28.07.13

Juan Peiró y el primer mártir de Barcelona

A las 6:06 PM, por Santiago Mata
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En el anterior post, un comentario de Sonia hacía referencia al cenetista Juan Peiró. Este líder anarquista trató de proteger al párroco de Santa María de Mataró, que terminará por ser el primer beatificado entre los asesinados durante la guerra civil en Barcelona. Lo sucedido aquel 1 de septiembre de 1936 ayuda, seguramente, a comprender cómo era la revolución y cómo eran los revolucionarios que, a pesar de ser conscientes de que todo había derivado en una mera furia asesina -al menos eso confesó Peiró en “petit comité"-, siguieron echando leña al fuego, en concreto la leña de afirmar que la Iglesia debía ser totalmente aniquilada. Al párroco Samsó se le puede aplicar aquello que el sumo sacerdote dijo de Cristo…

Conviene que muera uno por todo el pueblo
Josep Samsó i Elías, de 49 años, fue el primero en ser beatificado entre los cientos de sacerdotes asesinados en la provincia de Barcelona. Salvador Nonell, fundador de Hispania Martyr, lo biografió en 1986. Su madre, viuda, se ganaba la vida como costurera en Sarrià mientras el hijo estaba en el seminario. Sacerdote desde 1910, en 1919 fue nombrado ecónomo de Santa María de Mataró y en 1924 párroco. La revolución del 6 de octubre de 1934 le hizo presentir que sería mártir. Esa mañana, unos sindicalistas le hicieron un registro, cortando el teléfono, hicieron entrar a los sacerdotes a la iglesia, amontonaron muebles, echaron un líquido inflamable y conminaron al párroco, a punta de pistola, a prender fuego al altar, a lo que Samsó se negó. El hijo del campanero pudo escapar y los vecinos, entrando por el huerto de la rectoría que no estaba vigilado por los revolucionarios, apagaron el fuego. Samsó escribiría 1935: “El Señor me comunicó una fuerza tal que yo parecía impasible, y me recordaba que nada sucede sin su divina licencia, y que quizás ya no se presentaría nunca ocasión de una muerte tan gloriosa como hubiese sido la de morir en aquel trance. Con todo ha querido participase de la gloria de los que han merecido sufrir algo por su santo nombre. Lo que sucedió en mi querida Basílica el 6 de octubre, de tejas abajo es horroroso; mas de tejas arriba es envidiable, deplorando fuera tan poca cosa. El Señor me asistió de un modo muy particular, y si algo hubiese valido ya me hubiese hecho la merced del martirio”.

Los incendiarios fueron juzgados. Uno de ellos, Liberto Peiró, de las juventudes libertarias e hijo del líder de la CNT Juan Peiró. Samsó dijo a los llamados a declarar que él no iba a reconocer a ninguno de los acusados, que ellos hicieran lo que creyeran oportuno. Todos siguieron el parecer del párroco. Los acusados fueron absueltos. Su hermana Montserrat declaró que a menudo Josep decía a su madre: “Ruego a Nuestro Señor que si me tiene destinado para el martirio, me de fortaleza para sufrirlo”. A una religiosa le escribía el 7 de marzo de 1936: “Los que intentan perseguirme me prestarán mayor servicio que los que más tiernamente me han amado. Veo que tu aflicción ha aumentado considerablemente con el resultado de las elecciones últimas en nuestra Patria. Y con razón. Con todo no te aflijas, piensa que ésta es la voluntad de Dios, y que es para bien de los que de veras le aman. Ganen derechas, ganen izquierdas, quien gobierna en España y en el mundo entero es nuestro Dios, el cual sabe escribir recto con líneas torcidas. Cuánto bien no sacaron los mártires del odio de los tiranos, y cuánto bien no reportó a la Iglesia la sangre que derramaron”. A otra religiosa, le animaba: “Morir es ganancia para quien sabe que se va a la Patria, a la casa del Padre, a la tierra de los Vivos. Adelantar el tránsito algunas horas por amor a Jesucristo sería un honor y una gracia tan grande que nunca podríamos agradecérsela bastante. Así pues, tranquila y corazón animoso, sonriente y alegre”.

También mostraba su aflicción por la injusticia, por ejemplo en carta del 30 de marzo a los hermanos Vergés: “El corazón se me llena de pena al ver lo que son capaces los que a cada momento están proclamando libertad y no pueden tolerar que haya quien piense en Dios, en el alma, en la eternidad. Pobres desgraciados, obcecados por la rabia de Lucifer contra el Salvador. Dichosos en cambio, los que tienen la suerte de sufrir algo por la causa de Jesucristo. Confesamos que se cometen muchos pecados y estas manchas hay que lavarlas con sangre inocente que con generosidad se una al sacrificio del Cordero inmaculado. ¡Ojala el Señor nos honrase escogiéndonos como víctima agradable para la salvación de España, para el reinado definitivo del Sagrado Corazón y de su santísima Madre en España!”. El 24 de junio, escribía a otra religiosa: “El martirio es un beneficio y un alto honor, que sin una gracia especial del Señor no podemos prometernos. Y si hemos sido elegidos para sacrificar nuestras vidas, no nos faltará a su debido tiempo la gracia del Altísimo”.

El 19 de julio, pudo decir la misa de 12 en su parroquia, pero al terminarla tuvo que cerrarla y encerrarse en casa. Según su hermana Montserrat, “a las tres de la madrugada un grupo de la policía secreta de Barcelona, acompañados por dos funcionarios del Ayuntamiento de Mataró, llamaba tan fuerte a la puerta de la rectoría, que estremecieron a todo el vecindario. Antes de abrir, mi hermano telefoneó al Ayuntamiento, contestándole que abriera de inmediato. Al ver al Dr. Samsó le dijeron que venían a detenerlo y llevárselo a Barcelona. Yo les dije: Miren, a mi hermano tanto se le da la vida como la muerte, pero tengan compasión de nuestra pobre madre, anciana y enferma, si se lo llevan, la matarán”. Durante tres horas buscaron armas, a pesar de que el párroco les dijo: “Yo he defendido siempre a la Iglesia con todo menos con armas”. Cuando le dijeron que no le detendrían, “mi hermano les obsequió con vino y pastas”. Por la tarde, se negó a la propuesta de su hermana de dejar la casa rectoral, pero finalmente accedió, refugiándose las mujeres en casa Sisternes. Él se despidió de su madre: “Adeu mareta, si no ens veiem mes, fins el cel” (Adiós madrecita, si no nos vemos más, hasta el Cielo). Después, los sacerdotes escondieron el Santísimo en la capilla de los Dolores, previa exposición solemne y mini procesión. Allí dijo el párroco: “Señor, salvaos Vos, y salvadnos si ésta es vuestra santa voluntad”. Al salir, la radio anunciaba la rendición del general Goded.

Samsó llegó a las 22.30 a casa del matrimonio Ximenes Cuadrada, en la calle Enrique Granados (el Carreró). No pudo dormir en toda la noche. El 29 de julio, ante las noticias sobre muertes de sacerdotes, y recordando el consejo de Cristo de huir de una ciudad a otra ante la persecución, habló a la familia “de irse a Barcelona donde estaría más seguro al no ser tan conocido como aquí”. Acordaron salir el día siguiente poco después de las 5 de la mañana. El tren salía a las 6. Cuando faltaban diez minutos, recordaba Joaquín Ximenes, “vinieron unos milicianos que entraron en la sala de espera. Llegaron otros. Dos de ellos cargaron el arma y salieron al poco llevando en medio al Dr. Samsó como se lleva a un malhechor, y, atravesando el vestíbulo, se dirigieron a la calle Lepanto”.

Joaquín Mª de Nadal, secretario particular de Cambó, y dirigente de Acción Católica, que había sido detenido en Caldetas e ingresado en la cárcel de Mataró el 29 de julio, había pedido a Dios un sacerdote que le ayudase a bien morir. Cuando apareció Samsó, según escribiría, “yo sentí dentro de mí un hondo sobresalto: la muerte no podía estar lejos puesto que Dios me mandaba el sacerdote que la víspera le pedía. Cuando a las ocho de la mañana nos abrieron la portezuela que comunicaba con el patio, todos nos precipitamos a saludarle. Estaba sereno, tranquilo, sonriente. Le pedí confesarme. Se sentó en un poyo de piedra a un lado del patio. Fueron muchos los que sentaron después en aquel poyo y se levantaban transfigurados”.

El escolapio José María Sirés, preso también en la cárcel, confesó a Josep Samsó en la víspera de su muerte y recuerda que le dijo: “Dios me llama: oigo su voz y bendigo sus bondades. ¡Gracias, Señor, que así distingues a tu siervo. Tú eres la santidad, la justicia y el orden. Yo soy tu ministro que moriré por la fe, por la grey que me has confiado, por mis enemigos, por la Patria! Veo los cielos abiertos: una corona, una palma son el premio de los que en Ti esperan. ¡Señor, salva a tu pueblo, Señor, recibe mi alma!”. Algunos dirigentes del Frente Popular de Mataró presionaban al comité para salvar a Samsó, mientras otros les acusaban de ser poco justicieros. Pedían, según Salvador Nonell, “un acto que, por su repercusión, hiriese la fibra más sensible del pueblo cristiano mataronés, y con realismo diabólico supo escoger muy bien: Asesinando al rector arcipreste Dr. Samsó, simbolizaban su deseo de exterminio de toda la Iglesia Católica”.

En una sesión del ayuntamiento, la columna Malatesta, antes de salir para el frente, exigía la entrega de los 33 presos de la cárcel para sacrificarlos. La contraoferta fue que, en lugar de ellos, muriera uno sólo, el Dr. Samsó, pues, dada su personalidad y representación eclesiástica, su repercusión pública sería máxima. El Comité acabó aceptando. Y eso que tenían en la cárcel al secretario del fundador de la Lliga Regionalista, odiada por los anarquistas como representante de la burguesía opulenta y explotadora. Lo cierto es que Samsó, rezando el rosario con los presos, había dicho: “¡Dios sobre todo!, si tiene que morir alguien, yo seré el primero, pero no me preocupa, pues es la voluntad divina”. Efectivamente, los otros 32 se salvaron.

Según Esteva Albert, el objeto de la ejecución no sería tanto enardecer como intimidar a los propios miembros de la columna Malatesta, reclutada por la CNT, o en todo caso reforzar a unos líderes frente a otros, ya que “corrió la voz de que los milicianos se negaban a partir, si antes no se ejecutaba al arcipreste Dr. Samsó. Bachs, y Layret, antiguos miembros de la Congregación Mariana y de la Federació de Joves Cristians, que militaban en L’Estat Català fueron a Mataró a hablar con el alcalde Salvador Cruxent (de ERC, había proclamado el Estat Catalá el 6 de octubre de 1934) y con el jerifalte cenetista Juan Peiró para que se respetase la vida de aquel sacerdote. Domingo Girones (también Congregante, Fejocista, y miembro de Nosaltres Sols, íntimo amigo del Dr. Samsó, del que su familia cuidaba de su comida en la cárcel) hizo otra gestión semejante. Cruxent y Peiró intentaban oponerse a quienes pedían la muerte de Samsó”.

A las 11 de la mañana del 1 de septiembre, el Lancia conocido como el coche fantasma con que se hacían los paseos, se detenía ante la cárcel de Mataró. Junto a tres milicianos se apearon policías del Comité de Salut Pública que tutelaba al Gobierno municipal. Los policías exhibieron la autorización oficial por la que el director del centro Sr. Llisorgas, hasta entonces protector de la vida del preso José Samsó, debía entregárselo. Sabiendo que iban a matarle, pidió que lo hicieran en el cementerio parroquial desde cuya explanada podría despedirse de su querida Santa María y de su ciudad. Al salir de la cárcel dijo: “¡Gracias a Dios! Ahora podré unirme a los míos!”. Un patrullero contó que “al llegar a la explanada dirigió un discurso a los que debían ejecutarle. Hasta que al fin uno de los milicianos dijo: Basta ya, que aun nos convencerá, y fue ejecutado.” Jaime Ferrando Grau, antiguo monaguillo, y un amigo suyo, vieron cómo Samsó subió las escaleras y le preguntaron “si quería le vendaran los ojos, a lo que respondió que quería morir de cara a su ciudad. Entre los que le ejecutaban había uno (el cadiraire) que con mucha frecuencia pasaba por su despacho pidiéndole limosna. Al verle el Dr. Samsó le dijo: ¿Tú también?” Un miliciano contó “que era tanta la entereza del Dr. Samsó ante la muerte, que los del piquete no se atrevían a disparar. Nadie disparaba. Nadie lo quería matar. Hasta que uno del piquete dijo que sería una vergüenza volverle vivo a Mataró. De los tres milicianos uno solo disparó, dándole de lleno en el cráneo, destrozándole el ojo derecho y causándole la muerte”. El que disparó se apodaba el geperut (el jorobado) y contó que el sacerdote les decía: “abrazadme, que yo os perdono”. El geperut se negó a abrazarle porque “si lo llego a abrazar no lo habríamos matado”. Al recibir la descarga cayó, y uno con una pistola le dio el tiro de gracia en la cabeza.

Esa tarde fue subiendo gente al cementerio a honrar el cadáver del Dr. Samsó. El yerno del dueño de la funeraria se arriesgó a tomar una foto del difunto, entregando la cámara a la conserje del cementerio que la sacó oculta entre la ropa. Tomás Lladó, joven encargado del traslado de cadáveres, llegó antes que los demás, se arrodilló, le besó en la frente y rezó una oración, pidiendo perdón por sí y por Mataró. Le desabrochó el cuello de la camisa y le retiró la cadena con cuatro medallas y los gemelos de los puños, que se guardó en el bolsillo. El médico forense levantó el cadáver y certificó que solo había dos orificios de entrada de bala. Sor Carmen Plana y otras feligresas, recogieron en un pañuelo tierra mezclada con su sangre.

El periódico vespertino Llibertat, órgano del Comité local antifascista, salía antes de las 19 horas, por lo que el mismo día 1 de septiembre, insertó la siguiente noticia: “LA COLUMNA MALATESTA SALE DE MATARÓ HACIA EL FRENTE. A las dos y media de la tarde ha salido del cuartel la columna Malatesta, compuesta por milicianos y compañeros de todo el Maresme. Precedía a la columna un auto blindado. Seguía una sección de la Cruz Roja, la Banda Municipal sin uniforme y aumentada con profesores del Sindicato Musical, dirigida por el maestro Llorá. Venía detrás todo el contingente de la columna, muy bien equipada y con muchas banderas de la C.N.T. Al llegar al Ayuntamiento la banda ha tocado La Internacional en medio de grandes ovaciones y vivas a la Libertad, a la C.N.T., a la F.A.I. y mueras al fascismo. Hecho el silencio ha hablado un representante de la FAI, el cual ha dicho que esta mañana se ha comenzado a hacer justicia fusilando de cara al ex-rector de Santa María”.


Juan Peiró, que llegaría a ser ministro en Madrid, formaba parte del comité de Mataró, pero no estuvo en la sesión del 31 de agosto. Cuando al día siguiente le comunicaron el fusilamiento, se enfureció: “¡Asesinos, este hombre era mío, ladrones, me lo habéis robado!”. Ya a solas, y sin el peligro de ser considerado pusilánime, confesó a su interlocutor: “Esto no es una revolución, es un conjunto de asesinatos, y pensar que algunos me culparán a mí de esta muerte. ¡Y era una buena persona!”. Ello no obsta que el día 5, en Llibertat, escribiera en un artículo titulado La Columna Malatesta a Casp: “La Iglesia, a través de los siglos, ha sido siempre aliada de los tiranos, ha sido actora de todos los hechos criminales, y es ella, en manos de los privilegiados, la que predica e impone a los pobres de espíritu, la sumisión a los poderosos y a los que se lo pasan bien. La destrucción de la Iglesia, es un hecho de justicia, porque la Iglesia representa un poder político, la finalidad del cual es la esclavización espiritual y social del pueblo”. Aún más explícito sería en su libro Perill a la Reraguardia: “El anatema general contra los mosqueteros con sotana, y los requetés engendrados a la sombra de los confesonarios, fue tomado al pie de la letra: se ha perseguido y exterminado a todos los sacerdotes y religiosos únicamente porque lo eran. La destrucción de la Iglesia es un acto de justicia. Matar a Dios, si existiera, al calor de la revolución cuando el pueblo, inflamado por el odio justo, se desborda, es una medida muy natural y muy humana”.