11.10.13

 

Hace pocos días el teólogo Hans Küng ha dado a entender que, dado que está pasando por un mal momento físico debido a una grave enfermedad que padece, está meditando la posibilidad de hacer que alguien le quite la vida. Lo dice porque, a su entender, puede hacer depende su propia existencia de su propia voluntad y si le viene bien (por lo mal que está físicamente) basta con procurarse un remedio tan extremo como es que se le quite la vida en aplicación de la temible y terrible eutanasia.

En realidad, en todo esto subyace un tema muy grave como es la pérdida total de fe mediante la duda acerca de si es posible hacer con nuestra vida, en el fondo y en el final de la misma, lo que nos venga en gana.

Por eso podemos preguntar si la vida es nuestra. Así de simple.

Por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia católica también contempla el tema del suicidio (sea asistido o no lo sea) Así, por ejemplo, dice que

“2280 Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. El sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.

2281 El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es contrario al amor del Dios vivo.

2282 Si se comete con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el suicidio adquiere además la gravedad del escándalo. La cooperación voluntaria al suicidio es contraria a la ley moral. Trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida.

 

2283 No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que El solo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida.”

 

Queda, pues, más que claro que la vida no es nuestra porque nos la haya dado Dios sino que es, precisamente, de Dios que es quien nos la ha dado. Y sólo al Creador corresponde decidir en qué momento terminamos nuestro peregrinar por este mundo.

No podemos, por lo tanto, disponer de nuestra vida a nuestro antojo para hacer algo muy contrario a la misma como es, por ejemplo, el suicidio. Es, además, una manifestación de franco desagradecimiento hacia el Todopoderoso que no debemos olvidar.

Y, abundando en la importancia que tiene la vida y en lo que no hay que hacer con ella, el Beato Juan Pablo II en su Evangelium vitae (65) dice que

“Ciertamente existe la obligación moral de curarse y hacerse curar, pero esta obligación se debe valorar según las situaciones concretas; es decir, hay que examinar si los medios terapéuticos a disposición son objetivamente proporcionados a las perspectivas de mejoría. La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante al muerte.”

… Hechas estas distinciones, de acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio.”

Dice, además, el 5º Mandamiento, “No matarás” que ha de querer decir, también, “No procurarás que te maten” que es lo mismo pero aplicado a uno mismo y a su propia existencia.

Tampoco debemos olvidar que cuando decimos, en el Padre Nuestro, “no nos dejes caer en la tentación” estamos insistiendo a Dios en el hecho de que, aunque exista tal tentación (ahora la de quitarse la vida) nos ayude a no dejar que nos domine y, al final, nos venza.

Es bien cierto, por otra parte, que el sufrimiento, en determinadas ocasiones, puede ser terrible (ahí tenemos a muchas personas que mucho sufren o, por ejemplo, al Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, que mucho sufrió en vida terrena) pero no es menos cierto que el creyente tiene un apoyo tan grande que no puede hacerle ascos en los tales momentos de sufrimiento: es Padre y es Dios. Por eso le recomendamos tanto a Hans Küng como a todos los que sufran por algún motivo de enfermedad o estén pasando otro tipo de tribulaciones a lo mejor menos graves pero también importantes, estas palabras de la santa de Ávila, Santa Teresa de Jesús que son muy conocidas y que dicen esto:

Nada te turbe, nada te espante todo se pasa,
Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza,
quien a Dios tiene nada le falta sólo Dios basta.

Sólo Dios basta… y a Él vamos.

Eleuterio Fernández Guzmán