29.09.13

Lo sagrado y lo profano en la música litúrgica

A las 9:54 PM, por Raúl del Toro
Categorías : General

 

Hace unas semanas se desató una notable controversia en el blog a cuenta de los estilos musicales apropiados o inapropiados para la liturgia. A raíz de la misma me ha parecido conveniente tratar la cuestión fundamental que subyace a cualquier debate de este tipo: lo sagrado y lo profano en los estilos musicales litúrgicos. 

El magisterio tradicional de la Iglesia respecto al estilo de la música litúrgica puede resumirse en tres ideas:

  • Existe un ámbito de lo profano y un ámbito de lo sagrado. Distintos.
  • Hay unos tipos de música que remiten a lo profano y otros tipos de música que remiten a lo sagrado.
  • En la liturgia de la Iglesia hay que rechazar firmemente los primeros y acoger los segundos.

Voy a desarrollarlas brevemente.

1. Lo profano y lo sagrado.

Lo sagrado está compuesto por cosas, por criaturas, que ponen en contacto con Dios. Estas cosas en origen han tenido con frecuencia una utilidad práctica inmediata. Así, la casulla y demás vestiduras litúrgicas fueron al principio prendas de vestir normales. Pero cuando asumieron un carácter sagrado experimentaron una separación de lo cotidiano, de lo profano. Nadie va por la calle vestido con una especie de túnica de un color distinto según el día que sea. Pero el sacerdote en la liturgia sí. El cáliz en origen no es más que una copa para beber. Pero una vez que la fe católica entiende que esa copa va a contener la Sangre de Cristo recibe un tratamiento especial: se la separa, se elabora con un material especial, etc. Esa copa, ese cáliz, ya sólo se usa para la función sagrada, y para nada más. Igual que la casulla. Lo contrario resulta impropio e incluso ofensivo.

La relación respecto a lo sagrado y lo profano ha tenido diversas aproximaciones. La Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, siempre ha defendido enérgicamente lo sagrado en su liturgia. Por el contrario el protestantismo, sobre todo en sus ramas más radicales, ha tendido a rechazar lo sagrado. Pide que el altar sea una mesa normal, el cáliz una copa normal, el atuendo del celebrante una ropa normal, etc. Esto nos puede sonar a todos. La fuerte tendencia protestantizante que de facto abundó en los años posteriores al Concilio Vaticano II iba en esta misma línea. 

El rechazo de la música sacra es parte del mismo problema. Donde con más intensidad se rechazó todo atisbo de música sagrada (canto gregoriano, sonido del órgano de tubos, etc.) fue en los contextos litúrgicos donde abundó el desdén hacia lo sagrado en todo lo demás.

2. Relación de la música con lo profano y lo sagrado.

Una pieza musical en sí misma no es ni profana ni sagrada. No es más que una combinación de sonidos de diversa altura y duración que no tienen significado alguno si no es en la mente del ser humano que los percibe dentro de un contexto cultural determinado.

Pongamos como ejemplo un pasodoble. Si un hispano del siglo IV hubiese escuchado un pasodoble sólo habría encontrado un caos sonoro incomprensible y cacofónico, sin relación alguna con la manera de ordenar los sonidos que él conocía como la música de su tiempo. Es decir, el pasodoble para él no tendría ningún significado. Pero si un español actual escucha un pasodoble (me imagino que en Hispanoamérica será parecido), inmediatamente vendrá a su pensamiento una corrida de toros, o un baile popular en la plaza de un pueblo o algo por el estilo. El significado es claro. No es algo opinable, sino un dato inmediato de la experiencia. Al escuchar un pasodoble nadie piensa de modo espontáneo en la oración litúrgica, ni en nada sagrado en el sentido propio y concreto del término.

En las culturas antiguas la música frecuentemente estaba asociada a algo concreto: a un texto o a una acción. En muchos casos se daba una unidad indivisible formada por la melodía, el texto, el momento, la persona que cantaba e incluso la manera de cantar. Esta concepción sigue existiendo ahora en muchas culturas. Un ejemplo actual de cómo esa concepción originaria de la música también subiste en ciertos contextos de Occidente es la entonación característica con que en España se comunican los números premiados en el sorteo navideño de la Lotería Nacional.

En esta concepción primordial de la música no hay ni deseo ni necesidad de novedad, y por lo tanto tampoco de “progreso” o “innovación” en el estilo musical. A nadie le preocupa que la fórmula de entonación de la lotería permanezca invariable a lo largo de los años. Es más, precisamente esa inmutabilidad refuerza la “identidad” del acontecimiento anual y satisface la necesidad de “liturgia” y tradición que anidan de modo natural en el hombre. De hecho, tendemos a establecer formas fijas y tradicionales para las cosas importantes, sean grandes o pequeñas: el estricto protocolo para la toma de posesión de un nuevo ministro, o el soplar las velas de la tarta de cumpleaños en una fiesta familiar. En este último caso la canción “Cumpleaños feliz” podría considerarse como un ejemplo de canto “litúrgico” profano-doméstico. 

Esta relación primordial de la música con el contexto en que se utiliza es también la que se da en el rito romano entre los cantos gregorianos y sus correspondientes momentos litúrgicos. Y es también la concepción que, en general, sigue predominando en las liturgias cristianas orientales, sean católicas u ortodoxas. Se puede decir que en esta concepción la sacralidad de la música ritual es inequívoca e inexpugnable.

Pero alrededor del siglo IX ocurre algo totalmente nuevo: a unos monjes de la Europa occidental se les ocurre utilizar un sistema de signos escritos para facilitar la conservación de las melodías sin depender exclusivamente de la transmisión oral. Esto tiene un efecto seguramente inesperado: la pieza musical comienza a ser algo independiente. Está escrita en un papel y no depende de un momento o de una persona para existir. A partir de ahí va surgiendo lo que conocemos como obra musical, fruto del ingenio cada vez más sofisticado de compositores no anónimos sino con una personalidad creadora concreta. Este es el origen de toda la música occidental, un fenómeno único en la historia de la humanidad que tiene su primer origen en la ocurrencia práctica de unos monjes europeos de la Edad Media.

Y aquí comienza también el reto de la adecuación de la música al contexto sagrado, que ya no está garantizada automáticamente por la esencia de la propia pieza musical, como antes. La Iglesia acepta esta nueva realidad de la música y contempla, quizás con asombro, un desarrollo nunca visto antes del arte musical que en sus fases iniciales tiene lugar en el seno de su propia liturgia. Pero, como es inevitable, la música se desarrolla conforme a la dinámica de todas las cosas. Y como en el mundo no sólo existe lo sagrado sino también lo profano, así ocurre también con la música: surgen estilos que pertenecen y remiten al mundo profano. De modo que hay que elegir. Si la liturgia es el ámbito de lo sagrado, habrá que asumir los estilos que evocan lo sagrado y rechazar los que evocan lo profano. Esta ha sido la enseñanza tradicional y constante de la Iglesia.

Ahora bien, ¿qué estilo evoca lo sagrado y cuál lo profano? Lógicamente no es una cuestión que pueda despacharse con tres o cuatro normas prácticas. El estilo musical predominante en cada época va cambiando y, lo que es más importante, también va cambiando el contexto en que cada estilo se recibe. Puesto que no existen músicas profanas y sagradas “en sí", la cuestión estriba en qué puede ser música profana y sagrada en cada momento y en cada lugar.

Cuando a alguien no le apetece, por la razón que sea, aceptar esta separación entre lo sagrado y lo profano en la música litúrgica, es tentadora la reducción al absurdo: descender a detalles muy sutiles del estilo musical, a cuestiones técnicas y accesibles sólo a personas instruidas en música, y donde es fácil perderse. Es decir: como si en en la zona de comentarios de este artículo algún erudito lector escribiera: “la música de las películas ambientadas en la conquista del Oeste norteamericano abunda en fórmulas pentatónicas que no son infrecuentes en el canto gregoriano”; o “la misma cadencia del modo frigio que es seña de identidad de la música popular del sur de España existe desde siempre en el canto gregoriano dentro de los modos tercero y cuarto”.

Pero, siendo honestos, las reflexiones que suscitaron controversia en artículos pasados de este blog se mueven en un ámbito mucho más claro. Del mismo modo que un pasodoble evoca una corrida de toros, un baile popular o algo parecido, exactamente igual una canción pop evoca el mundo del pop y todo lo que lo rodea, que es la expresión por antonomasia de lo profano en el mundo actual. Da igual cómo se pueda ver dentro de 1000 años o desde otro planeta. El efecto aquí y ahora es claro.

3.En la liturgia de la Iglesia hay que rechazar firmemente la música profana y acoger la música sagrada.

Esta ha sido la enseñanza tradicional de la Iglesia. Una lectura atenta del magisterio no deja lugar a otra conclusión. A quien tenga dudas sobre esto le sugiero la lectura de este artículo anterior en que expuse un resumen de los pronunciamientos magisteriales más importantes. Por supuesto, en el curso de la historia han abundado las tensiones, las desviaciones y rectificaciones. La casuística es variada como para encontrar ejemplos a gusto de cualquiera.

Un ejemplo: en cualquier iglesia a mediados del siglo XIX se podía encontrar un estilo musical exactamente igual al de los teatros de ópera. Pero de este hecho histórico cierto no se puede inferir, ni mucho menos, algo así como que “la Iglesia siempre ha aceptado todos los estilos, y también el operístico del s. XIX". Lo correcto es decir que esta fue una de tantas desviaciones respecto a la norma. La denuncia de ese estado de cosas partió de un movimiento de restauración litúrgica y musical que fue tomando cuerpo en diversos países y que finalmente fue aprobado y confirmado por el Papa Pío X, en consonancia con la tradición, y por todos los papas posteriores, que continuaron con esta enseñanza.  Aquí está la referencia, y no en el organista parroquial que, con toda su buena voluntad y arte, componía sonatas, minués, oberturas o temas con variaciones para tocarlos en el ofertorio.

Queda pendiente el discernir en el detalle qué es música sagrada y qué es música profana a día de hoy. Pero si no se empieza por distinguir el ámbito profano del sagrado, no hay manera de avanzar ni un paso en la dirección correcta.