14.08.13

¿Qué les ha hecho Dios?

A las 12:05 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Hacer como si Dios no existiera es una forma muy conseguida de ceguera además de ser algo absolutamente inútil.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Dios siempre nos busca

Personas de demostrada inteligencia y pensamiento lúcido llevan mucho tiempo escribiendo sobre esto. Se han dado cuenta de una verdad que es, para un católico, triste y para alguien que sea consciente de lo que supone tal realidad, muy preocupante.

Aquellos que, como el que esto escribe, han bebido espiritual e intelectualmente de las fuentes de la verdad y han concluido que, en efecto, no dicen falsedad alguna sino que, en todo caso, muestran de forma exacta lo que hoy día está aconteciendo (aunque tenga un origen más o menos lejano o en un tiempo más o menos duradero), nos ponemos en la situación en la que nos encontramos y no podemos, por menos, que llevarnos las manos a la cabeza y, también, al corazón.

Nos dicen, y estamos totalmente de acuerdo en ello, que las naciones otrora cristianas, grandemente cristianas y evolucionadas en aplicación de principios cristianos, se están olvidando (súbditos cristianos incluidos) de Dios y lo están alejando de sus vidas como si se tratara de la peste o alguien a quien se quiere lejos, bien lejos. Y que a más riqueza en las mismas, más mundanidad y que a más mundanidad, más relativismo y más alejamiento o abandono de Dios Padre Todopoderoso.

Esto lo hacen como si nada en la existencia de las mismas y de sus súbditos tuviera que ver con Dios o nada, de nada, tuviera que relacionarse con el Creador. En fin… como si ellas mismas, naciones apóstatas de hecho, se hubieran formado a sí mismas y a sí mismas se hubieran dado el orden y la ley sin tener nada que ver ni con la que es divina ni con la voluntad de Dios.

Sin embargo, los cristianos, aquí católicos, sabemos que no somos de este mundo. Pero también sabemos que vivimos en el mundo y que, por eso mismo, no podemos hacer como si, en realidad, aquí no estuviéramos para nada. Estamos y hay que demostrar que estamos y no tener a Dios como Alguien alejado de nosotros como si no quisiera saber nada de nuestras vidas (Él, que las ha creado todas y una a una ha dado libertad y otros muchos dones imposible de citar aquí) y como si, al fin y al cabo, importase poco tenerlo en cuenta, siquiera, porque gracias al Creador la Tierra es la Tierra y el ser humano, el ser humano.

Estamos en el mundo porque Dios está en nosotros no siendo nosotros Dios mismo. Así se deduce de lo escrito por San Pablo en el capítulo 12 de su Segunda Epístola a los Corintios. Dice allí (8-10) que

“Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: ‘Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza’. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte”.

Por lo tanto, al igual que le pasaba a San Pablo, nos basta la gracia de Dios y, con ella, caminamos por este mundo teniendo como destino la vida eterna y, así, somos hijos del Creador que se glorían de serlo. Y sabemos que lo somos.

A este respecto, en la Audiencia que el Papa emérito Benedicto XVI tuvo el 13 de junio de 2012 dijo algo que es importante y que nos debería ayudar a vivir en el mundo aún no siendo del mundo y, por lo tanto, no olvidando nunca a Dios. Dijo, por ejemplo, que

“En un mundo donde hay el riesgo de confiar únicamente en la eficiencia y el poder de los medios humanos, en este mundo estamos llamados a redescubrir y dar testimonio del poder de Dios que se comunica en la oración, con la que crecemos cada día en configurar nuestra vida a la de Cristo, el cual –como él mismo dice-, ‘fue crucificado en razón de su flaqueza, pero está vivo por la fuerza de Dios. Así también nosotros: somos débiles en él, pero viviremos con él por la fuerza de Dios sobre ustedes’ (2 Cor. 13,4).”

Por lo tanto, estamos, además, en el mundo, para darnos cuenta de que, precisamente, Dios nos puso en él. Tal forma de ver las cosas que nos pasan colaborarán, en efecto, en darnos cuenta de que las tribulaciones por las que pasemos o las asechanzas que el Maligno utilice contra nuestra fe y nuestra relación con Dios.

Pero es que, además,

“La mística no lo ha alejado de la realidad, por el contrario, le dio la fuerza para vivir cada día para Cristo y para construir la Iglesia hasta el fin del mundo en ese momento. La unión con Dios no aleja del mundo, sino que nos da la fuerza para permanecer de tal modo, que se pueda hacer lo que se debe hacer en el mundo. Incluso en nuestra vida de oración podemos, por lo tanto, tener momentos de especial intensidad, en los cuales quizás, sintamos más viva la presencia del Señor, pero es importante la constancia, la fidelidad en la relación con Dios, especialmente en las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento, de aparente ausencia de Dios. Sólo si estamos aferrados al amor de Cristo, estaremos en grado hacer frente a cualquier adversidad como Pablo, convencidos de que todo lo podemos en Aquel que nos fortalece (cf. Flp. 4,13). Así que, en la medida de que damos espacio a la oración, más veremos que nuestra vida cambiará y será animada por la fuerza concreta del amor de Dios.”

Orar, por lo tanto, es manifestación de reconocer la importancia de Dios en nuestra ordinaria existencia y, por tanto, de su presencia en el mundo, creado por Él y mantenido, hoy mismo, por Él.

Esto que dijo entonces el Papa alemán tiene relación más que directa con nuestra existencia como ciudadanos del mundo pero, también, como destinados especialmente a la vida eterna, también por voluntad de Quien tanto se quiere olvidar. Así, estar con Dios (la mística de la que habla el Santo Padre) no hizo que san Pablo se sintiese de tal forma urgido a abandonar este mundo que viviese como si no viviese en Él. Muy al contrario le sucedió porque le hizo sentirse con obligación exacta y muy personal de evangelizar y transmitir que, si bien, esta vida es importante es mejor la que tiene que venir tras dejar este valle de lágrimas.

En efecto, si todo lo hacemos teniendo en cuenta a Dios que, como dice la Epístola a los Filipenses (4, 13) nos conforta, lo más lógico es esperar de nosotros, los que nos consideramos hijos de Dios (¡y lo somos! como dice san Juan en 1 Jn 3, 1) que traslademos al mundo la necesidad de tener en cuenta nuestro ahora pero poniendo el corazón en nuestro mañana, postrimerías mediante.

Estamos, pues, aquí, para ser y, también para reconocer que nos importa este muy y todas las criaturas que en él puso Dios con su sabiduría y su misericordia. Pero también para dar a entender con aquello que hacemos o decimos, que Dios, nuestro Padre, Padre Nuestro, está por encima de todas las realidades mundanas que se nos puedan ofrecer para distraernos de nuestro propio destino al que, por cierto, estamos urgidos a mirar.

No somos, pues, de este mundo (porque Dios nos creó desde la eternidad y a ella estamos destinados) pero mientras en él estemos diremos con la fuerza necesaria como para que se nos pueda oír, que aquí estamos en espera de ser llamados a la Casa del Padre. Con eso nos basta y nos sobra y lo demás es, como diría santa Teresa (en sus Moradas Primeras, capítulo primero, de “Las moradas del castillo interior”) aquello que “se nos va en la grosería del engaste u cerca de este castillo, que son estos cuerpos”.

Dios, que es Padre y Misericordioso y que nunca olvida a su creaturas siempre tendrá en cuenta que nosotros hagamos otro tanto al respecto de no olvidarlo. Bien merecido lo tiene pues nosotros, aún estando en el mundo sin ser del mismo lo estamos por su santa voluntad.

Y todo esto me ha venido al corazón porque he leído que Suiza quiere hacer todo lo posible para que la palabra “Dios” desaparezca de su himno nacional. Lo quieren sustituir por algo así como “democracia” o “solidaridad” o algo por el estilo.

Se nota que, además, olvidan que también el poder viene del mismo Dios a quien quieren preterir de sus existencias. Y eso, que se lo dijo Jesús al gobernador que lo envió al Calvario, es tan cierto como entonces.

¡Ah!, y seguirá siéndolo siempre porque Dios, en efecto, nunca olvida a quienes ha dado la vida, la existencia y el ser mismo por mucho que haya quienes quieran mirar para otro lado como si Dios no los viera allí donde ponen sus intereses.

¡Y que después de lo dicho por Jesucristo acerca de la salvación o la condenación eterna, haya personas que hagan como si nada!

Eleuterio Fernández Guzmán