12.08.13

Mi batalla era y es contra el liberalismo teológico

A las 6:19 PM, por Luis Fernando
Categorías : Sobre el autor, Apologética católica, Secularización interna de la Iglesia
 

En breve se cumplirá el 14 aniversario del regreso de mi esposa y yo a la Iglesia Católica. Tuvo lugar en octubre del año 1999. Yo había dejado de ser protestante evangélico -lo fui durante 8 años y medio- unos meses antes y en ese periodo de tiempo estuve muy cerca de convertirme en cristiano ortodoxo. Hablo en primera persona porque la madre de mis hijos no pasó por esa etapa “intermedia". Dado que ya he escrito el relato de mi peregrinaje espiritual en esa etapa de mi vida, no tiene mucho sentido que vuelva a contarlo detalladamente.

Sin embargo, sí me parece oportuno compartir algunas reflexiones. Paseando con mi mujer estos días por las calles de Huesca -estamos en plenas fiestas de San Lorenzo- hicimos memoria de las personas con las que compartimos esos años como evangélicos. Algunos nombres, no las caras, empiezan a perderse en el cajón del olvido. Fueron años intensos dado que pertenecíamos a una comunidad eclesial relativamente pequeña, de entre 30-40 personas, lo cual ayudaba bastante a que nos sintiéramos como en familia. Seguimos guardando un inmenso cariño al que era entonces nuestro pastor -ya ha dejado el “ministerio"-, un norteamericano con un gran corazón y que fue fundamental a la hora de ayudarnos a que nos mantuviésemos unidos. Pocas personas -incluidos familiares y amigos- daban algo por el futuro de nuestra relación pero Dios tenía la sana intención de que la nuestra fuera una familia cristiana. Con todos los defectos y pecados que se quiera -y que fueron y son muchos- pero cristiana. Que hoy llevemos más de 25 años juntos es debido en buena medida a esa etapa de nuestras vidas.

Como protestante recuperé y profundicé en eso que suele llamarse “relación personal con el Señor". Estudié la Biblia como nunca antes lo había hecho, aunque he de decir que siendo pequeño me gustaba leer los evangelios y, curiosamente, el libro del Apocalipsis, con el que me imaginación volaba entre copas de la ira y jinetes “justicieros". Era lo que se conoce en el ámbito evangélico como un “cristiano nacido de nuevo". De hecho, llegué a rebautizarme por inmersión en las Lagunas de Ruidera, en Ciudad Real.

Dios tuvo el inmenso amor para conmigo de darme la gracia suficiente como para no caer jamás en el error del protestantismo liberal. Muy al contrario, desde un primer momento tuve claro que el liberalismo teológico era la puerta abierta a la plena apostasía. No hay cosa más patética en este mundo que ser un cristiano mundanizado. Y dentro de esa mundanización está no solo llevar una vida penosa en la parte moral, sino ser víctima de ese engendro doctrinal por el que la Palabra de Dios es considerada como una fulana a la que se puede maltratar, cual si estuviéramos ante un texto escrito solo por voluntad humana con apenas un ligero barniz de aporte divino. El fundamentalismo literalista -p.e, estuve muy cerca de convertirme en un creacionista- es un peligro evidente, pero en mi opinión no hace, ni de lejos, tanto daño como el liberalismo. Si hoy como católico tengo mucha más “comunión” con un protestante conservador que con un católico liberal no es tanto debido a que fui evangélico durante casi diez años de mi vida como al hecho de que el Señor nunca permitió que viera su Palabra con los ojos de los Rudolf Bultmann de turno que hay tanto en el protestantismo como en el “católicismo".

Y, sin embargo, llevo años constatando que ese liberalismo teológico hace hoy mucho más daño al catolicismo que al protestantismo. Si ese cáncer arrasa la Biblia, ni les cuento lo que hace con la Tradición y el magisterio de la Iglesia. El beato Henry Newman, que fue fundamental para que hoy sea católico y no ortodoxo, expresó en pocas palabras lo que era y es el leitmotiv de mi vida como cristiano:

Mi batalla era contra el liberalismo; y por liberalismo entiendo el principio antidogmático y sus consecuencias… Desde los quince años, el dogma ha sido el principio fundamental de mi religión. No conozco otra; no puedo hacerme a la idea de otra especie de religión; la religión como mero sentimiento es para mí un sueño y una burla. Sería como haber amor filial sin la realidad de un padre, o devoción sin la realidad de un ser supremo…
Apologia pro vita sua, J.H.Newman

Nadie debe pensar que esas palabras indican que ser cristiano es algo alejado al “sentimiento”. Como he dicho antes, la “relación personal” con Dios es algo que tuve desde pequeño y que recuperé en mi vida como protestante. Y sin ella hubiera sido literalmente imposible que hoy fuera de nuevo católico. Ahora bien, fiarse solo de los sentimientos, de lo que emana del propio corazón, es muy peligroso. La fe que Dios nos ha dado no es algo para el mero consumo personal sino que tiene una dimensión comunitaria irrenunciable.

Como protestante es fácil retrotraerse al siglo XVI, en el que está la fuente de donde emanan los principios que configuran la condición de cristiano evangélico. Y a pesar de la ruptura con la Tradición milenaria anterior y posterior de la Iglesia, el protestante “conservador” tiene bastante en común con los cristianos anteriores a la mal llamada Reforma. Dicha ruptura no está tan presente entre los ortodoxos y, al menos en teoría, está absolutamente ausente dentro del catolicismo. Digo en teoría porque luego en la práctica he comprobado que un buen número de católicos de hoy en día están mucho más lejos de los padres de la Iglesia que la práctica totalidad de los protestantes evangélicos. La hermenéutica de la ruptura que tanto éxito mundano ha tenido tras el Concilio Vaticano II no supone solo una ruptura con el catolicismo preconciliar sino con cualquier cosa que huela a cristianismo.

Curiosamente, el cristianismo ortodoxo se ha visto libre casi por completo de cualquier tendencia liberal en sus filas. Esa era una de las cosas que más me atraía de ellos. Me preguntaba cómo era posible que sin Papa hubieran podido evitar que la plaga bultmaniana hubiera anidado entre patriarca, popes, staretzs y monjes. Hoy tengo la impresión de que la inmovilidad litúrgica ayuda bastante a los ortodoxos a mantenerse fieles a su identidad cristiana, pero erraría quien creyera que basta con la liturgia para parar a ese monstruo teológico. La absoluta falta de desarrollo doctrinal entre los ortodoxos es también una especie de vacuna contra el liberalismo, pero al mismo tiempo es una señal de ruptura con la Tradición del primer milenio. Nuevamente el beato Newman es la clave, al menos para mí, a la hora de entender por qué la Iglesia Católica es la heredera legítima de la Iglesia fundada por Cristo hace veinte siglos. Es en ella donde la semilla de la fe entregada de una vez para siempre a los santos ha germinado en un corpus doctrinal y moral perfecto, que es herramienta para la santificación de sus hijos. Prefiero vivir mi fe en el marasmo del postconcilio que en el remanso del Monte Athos. Y ya no es que lo prefiera. Es que Dios me quiere en su Iglesia y me concede el don de permanecer en ella.

¿Qué espero del futuro de nuestra Iglesia en los próximos años o décadas? Pues sinceramente, no tengo ni idea de lo que ocurrirá. Hace un tiempo pensaba que la crisis postconciliar desaparecería sola, vía solución “biológica”. Es decir, creía que cuando desapareciera la generación que fue protagonista de la crisis de secularización interna que hemos sufrido, las aguas volverían a su cauce. Y en realidad, no queda mucho tiempo para que dicha generación pase a mejor vida, pero tengo la sensación de que la Iglesia no tiene los anticuerpos necesarios para librarse completamente del virus liberal. O si los tiene, están como aparcados, aislados y sin que quienes los pueden poner en marcha parezcan dispuestos a que ejerzan su labor desinfectante. Medio siglo permitiendo que la heterodoxia campe casi a sus anchas entre el pueblo de Dios dejan una huella que no puede borrarse así sin más. Además, puede que entremos en una fase en la que lo “pastoral” tenga todavía mucho más peso que las cuestiones doctrinales, de manera que se levante aún más la mano a la hora de hacer caso a los apóstoles en su petición de combatir a los malos maestros dentro de la propia Iglesia.

El dragón del liberalismo (también lo llamo progre-eclesialismo), que se pensaba derrotado, puede levantarse sobre su lecho para echar su veneno flamígero por su boca. Está anciano pero todavía tiene capacidad para hacer mucho daño. Le da lo mismo que desde la cúpula de la Iglesia se enseñe buena doctrina. Lo que desea es que se le permita contaminar las almas mediante la ausencia de disciplina doctrinal y moral interna. En pocos meses vamos a ver si logra su objetivo o se muestra incapaz de causar el desastre que provocó décadas atrás.

De lo único que podemos estar seguros es que las puertas del Hades no prevalecerán. O Cristo regresa ya, o antes o después el Señor levantará un Magno para poner fin a una pesadilla que ya dura demasiado tiempo y que se ha llevado por delante millones de almas. Porque lo que hoy está en juego no es menos importante que poner fin al drama del latrocinio de Éfeso o al desastre del Cisma de Occidente. Nos jugamos, una vez más, preservar la Iglesia en la fidelidad a Cristo, a su Palabra y a la Tradición. Y eso solo puede hacerse cum Petro et sub Petro.

Luis Fernando Pérez Bustamante