23.10.13

Alteza de la Mujer - Mulieris dignitatem (II)

A las 9:44 PM, por Germán
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El 1 de septiembre de 2010, Benedicto XVI citando la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem de 1988 de su antecesor Juan Pablo II, exaltó el «genio femenino» al referirse a las virtudes de santa Hildegarda de Bingen, religiosa benedictina y mística alemana, y el ejemplo que las mujeres han dado en la obra apostólica de la Iglesia.

Juan Pablo Magno, empleó el término «genio femenino» por primera vez en la Mulieres Dignitatem.María es el prototipo de la Mujer, ve en ella «la» mujer y en Ella se encarna perfectamente el genio femenino.

Ninguno ignora que en la tradición bíblica -exceptuando la figura excepcional del Salvador, que no admite comparaciones- María, como mujer, es el personaje más venerado, como ha sido la persona más esperada entre; los siglos que median del pecado del paraíso terrenal a la restauración en la Cruz y en la Resurrección.

Ninguno de los profetas, ni patriarcas, ni el mismo José, verificaron un oficio más cercano a Dios y, en consecuencia, de mayor dignidad y calidad. La mujer prometida en el paraíso, entre los castigos con que Dios arroja del Edén a sus primeros moradores, es la aurora en la que sueñan los justos del Pueblo de Dios; saben, que en cuanto asome esta aurora, está ya en camino de cercanía nada menos que el Mesías, el Salvador de toda la humanidad.

María es llamada por el Papa “la mujer de la Biblia": no cualquier mu­jer destacada de la Escritura, como Sara, Ester, Judit, Séfora o Ana; es María «la» Mujer (Gen 3, 16), la única Redentora con su Hijo, la única no inmersa, en el pecado original, la única que engendrará en su vientre al Salvador, la única que cuidará con mimo los primeros pasos del Salvador, cuando El, como niño nece­sitado, era incapaz de valerse.

La dignidad humana.

Juan Pablo II destaca que la cima de la dignidad humana es participar en la función mesiánica de Jesús. María, desde el primer momento de su ma­ternidad divina, de su unión con el Hijo que “el Padre ha enviado al mundo para que el mundo se salve por El, se inserta en el servicio mesiánico de Cristo. Precisamente este servicio constituye el fundamento mismo de aquel Reino, en el cual “servir” quiere decir “reinar". Cristo “Siervo del Señor” manifestará a todos los hombres la dignidad real del servicio, con la cual se relaciona directamente la vocación de cada hombre (5).

En este servicio de Dios, María ocupará uno de los puestos más bajos y oscuros en la escala de valores terrenos; pero Dios no mira la dignidad como los hombres, estimando sobre todo el dinero, el poder, la sabiduría hu­mana. Destaca el Papa esta visión que es fundamental para comprender la razón de nuestra dignidad personal: En la expresión “yo soy la esclava del Señor” se deja traslucir toda la conciencia que María tiene de ser criatura en relación con Dios. Sin embargo, la palabra “esclava” que encon­tramos en el diálogo con el Ángel, se encuadra en la perspectiva de la his­toria de la Madre y del Hijo. De hecho, este Hijo, que es el verdadero y consubstancial “Hijo del Altísimo", dirá muchas veces de sí mismo, especial­mente en el momento culminante de su misión: “El Hijo del hombre no ha vea nido a ser servido sino a servir (5).

Importante puntualización, ya que Dios no concibe la dignidad humana como la mayoría de los mortales, sino de un modo totalmente contrario, pues que el ser­vir a los demás es la más digna dedicación de toda persona. Así lo demos­traron Jesús y María eligiendo libremente el servicio para la salvación.

Intimidad de Jesús.

Contra la tradición de la época, en la que la mujer se considera como persona secundaria, incapaz de ocupar puestos de responsabilidad, y casi re­legada a sus funciones de hogar, Jesús “habla con las mujeres acerca de las cosas de Dios y ellas le comprenden; se trata de una auténtica sintonía de mente y de corazón, una respuesta de fe. Jesús manifiesta aprecio por di­cha respuesta, tan “femenina” y -como en el caso de la mujer cananea- también admiración. A veces propone como ejemplo esta fe viva impregnada de amor; Él enseña, por lo tanto, tomando pie de esta respuesta femenina de la mente y el corazón. Así sucede en el caso de aquella mujer “pecadora” en casa del fariseo, cuyo modo de actuar es el punto de partida por parte de Jesús para explicar la verdad sobre la remisión de los pecados: Quedan per­donados sus muchos pecados porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra (15). Ante el desprecio por la mujer de par­te del fariseo, Jesús defiende su dignidad y la aplaude; ante el atónito de los Apóstoles, Jesús atiende las demandas de la Samaritana; ante la con­denación por parte de todos los varones, de la mujer adúltera, Jesús no la condena.

Permite a las mujeres que le acompañen en su vida apostólica, entre ellas la ex-prostituta; el amor las congrega al pie de la Cruz, y siguen con su testimonio hasta el entierro. Había muchas mujeres allí, en el Calva­rio, mirando a Jesús; con mayor fidelidad y valentía que los Apóstoles mismos. Y será una mujer la portavoz oficial de la Resurrección. Y hasta la esposa de Pilato intuye la bondad de Jesús y pone en guardia a su marido para que no condene a Jesús.

Es imposible comprender que tanta mujer, tan diversa, se dedique plena­mente a la obra de Jesús, sino porque Él las comprende, las estima, las ele­va, las considera dignas de su Misión, acepta sus colaboraciones; en una palabra: acepta y honra, como nadie, la dignidad femenina.

Magdalena es “la apóstol de los Apóstoles», porque fue la primera en dar testimonio de Jesús antes que los mismos Apóstoles (16).

Lo importante es comprender lo que es la dignidad humana ante Dios y no según los hombres. Se debe hablar de una igualdad esencial de ambos, pues al haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, hombre y mujer son, en la misma medida, susceptibles de la dádiva de la verdad divina y del amor en el Espíritu Santo; los dos experimentan igualmente sus «visitas» salvíficas y santificantes(16).