5.10.13

 

Vaya la que lió Rafaela el otro día con su llamada de teléfono. La pobre no comprendía algunas cosas y simplemente intentaba aclarar sus dudas. La ingente cantidad de lecturas del post y los 135 comentarios a estas horas, dan prueba de ello.

Hay un hecho incuestionable. Y es que a día de hoy el papa Francisco es siempre noticia de primera página en todo tipo de medios, sean del tipo que sean (religiosos, generalistas, políticos) o de la tendencia que fuere. El papa está en la cabecera y sus palabras son leídas, pensadas, comentadas más de lo que nunca fueron las de cualquier otro papa.

Y hay otro hecho incuestionable: la cantidad de católicos que se sienten “perplejos” ante unas formas y un modo de expresarse del santo padre que les resulta extraño. Puedo decir que no pasa día en el que no se me acerque gente a comentar que no entiende algunas cosas, que otras le causan extrañeza, que se pierden, que están algo confusos. Sobre todo laicos, pero también sacerdotes y religiosos. También cada día encuentro personas entusiasmadas con el papa Francisco y que consideran que su llegada es por fin una señal de esperanza y vuelta al evangelio. Nada que objetar. Pero es lo que hay.

En estos momentos creo que necesitamos serenidad sobre todo y en ambos extremos. El papa tiene su propia personalidad y su forma de expresarse y llegar a los fieles, que ciertamente no estábamos acostumbrados a papas que diesen entrevistas y emplearan un lenguaje más coloquial. Eso hace que algunos se encuentren descolocados y perplejos. Tranquilos. No es para tanto.

Pero también pediría tranquilidad al otro extremo en medio de su entusiasmo. El camino del evangelio es largo, difícil y muy lento, y no es bueno pasar de la reticencia ante Juan Pablo II y Benedicto XVI al entusiasmo desbordado de Francisco. Como tampoco pasar de la veneración hacia aquellos a la sospecha con este.

Tranquilidad, mucha tranquilidad. Aceptar al papa, rezar por él y ofrecerle nuestro cariño. Sea el que sea. Y luego, eso sí, es legítimo que cada cual, desde su libertad de hijo de Dios, opine que le gustaban más las homilías de este, ese o aquel, los gestos de uno, otro o el de más allá, las encíclicas de Pablo, Juan, Juan Pablo, Benedicto, Francisco, León o Pío. Uno dirá que el que se explicaba bien era Benedicto, frente al que prefiera las palabras de Francisco. Los habrá que estaban más cómodos con Juan Pablo y otros recobraron justamente el agrado con Benedicto o Francisco.

Otra cosa es cuando aparece una encíclica, un texto magisterial y no digamos una definición dogmática. Ahí es lo mismo. Se acepta y punto.

Lo cierto, y es lo que cuento, es que mientras hay gente entusiasmada con Francisco, hay muchas Rafaelas que me dicen que andan perdidas.

Acabo con un texto de Las Partidas, cuyo autor es un pobre ignorante castellano de hace 725 años que reinó con el nombre de Alfonso X:

“Según dijeron los sabios, palabra es cosa que, cuando es dicha verdaderamente, muestra con ella aquello que quiere decir e lo que contiene en el corazón. E tiene muy gran pro cuando se dice como debe, pues por ella se entienden los hombres los unos a los otros de manera que hacen sus hechos más desembargadamente. E por esto todo hombre, e mayormente el rey, se debe mucho guardar en su palabra de manera que sea catada e pensada ante que la diga pues que sale de la boca no puede hombre hacer que no sea dicha”.