26.08.13

 

No, no me refiero a misas con rosquillas y calimocho, versos de Tagore y la hermana Veneranda repartiendo gominolas. Eso se supone que ya lo deberíamos tener superado.

La misma celebración de la eucaristía, la fetén, la que es fiel a la liturgia y al misal, la mismísima misa del domingo, la que no tiene nada que reprocharse en lo litúrgico, lo pastoral o doctrinal, no cabe duda de que se hace diferente según quién sea el celebrante. Porque D. Manuel es de misa rezada, homilía de cinco minutos, y en poco más de media horita podéis ir en paz. D. Justo no sabe entenderse sin predicar por debajo de los quince o veinte minutos y los tiempos de silencio los alarga, alarga, alarga… El P. Senén es de cantos personales: kiries, gloria, diálogo del prefacio, prefacio, palabras de la consagración, aclamaciones, sanctus, agnus… Y al P. Juan le encanta que se cante en cada momento y si no tiene coro se lo hace él mismo.

Ya ven. Sin poder decir que nadie haga cosas raras, entre la misa de D. Manuel, el P. Senén y el P. Juan se perciben notables diferencias. Y como para gustos se hicieron los colores, hay gente a la que le encanta su misa rezada y breve, y otros que prefieren cantos y solemnidad. Para algunos una homilía de cinco minutos es una bendición, y hay otros que los domingos buscan una homilía solemne y larga. Es decir, que cada celebrante y cada estilo tienen sus “fans”.

A mí no me parece mal. Rafaela prefiere la misa rezada y Joaquina con cantos. Juan es de homilía cortita y Teresa de solemnidades. Trini se emociona con el incensario mientras que Pepe no lo soporta. Pues como todas estas posibilidades caben, cada cual acuda donde mejor se encuentre. Pero para eso se necesita una cierta estabilidad en las misas para evitar que los fieles puedan llevarse sorpresas.

Recuerdo una gran iglesia de religiosos donde generalmente la misa de la tarde del domingo se la turnaban dos sacerdotes parecidos: misa rezada, homilía breve y en torno a los treinta y cinco, treinta y siete minutos. El rector, que tenía su guasa, cada seis siete semanas, encargaba esa misma misa a otro sacerdote, misionero muchos años en Hispanoamérica, que cantaba todo y pronunciaba unas homilías interminables, de forma que la cosa no bajaba de la hora o más. Pues hombre, no hay derecho, las cosas como son. Un va a su misa de cada domingo y cuando empieza dice: caramba, nos tocó el P. Tal, hoy una hora. Y yo que había quedado en recoger a mi suegra en cuarenta minutos…

No estaría mal que hubiese en las parroquias e iglesias abiertas al culto una cierta estabilidad en la misas. Por ejemplo, la primera misa, rezada y más bien breve. La de los niños y familias a tal hora. La misa parroquial, cantada y más solemne, a tal otra, la de la tarde de esta forma. Lo que no puede ser es que te vayas a la misa parroquial, la solemne de siempre, y sea una misa de quince minutos y a todo correr. Ni que acudas a la primera misa para darte de bruces con los coros y danzas y la homilía de veinte minutos del P. Manolo. No es serio.

No sé si me explico…