27.08.13

Un amigo de Lolo - Conscientes hijos de Dios

A las 12:06 AM, por Eleuterio
Categorías : General, 2012 Año de la Fe, Un amigo de Lolo

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

La nueva forma de amar a Dios es la de siempre: teniendo fe en su Palabra que es la nuestra.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Presentación

Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Conscientes hijos de Dios

“Nacimiento: ‘hijo’; bautismo: ‘hijo de Dios’ ”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (1008)

Desde el mismo momento de la fecundación somos hijos de nuestros padres y cuando nacemos confirmamos que, en efecto, lo somos, ahora de forma, digamos, palpable.

Tal realidad es tan importante para el ser humano que sin la misma de nada sirve lo demás: si no hay nacimiento, nada será de nosotros; si no hay entrada en la vida común, nuestros derechos como hijos escasamente tienen vigor.

Pero hay una realidad que es superior, espiritualmente, al nacimiento puramente físico.

De ser católicos nuestros padres deviene una realidad que se ha de producir lo antes posible: somos bautizados y, desde tal momento, considerados hijos de Dios.

Aunque es verdad que hijos de Dios lo somos desde que el Creador pensó en nosotros en la eternidad, lo bien cierto es que, humanamente hablando, es tras nuestro bautismo, Sacramento esencial para el desarrollo de la vida espiritual del hijo de Dios, cuando nos consideramos, somos, espiritualmente, descendencia divina.

Cualquiera podría decir que, en tal caso, el resto de la humanidad que no sea católica o, por extensión, cristiana, no podría considerarse hija de Dios. Sin embargo, más bien podemos decir que, siéndolo, no es consciente de que lo es y eso, se diga lo que se diga, es una gran pérdida pues siempre es bueno saber que se tiene algo bueno aunque Quien lo da sepa que lo tiene y sea, también, misericordioso y bueno con tal humanidad.

Pero, en fin, con el bautismo pasamos a ser miembros de la Iglesia católica, en el caso que así sea, y, por obra y gracia de Dios, hijos suyos conscientes de que lo somos.

Es bien cierto que el conocimiento de ser hijos de Dios nos lo dan los años, la enseñanza que recibamos al respecto y, sobre todo, la propia conciencia de serlo. Y, desde entonces, desde tal conciencia, hacer tal realidad bien nuestra es cosa, claro, de cada uno de nosotros pues el Creador nos libera, si así lo queremos, de tan gozosa realidad.

Pero ser hijos de Dios, conscientes de serlo, debería producir en nosotros una especie de estado de euforia espiritual de difícil igualación por otro estado de cosas en nosotros. No puede, no hay, nada más importante que saber que somos lo que somos e hijos de Quien lo somos pues sólo así podremos caminar hacia el definitivo Reino de Dios dando, a diestra y a siniestra, prueba de que gozamos con saber de nuestra filiación divina.

Filiación divina, filiación divina… tan importante es darnos cuenta de esto y de que, acto seguido, nuestro Padre nos ha reservado una estancia (que Cristo prepara) para nosotros. Y que tal estancia no es en alquiler sino en propiedad personal para cada uno de nosotros. Y que, además, dura para siempre.

¿Para siempre?, pues ¿acaso nos hemos parado a pensar lo que eso significa, frente a la fugacidad de esta vida terrena, que la vida eterna nunca termine, ni el gozo ante la presencia de Dios?

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán