14.09.13

GRATIS DATE

Escribir de la Fundación GRATIS DATE es algo, además de muy personal muy relacionado con lo bueno que supone reconocer que hay hermanos en la fe que tienen de la misma un sentido que ya quisiéramos otros muchos.

No soy nada original si digo qué es GRATIS DATE porque cualquiera puede verlo en su página web (www.gratisdate.org). Sin embargo no siempre lo obvio puede ser dejado de lado por obvio sino que, por su bondad, hay que hacer explícito y generalizar su conocimiento.

Seguramente, todas las personas que lean estas cuatro letras que estoy juntando ya saben a qué me refiero pero como considero de especial importancia poner las cosas en su sitio y los puntos sobre todas las letras “i” que deben llevarlos, pues me permito decir lo que sigue.

Sin duda alguna GRATIS DATE es un regalo que Dios ha hecho al mundo católico y que, sirviéndose de algunas personas (tienen nombres y apellidos cada una de ellas) han hecho, hacen y, Dios mediante, harán posible que los creyentes en el Todopoderoso que nos consideramos miembros de la Iglesia católica podamos llevarnos a nuestros corazones muchas palabras sin las cuales no seríamos los mismos.

No quiero, tampoco, que se crean muy especiales las citadas personas porque, en su humildad y modestia a lo mejor no les gusta la coba excesiva o el poner el mérito que tienen sobre la mesa. Pero, ¡qué diantre!, un día es un día y ¡a cada uno lo suyo!

Por eso, el que esto escribe agradece mucho a José Rivera (+1991), José María Iraburu, Carmen Bellido y a los matrimonios Jaurrieta-Galdiano y Iraburu-Allegue que decidieran fundar GRATIS DATE como Fundación benéfica, privada, no lucrativa. Lo hicieron el 7 de junio de 1988 y, hasta ahora mismo, julio de 2013 han conseguido publicar una serie de títulos que son muy importantes para la formación del católico.

Como tal fundación, sin ánimo de lucro, difunden las obras de una forma original que consiste, sobre todo, en enviar a Hispanoamérica los ejemplares que, desde aquellas tierras se les piden y hacerlo de forma gratuita. Si, hasta 2011 habían sido 277.698 los ejemplares publicados es fácil pensar que a día de la fecha estén casi cerca de los 300.000. De tales ejemplares, un tanto por ciento muy alto (80% en 2011) eran enviados, como decimos, a Hispanoamérica.

De tal forman hacen efectivo aquel “gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,8) y, también, “dad y se os dará” (Lc 6,38) pues, como es de imaginar no son contrarios a las donaciones que se puedan hacer a favor de la Fundación. Además, claro, se venden ejemplares a precios muy, pero que muy, económicos, a quien quiera comprarlos.

Es fácil pensar que la labor evangelizadora de la Fundación GRATIS DATE ha des estar siendo muy grande y que Dios pagará ampliamente la dedicación que desde la misma se hace a favor de tantos hermanos y hermanas en la fe.

Por tanto, esta serie va a estar dedicada a los libros que de la Fundación GD a los que no he hecho referencia en este blog. Esto lo digo porque ya he dedicado dos series a algunos de ellos como son, por ejemplo, al P. José María Iraburu y al P. Julio Alonso Ampuero. Y, como podrán imaginar, no voy a traer aquí el listado completo de los libros porque esto se haría interminable. Es más, es mejor ir descubriéndolos uno a uno, como Dios me dé a entender que debo tratarlos.

Espero, por otra parte, que las personas “afectadas” por mi labor no me guarden gran rencor por lo que sea capaz de hacer…

La Virgen María en los Evangelios, de Horario Bojorge, S.J.

La Virgen María en los Evangelios

Horacio Bojorge, a la sazón sacerdote de la orden de los jesuitas escribe un libro necesario. Es necesario porque nos trae la estancia de María, Madre de Dios y Madre nuestra, en los Santos Evangelios y lo es, también, porque nos ayuda a tener más cerca de nuestro corazón a la joven que dijo “hágase” y se consideró esclava del Señor. Por eso, antes de empezar la exposición de su libro, nos aporta un texto, en concreto parte del número 30 de la Exhoración Marialis cultus, de Pablo VI que dice que (p.3)

“La Biblia, al proponer de modo admirable el designio de Dios para la salvación de los hombres, está toda ella impregnada del misterio del Salvador, y contiene además, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, referencias indudables a Aquella que fue Madre y Asociada del Salvador. Pero no quisiéramos que la impronta bíblica se limitase a un diligente uso de textos y símbolos sabiamente sacados de las Sagradas Escrituras; comporta mucho más; requiere, en efecto, que de la Biblia tomen sus términos y su inspiración las fórmulas de oración y las composiciones destinadas al canto; y exige, sobre todo, que el culto a la Virgen esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano, a fin de que, al mismo tiempo que los fieles veneran la Sede de la Sabiduría sean también iluminados por la luz de la palabra divina e inducidos a obrar según los dictados de la Sabiduría encarnada.”

Por lo tanto, María tiene mucho que ver, al fin y al cabo, con toda la fe que los discípulos de Cristo hemos tenido y manifestado a lo largo de los siglos.

Lógicamente, cuando tratamos de conocer qué dicen las Sagradas Escrituras acerca de la Madre de Dios debemos tomar en consideración que (p. 5) “Un hecho que llama la atención cuando buscamos lo que se dice en el Nuevo Testamento acerca de la Santísima Virgen María es que, de los veintisiete escritos que forman el canon del Nuevo Testamento, sólo en cuatro se la nombra por su nombre: María. Y son éstos los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas y el libro de los Hechos de los Apóstoles. Otro libro más, el evangelio según San Juan, nos habla de ella sin nombrarla jamás, y haciendo siempre referencia a ella como la madre de Jesús, o su madre”.

Lo que hace el P. Horacio Bojorge es tomar el camino, digamos, “analítico” que consiste en tener en cuenta lo que cada evangelista ha dicho acerca de la Virgen María. Y eso es lo que hace después de hacernos una exposición acerca del (pp. 7-10) género literario “Evangelio”, de cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura, del valor histórico del Evangelio y del género literario llamado “Pésher”.

María en San Marcos

Siendo el de Marcos el evangelio más antiguo es, lógicamente, en lugar en el que primero se escribe sobre la Virgen María. En concreto en los versículos 31 al 35 del capítulo tercero y los versículos 1 al 3 del capítulo 6. Así,

Mc 3, 31-35

Vinieron su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le mandaron llamar. Se había sentado gente a su alrededor y le dicen: “Mira, tu madre y tus hermanos te buscan allí fuera”. ‘Él replicó: ‘¿Quién es mi madre y mis hermanos?’ ‘Y mirando en torno, a los que se habían sentado a su alrededor, dijo: ‘Aquí tenéis a mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’”.

y

Mc 6, 1-3

“Se marchó de allí y fue a su tierra, y le siguieron sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y los muchos que le oían se admiraban diciendo: ‘–¿De dónde le viene esto? ¿Y qué sabiduría es ésta que se le ha dado? ¿Y tales milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanos aquí con nosotros?

‘Y se escandalizaron de él’”.

Vemos, por tanto, que tan sólo en dos momentos muy puntuales María, la Madre de Jesús aparece en este texto del evangelista Marcos pero, incluso en tales escasos momentos aquella Madre se aparta para que sea el Hijo quien tome protagonismo en lo que sucede. En realidad (p. 15) La figura de María según Marcos es, como nos muestra su comparación con los pasajes paralelos de Mateo y Lucas, la figura más primitiva que podemos rastrear a través de los escritos del Nuevo Testamento. Es la imagen de la tradición preevangélica y se remonta a Jesús mismo.

Es una figura apenas esbozada, pero clara en sus rasgos esenciales. Rasgos que, como veremos, desarrollarán y explicitarán los demás evangelistas, limitándose solo a mostrar lo que ya estaba implícito en esta figura de María, madre ignorada de un Mesías ignorado. Madre vituperada del que es vituperado. Pero, para Jesús, bienaventurada por haber creído en él. Madre por la fe más que por su sangre.

Y ya desde el principio, y según el testimonio mismo de Jesús, Madre del Mesías, es presentada en clara relación de parentesco con los que creen en Jesús, como Madre de sus discípulos, es decir, de su Iglesia.”

María en San Mateo

Este evangelista enriquece los rasgos de la Virgen María con relación a lo escrito por San Marcos. Así, por ejemplo, manifiesta tanto que María es Virgen como que es esposa de José, hijo de David. Pero esto, digamos, no lo hace Mateo (p.16) “por satisfacer curiosidades sino o que ellos significan en el marco de su presentación teológico del misterioso origen del Mesías”.

Y es que (pp. 16-17) “Que María es Virgen es un rasgo mariano que está en íntima conexión con la filiación y origen divino del Mesías. Este nace de María sin mediación del hombre y por obra del Espíritu Santo, nos dice Mateo.

Que María sea esposa de José, hijo de David, es un rasgo mariano que está a su vez en íntima conexión con la filiación davídica y el carácter humano del Mesías.

Jesús, el Mesías, es, por tanto, Hijo de Dios por el misterio de la virginidad de su Madre, e Hijo de David por el no menos misterioso matrimonio con José, hijo de David.”

Pero el evangelio de San Mateo aporta un tema crucial para la historia y vida de María, aquella joven que iba a ser la Madre del Salvador del mundo. Lo hace, a tenor de lo dicho por el P. Horacio Bojorge, cuando (p. 18) “Al finalizar su genealogía de Jesús, Mateo nos dice: y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo”. Y es que (p. 18) “José es el último de los ‘engendrados’. De Jesús ya no se dice que haya sido engendrado por José de María, sino que José es el esposo de María de la cual nació Jesús.

Se abre, pues, para cualquier lector judío avezado en el estilo genealógico, un interrogante al que Mateo va a dar respuesta versículos más abajo:

‘El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a convivir ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo’.
He aquí la revelación de la virginidad de María. Nos asombra la sobriedad, casi frialdad de Mateo al referirse a este portento. No hay ningún énfasis, ninguna consideración encomiosa ni apologética, ninguna apreciación que exceda el mero anunciado del hecho. “

 

Y es que el tema de la genealogía, de dónde venía una persona (familiarmente hablando) no era asunto baladí para el pueblo judío sino que tenía consecuencias prácticas en las circunstancias de la vida de una persona. Y el evangelista Mateo no puede empezar mejor su evangelio que diciendo que, en efecto, Jesús es hijo de David asentando, de paso, la realidad propia de ser el Mesías esperado por el pueblo judío.

Y Jesús, claro, no sólo es Hijo de David sino, también, Hijo de Dios a través de su Madre porque (p. 22) “Para que el Mesías, Hijo de Dios e Hijo de David, viniera al mundo y entrara en la descendencia davídica, se necesitaron, pues, dos asentimientos de fe: el de María y el de José. Ambos fundan el verdadero Israel, la verdadera descendencia de Abraham, que nace, se propaga y perpetúa no por los medios de la generación humana, sino por la fe.”

María en San Lucas

Como sabemos, el médico Lucas no fue testigo de los hechos que acaecieron sobre la persona de Jesús y sobre la vida de sus propios discípulos en los primeros tiempos. Es decir, que lo que escribe lo hace informándose muy bien antes de fijarlo por escrito. Y María juega un papel muy importante en esto porque es probable que a través de ella misma o de sus propios familiares san Lucas recogiera muchos datos para escribir tanto su Evangelio dividido, como es de general parecer, en dos partes, el evangelio propiamente dicho y los Hechos de los Apóstoles.

Pues bien, Lucas necesitaba una persona que hubiera sido testigo de todo lo sucedido. Nada, claro, mejor que la propia Virgen María. Por eso (p. 25) “A Lucas debemos una serie de rasgos de María, un enriquecimiento de detalles de su figura, que proviene precisamente de un interés por ella como testigo privilegiado no solo de la vida de Jesús, sino también del significado teológico de esa vida.

Si todo el evangelio de Lucas se funda en un testimonio de testigos oculares y si Lucas se atreve hablar de la infancia de Jesús es porque cuenta con el testimonio de María acerca de ella. Lucas evoca por dos veces en su narración de la infancia los recuerdos de María: «María por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (2, 19); ‘Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón’ (2, 51).

Pero para que María sea una persona que, digamos, testifique en el texto Lucas lo que sucedió ha de ser situada en posición de privilegio muy especial acerca de lo sucedido. Así (p. 25) “Lucas pone especial cuidado en cualificarla como testigo: María es una persona llena de gracia de Dios, como lo dice el Ángel. Instruida en las Escrituras, como se desprende del lenguaje bíblico del Magníficat; como lo presupone la profunda reflexión bíblica sobre los hechos, que se entreteje de manera inseparable con su narración; y como se explica también por el parentesco levítico de María, relacionada con Isabel, su prima, descendiente del linaje sacerdotal de Aarón y esposa del sacerdote Zacarías.”

 

En realidad (p. 26) “Lucas sabe que no puede pedir de María, su testigo, un testimonio redactado en el género de un parte de comisaría. Ni tampoco le interesa. Porque en la meditación con la que María comprendió los acontecimientos y los recuerda en la rumiación midráshica de que los hizo objeto, hay algo que Lucas aprecia más que la crónica de un archivo. Hay la revelación, hecha a una criatura de fe privilegiada, del sentido de los acontecimientos de la infancia de Jesús a la luz de la Escritura, y hay una iluminación de oscuros pasajes de la Escritura a la luz de los misterios de la vida del Salvador.”

Lo que sí sabe San Lucas es que lo que recoge en su evangelio acerca de la Encarnación, la posterior visita a la prima Isabel de parte de María y la proclamación del Magnificat es esencial para conocer la propia vida del Mesías enviado por Dios para salvar a la humanidad y para manifestar cómo aquella joven que dijo sí al Ángel del Señor tuvo un papel preponderante en todos los textos sagrados.

María en San Juan

Es curioso que el evangelista más joven no llama a María por su nombre. Sin embargo, como no es de creer que no quiera hacerlo sin razón alguna, lo más cierto es que lo hiciera de una forma (p. 32) “premeditada, querida y planeada”.

Es posible que le pareciera, dice el P. Horacio Bojorge, que era (p. 33) “demasiado común para poder aplicárselo como propio”. Entonces (p. 33) “En esta hipótesis, por lo tanto, Juan, al evitar llamarla María, y al decirle siempre la Madre de Jesús, su Madre, lejos de silenciar el nombre propio de aquella mujer, nos estaría revelando su nombre verdadero, el que mejor expresa su razón de ser y su existir. Pero tratemos de ir más lejos y más hondo en las posibles intenciones de San Juan.”

Es de tener en cuenta, sin embargo y a pesar de que tampoco aparece mucho María, sin su nombre, en el evangelio de san Juan, que los dos momentos en los que aparece (bodas de Caná y Crucifixión de Jesús) dicen mucho a favor de la Madre de Dios.

Así, en la boda a la que fueron invitados Jesús, su Madre y sus primeros discípulos, aquella mujer que dio cuenta de que les faltaba el vino a los novios, no pudo por menos que exclamar que hicieran lo que Jesús les decía. Había hecho, por tanto, algo muy parecido a lo que Dios hizo en varios momentos de la vida de Jesús al decir que escucháramos a su hijo, el amado y el predilecto.

Es más, aunque Jesús insistía en decir que aún no había llegado el momento de manifestarse al mundo, la prueba de que Jesús “reconoció en las palabras de la Madre un eco de la voz de su Padre es que, habiendo alegado que aún no había llegado su hora, cambia súbitamente tras las palabras: ‘Haced cuanto os diga’, y realiza el milagro de cambiar el agua en vino” (p. 36). Así, aquella mujer que nos trae a su evangelio San Juan está más que segura que su hijo Jesús es quien todos esperan que sea, el Mesías, pues de otra forma no se hubiera atrevido a pedir algo que, según parece, sabía que iba a suceder pues es lo que encierra aquel “haced cuanto os diga”.

Pero hay un momento crucial, esencial, básico, en la vida del Hijo de Dios. No es otro que el momento en el que sus matarifes lo van a crucificar y, en efecto, lo crucifican. Allí también esta María.

Si la Virgen María, Madre de Jesús y madre nuestra, había hecho más que lo posible para que el Mesías convirtiera aquella agua en vino, en el momento de la muerte de Jesús o, mejor, en los momentos previos, va a ser entregada a Juan (precisamente quien lo escribe para la posteridad) como Madre de todos los hombres.

Así “al señalar a Juan desde la cruz, Jesús se señala a sí mismo ante María, la remite a sí mismo, no tal como lo ve crucificado en su Hora, sino tal como lo debe ver glorificado en los suyos, en los que el Padre le ha dado como gloria que le pertenece. Y la remite a ella misma: no según su apariencia de Madre despojada de su único Hijo, humillada Madre del malhechor ajusticiado, sino según su verdad: primeriza de su Hijo verdadero, nacido en la estatura corporativa –inicial, es verdad, pero ya perfecta– de Hijo de Hombre” (p. 39).

Conclusión

El P. Horacio Bojorge concluye que (pp. 40-41) “María no es el Evangelio. No hay ningún evangelio de María. Pero sin María tampoco hay Evangelio. Y ella no falta en ninguno de los cuatro.

Ella no sólo es necesaria para envolver a Jesús en pañales y lavarlos… No sólo es necesaria para sostener los primeros pasos vacilantes de su niño sobre nuestra tierra de hombres. Su misión no sólo es contemporánea a la del Jesús terreno, sino que va más allá de su muerte en la Cruz: acompaña su resurrección y el surgimiento de su Iglesia.

Vestida de sol, coronada de estrellas, de pie sobre la luna, María, como su Hijo, permanece. Y aunque el mundo y los astros se desgasten como un vestido viejo, para confusión de los que en estas cosas pusieron su seguridad y vanagloria, María permanecerá, como la Palabra de Dios de la que es Eco.

María, Madre de Jesús, pertenece al acervo de los bienes comunes a Jesús y a sus discípulos. Su Padre es nuestro Padre. Su hora, nuestra hora. Su gloria, nuestra gloria. Su Madre, nuestra Madre.”

 

Amén.

Eleuterio Fernández Guzmán