11.09.13

La escuela concertada católica a la deriva

A las 9:27 AM, por Cartas al director
Categorías : Cartas al Director

 

“Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Todo un coro infantil
va cantando la lección:
mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón”

Este conocido poema de Antonio Machado nos describe una de las funciones fundamentales que debe tener todo centro escolar: la transmisión del conocimiento. Si además ese centro de enseñanza es católico, es decir es parte de la Iglesia, su misión evangelizadora quedará patente en todo momento, pues tal y como nos recuerdan nuestros obispos “los profesores (consagrados o laicos) que trabajan en la escuela católica ejercen un ministerio eclesial al servicio de la comunidad católica local y en comunión con el Ordinario diocesano”.

Pero, hete aquí, que en no pocos colegios concertados católicos las cosas son sustancialmente distintas a lo que deberían ser y los niños no cesan de escuchar y repentizar, entre otros cientos de cosas, el Nuevo Catecismo Eco-panteista de los Objetivos del Milenio. Año tras año, alumnos de estos colegios se ven sometidos a memorizar casi a machamartillo estos preceptos paganos revelados en la Sede de Naciones Unidas de Nueva York. Estos nuevos mandamientos fueron esculpidos en la Declaración del Milenio y hacen referencia a la erradicación de la pobreza, la educación primaria universal, la igualdad entre los géneros, la mortalidad infantil y materna, el avance del VIH/sida y la sostenibilidad ambiental.

La creencia por parte de muchas instituciones de enseñanza católica de que este camino de glorificación a la ONU nos lleva a un Paraíso en la Tierra ha sido acogida de manera tan entusiasta que en muchos casos ha relegado la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, pues es del todo imposible que un cristiano pueda compatibilizar el Reino de Dios con objetivos que incluyen la generalización del aborto (“salud reproductiva”), la esterilización temporal o definitiva, y la imposición de la perspectiva de género, por citar sólo algunos de los fines más evidentes de este Nuevo Edén. Así las cosas, no debería sorprendernos que en un colegio concertado católico, de cuyo nombre no quiero acordarme, al ser planteado como divertimento pedagógico a los alumnos un hipotético dilema de escoger entre la vida de una ballena y la de un bebé opten en abrumadora mayoría por salvar al simpático cetáceo.

Vemos que se siembra viento y se recogen tempestades; pues, ¿de qué tipo de autoridad se puede revestir a un docente después de haber ejercido éste o parecidos adoctrinamientos ideológicos sobre sus alumnos? Los profesores saldrán irremisiblemente desautorizados de esta inconsciente aventura. No se puede pedir al Sistema Educativo, tal y como señala el Informe McKinsey -interpretativo del Pisa- que los alumnos alcancen una calidad que no poseen los propios formadores. De la misma manera, nada se puede esperar de aquellos centros en donde los responsables de ceñirse la antorcha de la evangelización se dedican a quemar con ella los muros de la Iglesia.

La “emergencia educativa” de la que nos prevenía hace poco el Santo Padre es una realidad aunque muchos la nieguen con obcecación y se empeñen en seguir remando en la tormenta. “En nuestras escuelas, ¿es tangible la fe?”, se pregunta con insistencia Benedicto XVI. Pues en muchos casos, desgraciadamente, no.

Esta patología del sistema educativo que, junto con otros factores, tiene que hacer por fuerza metástasis en una Escuela Concertada Católica que desde hace tiempos va hacia la deriva y con ello lastra a las Órdenes Religiosas y, en definitiva, al Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia.

La solución no es tan sencilla como la que se nos viene repitiendo con la eterna cantinela de que el niño no respeta al profesor. No, no sólo es eso; pues en primer lugar, el profesor debe ganarse el respeto y la admiración de sus alumnos. No bastará con investir de autoridad, a golpe de tricornio, a personas que han dimitido de ella; auctoritas procede del verbo latino augere que significa “hacer crecer” y ¿realmente, alguien puede pensar que este tipo de comportamientos fomenta el crecimiento del ser humano?

En estas circunstancias cualquier escenario futuro es posible, incluida la desaparición de este tipo de escuela que no cumple los fines fundamentales para lo que fue creada: la evangelización. Asestando en su caída un golpe mortal a las Órdenes Religiosas, que podrían plantearse la propia supervivencia; “no debemos olvidar que en el primer milenio cristiano había solo sacerdotes seculares y monjes: todas las familias religiosas aparecieron sólo a partir del segundo milenio. Frailes y monjas no existieron durante muchos siglos, por tanto, podrían no existir en un futuro”, nos recordaba hace tan sólo unos meses Vittorio Messori. Si bien ésta puede ser una hipótesis extrema, no por ello deja de ser factible, pues, ya se sabe, si los sarmientos se apartan de la vid, que es Cristo y su Iglesia, el sarmiento se seca.

Urge, por tanto, en la Escuela Concertada Católica no sólo la necesidad de una transmisión de los conocimientos objetivos, libres de toda ideología, sino también, de una Nueva Evangelización hacia dentro de la Iglesia, de manera que el mensaje de Cristo llegue con fidelidad a nuestros hijos. De lo contrario, a similitud de la narración del Libro de Jonás, el cachalote de la mundanidad engullirá definitivamente ese barco a la deriva en el que se ha convertido estas instituciones en su continuo bregar hacia las playas del humanismo cristiano “light”. Jonás, al principio, tampoco quería predicar a donde lo enviaba Dios y tomó por su cuenta un barco que se dirigía a Tarsis. El Señor, para hacerle entrar en razón, mandó una terrible tormenta en el mar. El barco comenzó a hundirse y los marinos asustados, al enterarse que la causa de la tormenta era la desobediencia de Jonás, lo tiraron por la borda deseando aplacar la ira de Dios.

La tormenta está servida y los “jonases” siguen sobre las tarimas.

Tarareos de “mil veces ciento, cien mil; /mil veces mil, un millón” y rezos de padrenuestros o avemarías, es decir, conocimientos libres de ideología y apologética católica deberían ser los únicos rumores que se vertiesen desde las aulas a los pasillos de estos centros educativos de la Iglesia.

Emiliano Hernández