25.09.13

El martirio del obispo de Jaén

A las 6:37 PM, por Santiago Mata
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Entre los 522 que serán beatificados el 13 de octubre hay dos obispos, el auxiliar de Tarragona, Manuel Borràs, al que ya dediqué una entrada, y el de Jaén, Manuel Basulto, al que dedico esta.

El mayor fusilamiento público de la Guerra Civil

A este tema he dedicado un libro, El Tren de la Muerte, disponible en librerías (no obstante, me lo pueden pedir también dejando aquí un comentario, como en el caso de Holocausto católico). A lo ya publicado, gracias a Carlos Navarro Ugena, puedo añadir que he localizado el lugar exacto de la matanza, que paso a presentar.

Las fotos de posguerra no dejan lugar a duda de que el fusilamiento tuvo lugar al oeste de la vía del tren (a la derecha en las fotos), es decir, en el lado hacia Villaverde (pero dentro del término municipal de Vallecas), lo cual es coherente con que la gente que había estado en el lugar donde se detuvo el tren (apeadero de Santa Catalina) no tuviera que cruzar las vías (elevadas) y por ende el cordón de soldados y milicianos al llegar desde el oeste por la carretera para presenciar la matanza. Y ahora un relato somero sobre la trascendencia (civil) del evento.

Desprestigio definitivo de la República

El obispo de Jaén, Manuel Basulto Jiménez, de 67 años, y su vicario Félix Pérez Portela, de 41, fueron dos de las casi 200 víctimas mortales de la matanza del que se dio en llamar Tren de la Muerte, detenido en el Pozo del Tío Raimundo (Vallecas) antes de que pudiera poner a salvo en la cárcel de Alcalá de Henares a los presos enviados allí desde Jaén por el gobernador civil. La entrega de los presos a los soldados y milicianos socialistas, comunistas y anarquistas se hizo, por parte de la escolta de guardias civiles y de los guardias de Asalto que llegaron a reforzarles, por orden del director general de seguridad, Manuel Muñoz (de Izquierda Republicana, el partido de Azaña), con conocimiento del ministro de Gobernación, general Pozas, y muy probablemente del jefe del gobierno, Giral. Basulto, que había sido obispo de Lugo desde 1910 y lo era de Jaén desde 1920, mostró su disposición al martirio al salir de la catedral -convertida en cárcel- de Jaén, pero no hay testimonios definitivos sobre si dijo algo en el momento de morir, más allá del gesto de cruzar los brazos sobre el pecho y ponerse de rodillas.


El último superviviente de la matanza aún vivo, Leocadio Moreno, recordó siempre vivamente el “gesto de pastor” del vicario general, cuando él le pidió la absolución antes de su previsible fusilamiento -que después no tuvo lugar-, y Portela se la dió, zafándose previamente de los milicianos que le sacaban del vagón del tren. Aunque entre los muertos de esa matanza, más los 11 del tren del día anterior, había otros sacerdotes y numerosas personas significadas por su catolicismo, solo Basulto y Portela fueron elegidos para el proceso de beatificación.

 

La matanza del Tren de la Muerte fue el mayor fusilamiento público (presenciado por entre mil y dos mil personas) de civiles en la guerra española, e hizo evidente que el Gobierno prefería tolerar esos crímenes antes que enfrentarse a las milicias a las que había armado. Esta desaparición fáctica del Estado de derecho no pasó desapercibida a los diplomáticos extranjeros. El embajador chileno, Aurelio Núñez Morgado, narró así en Los sucesos de España (páginas 202-205) lo que expuso a los diplomáticos presentes en Madrid el 13 de agosto:

 

“En estas circunstancias, dice el decano, cabe preguntarse si es posible no ayudar al afligido, al que escapa de las garras asesinas y viene a cobijarse bajo nuestras banderas. En caso de que no se acepte el derecho de refugio, ni siquiera de asilo, no habría otra cosa que hacer que ausentarse de Madrid, porque todos los hechos relatados y quien sabe cuantos que ignoramos significan que se carece de Gobierno y, en tales circunstancias, permanecer impasibles, limitándose a enviar notas tras notas, sin resultado práctico alguno, nos coloca en el triste papel de espectadores de la más tremenda tragedia o de cómplices por silencio de aquellos crímenes.

Por mi parte, termina, teniendo ya llena de gente mi Embajada; pero los demás representantes sabrán cada uno lo que le corresponderá hacer de acuerdo con sus respectivos gobiernos y sus conciencias.

El representante de la República Argentina pregunta si se autoriza al Cuerpo Diplomático para comunicar a sus respectivos gobiernos estas decisiones y el representante de Chile dice que no tiene ningún inconveniente.
El Sr. Ministro del Uruguay dice que el relato del Embajador de Chile le ha impresionado y que el hecho que el propio decano haya manifestado la idea de retirarse lo estima muy grave. Por su parte tiene instrucciones de su Gobierno de que pase a Francia cuando lo crea oportuno.

El Sr. Ministro del Perú cree que los representantes de las grandes potencias deben manifestar sus opiniones. El de Gran Bretaña dice que tiene instrucciones para que en caso necesario, cierre la Embajada y el consulado y se marche; pero le parece que no lo podrá hacer por tener súbditos ingleses a quienes proteger.
El Sr. Ministro de El Salvador pregunta al Embajador de Chile si se ausentaría de España a lo que éste contesta que se iría tal vez a Alicante para embarcarse en el momento oportuno. El representante de El Salvador considera que esta resolución sería muy grave, sería un tremendo golpe para el Gobierno, que perdería toda la pequeña autoridad que ahora tiene y que por eso entendía que no debería el Cuerpo Diplomático adoptar tal resolución sino en último caso.

El representante de Rumanía dice que cada uno pida autorización a su Gobierno para retirarse cuando el Cuerpo Diplomático los juzgue conveniente.
El Sr. Embajador de México dice que su país ha tenido que sufrir una lucha semejante a la que se desarrolla actualmente en España, aún cuando nunca se llegó a la desaparición tan absoluta de las garantías individuales que ahora presenciamos. De esta lucha, que duró varios años, surgió un gobierno de izquierdas que está de espíritu y de corazón con el Gobierno de Madrid. Por consiguiente, cualquiera que sea la decisión del Cuerpo Diplomático y las circunstancias por que pueda atravesar la Capital, la Embajada de México permanecerá en Madrid.- Pero, a pesar de todo, en Febrero se instaló en Valencia, con motivo de la llegada del sucesor del Sr. Pérez Treviño”.

La cuestión del abandono de Madrid y aún de España volvió a tratarla el cuerpo diplomático el 15 de agosto:
“Salvo los representantes de Argentina, Turquía y México, que expresan que, por sus razones, permanecerán en Madrid cualesquiera que sean las circunstancias, los demás manifiestan que han recibido instrucciones para salir cuando así lo acuerde el Cuerpo Diplomático.”

El ministro Barcia acusó recibo de la postura de los diplomáticos:

“En la sesión del día 20 el Embajador de Chile dice que ha sido invitado por el Sr. Ministro de Estado a tratar sobre los temas que más nos preocupan y, al respecto, dentro de la mayor cordialidad, le ofreció repetidas veces que el afán mayor del Gobierno es tener satisfecho al Cuerpo Diplomático y le pidió que, en lo posible, el Cuerpo Diplomático se reuniera con él periódicamente por intermedio de su decano, a fin de evitar malos entendidos. Con referencias a las sesiones diarias que celebramos y que llamaban la atención del público, le expresó que obedecían exclusivamente al deber que tenemos de proteger las vidas de nuestros representados y sus hogares y nuestras propias Misiones y, por añadidura, hasta contra nuestra propia voluntad, a personas de nacionalidad española que se sentían perseguidas por desconocidos que les causaban la muerte, como lo enseñaba la experiencia del tiempo pasado y la de cada día. Manifestó el decano al Ministro que, en realidad, la idea de ausentarse de Madrid y, si el caso lo requería, de España era solamente como una demostración de la inutilidad de todos sus sacrificios. El Ministro estimó que tal medida la estimaría grave su Gobierno y poco amistosa, a lo que el Embajador respondió que el efecto guardaba íntima relación con la causa; pero que, bien entendido, la actitud del Cuerpo Diplomático es en resguardo de su prestigio y de su deber.
La sala acogió con aplauso las palabras anteriores”.


Mientras tanto, el cementerio de Vallecas registró el 12 de agosto el asesinato de dos hermanas de la Caridad (vicencianas), Juana Pérez Abascal, de 49 años; y Ramona Cao Fernández, de 52. Ambas trabajaban en el sanatorio antituberculoso El Neveral, de Jaén, donde, según la biografía publicada por María Ángeles Infante Barrera, “fueron detenidas y calumniadas de robo en Jaén. Al ser juzgadas no se pudo probar la acusación y fueron puestas en libertad, pero no encontraron lugar de refugio en aquella ciudad y se vieron obligadas a trasladarse a Madrid en un tren lleno de presos políticos. A pesar de sentir miedo, antes de renegar de su fe, subieron al tren en Alcázar de San Juan, en medio de insultos y un tumulto feroz. Iban vestidas de enfermeras de la Cruz Roja pero conservaron su rosario de Hijas de la Caridad debajo del uniforme de enfermeras. Este hecho las identificó como Hijas de la Caridad y fue la razón de su martirio en la matanza del llamado primer tren de la muerte. Al ser sacadas del tren fueron arrastradas por el suelo, insultadas y finalmente fusiladas por su condición religiosa en el Pozo del Tío Raimundo, el 12 de agosto de 1936”. Según Infante Barrera, otras religiosas de la institución jinenense llamada La gota de leche oyeron a milicianos los detalles de esas muertes, por lo que es posible que fueran en el primer tren (el del 11 de agosto), y no en el segundo (el del día 12, cuya escolta era exclusivamente de guardias civiles); por lo tanto no habrían sido fusiladas en el Pozo del Tío Raimundo, descampado en el que se ejecutó a las víctimas del segundo tren. Ningún testimonio escrito del primer tren registra que subieran a él mujeres, ni aparecen entre las 11 personas fusiladas cuando ese tren salió de Atocha hacia Alcalá de Henares. El registro del cementerio de Vallecas señala el hallazgo el 12 de agosto de dos cadáveres de sendas mujeres de edades estimadas en 45 y 50 años, respectivamente en los kilómetros 7 y 10 de la carretera de Valencia, que bien podrían ser dichas religiosas, hubieran montado en el llamado primer tren de Jaén o en cualquier otro llegado a Atocha el 11 de agosto.