14.09.13

 

En Redes Cristianas podemos leer hoy un artículo titulado “¿Qué futuro aguarda a las CCP en España?”, escrito por Antonio Moreno, de una de esas comunidades en Andalucía.

Antes de comentarlo, he pensado si merecía la pena, dado el hecho de que si en 2009 se dio el dato de que en las CCP había solo 1200 personas -que sin duda hoy son menos-, estamos hablando de una realidad socioeclesial insignificante. Cualquier parroquia de mediano tamaño tiene más fieles practicantes. A eso hay que unir el reconociento que hace el señor Moreno: “la edad media de las CCP españolas se sitúa en los 65 ó 70 años y no hay, ordinariamente, cambio generacional“. Y a continuación, hace las preguntas lógicas: “Si en las CCP la inmensa mayoría somos mayores ¿qué futuro nos espera? ¿se acabarán dentro de poco con el último que apague la luz? ¿Deberemos aceptar sin más la defunción de las CCP? Si no es así ¿En dónde puede estar la clave de su mantenimiento?“. Aun así, dado que son grupos que dan lustre a todo tipo de pronunciamientos rimbombantes del progre-eclesialismo, pues he decidido escribir sobre el tema.

Don Antonio entra a analizar las causas de la práctica desaparición de su modelo “eclesial". Eso es, en sí mismo, algo muy positivo. Una de las características propias del mencionado progre-eclesialismo es que se pasa la vida criticando a todo lo que existe en la Iglesia salvo a sí mismo. Es decir, la culpa de no se sabe bien qué la tiene la jerarquía, los ultraconservadores, los neocons, los nuevos movimientos, los de por aquí y los de por allá. Ellos no. Ellos son los profetas. O al menos así tienden a considerarse los unos y los otros. Por tanto, que haya alguien que diga “algo hemos hecho mal y creo que es por esto", es todo un avance. El problema en este caso es que el análisis y las posteriores conclusiones cuenta con muchas más sombras que luces.

Dice Antonio Moreno:

Durante la Transición y en los primeros años de la Democracia (1975-1982) nos sentimos eufóricos, nos creímos los mejores.

Hoy también, sean sinceros.

Descubrimos, ayudados por la Teología de la Liberación y el movimiento de Cristianos por el Socialismo, que nuestra fe no es solo oración, culto, ritos, proclamación y celebración de la Eucarística etc., sino que ha de ser también fe liberadora, foco de evangelización, concebida como factor primordial de promoción humana, de lucha por la justicia, por la dignidad y derechos humanos, que debía concretarse en un compromiso individual y colectivo de participación en cualquiera de las organizaciones que se da el pueblo en la lucha por su liberación, por quitarse de encima la opresión que sufría y transformar la sociedad.

Nunca se insistirá lo suficiente en el enorme daño que la Teología de la liberación ha causado en infinidad de fieles. Partiendo de una verdad, como es el hecho de que el sistema económico mundial tiende a ser profundamente injusto, se pretendió poner la solución en manos de una ideología, la izquierdosa, que se da de tortas con el verdadero evangelio. No se entendió que el capitalismo no se podía combatir con socialismo, de la misma manera que hoy son muchos los que no entienden que el fracaso del socialismo de finales del siglo pasado no implica que sea válido el sistema financiero y el neoliberalismo -versión conservadora o versión socialdemócrata- reinante.

La denuncia del mal vale poco si lo que se ofrece a cambio es otro tipo de mal. Diciéndolo a lo bruto, si la solución a lo que representa EE.UU es lo que representa el castrismo, o la solución a lo que representaba la corrupción político-económica anterior a Chávez es el chavismo, apaga y vámonos.

Descubrimos que ese compromiso era un acto de amor al prójimo, sobre todo a los oprimidos o “pobres del Evangelio”, y en él estaban fundidos los dos planos: el natural y el sobrenatural, sin embargo, olvidamos con frecuencia, que nuestra fe es también don gratuito e interior y que nuestra respuesta personal liberadora se funda y madura en la oración y meditación de la Palabra, se proclama por la boca y se celebra en ritos, principalmente en el Bautismo y Eucaristía

Pues mire usted, don Antonio. Amén.

Fue, sin duda, el inicio de entender nuestra fe en clave de laicidad, pero al tomar ese compromiso como única característica del cristiano, considerábamos que quien no militase en un partido de izquierdas no era cristiano, con lo que apenas nos distinguíamos de cualquier militante de esos partidos.

Cierto. Tanto criticar el maridaje de la Iglesia con el régimen anterior para ir a caer en el maridaje con una opción política difícilmente asumible desde la cosmovisión cristiana de la vida. Qué lástima.

Ciertamente, luchamos junto al movimiento obrero y seguramente por nuestra actuación hoy lo que queda de la clase obrera mire con mejores ojos a los cristianos, no a la Iglesia jerárquica. Pero ¿no nos olvidamos del pueblo creyente? ¿No hemos mirado con altivez o desprecio a la masa que se declaraba católica y va a las parroquias, a los miembros de Cáritas, de las Cofradías y Hermandades? Por haber entendido nuestra fe solo en clave liberadora, llegamos al extremo de despreciar con frecuencia a estas masas cristianas que practican una “religiosidad popular”, basada en la asistencia a misa y en la recepción de los sacramentos y que se manifiesta en votos y promesas, en procesiones, romerías, peregrinaciones y en un sinnúmero de devociones y novenas. Nos creímos los mejores, pero nos aislamos del pueblo cristiano.

Oiga, le felicito por su sinceridad. El problema es que más adelante cae en lo mismo que ahí denuncia.

Los hijos de los que militaban en las CCP no han aceptado nuestro modo de entender a Iglesia y la gente joven no ha entrado en las CCP. Nuestra propuesta no he tenido la fuerza de atraer a los jóvenes. Hemos ido creciendo sin jóvenes y hoy somos Comunidades de viejos.

Ni los hijos ni los nietos. Porque lo que ya tienen son nietos. Si su modo de entender la Iglesia se ha acercado tanto al modo de entender las cosas que tienen los partidos de izquierda, lo normal es que sus hijos y nietos, si acaso, se hagan afiliados de los partidos y no de la Iglesia.

Finalmente, está nuestro enfrentamiento con la jerarquía eclesiástica. Hemos gastado demasiadas fuerzas en esa lucha, convenciéndonos al final que solo ha supuesto “dar coces contra el aguijón“

Pues mire usted, don Antonio, san Pablo también daba coces contra el aguijón y se convirtió. Ese es el camino a seguir.

Hemos criticado sus pastorales, sus contradicciones, sus pecados, porque no podíamos estar de acuerdo con el poder que dictamina desde arriba imponiendo doctrinas, habiendo descubierto que la fe es un estilo de vida no unos dogmas.

Que la fe no es solo un conjunto de norma es evidente. Pero no hay estilo de vida cristiano que pueda basarse en el rechazo, repudio o desdén de los dogmas que fundamentan la fe cristiana. Y como eso no lo han entendido ni lo quieren entender, están como están y acabarán como acabarán.

Pero, por otra parte, no hemos tratado, o lo hemos hecho en poca medida, de crear nosotros nuevas formas de vida en Iglesia o no hemos criticado a la jerarquía allí donde más podría dolerle: en el aspecto económico que recibe de su unión con el Estado. En definitiva, no promocionamos la Iglesia popular, ni el Estado laico.

Es decir, no han promocionado lo suficiente aquello que desde los sectores más radicales de la izquierda de este país se pide. Y cree que eso es un error. ¿No se da cuenta como en el fondo sigue pensando de igual manera en eso que está señalando como causa de su fracaso?

Estos fallos hay que enmarcarlos dentro de la situación socio-política que hemos vivido. En la transición democrática luchamos por adquirir los derechos fundamentales democráticos de reunión, asociación, manifestación, amnistía política, etc., y para ello nos dotamos de instrumentos socio-políticos: sindicatos y partidos políticos que, en su momento, fueron creíbles y eficaces.

Y también hay que enmarcarlos en la catrastrófica crisis eclesial vivida en el post-concilio. Son ustedes hijos de su tiempo. Su lucha, se lo digo ya, fue de tipo pelagiano. Pero entrar a analizar eso llevaría mucho tiempo.

Hoy nuestra lucha cambia de signo, debemos luchar por los derechos básicos humanos y constitucionales que hemos perdido o que el capitalismo neoliberal ha arrebatado al pueblo: el derecho al trabajo, a la vivienda, a la salud, enseñanza, la atención a los mayores y personas discapacitadas etc.

Le recuerdo que ese pueblo vota. Y elige a los gobernantes que tenemos. Los actuales y los anteriores.

Y en esta lucha no nos sirven ya los sindicatos, los partidos políticos, las ONGs que tuvimos, se han vuelto inservibles por corruptos, lo que explica el desencanto de la gente respecto a los mismos.

Sí, es el resultado del pelagianismo. Al final el hombre es como es y solo la gracia de Dios puede transformarle. En sus propias fuerzas naturales, da de sí lo que usted describe.

En España la dictadura neoliberal se muestra hoy más brutal que lo fuera la dictadura franquista, pues exige que todos los recursos existentes se supediten al pago de la deuda a los bancos acreedores alemanes, franceses, holandeses etc., que alimentaron nuestra burbuja inmobiliaria. Deuda particular que se ha transformado en deuda pública y cuyo pago nos exigen, sin importarles los sacrificios y recortes que el Estado tengan que hacer en el “estado de bienestar ciudadano”

Estoy de acuerdo en que es una vergüenza absoluta que se dedique dinero público a cubrir las pérdidas de los bancos -y ni le digo las de las cajas politizadas- en vez de usarse para impedir que su quiebra la sufran los depositantes de bajo nivel adquisitivo. Pero vuelvo a recordarle que la gente vota para que así sean las cosas. Manifestarse en la calle puede servir para soltar adrenalina, pero no cambias las cosas. En un sistema democrático, las cosas se cambian votando. Pero claro, si la alternativa que proponen es ultraizquierdosa, apaga y vámonos.

Para conseguir este “estado básico de bienestar” habrá que inventar también nuevos medios instrumentales. El reto que hoy se nos presenta a los miembros de las CCP es el de buscar, descubrir y promocionar nuevas plataformas de participación ciudadana, al mismo tiempo que tratamos de renovar las viejas instancias políticas y sindicales de clase que se nos han vuelto inservibles.

Vuelven ustedes a confiar en la bondad natural de la gente para salir del abismo en que nos encontramos. La crisis del sistema partitocrático no se soluciona con un modelo asambleario de corte populista en el que solo participan los elementos más radicalmente ideologizados políticamente hablando de la sociedad. En otras palabras, tomar la Bastilla no soluciona las cosas.

…esta labor de beneficencia es hoy fundamental, a causa de la crisis y en imitación de las primeras comunidades cristianas, que repartían sus bienes “según las necesidad de cada uno” (Hch 2,45), sin olvidar que esas plataformas de beneficencia aunque sean necesarias, son el sustituto de una justicia social que debe ejercer el Gobierno y no lo hace.

Y no lo hará mientras no salga una alternativa política que busque una justicia social que encaje de alguna manera con un sistema económico mundial del que uno no se puede salir sin acabar en la más absoluta de las ruinas, lo cual solo implicaría más hambre y más desigualdad. Sí, ya sé que no es fácil, pero no cabe otra opción que intentarlo.

Pero, sobre todo, habrá que promover la participación de las CCP en las nuevas plataformas que el pueblo se da, de lucha por la justicia y el restablecimiento de los derechos humanos fundamentales y constitucionales, tales como el Movimiento del 15 M; Democracia real YA; Plataforma Afectados por la Hipoteca; las Mareas de Educación, Sanidad, Función Pública; Asambleas ciudadanas constituyentes y de la Deuda ilegítima etc., sin olvidar las ONGs, DDHH, los Acoges de inmigrantes, los sindicatos verdaderos de clase y los partidos políticos que promuevan realmente una sociedad sin clases etc.

Más de lo mismo. Sin descartar lo de bueno que pueda haber en todo ese conglomerado, le aseguro que en su mayor parte no es otra cosa que el refrito de la izquierda pre-caída del muro de Berlín. Hablar a estas alturas de la película de una sociedad sin clases no es que huela a naftalina. Es que nos retrotrae al uniformismo comunista. El problema no es que haya clases. Siempre ha habido y habrá ricos y pobres. El problema es que los pobres no tengan ni para vivir. Y no van a vivir mejor si nos cargamos por las bravas a los ricos.

Dejada atrás la larga y horrible etapa de Juan Pablo II y de Benedicto XVI (Wojtyla y Ratzinger), durante la que el nuevo Papa Francisco reconocía en su viaje de Brasil, que: “la Iglesia se ha mostrado demasiado lejana de las necesidades (de los humildes), demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta”

¿Larga y horrible etapa de Juan Pablo II y Benedicto XVI? Pues mire usted, lo mucho o poco que queda de catolicismo en el mundo es fruto en gran medida de esos dos pontificados. Oponer lo que está haciendo el papa Francisco a lo que han hecho sus antecesores es el camino directo hacia la desaparición de ese catolicismo. Y no creo que nuestro actual Papa quiera recorrer ese camino. Esto, por supuesto, no quiere decir que todo lo que ocurrió con Juan Pablo II y Benedicto XVI fuera bueno. Es obvio que no. Tampoco quiere decir que Francisco no pueda o deba aplicar las reformas que sean necesarias. Pero la esencia del catolicismo no puede sufrir más idas y venidas que las que ya sufrió durante el post-concilio, a menos que queramos convertirnos en un marasmo cismático y desordenado, con millones de fieles desorientados como si fueran ovejas sin pastor.

Una Iglesia popular, alternativa a la Iglesia clerical. El Vaticano II implantó la revolución copernicana de que la autoridad que proviene de Dios (Rom.13,1-2), no recae primeramente en el Papa, obispos, sacerdotes, sino en el pueblo cristiano

Lumen Gentium enseña lo que enseña, por más que ustedes se empeñen en hacer decir al Concilio lo que no dice. La autoridad proviene de Dios, ciertamente, pero el Papa y los obispos ejercen autoridad sobre toda la Iglesia. Y si no entienden eso, es que no entienden lo que es el catolicismo. De hecho, no se puede pensar así y ser católico. Protestante, quizás. Católico, nunca.

Otro reto a que deben responder las CCP es el de profundizar en su vida espiritual interior a ejemplo de Jesús, quien no solo “hizo y enseñó” (Hech 1,1), sino también “se retiraba a orar a un lugar solitario” (Mc 1,35). Esto supone, ante todo, el estudio y meditación de la Biblia, especialmente del Éxodo, de los Profetas, Evangelios, Cartas paulinas, Hechos, Apocalipsis etc., que iluminen y orienten la vida cristiana de los miembros.

Como no hagan ustedes eso a la luz de la Tradición en vez de a la luz de las elucubraciones de los falsos maestros y profetas de la exégesis modernista, les aseguro que no solo van a perder el tiempo sino la poca fe cristiana, no digo ya católica, que les quede.

Fe interior y espiritual manifestada en la oración y meditación frecuente, ayudada, si es necesario, de técnicas orientales.

No me les imagino entregándose en brazos del hesicasmo, la verdad.

Fe proclamada por la boca (Rom 19,8), celebrada en el culto, con los ritos y símbolos adecuados a la realidad y cultura de los pueblos, sobre todo, los ritos de iniciación o Bautismo y de fraternidad o Eucaristía. En las CCP, por tanto, debemos vivir cada vez más, nuestra religiosidad interior, lo que olvidamos con frecuencia y ser lugar también donde se viva la “religiosidad o espiritualidad popular”.

Parece que van bien, pero…

Es cierto que esta “religiosidad popular” que practica el pueblo cristiano y que se manifiesta de mil maneras en novenas, procesiones, romerías etc., tiene deficiencias manifiestas: es una religiosidad de tipo cósmico, en la que Dios es respuesta a todas las incógnitas y necesidades del hombre, que no resiste las críticas del conocimiento científico; es una religiosidad mágica, pagana y supersticiosa que tiene un carácter utilitario, comercial y revela un cierto temor a lo divino etc.

Fin al debate. Ustedes no tienen solución. No entienden ni poco ni mucho el alma del pueblo católico. Es más, lo desprecian. Se dan cuenta que se han separado del mismo, que eso solo les lleva a ser la nada eclesialmente hablando, pero insisten en condenar aquello que, en no pocos sitios, ha sido el único freno efectivo que ha impedido la desaparición de la fe católica entre los fieles.

El resto de lo que dice en su artículo no tiene ya mayor importancia. Si acaso, reseñar lo que usted entiende por evangelización:

Es necesario que sean foco de evangelización, concebido como factor primordial de promoción humana, de lucha por la justicia, por la dignidad y derechos humanos, y esto, no solo en el plano socio-político, al que nos hemos referido antes, sino también en las relaciones de la Iglesia y el Estado. Es decir, promover una Iglesia popular en un Estado laico.

Prueben a leerse lo que Cristo hizo cuando empezó a predicar el evangelio, a ver si encuentran por algún lado lo del estado laico. Si evangelizar hoy es darle un barniz religioso a lo que pueda plantear una opción política a la izquierda de Izquierda Unida, mejor nos quedamos en casa.

En definitiva, a pesar de que ustedes -al menos usted- reconocen que han fracasado y de que apuntan razones auténticas de su fracaso, insisten en caminar por la senda del error. Pues nada. No llegarán a ninguna parte. Quiera Dios que puedan morir en su gracia, habiendo recibido los sacramentos. Es lo único que les queda ya. Y no es poca cosa. Significaría morir salvados por Jesucristo y nacer a la vida eterna.

Luis Fernando Pérez Bustamante