19.08.13

 

Pongámonos en situación. Misa del domingo vespertina en una ciudad española. Como es la última del día, acuden personas que no han podido cumplir el precepto dominical esa mañana. Algunos llegan tarde, pero cuando llega la hora de leer el evangelio, más de la mitad de los asientos en los bancos del templo están ocupados. Todos escuchan la homilía del sacerdote. Y entonces empieza “lo bueno": “El Dios del Antiguo Testamento era terrible y causaba miedo a los fieles“, “la Iglesia ha ocultado durante muchos siglos el verdadero rostro misericordioso del Padre“, etc, etc.

Ese día los fieles han tenido suerte. En otras homilías han tenido que escuchar cosas peores. En cierta ocasión, un “fundamentalista” se levantó y salió de la Misa durante el tiempo que duraba la predicación. Prefirió hacer eso antes que plantarse ante el cura para refutarle sus errores ante el resto de los presentes, causando un notable escándalo.

El obispo -o arzobispo si fuera el caso- de la diócesis sabe muy bien lo que ese sacerdote piensa y dice. Conoce su aversión por el magisterio de la Iglesia en muchos puntos. Es consciente de que en sus homilías da rienda suelta a sus opiniones particulares. Y sin embargo, no hace nada. Le permite seguir siendo sacerdote y seguir contaminando la fe de los fieles que el Señor ha encomendado a su cuidado pastoral.

Ahora bien, hace décadas los fieles sabían distinguir bien el error. Si un cura les hubiera dicho que el cuerpo de Cristo podía haber sido pasto de los gusanos -frase literal pronunciada en una Misa-, le habrían sacado a gorrazos del templo. Si otro hubiera negado la virginidad perpetua de María, no habría tenido calles del pueblo o de la ciudad para correr. Hoy, sin embargo, la mayor parte consume los errores doctrinales de los heterodoxos como el que se toma un refresco en el bar. Décadas y décadas sin combatir el error han dejado a gran parte del pueblo de Dios sin los anticuerpos necesarios para no enfermar espiritualmente hablando.

Los que viven más o menos cerca de otras parroquias donde el sacerdote es un buen predicador, lo tienen fácil. Van a la Misa del cura católico y no a la del hereje. Pero como ya he dicho, cada vez son más los que no saben distinguir si hay o no herejía en una homilía. Y si lo saben, no quieren líos. Acuden a Misa, cumplen con el precepto dominical, y de vuelta a casa hasta la semana siguiente. Y con ese bagaje espiritual viven años y años.

Por supuesto, son multitud los curas que no hacen esto que estoy contando. Este artículo no va contra ellos. Pero díganme ustedes de alguien que no conozca al menos a un sacerdote que sí lo hace. No es suya la culpa. Es de quien se lo consiente.

Estos días atrás he escrito varios artículos señalando casos escandalosos de religiosos que se mofan de la fe de la Iglesia. La reacción de muchos de los comentaristas, tanto en el blog como en las redes sociales donde participo, ha sido una mezcla de estupor e indignación. Los fieles que viven agradecidos a Dios por haber recibido el don de la fe están muy hartos de ver como esa fe es pisoteada por personas consagradas sin que nadie haga nada para impedirlo.

Y yo pregunto: ¿qué es peor? ¿pisotear físicamente un crucifijo o pisotear en el púlpito de un templo católico la doctrina de la Iglesia sobre la cruz? ¿Qué es peor? ¿pisotear una hostia consagrada o pisotear en un púlpito la doctrina católica sobre el sacrificio eucarístico? ¿Qué es peor? ¿blasfemar abiertamente con un “me c…” o blasfemar en un púlpito acusando al Dios del Antiguo Testamento de ser un tirano opresor?

Muchos fieles no saben qué hacer. Pocos cuentan un blog que sea leído por miles de personas. Y además no todo el mundo sabe escribir sobre cuestiones teológicas, litúrgicas, etc. Es decir, ni siquiera pueden desahogarse denunciando lo que ven mal en la Iglesia.

El papa Francisco pide que la Iglesia no sea autorreferencial, que salga a las periferias, que no nos quedemos mirándonos al ombligo. Pero si muchos apenas logran sobrevivir a un cuidado pastoral nefasto, ¿cómo van a ser instrumentos de evangelización de los que están fuera? ¿cómo irán a predicar al Cristo de la fe mientras dentro les predican herejías?

La evangelización no puede partir de un sentimentalismo populista sin raigambre en la fe que nos ha sido transmitida en los últimos veinte siglos. Para predicar al Cristo verdadero, la Iglesia tiene que librarse de quienes dentro de ella predican a un Cristo falso. ¿Vamos a llevar la salvación fuera mientras dejamos que muchos se condenen dentro, por la falta de determinación para obedecer a los apóstoles a la hora de combatir a los falsos maestros?

La Iglesia ha sobrevivido y sobrevivirá a persecuciones violentas e incluso a la propagación de las herejías fuera de ella. Pero no sobrevivirá a la apostasía interna que la consume por la falta de ejercicio de la autoridad apostólica. Que no se engañe nadie. Allá donde no se combate el error interno, la Iglesia retrocede y es sustituida por otras opciones espirituales. Lo estamos viendo en Europa, lo vemos también en el continente americano y lo veremos en todo el mundo. Por eso hoy, más que nunca, cabe decir: Reforma o apostasía.

Luis Fernando Pérez Bustamante