28.09.13

 

Nadie es perfecto. Ni un obispo, un párroco, un padre de familia o un empleado de correos y telégrafos. Todos sujetos a crítica, y cuanto más público el personaje, más. Pero vamos a convenir que una cosa es la crítica, y otra la fijación y el ensañamiento. Y eso es lo que vengo observando desde hace tiempo en Religión Digital, que hoy ha decidido caer todo lo bajo que se puede. Porque hace falta ser rastrero para tratar de sacudir una bofetada al cardenal de Madrid sacando a la luz una supuesta carta de un sacerdote fallecido de cáncer hace nueve años.

Vaya por delante que no tengo nada que agradecer especialmente al cardenal Rouco, más que el haberme acogido como sacerdote en la diócesis, que no es cualquier cosa, y su afecto y cuidado de pastor. Para nada soy ningún niño bonito. Él me nombró párroco de dos pueblos en los que estuve solo nueve años y de ahí me trajo a una parroquia sin templo, sin casa, sin nada, para ponerla en marcha. Feliz de hacerlo, por cierto.

No. No es don Antonio María Rouco Varela un obispo perfecto. Cosas ha hecho y se han hecho en la diócesis que no me han gustado y que he manifestado públicamente ante el cardenal, los obispos auxiliares y los vicarios episcopales. Pero una cosa es discrepar en algunos asuntos y otra el tirarse a degüello contra alguien por las razones que sean, que en el caso de J. M. Vidal conozco alguna.

Me voy a permitir hacer algunas reflexiones sobre el paso del cardenal Rouco Varela por Madrid, pese a quien pese. Comienzo por las cosas “grandes”.

Madrid hoy, y para empezar, es una diócesis viva y muy normalizada. En cualquier parroquia se predica mayoritariamente sin demasiadas estridencias, la liturgia ha mejorado mucho y estamos en un camino de normalidad muy de agradecer.

Gozamos de unos seminarios vivos que nos están regalando cada año una media de veinte nuevos sacerdotes, que muchos quisieran.

Se ha pasado de un estudio teológico dependiente de otros, a una espléndida facultad de teología que hoy es referente en Madrid, gran parte de España y numerosísimos centros de estudio del extranjero. Pero es que san Dámaso, además de la facultad de teología, ha aumentado el número de facultades y estudios hasta ser todo un referente. Bien es verdad que, mientras, otras facultades clásicas languidecen. Así son las cosas.

En los casi veinte años que lleva el cardenal de obispo de Madrid, se han inaugurado más de sesenta complejos parroquiales de nueva construcción, algo que causa asombro desde luego en toda Europa, donde no se conoce fenómeno parecido. Y de estos más de sesenta centros nuevos, veinte en las vicarías IV y V que comprenden las zonas más desfavorecidas de Madrid.

Me vendrán ahora con lo de los pobres. Pues hablemos de eso. Merece la pena echar un vistazo a los datos de Cáritas Madrid. Voluntarios, proyectos, ayudas. Para tomar ejemplo.

¿Y en las cosas pequeñas, el día a día, los sacerdotes…? Supongo que nadie pretenderá que un obispo que tiene a su cargo la diócesis de Madrid, la presidencia de la conferencia episcopal, y que además es cardenal de la santa iglesia, se pase el día llamando por teléfono a cada cura a ver cómo anda de colesterol. Madrid tiene más de seiscientas parroquias y pasa de los dos mil sacerdotes con cargo pastoral. Añadamos religiosos y religiosas, obras institucionales y demás. No pidamos imposibles. Y con todo y eso, si un sacerdote pide hablar personalmente con su obispo y con urgencia, es recibido inmediatamente donde sea y como sea.

Precisamente por eso, una de las primeras cosas que hizo monseñor Rouco Varela al llegar a Madrid fue crear la vicaría del clero, al frente de la cual lleva desde su misma creación un magnífico sacerdote, D. Justo Bermejo, ayudado hoy por el jesuita P. Rodríguez Ponce. Tanto D. Justo como el P. Juan José son dos excelentes sacerdotes que velan por cada hermano en lo espiritual y material. No hablo de memoria. Me consta por compañeros enfermos y con problemas que así lo ratifican. Pero tampoco es extraño que en cualquier momento se presente el cardenal a ver a un sacerdote enfermo en el hospital o en su casa. Me consta. Lo he vivido. Esa imagen de que el sacerdote está abandonado de su obispo es rotundamente falsa. Hace algunos años falleció un hermano mío y en su funeral me acompañaron tres vicarios episcopales además de muchos compañeros. Mi madre, en el pueblo, camino de los cien años, ha recibido varias veces la visita del vicario territorial, del vicario del clero, del cardenal y de algún obispo auxiliar.

El cardenal nos conoce a los sacerdotes. Todavía no hace mucho al saludarle en un retiro me preguntó por el apostolado en internet y la marcha de la capilla de adoración perpetua.

Y lo que afirmo del cardenal, lo afirmo de los obispos auxiliares y los vicarios episcopales. Cuando he tenido un problema, un desasosiego, una dificultad y he pedido ayuda, si no han podido responderme en el momento, antes de acabar el día, AUNQUE SEAN LAS ONCE DE LA NOCHE, he recibido esa llamada que tranquiliza y te pregunta qué pasa.

Es igual, José Manuel Vidal , y el medio que dirige, Religión Digital, tienen una enfermedad que se llama odio visceral al cardenal Rouco Varela, y en su obsesión no tienen reparo en usar los medios que sean, los que sean, para darle una patada en lo que más le duela. En esta ocasión es una supuesta carta escrita el año 2002 por un sacerdote fallecido en el 2004. Y no se lo pierdan, la saca a la luz el ínclito D. Antonio Aradillas, que fue suspendido nada menos que por el cardenal Tarancón, el aperturista, y a quien el retrógrado Rouco Varela permite celebrar misa.

Triste realidad. Pero así son las cosas cuando el odio nos puede.