26.11.13

 

Es una de esas frases que te sueltan como si hubieran descubierto la penicilina, la clave de la piedra de Roseta y la cuadratura del círculo a la vez. Frase además que debe pronunciarse con los ojos semi cerrados y voz de trance místico, y a la que debe responderse con un oh de admiración como si nos hubieran desvelado, por fin, el misterio de la Santísima Trinidad.

Líquido, todo líquido, que diría aquel torero. “Lo importante es caminar”. Pues no. Porque si uno está al borde del abismo y camina, se pega el batacazo.

Vamos por partes. Lo primero para caminar es saber dónde narices está uno. En el frontispicio del templo de Delfos estaba escrita la frase “conócete a ti mismo”. Por tanto, antes de empezar a andar, a ver dónde está cada uno, porque difícilmente se emprende una ruta sin definir el punto de partida. Punto de partida: el propio conocimiento. Asunto complejo.

Sigo. Vamos a poner un ejemplo. Supongamos que el punto de partida es Madrid, lugar de trabajo de un servidor. ¿Y el punto de llegada? ¿Dónde quiero ir? Imaginen respuestas: busco el sol, quiero ir a la felicidad absoluta, mi meta es la plenitud, solo deseo ser yo, el amor me puede. Genial… Y eso ¿está al norte, al sur, al este…? Mientras se lo piensa podría darse una vueltecita por El Escorial, que tiene mucho que ver. Malamente una ruta definida sin detallar dónde quiero llegar.

Al final resulta que, en ejercicio de mayeútica que haría palidecer al mismo Sócrates, y sigamos con los griegos, hemos conseguido arrancar que lo que a uno realmente le apetecía era conocer Monforte de Lemos. ¿Puedo saber por qué? ¿Para comer lacón con grelos con unos primos, para una reunión de trabajo, para descansar en vacaciones, para recorrer caminos rurales, para…? Porque claro… eso también hace que nos planteemos el viaje de una manera o de otra. Pues ya sólo queda definir el cómo llegar. ¿Avión a Santiago? ¿Tren? ¿Coche? ¿Caminar? ¿Acémila o afín? Uno evalúa, elige, decide… Y hasta se vuelve a preguntar si realmente hay un por qué para ir a Monforte. Y entonces sí, comienza el camino que le llevará al destino soñado.

Es que si no se dan estos pasos uno corre muchísimos peligros. El primero el de estar al borde de un precipicio y como no era consciente, despeñarse y palmarla. Pero hay otros no menos peliagudos. Por ejemplo, acabar como los locos en el patio del frenopático. Andar dando vueltas como burro atado a la noria. Mucho cansarse para no ir a ningún sitio. Y otro más. Porque si uno echa a andar sin pensar por dónde y a dónde, le puede pasar que de repente se encuentre a la altura de Ocaña, agotado, y diciéndose que qué narices hace ahí cuando le están esperando sus primos de Monforte con el lacón con grelos.

Caminar es peligroso si no se sabe a dónde o por dónde. Un servidor pretende el encuentro con Cristo. Y como camino, la vida en la iglesia. Y camino, aunque a veces me canso e incluso voy para atrás. Pero como no sepas ni desde dónde, ni a dónde, ni cómo, ni por qué… cuanto más camines, peor. Y encima, te agotas.