30.08.13

 

Me ha resultado llamativo el número de comentarios, correos e intervenciones por diversos portales que ha suscitado mi post “Vegetarianos por el derecho a decidir”. Me sorprende por una parte el poco sentido del humor de bastantes personas. En cuanto intentas escribir poniendo una pizca de ironía hay gente que pierde los papeles. No faltan tampoco los que califican textos así de fundamentalistas e insisten en la necesidad de ser siempre más flexibles en nuestras posturas. Puede ser. Aunque yo soy de esos que creen que es bueno saber cómo son las cosas precisamente para que nadie tome el pelo al prójimo. Cosas mías.

Igual que puse como ejemplo lo de “vegetarianos por el derecho a decidir”, hoy se me ocurre lo de “filólogos por la libertad de cátedra, por una normativa liberal y liberalizadora”. ¿Se imaginan?

En todo lo tocante a la lengua española tenemos una autoridad indiscutible que es la Real Academia de la Lengua. La Academia y los académicos son los encargados de cuidar nuestro idioma, dictar las normas, definir qué palabras incluir en el diccionario y sus significados. Es la Academia la que decide qué palabras se acentúan, cuáles no, la ortografía de los vocablos, las reglas gramaticales. Se supone que los filólogos lo que hacen es tratar de sacar adelante su trabajo como investigadores, docentes, escritores o lo que sea. Desde luego un servidor, ya saben de mis rarezas, lo que jamás haría sería contratar como profesor a un filólogo por la libertad de cátedra, que desde sus personales liberalidades afirme que las reglas ortográficas son optativas, los tiempos verbales aproximados, la colocación de acentos una forma de fomentar la creatividad y las mayúsculas y minúsculas pura cuestión estética.

Si yo fuera director de colegio y me encontrara con unos escritos de mis alumnos plagaditos de faltas de ortografía, sin una redacción medianamente inteligible, y hablando con ellos desconocieran figuras de nuestra literatura como Cervantes, Quevedo, Azorín, Lorca, los Machado, Aleixandre o Cela, si además resulta que estos muchachos no solo aprueban sino que sacan nota en cada examen de lengua y literatura, evidentemente que el profe sale por pies del colegio. Por supuesto que llegarían voces del sector crítico reivindicando la libertad de cátedra, la no rigidez de la norma y la libertad del alumno para escribir de acuerdo con sus propias convicciones mientras se critica con fuerza el conservadurismo de los académicos, una panda de viejetes, y se propone que sean los partidos políticos los que designen a los académicos posiblemente más sensibles al mundo actual.

En España, lo de ir abiertamente contra alguna norma gramatical, en concreto prescindir de la letra g, solo se le toleró a un escritor: Juan Ramón Jiménez. Fue premio nobel de literatura. Una futesa.

Pues eso, Juan Ramón Jiménez, no el primer emborrona cuartillas del momento. Y vuelvo a decir que cualquier parecido con la vida de la Iglesia es mera coincidencia.