democracia que no sea inmune de quedarse cerrada en la pura lógica de la representación de los intereses establecidos".

Puso en evidencia también que para alcanzar estas metas es fundamental la contribución de las grandes tradiciones religiosas, las cuales "desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia"

Reconoció que laicidad del Estado, al no asumir como propia ninguna posición confesional, "respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas".

Salir al encuentro del otro

Ante esta evidencia hizo un lamado a promover una "cultura del encuentro", mediante la cual una persona, una familia, una sociedad, crece. Invitó a creer que el otro siempre tiene "algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios".

"Hoy, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos pierden" concluyó el papa, alentando a todos "en su compromiso por el bien común, que requiere por parte de todos sabiduría, prudencia y generosidad.

El acto terminó con el saludo personal del papa a los representanes de los sectores que allí presentes para escucharlo, entre los cuales estuvo un grupo de pobladores indígenas, con quienes dialogó sin prisas, y con los cuales se tomó una foto con el penacho de plumas entregado por uno de los dirigentes.

El discurso completo del santo padre puede leerse aquí

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


Francisco invita a los clérigos a pasar tiempo escuchando a los jóvenes
Homilía del santo padre en la Catedral de San Sebastián en Río de Janeiro

Por Francisco papa

RíO DE JANEIRO, 27 de julio de 2013 (Zenit.org) - Esta mañana, el santo padre ha celebrado la misa en la catedral de Río en la que han participado obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos y seminaristas.

Publicamos a continuación la homilía que el papa Francisco ha pronunciado:

Queridos hermanos en Cristo,

Al ver esta catedral llena de obispos, sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas de todo el mundo, pienso en las palabras del Salmo de la misa de hoy: «Oh Dios, que te alaben los pueblos» (Sal 66). Sí, estamos aquí para alabar al Señor, y lo hacemos reafirmando nuestra voluntad de ser instrumentos suyos, para que alaben a Dios no sólo algunos pueblos, sino todos. Con la misma parresia de Pablo y Bernabé, queremos anunciar el Evangelio a nuestros jóvenes para que encuentren a Cristo y se conviertan en constructores de un mundo más fraterno. En este sentido, quisiera reflexionar con ustedes sobre tres aspectos de nuestra vocación: llamados por Dios, llamados a anunciar el Evangelio, llamados a promover la cultura del encuentro.

1. Llamados por Dios. Creo que es importante reavivar siempre en nosotros este hecho, que a menudo damos por descontado entre tantos compromisos cotidianos: «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes», dice Jesús (Jn 15,16). Es un caminar de nuevo hasta la fuente de nuestra llamada.  Por eso un obispo, un sacerdote, consagrado, una consagrada, un seminarista, no puede ser un desmemoriado. Pierde la referencia esencial al inicio de su camino. Pedir la gracia, pedirle a la Virgen que ella tiene una buena memoria, la gracia de ser memoriosos de ese primer llamado. Hemos sido llamados por Dios y llamados para permanecer con Jesús (cf. Mc 3,14), unidos a él. En realidad, este vivir este permanecer en Cristo marca todo lo que somos y lo que hacemos. Es precisamente «vida en Cristo» lo que garantiza nuestra eficacia apostólica y la fecundidad de nuestro servicio: «Soy yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero» (Jn 15,16). No es la creatividad por más pastoral que sea, no son los encuentros o las planificaciones lo que aseguran los frutos, si ven ayudan y mucho, sino que lo que asegura el fruto es ser fieles a Jesús, que nos dice con insistencia: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes» (Jn 15,4). Y sabemos muy bien lo que eso significa: contemplarlo, adorarlo y abrazarlo. En nuestro encuentro cotidiano con él, en la eucaristía,  nuestra vida de oración, nuestros momentos de adoración y también reconocerlo presente y abrazarlo en las personas más necesitadas. El «permanecer» con Cristo no significa aislarse, sino un permanecer para ir al encuentro de los otros. Quiero recordar algunas palabras de la beata Madre Teresa de Calcuta, dice así: «Debemos estar muy orgullosos de nuestra vocación, que nos da la oportunidad de servir a Cristo en los pobres. Es en las «favelas», en los «cantegriles», en las «villas miserias» donde hay que ir a buscar y servir a Cristo. Debemos ir a ellos como el sacerdote se acerca al altar: con alegría», hasta aquí la beata. (Mother Instructions, I, p. 80). Jesús es el Buen Pastor, es nuestro verdadero tesoro, por favor, no lo borremos de nuestra vida, enraicemos cada vez más nuestro corazón en él (cf. Lc 12,34).

2. Llamados a anunciar el Evangelio. Muchos de ustedes queridos obispos y sacerdotes, si no todos, han venido para acompañar a los jóvenes a la Jornada Mundial de la Juventud. También ellos han escuchado las palabras del mandato de Jesús: «Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones » (cf.Mt 28,19). Nuestro compromiso de pastores es ayudarlos a que arda en su corazón el deseo de ser discípulos misioneros de Jesús. Ciertamente, muchos podrían sentirse un poco asustados ante esa invitación, pensando que ser misioneros significa necesariamente abandonar el país, la familia y los amigos. Dios quiere que seamos misioneros donde estamos, donde Él nos pone, en nuestra patria o donde Él nos ponga. Ayudemos a los jóvenes a darse cuenta de que ser discípulos misioneros es una consecuencia de ser bautizados, es parte esencial del ser cristiano, y que el primer lugar donde se ha de evangelizar es la propia casa, el ambiente de estudio o de trabajo, la familia y los amigos. Ayudemos a los jóvenes, pongámosle la oreja para escuchar sus ilusiones, necesitan ser escuchados, para escuchar sus logros, escuchar sus dificultades. Es estar sentado, escuchando quizá el mismo libreto pero con música diferente, con identidades diferentes. La paciencia de escuchar, eso se lo pido de todo corazón, en el confesionario, en la dirección espiritual, en el acompañamiento. Sepamos perder el tiempo con ellos. Sembrar cuesta y cansa, cansa muchísimo y es mucho más gratificantegozar de la cosecha, todos gozamos más  con la cosecha. Pero Jesús nos pide que sembremos en serio. 

No escatimemos esfuerzos en la formación de los jóvenes. San Pablo, dirigiéndose a sus cristianos, utiliza una expresión, que él hizo realidad en su vida: «Hijos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Ga 4,19). Que también nosotros la hagamos realidad en nuestro ministerio. Ayudar a nuestros jóvenes a redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios, esto es muy difícil pero cuando un joven lo entiende, un joven lo siente con la unción que le da el Espíritu Santo, este ser amado personalmente por Dios, lo acompaña toda la vida después. La alegría que ha dado a su Hijo Jesús por nuestra salvación. Educarlos en la misión, salir a ponerse en marcha, a ser callejeros de la fe. Así hizo Jesús con sus discípulos: no los mantuvo pegados a él como una gallina con los pollitos; los envió. No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, en nuestra institución parroquial, en nuestra institución diocesana, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. Salir, enviar. No es un simple abrir la puerta para que vengan, para acoger, sino salir por la puerta para buscar y encontrar. Empujemos a los jóvenes para que salgan. Por supuesto que van a ser 'bacanes' a veces. No tengamos miedo, los apóstoles la hicieron antes que nosotros. Empujémoslos a salir. Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia, comenzando por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia. Ellos son los invitado VIP, vayan al cruce de los caminos, andad a buscar.

Llamado por Jesús, llamado para evangelizar y tercero llamados a promover la cultura del encuentro. En muchos ambientes y en general en este humanismo economicista que se nos impuso en el mundo, se ha abierto paso una cultura de la exclusión, una «cultura del descarte». No hay lugar para el anciano ni para el hijo no deseado; no hay tiempo para detenerse con aquel pobre en la calle. A veces parece que, para algunos, las relaciones humanas están reguladas por dos «dogmas»: eficiencia y el pragmatismo. Queridos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y ustedes seminaristas que se preparan para el ministerio, tengan el valor de ir contracorriente de esta cultura. Tened el coraje. Acuérdense, a mi esto me hace bien y lo medito con frecuencia. Agarren el primer libro de los Macabeos. Acuérdense cuando quisieron ponerse a tono de la cultura de la época, "comamos de todo como toda la gente, bueno la ley sí pero que no sea tanto", y fueron dejando la fe para estar metidos en la corriente de esta cultura. Tengan el valor de ir contracorriente de esta cultura eficientista, de esta cultura del descarte. El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad, que es una palabra que están escondiendo en esta cultura, casi una mala palabra; la solidaridad y la fraternidad, son los elementos que harán a nuestra civilización verdaderamente humana.

Ser servidores de la comunión y de la cultura del encuentro. Los quisiera casi obsesionados en este sentido.  Y hacerlo sin ser presuntuosos imponiendo «nuestra verdad». Más bien guiados por la certeza humilde y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo, y no puede dejar de proclamarla (cf. Lc 24,13-35).

Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados por Dios, con nombre y apellido cada uno de nosotros,  llamados a anunciar el Evangelio y a promover con alegría la cultura del encuentro. La Virgen María es nuestro modelo. En su vida ha dado el «ejemplo de aquel amor de madre que debe animar a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida nueva» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 65). Le pedimos que nos enseñe a encontrarnos cada día con Jesús. Y cuando nos hacemos los distraídos, que tenemos muchas cosas y el sagrario queda abandonado, que nos lleve de la mano, pidámoselo. "Mira Madres, cuando ando medio así por otro lado, llévame de la mano". Que nos empuje a salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas que están en las periferias, que tienen sed de Dios y no hay quien se lo anuncie. Que no nos eche de casa, pero que nos empuje a salir de casa. Y así que seamos discípulos del Señor. Que ella nos conceda a todos esta gracia.

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


El papa recibe un rosario de los jóvenes detenidos con la inscripción "Candelária Nunca Mais"
Portavoz del Vaticano comenta el viernes de la JMJ

Por Redacción

RíO DE JANEIRO, 27 de julio de 2013 (Zenit.org) - Los tres encuentros del papa de ayer por la mañana; el parque Quinta da Boa Vista para confesar cinco jóvenes, la reunión con jóvenes detenidos y el almuerzo con un pequeño grupo de jóvenes fueron comentados ayer durante la rueda de prensa con el portavoz del Vaticano, padre Federico Lombardi.

Al llegar a Quinta da Boa Vista, antes de ir a la confesión, el papa Francisco fue a la tienda de adoración donde estaban rezando algunas hermanas de la Madre Teresa de Calcuta y se detuvo allí durante unos minutos - dijo Lombardi- después pasó cerca de 25 minutos confesando a los cinco jóvenes. El primero lo hizo de la forma tradicional, a través de la rejilla, y los demás lo hicieron arrodillados frente al papa.

A continuación, se dirigió hasta el Palacio del arzobispado donde se encontró con algunos presos jóvenes. Eran 8 jóvenes de 4 cárceles diferentes para menores de edad de la ciudad de Río de Janeiro. Estuvieron presentes en la reunión el cardenal emérito de Río, Eusebio Oscar Scheid; un juez, quien agradeció la labor de la Iglesia en las prisiones, y una persona responsable de la Pastoral Penitenciaria.

Fue un encuentro muy tranquilo y normal, los jóvenes se expresaron libremente. Al final una de las chicas cantó una canción compuesta especialmente para el papa Francisco, ella misma entregó al pontífice una carta de sus compañeros de prisión.

Un momento muy fuerte - dijo el padre Lombardi - fue cuando entregaron al papa una bolsa con un rosario gigante y en la cruz una inscripción Candelária Nunca Mais, (hace referencia a una redada de la policía en Río de Janeiro que en julio de 1993 provocó la muerte de ocho niños y adolescentes de la calle que dormían delante de la Iglesia de Candelaria).  En cada "bolita" aparecía el nombre de los jóvenes asesinados en la masacre. El papa no hizo ningún discurso, pero había una fuerte expresión de aliento, de mirar hacia el futuro, y pidió a todos ellos que oren por él - afirmó.  El papa repitió: "No más violencia, solo amor".

El portavoz del Vaticano reveló que el papa Francisco cada dos semana llama por teléfono a un grupo de encarcelados de Argentina.

Otro momento importante  - continuó Lombardi - fue el almuerzo con otro grupo de jóvenes. El encuentro comenzó a las 12.35 y terminó a las 14.15. El papa Francisco estuvo sentado a la mesa con monseñor Orani y los doce jóvenes, dos representantes de cada continente y dos de Brasil.

Algunos jóvenes que almorzaron con el Papa, estuvieron presentes en la rueda de prensa y dieron su testimonio. Comentaron que el papa habló sobre la esperanza y que "hay que ir al encuentro del otro, y cuando damos, encontramos esperanza" - dijo la joven colombiana Paula.

Así mismo, contaron que el papa les dijo que no somos islas, somos comunidad. Les animó a buscar consejeros espirituales, no para un momento de dificultad, sino para toda la vida, "no crean que el papa es un señor que sabe todo, el papa tiene un confesor que lo guía en la vida", contó Paula. También les dijo que: "El trabajo da dignidad al hombre. Y los jóvenes sin trabajo, ¿cómo encuentran esa dignidad? Hay que ayudarles".

Al final hubo un tiempo para intercambiar regalos y el papa tomó un café con los jóvenes.

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


El papa Francesco planta una Cruz gloriosa en el corazón de los jóvenes
La Cruz de la JMJ guí­a el Vía Crucis en Copacabana

Por Alfonso M. Bruno

RíO DE JANEIRO, 27 de julio de 2013 (Zenit.org) - Miserando atque eligendo. Fiel a su lema episcopal, pero fiel sobre todo al valor salvífico de la "sesta feria", así como llaman en Brasil al viernes, el papa Francisco ha dedicado la mañana al ministerio de la confesión de tres chicas y dos chicos de los cuales tres eran brasileños, un venezolano y un italiano.

La "diaconía de la esperanza" del obispo de Roma, que confirma a los hermanos en la fe y preside en la caridad, se encarnó después en las llagas existenciales de cinco jóvenes detenidos, representantes de una edad que no podía dejar ningún excluido de la fiesta de hoy en vista del banquete del Reino. Es por esto que en estos días se eleva fuerte por las calles de Río el himno que recita: "¡Juntos ao Cristo com papa Francisco!"

El pequeño gran héroe de la mañana, sin embargo, fue un niño de nueve años. Mientras el cortejo papa rodeaba el parque de la Quinta de Boa Vista, un niño de con la camiseta de fútbol de la Seleçao subió por encima de las vallas, sin dudar se acercó al jeep blanco, y acogido afectuosamente por el papa Francisco, le susurró al oído: "Tengo un mensaje importante para usted....¡quiero ser sacerdote!"

A ese punto, el papa visiblemente emocionado, lo aabrazó contra su pecho y a su vez le dijo: "Tu sueño comienza a realizarse hoy. Rezaré por ti, pero tú reza por mí".

Con las piernas temblando y las manos en el rostro por la conmoción y la emoción, el niño volvió donde estaba su padre, orgulloso y aún más contento que el hijo, por este momento único.

A la hora del Ángelus, después de la oración mariana, el papa Francisco dirigió nuevamente un pensamiento en su discurso a los abuelos en el recuerdo litúrgico de santos Joaquín y Ana, abuelos de Jesús, padre de la Virgen María.

Llegó el momento de la comida con los doce jóvenes, cifra simbólica de los doce apóstoles y evocación de la Última Cena que fue la primera Eucaristía.

Por la tarde, más allá de cualquier previsión, una marea de jóvenes, casi un millón, asistió al Vía Crucis.

El papa Francisco recorrió de nuevo el paseo marítimo bendiciendo y besando a los niños, poco antes de llegar al escenario tomó en sus brazos a la pequeña Sara, una niña de pocos meses con una grave enfermedad.

Sobre la avenida Atlántica de Copacabana, a partir de un kilómetro del escenario central, en la tarde del viernes avanzó la cruz que Juan Pablo II entregó a los jóvenes para que la hicieran viajar hasta los confines de la tierra con su carga redentora.

S. Leonardo da Porto Maurizio, que fue el gran promotor de la devoción del Vía Crucis, ¡afirmaba que practicada constantemente habría santificado una parroquia entera!

En un escenario coreográfico impresionante, esta edificante expresión de piedad popular se ha manifestado en la parroquia mundial de los jóvenes que en estos días se representa en Río de Janeiro.

La catorce estaciones, según la idea del director artístico Ravael Cabral, han sido estudiadas para dialogar con los jóvenes. Cada una trataba sobre un tema unido a las preguntas existenciales que se plantean los jóvenes: "un joven misionero", "un joven convertido", "un joven en una comunidad de rehabilitación", "una joven portavoz de todas las madres", "un seminarista", "una religiosa que lucha contra el aborto renovando su sí a la vida", "una pareja de enamorados", " una joven portavoz de las mujeres que sufren", "un estudiante discapacitado en silla de ruedas", "un joven usuario de las redes sociales", "un detenido y un joven implicado en la pastoral penitenciaria", "un joven enfermo terminal", "un joven sordomudo".

El texto preparado por los padre Zezinho y Joaozinho, conocidos sacerdotes que catequizan con cantos religiosos, no querían evocar solamente los problemas, sino animar a los jóvenes a emprender acciones de solidaridad cristiana. Y es por esto que después de la última estación, a pocos metros de la cruz de la JMJ, el papa Francisco tomando la palabra con voz fuerte y firme ha preguntado a cada joven: ¿tú cómo eres? (...) ¿Cómo Pilatos - que se lava las manos por no ir contracorriente - o como el Cirineo y María que ayudan a Jesús a llevar la Cruz?"

Conquistando la atención y la oración de los jóvenes en la "Tierra de Santa Cruz" el papa Francisco ha plantado también él en la playa de los conquistadores un signo de amor que de instrumento de muerte se ha convertido en instrumento de vida en Jesús que comparte con nosotros el "Vía Crucis" personal, por grande o pequeño que sea.

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


Francisco: "¡Jóvenes, no llevan su cruz solos!"
Emotivas palabras del papa en el Via Crucis de la JMJ

Por Francisco papa

RíO DE JANEIRO, 27 de julio de 2013 (Zenit.org) - El papa presidió la celebración de una ceremonia que se ha convertido ya en un hito de las JMJ, como es el Via Crucis de los jóvenes. Fueron estaciones que hicieron visible los diversos rostros actuales de la juventud mundial.

Francisco abrió su corazón nuevamente y dirigió un emotivo mensaje que reproducimos a continuación.

********

Queridísimos jóvenes:

Hemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino de dolor y de amor, el camino de la Cruz, que es uno de los momentos fuertes de la Jornada Mundial de la Juventud. Al concluir el Año Santo de la Redención, el beato Juan Pablo II quiso confiarles a ustedes, jóvenes, la Cruz diciéndoles: «Llévenla por el mundo como signo del amor de Jesús a la humanidad, y anuncien a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención» (Palabras al entregar la cruz del Año Santo a los jóvenes, 22 de abril de 1984: Insegnamenti VII,1(1984)1105). Desde entonces, la Cruz ha recorrido todos los continentes y ha atravesado los más variados mundos de la existencia humana, quedando como impregnada de las situaciones vitales de tantos jóvenes que la han visto y la han llevado. Queridos hermanos, nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida. Esta tarde, acompañando al Señor, me gustaría que resonasen en sus corazones tres preguntas: ¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país? Y ¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes? Y, finalmente, ¿qué nos enseña para nuestra vida esta Cruz?

1. Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para escapar de la persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó: «Señor, ¿adónde vas?». La respuesta de Jesús fue: «Voy a Roma para ser crucificado de nuevo». En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir. Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles y carga nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos. Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que ya no pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con la Cruz, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, y que lloran la trágica pérdida de sus hijos, como en el caso de los doscientos cuarenta y dos jóvenes víctimas en el incendio en la ciudad de Santa María a principios de este año. Rezamos por ellos. Con la Cruz Jesússe une a todas las personas que sufren hambre, en un mundo que, por otro lado, se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos. Con la cruz, Jesús está junto a tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos víctimas de paraísos artificiales, como la droga. Con la Cruz,Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en la Cruz, Jesús está junto a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio. Cuánto hacen sufrir a Jesús nuestras incoherencia. En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevás vos solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16).

2. Podemos ahora responder a la segunda pregunta: ¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Miren, deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos en Él (cf. Lumen fidei16). Porque Él nunca defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser un instrumento de odio, y de derrota, y de muerte, en un signo de amor, de victoria, de triunfo y de vida.

El primer nombre de Brasil fue precisamente «Terra de Santa Cruz». La Cruz de Cristo fue plantada no sólo en la playa hace más de cinco siglos, sino también en la historia, en el corazón y en la vida del pueblo brasileño, y en muchos otros pueblos. A Cristo que sufre lo sentimos cercano, uno de nosotros que comparte nuestro camino hasta el final. No hay en nuestra vida cruz, pequeña o grande quesea, que el Señor no comparta con nosotros.

3. Pero la Cruz invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto. La Cruz nos invita a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de ellos y tenderles la mano. Muchos rostros, lo hemos visto en el Viacrucis, muchos rostros acompañaron a Jesús en el camino al Calvario: Pilato, el Cireneo, María, las mujeres… Yo te pregunto hoy a vos: Vos, ¿como quien querés ser. Querés ser como Pilato, que no tiene la valentía de ir a contracorriente, para salvar la vida de Jesús, y se lava las manos? Decidme: Vos, sos de los que se lavan las manos, se hacen los distraídos y miran para otro lado, o sos como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura. Y vos ¿como cuál de ellos querés ser? ¿Como Pilato, como el Cireneo, como María? Jesús te está mirando ahora y te dice: ¿me querés ayudar a llevar la Cruz?Hermano y hermana, con toda tu fuerza de joven ¿qué le contestás?

Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros sufrimientos, nuestros fracasos a la Cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor.

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


Familia


Los jóvenes de CrossRoads llegan a Madrid para defender la vida
Ya han recorrido 14 localidades españolas

Por Redacción

MADRID, 27 de julio de 2013 (Zenit.org) - La iniciativa juvenil provida CrossRoads ha llegado este viernes a Madrid tras haber recorrido caminando 14 localidades españolas durante tres semanas difundiendo la cultura de la vida. En la capital de España, ecuador de su caminata, han pedido al Gobierno que cumpla su compromiso de derogar la Ley del aborto.

La marcha Crossroads comenzó el pasado 5 de julio en Barcelona, y llegará a Santiago de Compostela el 17 de agosto. Hasta la fecha han recorrido: Barcelona, Tarragona, Benicarló y Castellón de la Plana (Castellón), Valencia, Cartagena (Murcia), Cullar y Dehesas Viejas (Granada), Herrera (Sevilla) y la capital hispalense, Córdoba, Ciudad Real, Toledo y Madrid.

El lunes saldrán de la capital con los siguientes destinos por recorrer hasta completar los 2.000 kilómetros de marcha en favor de la vida: Ávila, Salamanca, Zamora, Mediana del Campo y Tordesillas (Valladolid), Carrión de los Condes (Palencia), León, Ponferrada (León), El Cebreriro, Tría, Castela, Sarria, Portomarín y Palas del Rey (Lugo), Arzúa y El Pino (La Coruña). Está prevista su llegada a Santiago de Compostela el 17 de agosto.

CrossRoads es una iniciativa formada por chicos y chicas de entre 18 y 30 años de toda España, en su mayoría universitarios, que dedican sus vacaciones para ser la voz de los que no tienen voz, defendiendo el derecho a vivir de los más débiles: los no nacidos.

La iniciativa CrossRoads nació en Estados Unidos en 1995 como respuesta a la llamada del beato Juan Pablo II de difundir la cultura de la vida. Cada verano, jóvenes estadounidenses recorren su país dando testimonio del valor de cada vida humana. En 2012, como uno de los frutos de la JMJ de Madrid, nace CrossRoads España que recorre la península con el objetivo de difundir el mensaje provida por toda la nación.

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba


SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA


Beata María Magdalena Martinengo
«Aristócrata, de espléndida belleza y frágil salud, probó su amor a Dios abrazada a heroicas penitencias»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 27 de julio de 2013 (Zenit.org) - Natural de Brescia, Italia, donde vio la luz en 1687, la vida de esta aristócrata –era condesa– rebate la idea de que la fragilidad está reñida con la fortaleza, argumento insostenible cuando Dios está por medio. Fue una de las más grandes ascetas que se conocen, rayando sus penitencias, si pudiera expresarse así, en lo supra-heroico. Y eso que nació con una naturaleza tan frágil que nadie pensó que iba a sobrevivir. Menos aún cuando su madre, la condesa de Secchi de Aragón, no logró hacerlo; sucumbió tras el parto. Tal era la gravedad de la niña que hasta fue bautizada con urgencia temiendo que no pudiera recibir este sacramento. Durante varios meses Francisco Leopardo Martinengo, conde de Barco, feliz por acoger a la niña en una familia que contaba ya con dos varones,y siendo viudo, vivió con zozobra por la salud de la pequeña que estuvo más cerca de la muerte que de la vida.Después, Margarita, que ese fue su nombre de pila, creció atada a los médicos. Su porte distinguido, suma de genes y de la clase privilegiada a la que pertenecía, le jugó una mala pasada a la edad de 5 años. Y es que una vez se sintió admirada por las numerosas personas que se hallaban en su palacio cuando desfiló ataviada con un espléndido vestido. Este hecho sin relevancia para otras personas, no lo fue para ella; quiso purgar su desliz vanidoso toda la vida. También reconoció su afición por lecturas que no le hacían ningún bien.

El día de su Primera Comunión, en el que tanto soñó porque anhelaba recibir a Cristo, había pasado por la angustia de ver cómo la Sagrada Forma se caía al suelo. De ese momento, que debió dejarle una huella indeleble, le quedó una impresión que solía aparecer cada vez que iba a recibirla: «un frío mortal invadía no solo su alma, sino también todo su cuerpo». A los 13 años consagró privadamente su virginidad. A los 18 años era una joven hermosa, elegante, y muy inteligente que había sido educada por una ursulina. Completó su formación en el monasterio de Santa María de los Ángeles donde residían dos tías suyas. Entonces iba ascendiendo la escala de los místicos, llevada por un amor de tal envergadura que todo se le hacía poco para purificar las debilidades que apreciaba en sí misma, lo cual le provocaba gran aflicción. Con sus antecedentes y apariencia nadie podía imaginar que desde hacía tiempo se mortificaba con disciplinas, ayunos, cilicios y todo lo que se le ocurría para asemejarse más a Cristo Redentor. Llevaba una vida de intensa piedad. Era generosísima, socorría a los pobres, y estaba seducida por la vida de los santos que leía. Pero su padre no pensó ni por asomo que esa hija, a la que protegía en extremo, le plantearía su ingreso en el convento. Cuando lo hizo, ideó todas las formas posibles para disuadirla. En su empeño le ayudaron los hermanos y hasta las tías de Margarita. Consideraban que, en todo caso, le convendría un buen matrimonio. ¿Cómo podría sobrevivir en un monasterio alguien que tenía tan mala salud? Estos eran sus argumentos. Pero Margarita se empeñó y libró una lucha sin cuartel, de la que salió vencedora.

En 1705, a sus 18 años, ingresó se integró en la comunidad de capuchinas de Brescia, no tanto por elección propia, ya que habría pensado en otro Instituto, como por considerar que abrazándose a ese carisma cumplía la voluntad de Dios. Y ahí se inició su particular calvario, que duró treinta años. Le dieron el nombre de Magdalena. Y tanto la superiora como la maestra de novicias y hasta la última de las religiosas la maltrataron, como hoy se diría, psicológicamente, no solo con humillaciones, sino sembrando por doquier recelos y desconfianzas hacia ella. Alguna pensó, y así lo manifestó, que su presencia en el convento hundiría a la Orden; siempre el juicio humano en las antípodas del divino. El día de la convocatoria en la que todas debían manifestar su juicio respecto a su permanencia en el convento, se suponía que el resultado de la votación secreta sería su expulsión. Sin embargo, la unanimidad para que se quedase entre ellas fue inequívoca. Al parecer, en el momento de manifestar su juicio muchas se sintieron íntimamente movidas a modificar el voto negativo en el que inicialmente pensaron.

Mientras, Margarita continuó con su vida de penitencia, siempre in crescendo, ante el asombro de confesores, quienes tampoco la comprendían, y el desprecio y toda clase de agravios de la abadesa y del resto de las hermanas. Fue cocinera, portera, y más adelante maestra de novicias en tres ocasiones. Ella misma, y aunque no lo deseaba, fue elegida abadesa. Sus mortificaciones severísimas respondían a su ferviente petición de que Cristo no le ahorrase ningún suplicio. Y junto a tantos instantes cotidianos en los que debía vencerse, añadía otras mortificaciones para no vivir ni un minuto sin padecer por Él. Sufrió acuciantes tentaciones. Tal fue su angustia en algunos momentos que llegó a rozar el paroxismo en su desesperación: «casi deseaba matarme para ir más pronto al infierno». Pasó por encima de las falsas acusaciones y la soledad a la que fue condenada temporalmente impidiéndole comentar asuntos espirituales con las novicias. Lo superó todo con la gracia divina; salía fortalecida en las tribulaciones. Resumía su anhelo de sufrir por Cristo, diciendo: «Si no hubiera tenido las penas corporales para refrigerar o calmar el ardor del amor a Dios, me hubiera sido imposible soportarlo». Vivía siempre con heroica caridad, fiel al carisma franciscano. Fue agraciada con numerosos bienes espirituales y dones diversos. Al final, contando ya con el amor de sus hermanas, y rodeada de ellas, murió el 27 de julio de 1737. León XIII la beatificó el 3 de junio de 1900.

Léalo en línea | Envíe a un amigo | Comentario en línea

Arriba