ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 14 de septiembre de 2013

La frase del día

"Es signo de mayor gloria asesinar a las guerras con la palabra que a los hombres con las armas, y conquistar la paz con la paz y no con la guerra".

San Agustín (354 - 430) 

 


El papa Francisco

Francisco: Solo con oración y las lágrimas se puede penetrar en el gran misterio de la Cruz
Durante la misa en Santa Marta recordó que Cristo se alzó en ella solo después de abajarse

Santa Sede

Carta del papa con motivo de la beatificación del Cura Brochero
Francisco ve en él un modelo de párroco "con olor a ovejas". Desde hoy recibe la veneración pública de los argentinos y del mundo.

Designan al enviado especial a las celebraciones por el XXV aniversario de la canonización de san Roque González
El cardenal brasileño Cláudio Hummes representará al santo padre en el Paraguay

Mirada al mundo

Chile: «La reconciliación no se impone por decreto sino que brota de un corazón misericordioso»
Mensaje de los obispos en los 40 años del golpe de Estado

Cardenal Cipriani: «Que no se haga una caricatura del matrimonio»
El arzobispo de Lima habló sobre las uniones del mismo sexo, el celibato sacerdotal y el encuentro del papa con el padre Gutiérrez

Siria en la cruz en la fiesta de la Cruz
Reflexión de un misionero redentorista libanés

¿Quién fue el beato Cura Brochero?
Un evangelio vivo entre los pobres. «¡Ya el diablo me va a robar un alma!», era su frase.

Santa María

Septiembre: un mes mariano
María, Reina de la Paz es una advocación para nuestros días

Cultura

Laicidad, Cristianismo, Occidente: un perfil histórico
Un nuevo aporte del Observatorio Cardenal Van Thuân

Teología y música: una sinfonía olvidada
El cifrado musical del misterio cristiano

SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA

Exaltación de la Santa Cruz
«La señal del cristiano, único camino para conquistar la unión con la Santísima Trinidad, condición puesta por Cristo para seguirle. Motivo de gozo y esperanza, signo de nuestra salvación»

Flash

Perú: Ceprofarena ofrece capacitación en promoción y defensa de la vida
Las inscripciones están abiertas


El papa Francisco


Francisco: Solo con oración y las lágrimas se puede penetrar en el gran misterio de la Cruz
Durante la misa en Santa Marta recordó que Cristo se alzó en ella solo después de abajarse

Por Redacción

ROMA, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - El misterio de la Cruz es un gran misterio para los seres humanos, al cual solo puede aproximarse en la oración y en las lágrimas: esto es lo que ha dicho la mañana del sábado el papa durante la misa celebrada en Santa Marta, el día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz .

En el misterio de la Cruz --dijo el papa en la homilía--, encontramos la historia del hombre y la historia de Dios, sintetizados por los Padres de la Iglesia en la comparación entre el árbol del conocimiento del bien y del mal, en el Paraíso, y el árbol de la Cruz:

"Ese árbol había hecho tanto mal y este árbol nos lleva a la salvación, a la salud. Perdona aquel mal. Este es el camino de la historia del hombre: un camino para encontrar a Jesucristo, el Redentor, que da la vida por amor. En efecto, Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él. Este árbol de la Cruz nos salva, a todos nosotros, de las consecuencias de ese otro árbol, donde comenzó la autosuficiencia, el orgullo, la soberbia de querer conocer –nosotros--, todo, según nuestra mentalidad, de acuerdo con nuestros criterios, incluso de acuerdo a la presunción de ser y de llegar a ser los únicos jueces del mundo. Esta es la historia del hombre: desde un árbol a otro".

En la cruz está también "la historia de Dios" --dijo el papa Francisco-- "para que podamos decir que Dios tiene una historia”. Es un hecho que, "Dios ha querido asumir nuestra historia y caminar con nosotros": se ha abajado haciéndose hombre, mientras nosotros queremos alzarnos, y tomó la condición de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte en la Cruz, para levantarnos:

"¡Dios hace este camino por amor! No hay otra explicación: solo el amor hace estas cosas. Hoy miramos la Cruz, historia del hombre e historia de Dios. Miremos esta Cruz, donde se puede probar aquella miel de aloe, aquella miel amarga, la dulzura amarga del sacrificio de Jesús. Pero este misterio es tan grande, que nosotros solos no somos capaces de ver bien este misterio, no tanto para entender --sí, entender..., sino sentir profundamente la salvación de este misterio. En primer lugar, el misterio de la Cruz. Solo se puede entender un poco de rodillas, en la oración, pero también a través de las lágrimas: son las lágrimas las que nos acercan a este misterio".

"Sin llorar, un llanto en el corazón –enfatizó Francisco--, no se podrá “jamás comprender este misterio". Y "el llanto del arrepentido, el llanto del hermano y de la hermana que ven tanta miseria humana" y la ven en Jesús, pero "de rodillas y llorando" y "nunca solos, nunca solos!".

"Para entrar en este misterio, que no es un laberinto pero se parece un poco, siempre tenemos necesidad de la Madre, de la mano de la mamá. Que ella, María, nos haga escuchar cuán grande y cuán humilde es este misterio; tan dulce como la miel y tan amargo como el aloe. Que sea ella la que nos acompañe en este viaje, no puede hacerlo nadie más que nosotros mismos. ¡Alguien debería hacerlo! Con la madre, llorando y de rodillas" .

Traducido y adaptado por José A. Varela del texto original de Radio Vaticana.

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Santa Sede


Carta del papa con motivo de la beatificación del Cura Brochero
Francisco ve en él un modelo de párroco "con olor a ovejas". Desde hoy recibe la veneración pública de los argentinos y del mundo.

Por Francisco papa

CIUDAD DEL VATICANO, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - El santo padre dirigió una carta al presidente de la Conferencia Episcopal Argentina con ocasión de la multitudinaria ceremonia de beatificación del presbítero José Gabriel Brochero (1840-1914), celebrada este sábado 14 en la Villa Cura Brochero en Córdoba, por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

Ofrecemos a continuación el texto íntegro del papa, en la que destaca la figura pastoral del "Cura gaucho", el octavo argentino en ser declarado beato y el primero beatificado por Francisco.

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Excmo. Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
BUENOS AIRES.-

Querido hermano:

Que finalmente el Cura Brochero esté entre los beatos es una alegría y una bendición muy grande para los argentinos y devotos de este pastor con olor a oveja, que se hizo pobre entre los pobres, que luchó siempre por estar bien cerca de Dios y de la gente, que hizo y continúa haciendo tanto bien como caricia de Dios a nuestro pueblo sufrido.

Me hace bien imaginar hoy a Brochero párroco en su mula malacara, recorriendo los largos caminos áridos y desolados de los 200 kilómetros cuadrados de su parroquia, buscando casa por casa a los bisabuelos y tatarabuelos de ustedes, para preguntarles si necesitaban algo y para invitarlos a hacer los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. Conoció todos los rincones de su parroquia. No se quedó en la sacristía a peinar ovejas.

El Cura Brochero era una visita del mismo Jesús a cada familia. Él llevaba la imagen de la Virgen, el libro de oraciones con la Palabra de Dios, las cosas para celebrar la Misa diaria. Lo
invitaban con mate, charlaban y Brochero les hablaba de un modo que todos lo entendían porque le salía del corazón, de la fe y el amor que él tenía a Jesús.

José Gabriel Brochero centró su acción pastoral en la oración. Apenas llegó a su parroquia, comenzó a llevar a hombres y mujeres a Córdoba para hacer los ejercicios espirituales con los padres jesuitas. ¡Con cuánto sacrificio cruzaban primero las Sierras Grandes, nevadas en invierno, para rezar en Córdoba capital! Después, ¡cuánto trabajo para hacer la Santa Casa de Ejercicios en la sede parroquial! Allí, la oración larga ante el crucifijo para conocer, sentir y gustar el amor tan grande del corazón de Jesús, y todo culminaba con el perdón de Dios en la confesión, con un sacerdote lleno de caridad y misericordia. ¡Muchísima misericordia!

Este coraje apostólico de Brochero lleno de celo misionero, esta valentía de su corazón compasivo como el de Jesús que lo hacía decir: «¡Ay de que el diablo me robe un alma!», lo movió a conquistar también para Dios a personas de mala vida y paisanos difíciles. Se cuentan por miles los hombres y mujeres que, con el trabajo sacerdotal de Brochero, dejaron el vicio y las peleas. Todos recibían los sacramentos durante los ejercicios espirituales y, con ellos, la fuerza y la luz de la fe para ser buenos hijos de Dios, buenos hermanos, buenos padres y madres de familia, en una gran comunidad de amigos comprometidos con el bien de todos, que se respetaban y ayudaban unos a otros.

En una beatificación es muy importante su actualidad pastoral. El Cura Brochero tiene la actualidad del Evangelio, es un pionero en salir a las periferias geográficas y existenciales para llevar a todos el amor, la misericordia de Dios. No se quedó en el despacho parroquial, se desgastó sobre la mula y acabó enfermando de lepra, a fuerza de salir a buscar a la gente, como un sacerdote callejero de la fe. Esto es lo que Jesús quiere hoy, discípulos misioneros, ¡callejeros de la fe!

Brochero era un hombre normal, frágil, como cualquiera de nosotros, pero conoció el amor de Jesús, se dejó trabajar el corazón por la misericordia de Dios. Supo salir de la cueva del «yome-mi-conmigo-para mí» del egoísmo mezquino que todos tenemos, venciéndose a sí mismo, superando con la ayuda de Dios esas fuerzas interiores de las que el demonio se vale para encadenarnos a la comodidad, a buscar pasarla bien en el momento, a sacarle el cuerpo al trabajo.

Brochero escuchó el llamado de Dios y eligió el sacrificio de trabajar por su Reino, por el bien común que la enorme dignidad de cada persona se merece como hijo de Dios, y fue fiel hasta el final: continuaba rezando y celebrando la misa incluso ciego y leproso.

Dejemos que el Cura Brochero entre hoy, con mula y todo, en la casa de nuestro corazón y nos invite a la oración, al encuentro con Jesús, que nos libera de ataduras para salir a la calle a buscar al hermano, a tocar la carne de Cristo en el que sufre y necesita el amor de Dios. Solo así gustaremos la alegría que experimentó el Cura Brochero, anticipo de la felicidad de la que goza ahora como beato en el cielo.

Pido al Señor les conceda esta gracia, los bendiga y ruego a la Virgen Santa que los cuide.

Afectuosamente,

FRANCISCO

Vaticano, 14 de septiembre de 2013

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Designan al enviado especial a las celebraciones por el XXV aniversario de la canonización de san Roque González
El cardenal brasileño Cláudio Hummes representará al santo padre en el Paraguay

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - El papa Francisco ha nominado al cardenal Cláudio Hummes, OFM, prefecto emérito de la Congregación para el Clero, como su enviado especial a las celebraciones conclusivas del 25° aniversario de la canonización de san Roque González de Santa Cruz y compañeros martirés, que se llevarán a cabo en Asunción el próximo 15 de noviembre de 2013.

El Paraguay cuenta con tres santos mártires canonizados el mismo día por Juan Pablo II, es decir el 16 de Mayo de 1988. Uno de ellos es san Roque González de Santa Cruz, (1576-1628), jesuita, nacido en Asunción y fundador de varias reducciones o centros de misión.

También comparten la gloria de los altares sus compañeros Alonso Rodríguez Olmedo (1598-1628), mártir jesuita español, destinado a las misiones en el Paraguay; y Juan del Castillo (nacido en 1595), de origen español también misionero en dicho país, muerto como mártir a mano de los nativos.

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Mirada al mundo


Chile: «La reconciliación no se impone por decreto sino que brota de un corazón misericordioso»
Mensaje de los obispos en los 40 años del golpe de Estado

Por Redacción

SANTIAGO, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - El presidente de la Conferencia Episcopal de Chile (CECh), monseñor Ricardo Ezzati, SDB, dio a conocer este 9 de septiembre el Mensaje del Comité Permanente del Episcopado con relación a los 40 años del Golpe de Estado.

Según información divulgada por la CECh, el también arzobispo de Santiago respondió las preguntas de los medios de comunicación y se refirió al tema del perdón, argumentando que esta acción "no es solo un tema de fe, sino también algo muy humano". En este sentido, señaló que "si la Iglesia tiene que pedir perdón, se hace y se debe hacer todos los días".

Respecto a lo ocurrido el 11 de septiembre de 1973, el presidente de la CECh recordó que tanto la Iglesia, los obispos y en especial el cardenal Raúl Silva Henríquez, "han asumido una tarea gigantesca de reconciliación y de suplencia a tantas falencias en el camino de los derechos humanos".

“Siempre, la medida que el Evangelio nos propone es una medida grande propuesta a personas que somos limitadas. Sin duda alguna se ha hecho mucho. ¿Qué se ha podido hacer mucho más?, ciertamente", afirmó monseñor Ezzati.

En cuanto al papel más específico de la Iglesia en materia de derechos humanos, el arzobispo de Santiago recordó que el Comité Pro Paz y después la Vicaría de la Solidaridad, no solamente han realizado un trabajo directo de atención a las víctimas, sino que también han podido ofrecerles al país una gran cantidad de documentación sobre personas desaparecidas, los que siempre han estado a disposición de la justicia.

En este contexto, destacó el servicio que la Iglesia sigue prestando a Chile, al mantener abierto, todos los días y a todas las personas, el archivo de la Vicaría.

A continuación ofrecemos el texto de los obispos chilenos.

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40 años después del Golpe de Estado: tareas pendientes
Mensaje del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile

1. Recordamos los 40 años del golpe de Estado, un momento doloroso de la historia chilena cuyas heridas no han terminado de cicatrizar.

2. En estas últimas semanas, las causas y las consecuencias de la acción militar de 1973 han sido objeto de diversos análisis. En el actual contexto pre-electoral, lamentablemente parecieran más fuertes las recriminaciones y acusaciones que la necesaria autocrítica y gestos de encuentro que el país agradece y valora.

3. Más allá de las diversas y legítimas lecturas de los hechos, como Pastores de la Iglesia queremos recordar esta fecha desde una mirada a la dignidad de la persona humana. Precisamente motivada por este valor fundamental, la Iglesia católica junto a otras Iglesias cristianas debieron asumir, en un momento en que se abandonó el diálogo razonable, un rol preponderante en la defensa de los derechos humanos y el amparo a compatriotas perseguidos. Nada justifica los atropellos a la dignidad de las personas cometidos a partir del 11 de septiembre de 1973.

4. Verdad, justicia y reconciliación: es el camino que hemos propuesto para una vida digna y una convivencia humanizante. Más que nunca, seguimos creyendo en esta vía, a pesar de las dificultades que se le oponen. Es el camino que Jesús ofrece para alcanzar una Patria grande de hermanos y hermanas. La reconciliación no se impone por decreto sino que brota de un corazón misericordioso. Es nuestra convicción que pequeños gestos personales e institucionales pueden ser vitales para ayudar a sanar heridas y contribuir a una verdadera reconciliación.

5. Nos duelen las lágrimas de todos estos años, como dolía a los Obispos el 13 de septiembre de 1973. Ellos pedían respeto. También lo hacemos hoy, 40 años después. Sólo desde el respeto al otro podremos construir de un modo fraterno la memoria, para desde ella poder levantar la mirada y trabajar con renovada esperanza por el porvenir de nuestra patria.

6. Hacemos nuestro el clamor del papa Francisco: “no es la cultura de la confrontación, la cultura del conflicto, la que construye la convivencia en los pueblos y entre los pueblos, sino esta: la cultura del encuentro, la cultura del diálogo; este es el único camino para la paz” (Angelus, 1 septiembre 2013).

EL COMITÉ PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE

+ Ricardo Ezzati Andrello
Arzobispo de Santiago
Presidente

+ Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Vicepresidente

+ Gonzalo Duarte García de Cortázar
Obispo de Valparaíso

+ Horacio Valenzuela Abarca
Obispo de Talca

+ Ignacio Ducasse Medina
Obispo de Valdivia
Secretario General

Santiago, 9 de septiembre de 2013.

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Cardenal Cipriani: «Que no se haga una caricatura del matrimonio»
El arzobispo de Lima habló sobre las uniones del mismo sexo, el celibato sacerdotal y el encuentro del papa con el padre Gutiérrez

Por Redacción

LIMA, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - En el programa radial "Diálogo de Fe" transmitido en vivo este sábado 14 de setiembre, el cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, se refirió al proyecto de Ley presentado la última semana ante el Congreso de la República que intenta reconocer la unión civil entre personas del mismo sexo.

“Es una ley de la que no estoy de acuerdo, no pienso que es una exclusión de nadie; el que quiere tener su relación (homosexual) tiene el derecho civil para que haga sus contratos, pero no hace falta que hagan la caricatura del matrimonio", declaró el alto prelado, según nota difundida por la oficina de prensa arquidiocesana. 

Celibato, tesoro del presbítero

En otro momento de su intervención, el arzobispo de Lima recordó que el celibato no es un dogma, pero que es un don de Dios muy importante para la vida del presbítero.

Ante este tema muy comentado en la prensa local debido a las recientes declaraciones del flamante secretario de estado vaticano, arzobispo Peitro Parolin, el cardenal Cipriani dijo que "cuando se habla del celibato sacerdotal, todos sabemos que no es un dogma. El celibato es un tesoro para el sacerdocio y es el motivo que atrae a millones de jóvenes a la vocación sacerdotal. Se está queriendo como generar una confusión", advirtió.

Explicó también que “en un mundo en que el relativismo y el hedonismo imperan, comprendo que la castidad y celibato brillan y tratan de socavarlo con todo tipo de ataques. La Iglesia proclama la castidad para todos y el celibato como una condición por el Reino de los Cielos, por un amor mayor".

"Somos apasionados de nuestro amor a Jesús, no somos solterones. Lo hacemos por una entrega mayor que vale la pena”, añadió.

La teología de Gustavo Gutiérrez

Durante su intervención radial, Cipriani hizo precisiones a raíz de la reciente reunión del papa Francisco en el Vaticano con el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, uno de los padres de la “Teología de la Liberación”.

“La Iglesia no acepta la lucha de clases marxista. La Iglesia siempre tuvo la opción preferencial de la pobreza con nombre y apellido, y fue objeto de un estudio profundo de una de las mejores cabezas, el papa Benedicto XVI", enfatizó.

Recordó que en la última conversación que tuvo con Gutiérrez, antes que este se vaya de Lima, le dijo que en su juventud tuvo planteamientos, que en su madurez sería bueno que vaya rectificando.

"Estudiando bien la instrucción de Ratzinger tenemos muy claro que los escritos de Gutiérrez tienen que corregirse", concluyó.

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Siria en la cruz en la fiesta de la Cruz
Reflexión de un misionero redentorista libanés

Por P. Fadi Sotgiu Rahi, C.Ss.R.

WITTEM, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - Aquí estamos a las puertas de la fiesta de la Exaltación de la Cruz, en la que nuestro Señor Jesucristo nos ha redimido y nos dio la salvación y la vida eterna.

La Cruz de Cristo era una condena, sin embargo, con su poder y la ayuda de Dios y el poder del Espíritu Santo, Él ha cambiado la condena a una gracia y anuló la muerte dando la vida por toda la humanidad.

En el Oriente, la gente está sufriendo y carga la cruz todos los días. La cruz siempre ha sido algo positivo para algunos y negativo para otros. Los discípulos de Jesús estaban desesperados viéndolo caminar por el Via Crucis y sobre la cruz; pero después de la resurrección han aprendido la importancia y el valor de la cruz.

La cruz que lleva Oriente

Los apóstoles, los primeros mártires, los santos sirios han llevado la cruz tras las huellas de su maestro Jesucristo. El mismo Oriente, el cristianismo, vive hoy la cruz de la emigración, de la guerra, de la muerte, de la destrucción y de la sangre de sus mártires cristianos sirios, que diariamente riega el campo de Dios para cultivar una fe más profunda en las próximas generaciones.

El sufrimiento del pueblo sirio es conocido por todo el mundo; mientras que otros luchan en Siria dando testimonio con su propio martirio, otros niegan su fe y otros visten aún el velo musulmán para salvarse de los terroristas. En el extranjero los sirios sufren por sus familiares en Siria y por las noticias que día día reciben de los medios de comunicación.

Recuerdo muy bien las historias de mi abuelo sobre la magnitud de la fiesta de la Exaltación de la Cruz en Siria, especialmente en la ciudad de Maalula, donde la semana pasada las cruces y las iglesias fueron incendiadas por musulmanes radicales.

¿Matar en nombre de Dios?

En las últimas semanas, todo el mundo vuelve su mirada hacia Siria y ora por la paz. Pero por desgracia los bombardeos y las masacres en este país se justifican por personas que se consideran a sí mismos del lado de Dios, de actuar en nombre de Dios.

Tanto amó Dios al mundo, que ha sacrificado a su propio Hijo para poder salvarlo. ¿Cómo se puede matar a un hombre que fue creado a su imagen y semejanza? Quien organiza la guerra o quien simplemente la apoya es sin duda una persona que no tiene conciencia y dignidad, ya que no conoce a Dios.

Todos nosotros somos hijos de la vida, porque hemos recibido la vida a través de la cruz, somos hijos de Dios porque somos libres, somos amigos de Jesús también en el sufrimiento.

Pero a pesar de nuestra fe, somos hermanos en la humanidad así que vamos a tratar de vivir en paz, con el fin de ser embajadores de la paz y decir: ¡Basta a la guerra en Siria!, en Oriente Medio y en el mundo.

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¿Quién fue el beato Cura Brochero?
Un evangelio vivo entre los pobres. «¡Ya el diablo me va a robar un alma!», era su frase.

Por Redacción

LIMA, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - Con motivo de la beatificación realizada este sábado 14 de septiembre del presbítero argentino José Gabriel Brochero, conocido como el Cura Brochero, ofrecemos a nuestros lectores una breve reseña biográfica ofrecida por el episcopado argentino, que permita acercarse más a esta figura relevante para la Iglesia latinoamericana y mundial, empeñada hoy en la Nueva Evangelización.

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Beato José Gabriel del Rosario Brochero 

Nació en los aledaños de Santa Rosa de Río Primero (Córdoba) el 16 de marzo de 1840. Era el cuarto de diez hermanos, que vivían de las tareas rurales de su padre. Creció en el seno de una familia de profunda vida cristiana. Dos de sus hermanas fueron religiosas del Huerto.

Habiendo ingresado al Colegio Seminario Ntra. Sra. de Loreto el 5 de marzo de 1856, fue ordenado sacerdote el 4 de noviembre de 1866. Como ayudante de las tareas pastorales de la Catedral de Córdoba, desempeñó su ministerio sacerdotal durante la epidemia de cólera que desbastó a la ciudad. Siendo Prefecto de Estudios del Seminario Mayor, obtuvo el título de Maestro en filosofía por la Universidad de Córdoba.

A fines de 1869 asumió el extenso Curato de San Alberto de 4.336 kilómetros cuadrados. Con poco más de 10.000 habitantes que vivían en lugares distantes sin caminos y sin escuelas. Incomunicados por las Sierras Grandes de más de 2.000 metros de altura. El estado moral y la indigencia material de sus habitantes eran lamentables. El corazón apostólico de Brochero no se desanima, sino que desde ese momento dedicara su vida toda no sólo a llevar el Evangelio sino a educar y promocionar a sus habitantes. Al año siguiente de llegar, comenzó a llevar a hombres y mujeres a Córdoba, para hacer los Ejercicios Espirituales. Recorrer los 200 kilómetros requería tres días a lomo de mula, en caravanas que muchas veces superaban las quinientas personas. Más de una vez fueron sorprendidos por fuertes tormentas de nieve. Al regresar, luego de nueve días de silencio, oración y penitencia sus feligreses iban cambiando de vida, siguiendo el Evangelio y buscando el desarrollo económico de la zona.

En 1875, con la ayuda de sus feligreses, comenzó la construcción de la Casa de Ejercicios de la entonces Villa del Transito (localidad que hoy lleva su nombre). Fue inaugurada en 1877 con tandas que superaron las 700 personas, pasando por la misma, durante el ministerio parroquial del Siervo de Dios, más 40.000 personas. Para complemento construyó la casa para las religiosas, el Colegio de niñas y la residencia para los sacerdotes. Con sus feligreses construyó más de 200 kilómetros de caminos y varias iglesias, fundó pueblos y se preocupó por la educación de todos. Solicitó ante las autoridades y obtuvo mensajerías, oficinas de correo y estafetas telegráficas. Proyectó el ramal ferroviario que atravesaría el Valle de Traslasierra uniendo Villa Dolores y Soto para sacar a sus queridos serranos de la pobreza en que se encuentran. "abandonados de todos pero no por Dios", como solía repetir.

Predicó el Evangelio asumiendo el lenguaje de sus feligreses para hacerlo comprensible a sus oyentes. Celebró los sacramentos, llevando siempre lo necesario para la Misa en las ancas de su mula. Ningún enfermo quedaba sin los sacramentos, para lo cual ni la lluvia ni el frío lo detenían. "Ya el diablo me va a robar un alma", decía. Se entregó por entero a todos, especialmente a los pobres y alejados, a quienes buscó solicitadamente para acercarlos a Dios. Pocos días después de su muerte, el diario católico de Córdoba escribe: "Es sabido que el Cura Brochero contrajo la enfermedad que lo ha llevado a la tumba, porque visitaba largo y hasta abrazaba a un leproso abandonado por ahí". Debido a su enfermedad, renunció al Curato, viviendo unos años con sus hermanas en su pueblo natal. Pero respondiendo a la solicitud de sus antiguos feligreses, regresó a su casa de Villa del Tránsito, muriendo leproso y ciego el 26 de enero de 1914.

Para escuchar el himno al Cura Brochero aquí

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Santa María


Septiembre: un mes mariano
Marí­a, Reina de la Paz es una advocación para nuestros días

Por Sor Agnese Scavetta MDR

ROMA, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - El mes de septiembre ha conocido el sincero llamado del Papa para la paz en Siria, en todo el Medio Oriente y el mundo entero: “¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra! La paz es un don demasiado precioso que debe ser promovido y tutelado... No es el uso de la violencia que lleva a la paz... la guerra llama a la guerra, la violencia llama a la violencia”. 

Nos unimos a la pregunta del Santo Padre: “¿Qué cosa podemos hacer nosotros por la paz en el mundo?” Oración, penitencia y ayuno, de siempre han sido las armas del pueblo de Dios para impetrar el don de la paz, a través de la intercesión de María, Reina de la Paz. 

En el mes de septiembre, la Liturgia presenta tres fiestas marianas, dos de las cuales ya hemos celebrado:

8 de septiembre, Nacimiento de María: el nacimiento de María es la esperanza de toda la humanidad, es ella que nos dona al Hijo de Dios, que enseña al hombre que la paz es el fruto del perdón. 

12 de septiembre, Santísimo Nombre de María: recuerda la batalla de Viena del 11 y 12 de septiembre de 1683, donde el ejército de la Liga cristiana, guiada por el Rey de Polonia, Juan Sobieski, quien contrarrestó el avance turco en Europa. La batalla fue ganada en nombre de María, el Beato Marco de Aviano, fraile capuchino y capellán de las armadas cristianas, hicieron poner una imagen de la Virgen de Loreto sobre cada bandera, mientras la incesante oración del Santo Rosario subía al cielo de parte de las mujeres, de los ancianos y los niños. 

15 de septiembre, Nuestra Señora de los Dolores: la madre de Dios ha conocido el dolor y la violencia de los hombres que los mataban al Hijo en la Cruz, pero ella, como el Hijo, en su corazón repetía: “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”. 

La Reina de la Paz asiste al mundo

Benedicto XV en 1918 como agradecimiento por el final de la Primera Guerra Mundial, encargó al escultor romano, Guido Galli, que realizara la estatua de María, Reina de la Paz, que todavía hoy se puede admirar en la espléndida Basílica de Santa María la Mayor en Roma. 

La Virgen María está colocada sobre un trono de mármol policromo, de la cabeza desciende un manto que se desplega en suaves ondas, los vestidos son largos, cerrado sobre el pecho hay un lazo, es adornada de un fino bordado tipo arabesco. 

Los ojos de la Virgen están dirigidos hacia abajo, su mirada es triste y severa. Ella alza la mano izquierda hacia lo alto y parece decir: “¡Basta! ¡Ya nunca más la guerra!”.

La mano derecha sostiene dulcemente al Niño Jesús que se encuentra de pie, Él espera una señal de la Madre para dejar caer una ramo de olivo que tiene en la pequeña mano derecha. Al pie del trono una paloma con las alas desplegadas, observa dicho ramo de olivo, lista para tomarlo al vuelo apenas el Rey Niño lo haya dejado caer. A la base del trono, rosas y lilis indican los frutos de la belleza y renovación que sólo la paz divina puede donar.

Contemplando la imagen de María, Reina de la Paz, desde lo profundo del corazón, unámonos al grito de toda la humanidad, implorando: “¡María, Reina de la Paz, ruega por nosotros!”.

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Cultura


Laicidad, Cristianismo, Occidente: un perfil histórico
Un nuevo aporte del Observatorio Cardenal Van Thuân

Por Mons. Giampaolo Crepaldi

TRIESTE, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - La relación de la fe cristiana, más específicamente de la fe católica, con Occidente tiene un carácter esencial. No pretendo con esto sostener que se dé una identidad entre Occidente y cristianismo ni que el cristianismo sea una categoría de la mentalidad occidental, ni que pueda existir como tal solo dentro de Occidente, geográfica, histórica o culturalmente entendido. Ante una reivindicación tan banal es fácil hacer notar —de forma igualmente banal— que el cristianismo nació en el Oriente mediterráneo y se ha difundido por todo el globo.

Me refiero, más bien, a que la relación con Occidente afecta la identidad misma del catolicismo. En otras palabras, que no es una contingencia en la historia del cristianismo. En esta relación están involucradas características no solo “occidentales” del cristianismo —de las que no puede separarse sin dejar de existir— sino aquellos elementos que se separaron históricamente de él y precisamente en occidente. De aquí el carácter problemático y paradójico de Occidente. De un lado el encuentro del cristianismo con Occidente fue “providencial”[1], plasmó la civilización occidental y en algunas épocas históricas —sobre todo en los siglos XII y XIII—, expresó de manera particularmente creativa una civilización cristiana[2], pero por otro lado y precisamente en Occidente se desarrolló un proceso de secularización que tiende progresivamente a debilitar el cristianismo en su capacidad de producir civilización. Solo en el contexto occidental se desarrolló por primera vez una «cultura que constituye la contradicción absolutamente más radical no solo del cristianismo, sino de las tradiciones religiosas y morales de la sociedad»[3]. De ahí la profunda ambigüedad de la categoría “Occidente” con relación al mismo catolicismo. La “fuerza” y “resistencia” del cristianismo encuentran en Occidente un campo de prueba decisivo.

El dogma católico y Occidente

Respecto de la influencia del catolicismo en la civilización occidental se ha dado frecuentemente una interpretación reductiva, en el sentido de pensarla simplemente como una influencia. Es como decir que el catolicismo ha influido sobre la civilización occidental con sus obras de caridad, con el arte, con la literatura, con las redes sociales signadas por la religión, con la coronación de los soberanos y así sucesivamente. Todo esto es verdadero, pero la relación profunda del catolicismo con occidente se refiere a los dogmas y es una expresión de la historicidad del dogma. Esta expresión –historicidad del dogma- no significa que el dogma evolucione históricamente en paralelo con la autoconciencia que tienen de él los fieles, esta es la visión modernista del asunto- sino quiere decir que el dogma siempre tiene un contenido histórico, real y no puede ser relegado al mito. El dogma nutre a la Iglesia y la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en la historia, Cuerpo que permanece para siempre[4]. Entre dogma y Cuerpo hay una unidad inseparable, por lo que el dogma no solo está presente en la conciencia del creyente, sino que es, por su naturaleza, historia y, por tanto, civilización. Ese es el realismo de la fe católica.

La Iglesia ha dado forma a la civilización cristiana occidental con sus dogmas, definidos en los concilios dogmáticos. Hay en nuestros días una subestimación general de la importancia de la doctrina en la vida de la Iglesia en favor de la práctica pastoral, que amenaza con ensombrecer aquel importante aspecto. Quisiera mencionar en este sentido dos ejemplos históricos. El primero se refiere a la Gnosis. La condena del Arrianismo y la definición de la naturaleza humana y divina de Jesucristo rebatieron la Gnosis, expresión del racionalismo helenístico. El proceso fue largo, implicó la labor de otros concilios y de los grandes Padres y Doctores de la Iglesia. Pero la partida no había sido ganada aún, dado que, junto a la Gnosis de los primeros siglos, existe una “Gnosis eterna”, pero, sin lugar a dudas, la lucha del dogma cristiano contra la Gnosis preservó a la civilización humana de la catástrofe del catarismo, del rechazo y a la vez exaltación de la materia, de la destrucción del matrimonio y la familia, del rechazo a la autoridad política. El dogma cristiano produjo frutos de civilización de la justa consideración del mal y del sufrimiento, defendiendo a Occidente del nihilismo. Mediante la defensa del Antiguo Testamento del ataque gnóstico se pudo preservar la visión positiva de la creación y la dimensión histórico-social de la fe cristiana. El bautismo a los niños, la oración por los muertos, el celibato sacerdotal, el culto a las imágenes: ¡cuántos beneficios trajeron a la civilización occidental que habrían sido todos eliminados de haber prevalecido la Gnosis! ¡Qué daño habría hecho el pauperismo, el pacifismo, el purismo radical de tipo gnóstico si se hubiera difundido sin frenos! Comentando sobre la batalla de Muret del 13 de setiembre de 1213, en la que Simón de Monfort, después de haber asistido a la Misa celebrada por Santo Domingo, con mil soldados puso en fuga al ejército aragonés que apoyaba a los albigenses con 40 000 hombres, Jean Guitton afirmaba: “Muret es una de aquellas batallas decisivas en las que se jugaba la suerte de una civilización. La mayor parte de historiadores olvidan extrañamente este hecho»[5].

El segundo ejemplo se refiere a Pío IX y la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María. La definición del dogma nacía de una lectura teológica de los eventos de la revolución liberal. Según Pío IX, todos los errores contemporáneos nacían de la negación del pecado original y, por tanto, también de la imposibilidad de conciliación entre Dios y el pecado. El fin de la vida debía ser el progreso del hombre y del mundo, el hombre moderno debía de convertirse en autónomo y autosuficiente, liberándose de la tutela de la Iglesia, la religión era solo útil al progreso civil y debía estar subordinada a éste. Negado el pecado original, sin embargo, no hay ya lugar para Cristo, la Iglesia y la gracia.

Frente a esta visión de las cosas, Pío IX quiso, en cambio, subrayar la incompatibilidad entre Dios y el pecado del mundo y que el fin principal del mundo y la historia no era la celebración del progreso humano sino la gloria de Dios. Y esto lo hizo proclamando el dogma de la Inmaculada Concepción de María “vencedora gloriosa de todas las herejías”.

Los hechos de violencia que tuvo que presenciar Pío IX formaban parte del designio de emancipar el orden natural del orden sobrenatural. Pío IX era del parecer que con este proyecto no se podía pactar, ni “catolizar”. He ahí, entonces, la génesis de la encíclica Quanta cura y del Syllabus, que no pueden separarse del profundo significado teológico de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, sino deben de ser vistos, junto con el Vaticano I, como una respuesta de Pío IX al pecado moderno. No es casualidad que los tres acontecimientos tuvieron lugar el 8 de diciembre: en 1854, la proclamación del dogma, en 1864, la Quanta cura y el Syllabus, y en 1869 la apertura del Vaticano I[6].

La construcción de la civilización occidental se produjo con los dogmas. El dogma era la principal fuente para hacer frente a la apostasía del cristianismo por parte de Occidente, porque incluso esa apostasía se había convertido en dogmática.

La secularización de Occidente

Puse a propósito un ejemplo tomado de los primeros siglos cristianos y uno de la modernidad. En el medio se encuentra la construcción de una civilización cristiana y luego el progresivo camino hacia una secularización cada vez más pronunciada. Teniendo en cuenta que, sin embargo, esta secularización ha sido atribuida por muchos al mismo cristianismo, las cosas se complican. Pero vayamos paso a paso.

Es tal vez poco conocido que la exaltación más entusiasta de la importancia de la Iglesia Católica para la civilización occidental se encuentra en la obra que, más que ninguna otra, ha teorizado una rigurosa y completa secularización de esta misma civilización. Me refiero al Cours de Philosophie positive de Auguste Comte.Karl Löwith, en su libro justamente famoso “Historia del mundo y salvación. Los presupuestos teológicos de la filosofía de la historia”, recoge las palabras elogiosas de Comte respecto al catolicismo[7]y sostiene que Comte aprecia en el sistema católico sobre todo la separación entre poder espiritual y temporal. Es decir, la laicidad. Del protestantismo, por el contrario, Comte pensaba que había favorecido «la emancipación del poder temporal y la subordinación del poder espiritual a los intereses nacionales»[8]. El catolicismo había fundado un orden, mientras el protestantismo «echó los cimientos de la filosofía revolucionaria moderna, proclamando el derecho de cada individuo al libre examen en todos los campos»[9]. La opinión de Comte era que «La degeneración del sistema europeo tiene una única causa, la degradación política del poder espiritual» y Karl Löwith comenta: «Pero si se piensa que, cada espíritu inmaduro quedó abandonado a sus propias decisiones, no deja de ser un milagro que la moral no haya desaparecido completamente»[10]. En su tiempo aún no había decaído completamente.

La obra de Karl Löwith que he utilizado aquí, explica de modo convincente cómo la filosofía de la historia de la modernidad, de Voltaire a Nietzsche, consiste en una progresiva secularización de los dogmas católicos Este proceso de secularización tiene en Comte un giro de gran interés. Él veía en el dogma católico la condición para la existencia del orden social según un principio de distinción entre poder temporal y espiritual, basado en el rol político del poder espiritual. Veía, también, que este equilibrio se había roto ahora porque después de la “revolución protestante” lo espiritual había abdicado de sus deberes sobre lo temporal y lo temporal se emancipó de lo espiritual. En Comte tenemos entonces al mismo tiempo el máximo encomio por la estructura histórica del catolicismo y su más radical negación a través del establecimiento de un principio también absoluto y radicalmente laico: el espíritu positivo.

Según Henri de Lubac, el positivismo de Comte es, entre las formas del humanismo ateo contemporáneo, la más radical en cuanto expresa una vida sin Dios, sin remordimientos ni pretextos y por eso tiene la misma fuerza motivadora de una religión capaz de construir un orden. Un orden sin Dios. Para de Lubac el proyecto era y es un fracaso[11]. Pero este no es el punto que nos interesa ahora. Nos interesa su carácter “dogmático”, es decir absoluta y radicalmente anticatólico. Por otra parte, si la construcción social de Occidente se debió a los dogmas católicos y su deconstrucción llegó mediante la secularización de los dogmas católicos, como Karl Löwith ha demostrado, el punto de inflexión decisivo debía llegar cuando también la secularización hubiese asumido carácter de dogma absoluto. Esto ocurrió con Comte, por lo que podemos decir que el positivismo es el dogma de la modernidad.

Sobre la supuesta irreversibilidad de la secularización

Me gustaría volver al comentario de Karl Löwith sobre la autonomía moderna del orden temporal del espiritual, ya citada líneas arriba: «Pero si se piensa que, cada espíritu inmaduro quedó abandonado a sus propias decisiones, no deja de ser un milagro que la moral no haya desaparecido completamente». Emerge aquí un punto decisivo de nuestra cuestión: ¿esta emancipación de lo temporal, esta sustitución de la salvación cristiana con el progreso, de la religión con la ciencia, produce una verdadera autonomía capaz de conservarse en el mismo nivel, o produce una “decadencia”? Löwith parece ser de esta última opinión, en el comentario examinado, considera milagroso que se haya podido mantener una forma, aunque débil, de moralidad después de esta separación.

La laicidad, entendida como distinción recíproca de la esfera temporal y de la espiritual, es un resultado histórico del cristianismo. Pero tal distinción no significaba separación y absoluta autonomía de lo temporal y lo espiritual, sino tenía lugar dentro de la civilización cristiana, es decir, dentro de un horizonte religioso. El soberano cristiano actuaba autónomamente, utilizando la prudencia política, es decir, ejercitando la libertad interna dentro de un sistema de verdad del que era garante última la Iglesia, que conservaba en los dogmas católicos también el patrimonio de la ley natural.

Con la modernidad, por el contrario, como hace notar Karl Löwith, se inicia una secularización cada vez más exigente que hace al plano temporal “capax sui”, autónomo en el sentido de absoluto, autosuficiente, en la capacidad de darse a sí mismo un sentido. Al principio ese sentido se tomó prestado de los dogmas cristianos, mediante su interpretación secularizante, pero luego fue reivindicado como propio y eso parece haber llegado sobre todo con Comte y el positivismo.

En 1968 apareció el libro “La teología del mundo”, de un teólogo alemán discípulo de Karl Rahner: Johann Baptist Metz. Anteriormente ya había escrito “Antropocentrismo cristiano”, donde había sostenido que la secularización había sido causada por el cristianismo y que por tanto era un hecho cristiano, para aceptarse y vivir como fruto del cristianismo y no para combatirlo como contrario a la fe cristiana. De esta manera, el proceso de secularización era interpretado como irreversible. En el nuevo libro, Metz sostenía que ahora, como consecuencia de la secularización, el mundo se había convertido en completamente mundano: «este es el mundo donde Dios no se encuentra»[12]. Según él, «por mucho tiempo —casi hasta el inicio del último concilio— la Iglesia ha seguido este proceso solo con resentimiento, considerándolo casi exclusivamente como una degradación y una falsa emancipación y solo muy lentamente ha tomado el valor para dejar devenir al mundo, en este sentido, mundano, y para considerar, por tanto, este proceso no solo como no contrario a las intenciones históricas del cristianismo, sino como un hecho determinado también por impulsos históricos más profundos de este cristianismo y de su mensaje»[13].

A mi parecer no es correcto asumir que la secularización positivista derive del cristianismo mismo, ni se puede aceptar que sea el destino de la historia. La irreversibilidad de la secularización es un dogma positivista, que deriva de una lectura ideológica de la historia, la comtiana de la ley de los tres estadios, para la cual la humanidad habría evolucionado del estadio religioso al metafísico y de éste al positivo, en forma, de hecho, irreversible.

¿Cuáles son los motivos últimos por los que la secularización positivista no puede ser vista como consecuencia del cristianismo, ni puede ser considerada irreversible?

El primer motivo es que el positivismo no puede presentarse más que como una religión. Lo hemos visto más arriba: la secularización se convierte en propiamente tal cuando no se limita a ser una reformulación inmanente de los dogmas católicos, sino cuando se separa completamente de la tradición cristiana y se propone a sí misma como principio absoluto. Mientras que Hegel, Marx Proudhon, y antes que ellos Voltaire, Condorcet, Turgot, se habían limitado a imitar al cristianismo proponiendo una versión inmanente y secularizada, las fases de la secularización no podían significar una verdadera secularización. El proceso permanecía colgado al cristianismo y continuaba siendo reversible. ¿Cómo se podría cortar este cordón umbilical con el cristianismo si no es proponiendo la secularización como principio absoluto? De aquí su carácter religioso. Religioso no ya en el sentido de ser todavía deudor de la vieja religión, sino religioso en el sentido de expresar religiosamente una antirreligiosidad absoluta.

Esta secularización no es fruto del cristianismo.

El eclipse de la naturaleza y de la naturaleza humana en especial

El segundo motivo se refiere, como he señalado arriba, a la posibilidad de que el plano temporal, emancipado del espiritual, se pueda mantener a sí mismo sin degradarse.

Después de haber adquirido la secularización el carácter de absoluto religioso que ya hemos visto, es necesario que ésta se oponga al concepto de naturaleza y también de naturaleza humana. Esto porque, de lo contrario, tendría que recurrir implícitamente a un complemento de tipo religioso. Si permanece la naturaleza, permanece la ley natural, es decir, el orden de la naturaleza que expresa una normal moral. A su vez, la norma contenida de la ley natural mantendría siempre abierta la cuestión de un fundamento suyo, absoluto, trascendente, porque la moral tiene de por sí la necesidad de un fundamento absoluto. Volvería a proponerse, por tanto, la vieja religión. Mientras Grocio niega el fundamento trascendente de la ley natural, pero mantiene la ley natural, no hay irreversibilidad: la exigencia de un fundamento trascendente puede ser argumentada y recuperada. Pero si se niega la naturaleza, como hace el positivismo, esto se hace imposible e irreversible.

El estupor perplejo de Karl Löwith es, por eso, ingenuo. No es posible que el plano natural se conserve una vez separado del sobrenatural. La versión aguda del positivismo se propone como “nuevo inicio” absoluto y religiosamente antirreligioso. Para hacer esto no puede más que negar la naturaleza y la ley natural. Su descomposición y abandono puede ser progresivo a lo largo del tiempo, pero el principio de este proceso es puesto desde el inicio en su carácter absoluto. Todos asistimos a una negación de la naturaleza y de la ley natural, desenfrenada e inquietante. Sin el apoyo de la religión cristiana, la dimensión natural de la procreación, del matrimonio, de la familia, no están en posibilidad de imperar. La llamada “ideología de género”[14] es el último punto de avanzada de esta negación de la naturaleza e identidad humana.

Occidente significa Jerusalén, Atenas y Roma. Benedicto XVI lo repitió en el famoso discurso del Bundestag en Berlín[15]. Sin embargo, cuando el cristianismo encontró el pensamiento griego y la civilización romana, así como, por supuesto, la religión hebraica, encontró en ellos la apertura a la trascendencia y a la consideración de la fuerza de la ley natural. Encontró un mundo pre-cristiano pero humano. Hoy, en cambio, encuentra un mundo post-humano y por tanto radicalmente post-cristiano.

La propuesta religiosa de la laicidad

He realizado un perfil histórico más del lado de la historia de las ideas que de la historia de los acontecimientos. Desde esta perspectiva parece que la laicidad es un concepto cristiano. Implica la separación de la esfera política de la eclesial, del poder temporal del espiritual. No requiere, sin embargo, la separación de la política de la ética, porque el soberano político, que es distinto del que detenta el poder espiritual, obra según la prudencia racional y no en modo arbitrario dado que «hay límites a lo que el Estado pueda ordenar, aun cuando se trate de aquello que es del César»[16]. No según un arbitrio propio ni un “arbitrio de la mayoría”: sobre este punto la democracia no ha aportado —en teoría— un cambio radical de perspectiva. Siendo inseparable de la ética, con la que está conectada directamente, la política también es inseparable de la religión en cuanto tal y de la religión católica en particular. El plano ético, de hecho, no puede encontrar su fundamento último en sí mismo permaneciendo en el plano simplemente natural: «si no entendemos primero nuestra relación con Dios no podremos mantener en estos ámbitos un orden correcto»[17].

Pero en la modernidad ha nacido otro concepto de laicidad. Al principio fue concebida como una secularización de los dogmas cristianos, pero en seguida se separó radicalmente del cristianismo y de cualquier orden, constituyéndose como un nuevo principio absoluto y religioso. Ese es el caso del positivismo, entendido como categoría perenne. De este modo, el plano político se hizo completamente autónomo del religioso, pero asumiendo una forma religiosa y convirtiéndose en incompatible con el cristianismo. Y es así como el relativismo se ha convertido en dictadura.

Frente a este panorama, resulta ingenuo el intento del cristianismo de laicizarse, abandonando las vestiduras del dogma y la doctrina, con el fin de dialogar con el mundo laico. Si se diese un plano laico no absoluto, abierto a la naturaleza humana y a las religiones, entonces sería posible un diálogo sobre la laicidad en el que podrían participar los creyentes. Lamentablemente no ésta la tendencia principal. El motivo es simple y grave al mismo tiempo: para ser laica en el sentido ya visto la laicidad tiene necesidad de la religión cristiana.

Por tanto, una laicidad que, con el positivismo, se ha puesto a sí misma como principio absoluto y religioso no puede ser laica. Esa es la paradoja de Occidente: más se separa del cristianismo para ser laico y es cada vez menos laico.

A esta paradoja le sigue otra. Si los cristianos quieren contribuir con una laicidad positiva, deben proponer la dimensión religiosa de su propia fe en su totalidad, sin reduccionismos horizontales. También aquí el motivo es trágicamente simple: en un mundo religiosamente post-humano se debe partir de la propuesta de Cristo para recuperar después, dentro de la visión religiosa, también la dimensión humana y, por ende, laica. Es aquí donde la Doctrina Social de la Iglesia encuentra la “nueva evangelización”.

*Monseñor Crepaldi es el presidente del Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân, cuyo fin es promover la Doctrina Social de la Iglesia a nivel internacional. La sede está en Trieste, Italia.

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[1] La expresión ha sido utilizada muchas veces por Joseph Ratzinger para señalar el encuentro de la fe cristiana con la filosofía griega, y podemos utilizarlo también en el sentido amplio de encuentro con Occidente. Cf. Por ejemplo: J. Ratzinger, Fede Verità Tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo, Cantagalli, Siena 2003, p. 98. (La versión en español se titula Fe, verdad y tolerancia).

[2] Permanecen como puntos de referencia fundamentales las obras de Christopher Dawson: La formazione della civiltà occidentale, D’Ettoris editori, Crotone 2011; Id., La divisione della Cristianità occidentale, D’Ettoris editori, Crotone 2009.

[3] J. Ratzinger, L’Europa di Benedetto nella crisi delle culture, Cantagalli, Siena 2005, p. 37.

[4] J. Ratzinger, Fede Verità Tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondocit., p. 74.

[5] J. Guitton, Il Cristo dilacerato. Crisi e concili nella storia, Cantagalli, Siena 2002, p. 166.

[6] Cf R. de Mattei, Pio IX e la rivoluzione italiana, Cantagalli, Siena 2012.

[7] K. Löwith, Significato e fine della storia. I presupposti teologici della filosofia della storia, Il Saggiatore, Milano 2010, pp. 98-104 (primera edición 1977). (La edición española se titula Historia del mundo y salvación. Los presupuestos teológicos de la filosofía de la historia).

[8] Ibid., p. 100.

[9] Ibid., p. 101.

[10] Ibid., p. 103.

[11] De Lubac H., Il dramma dell’umanesimo ateo (La versión en español se titula “El drama del humanismo ateo”), Morcelliana, Brescia 1988.

[12] J. B. Metz, Sulla teologia del mondo, Queriniana, Brescia 1969, p. 144. La edición española se titulaTeología del mundo.

[13] Ibid., p. 141.

[14] Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân sulla Dottrina sociale della Chiesa, Quarto Rapporto sulla Dottrina sociale della Chiesa nel mondo (a cargo de G. Crepaldi y S. Fontana), Cantagalli, Siena 2012.

[15] Benedicto XVI, Discurso en el Reichstag de Berlín, 22 de septiembre del 2011.

[16] J. V. Schall, Filosofia politica della Chiesa cattolica, Cantagalli, Siena 2011, p. 123.

[17] Ibid., p. 122.

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Teologí­a y música: una sinfoní­a olvidada
El cifrado musical del misterio cristiano

Por Robert Cheaib

ROMA, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - «Cantare amantis est». Cantar es propio del amor. La observación de san Agustín encuentra un eco profundo en la teología trinitaria. Si el Espíritu Santo es el Amor del Padre y del Hijo, entonces entre el Padre y el Hijo hay un Canto, no de ángeles, sino una canción divina, personal, eterna, el Espíritu-Soplo de Amor que une y armoniza al Padre y al Hijo.

Este breve aparte agustiniano abre ante nuestros ojos un panorama inmenso sobre la importancia de la música en la experiencia creyente y teológica, y al mismo tiempo sobre el trágico abandono de esta armonía.

Una mirada a la Biblia nos recuerda la importancia de la música y del canto. No nos sorprende que, casi en el centro de la arquitectura canónica tenemos un libro dedicado al canto en su máxima expresión e inspiración. El ritmo, la rima y la música no son escasos ni siquiera en los libros narrativos, en los oráculos de los profetas, hasta el culmen místico inspirado e inspirador del llamado "musical" Cantar de los Cantares. Por ello el cardenal Gianfranco Ravasi señala que la Biblia comienza con el sonum que flotaban sobre las aguas y termina con el canto de la liturgia celeste.

El libro Teologia e musica. Dialoghi di trascendenza de Jordi-A. Piqué i Collado se esfuerza en hacer converger las vías de estos dos afluentes que rara vez se encuentran (¡por desgracia!). El mismo autor señala la ubicación de su trabajo sobre la relación entre la teología y la música, denunciando el hecho de que este estudio se sitúe "entre los capítulos más olvidados del saber teológico contemporáneo". 

La obra, por lo tanto, se propone contribuir a la recuperación de este campo relacional "para poder profundizar teológicamente el ámbito de la experiencia como elemento de conocimiento de la percepción del Misterio". Hay, de hecho, diferencias y similitudes entre el hombre religioso y el artista que Hans Urs von Balthasar destaca así: ambos están motivados, inspirados, son depositarios de una disposición externa. Para el hombre religioso será el impulso intelectual-racional en el campo de la fe, para el artista la inspiración. Después de todo ambos, el arte y la religión se dirigen a la contemplación de la alteridad, del "Tu". En una palabra, ambos buscan esbozar "la impresionabilidad de lo inexpresable".

La obra consta de tres partes. La primera está dedicada a analizar la relación teología-música en perspectiva bíblico-teológica. La segunda, titulada Musica in Theologia, profundiza en los escritos sobre la música de san Agustín, Hans Urs von Balthasar y Pierangelo Sequeri. La tercera parte, la Theologia in Musica, se dedica a deducir el discurso teológico presente en algunas obras de compositores como Tomás Luis de Victoria, Arnold Schöenberg y Olivier Messiaen.

La intención de la obra es contribuir a re-comprender la música como elemento "casi" sacramental, capaz de percibir (aisthesis) el Misterio que Balthasar declinó una vez en clave musical así:

"Antes de que el Verbo de Dios se hiciese hombre, la orquesta era [...] rasgueando sin un diseño específico [...]. Luego, en la parte superior de todo resuena, como una promesa. [...] Finalmente llegó el hijo, el heredero de todo, por el que fue hecha toda la orquesta. Mientras que bajo su dirección se ejecuta la sinfonía de Dios, se revela también el sentido de la pluralidad".

El libro está disponible a la venta (en italiano) aquí

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SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA


Exaltación de la Santa Cruz
«La señal del cristiano, único camino para conquistar la unión con la Santísima Trinidad, condición puesta por Cristo para seguirle. Motivo de gozo y esperanza, signo de nuestra salvación»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - Los cristianos sabemos que la señal que nos identifica es la Santa Cruz. Lo aprendimos en el catecismo y el Evangelio nos enseña que cualquiera que se disponga a seguir a Cristo tiene en ella su única brújula, la que va a guiarle por el camino que lleva a la unión con la Santísima Trinidad. Es la condición puesta por Él: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Lc 9, 23). San Juan de la Cruz lo recordaba con estas palabras: «Quien busca la gloria de Cristo y no busca la cruz de Cristo, no busca a Cristo». La cruz exige renunciar por amor a Él y al prójimo a lo que más cuesta. Quien no la acepta no sabe amar. Requiere coherencia, disponibilidad, valentía, etc. Dios rechaza la tibieza. Cuando la cruz se acepta con alegría resulta liviana; fortalece y dispone para superar las dificultades que se presentan.

No hay integrante de la vida santa que no haya contemplado este «árbol de la vida»; todos se han abrazado a él. El beato Charles de Foucauld advertía: «Sin cruz, no hay unión a Jesús crucificado, ni a Jesús Salvador. Abracemos su cruz, y si queremos trabajar por la salvación de las almas con Jesús, que nuestra vida sea una vida crucificada». No hay otra vía para alcanzar la santidad, como también reconocía santa Maravillas de Jesús: «El camino de la propia santificación es el santo misterio de la cruz». La cruz confiere sentido al sufrimiento humano, ilumina y consuela en las fatigas del camino, inunda de esperanza el corazón, suaviza las circunstancias más adversas, lima toda aspereza. «Poned los ojos en el Crucificado y se os hará todo poco...», manifestaba santa Teresa de Jesús.

El «árbol de la cruz» es el símbolo de la Salvación. Contiene todos los matices semánticos que se atribuyen a la expresión exaltar. Se reconocen en el santo madero los excelsos méritos que Cristo le otorgó con su propia vida, ya que en él estuvo «colgado» salvando al mundo libremente, mostrando su insondable amor. Se deja correr el caudal de pasión que inspira cuando se contempla, induciéndonos a ir a él y adorarlo. La cruz es signo de unidad, de paz y de reconciliación, es el distintivo de los «ciudadanos del cielo» (Flp 3, 20), llave que nos abre sus puertas. «O morir o padecer; no os pido otra cosa para mí. En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es camino para el cielo», expresaba Teresa de Jesús. Solo es «necedad», como decía san Pablo, para los que se pierden; para el resto, es «fuerza de Dios»: «Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan –para nosotros– es fuerza de Dios […]. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres» (I Corintios 1, 18ss).

Esta festividad rememora el acontecimiento que se produjo el 14 de septiembre del año 320, cuando la emperatriz de Constantinopla, santa Elena, madre de Constantino el Grande, encontró el madero (Vera Cruz) en el que murió el Redentor. Hechos extraordinarios marcaron este momento: la resurrección de una persona y la aparición de la cruz en el cielo. Para albergar esta excelsa reliquia signo de la victoria de Cristo, manifestación del perdón y de la misericordia de Dios, esperanza para los creyentes, centro de nuestra fe, santa Elena y Constantino hicieron construir la basílica del Santo Sepulcro. Unos siglos más tarde, en el 614, el rey de Persia, Cosroes II, conquistó Jerusalén y tomó como trofeo la Vera Cruz, el venerado emblema cristiano que se custodiaba en el templo. Mofándose de los cristianos, lo utilizó como escabel de sus pies. Pero catorce años más tarde el emperador Heraclio, una vez que derrotó a los persas, pudo devolver el santo madero a Constantinopla. Después, fue trasladado a Jerusalén el 14 de septiembre del año 628.

Al parecer, cuando Heraclio se propuso introducir la cruz solemnemente no pudo cargarla sobre sus hombros; se quedó paralizado. El patriarca Zacarías, que formaba parte de la comitiva caminando a su lado, señaló que el esplendor de la procesión nada tenía que ver con la faz de Cristo humilde y doliente en su camino hacia el Calvario. El emperador se desprendió de sus ricas vestiduras y de la corona que ceñía su cabeza, y cubierto con una humilde túnica pudo transportar la cruz caminando descalzo por las calles de Jerusalén para depositarla en el lugar de donde había sido arrebatada siglos atrás. Desde entonces se celebra litúrgicamente esta festividad de la Exaltación de la Santa Cruz. Con objeto de evitar otro expolio, fue dividida en cuatro fragmentos. Uno de ellos quedó custodiado en Jerusalén en un cofre de plata; otro se llevó a Roma, un tercero a Constantinopla y el resto fue convertido en minúsculas astillas que se repartieron en templos dispersos por el mundo.

Esta fecha litúrgica es crucial para los creyentes. La cruz no es un ninguna tragedia, como no lo es amarla, algo que resultará extraño fuera de la fe. Es una bendita «locura» que inunda el corazón de gozo. Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) lo advertía: «ayudar a Cristo a llevar la cruz proporciona una alegría fuerte y pura». No la rehuyamos. Cristo nos ayuda a portarla con su gracia; sigue compartiéndola con nosotros. Que un día no nos tenga que decir lo que en celeste coloquio le confió al Padre Pío: «Casi todos vienen a Mí para que les alivie la cruz; son muy pocos los que se me acercan para que les enseñe a llevarla».

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Flash


Perú: Ceprofarena ofrece capacitación en promoción y defensa de la vida
Las inscripciones están abiertas

Por Redacción

LIMA, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - El Centro de Promoción Familiar y Reconocimiento Natural de la Fertilidad (CEPROFARENA), ofrece al público en general el Curso denominado “Por la verdad y la Vida”, que cuenta con el auspicio de la Universidad Católica Sedes Sapientiae, y de Human Life Internacional (HLI). 

Esta capacitación se realiza en 11 sesiones, una vez a la semana, los días lunes a las 6.30 pm, hasta el 11 de noviembre. Durante las sesiones se tratan temas referidos al aborto, distorsiones en la educación sexual, cultura de la muerte, política y cultura de la vida, desarrollo prenatal, cómo los padres deben educar a sus hijos en la castidad, el Evangelio de la Vida, entre otros temas.

El objetivo es capacitar a las personas en temas relacionados con la promoción y defensa de la vida, así como los valores cristianos. Se espera que quienes terminen el curso estén en condiciones de generar un efecto multiplicador en sus parroquias u organizaciones.

Las personas interesadas, pueden inscribirse en CEPROFARENA, llamando al teléfono: 51-1-242-6130 o escribir al correo electrónico:ceprofarena@gmail.com.

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