22.08.13

 

Pónganse ustedes en la tesitura de ser una madre católica que ve como uno de sus hijos empieza a salir con homosexuales. Obviamente no para jugar al fútbol, al mus o al ajedrez. Se acerca a un obispo de la Iglesia Católica, ¿y con qué se encuentra? Con que el obispo le dice: “Pues condénate tú misma, porque tu hijo se formó así en tu vientre… ese niño empezó a ser lo que es desde tu vientre. Así que eres tú la perversa primera".

Bien, es evidente que el tratamiento que ha de darse a los homosexuales no es el de comportarse con ellos como si fueran escoria que hay que limpiar. Antes de las recientes palabras de Francisco, Benedicto XVI, siendo cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, fue muy clarito:

Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen.

Pero eso es tan cierto como lo siguiente (negritas mías) que aparece en el Catecismo:

2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.

2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.

2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.

Hay que ser muy obtuso, por decirlo suavemente, para arremeter contra una madre que ve que su hijo se lanza por una pendiente de inmoralidad sexual poco recomendable. Lo lógico es que un obispo le diga que debe acogerlo con respeto, compasión y delicadeza, pero al mismo tiempo debe señalarle que los actos homosexuales son pecado y que para ser un buen cristiano ha de comportarse castamente.

Y un obispo tampoco puede dar por hecho que se nace homosexual, cuando el propio catecismo indica que no está nada claro cuál pueda ser el orígen psíquico de la homosexualidad y cuando hay un debate sobre esa cuestión. Puede que a él le convenzan más las tesis del lobby gay sobre esa materia. Pero no puede utilizarlas como arma arrojadiza contra una madre preocupada por la salud espiritual de su hijo.

Más grave me parece lo que dice el obispo sobre las enseñanzas de la Escritura acerca de la homosexualidad. ¿Acaso le parece que ya no tienen vigencia? ¿quizás piensa que debemos aceptar como normal lo que el Catecismo llama expresamente una inclinación “objetivamente desordenada"? El propio Benedicto XVI ratificó esa enseñanza en una carta dirigida a todos los obispos, ya citada, lo que supone que también debe de ser leído y acatado por el de Saltillo. Dijo el Papa:

Es necesario precisar, por el contrario, que la particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada como objetivamente desordenada.

Dijo también Benedicto XVI:

En fin, en continuidad perfecta con la enseñanza bíblica, en el catálogo de aquellos que obran en forma contraria a la sana doctrina, vienen explícitamente mencionados como pecadores aquellos que efectúan actos homosexuales (cf. 1 Tim 1, 10).

¿Acepta o rechaza Mons. Vera la enseñanza del Magisterio de la Iglesia?

Usar al Papa Francisco, que se limitó a recordar precisamente lo que el Catecismo enseña, para justificar su lamentable actuación ante esa madre, es impropio de un obispo católico. Y en el caso de Mons. Raúl Vera, llueve sobre mojado. Se da además la circunstancias de que no es un simple cura o religioso. Es sucesor de los apóstoles. Ese dato añade gravedad al asunto. No podemos tener obispos que repitan las tesis de los que pretenden que la Iglesia acepte la práctica de la homosexualidad como ordenada, inevitable y moralmente intachable.

De todas formas, ¿qué se puede esperar de un obispo que acude al evento más importante de los heterodoxos en España? ¿Qué pinta un obispo católico en un congreso donde participan las abortistas “Católicas por el Derecho a decidir"?

Luis Fernando Pérez Bustamante