IGLESIA EN ESPAÑA

Mons. Gª Aracil: “José María Gil es un sacerdote con un profundo sentido de Iglesia”


 

2013 ha sido un año muy especial en la Archidiócesis de Mérida – Badajoz. Acontecimientos que repasamos con Mons. García Aracil en esta segunda parte de la entrevista que ha concedido a Agencia SIC. A la alegría propia de la celebración de las Bodas de Oro sacerdotales de su Arzobispo, se le han unido la concesión de la Medalla de Extremadura al Seminario de San Atón en su 350 Aniversario y, hace unos días, un sacerdote de esta diócesis, José María Gil Tamayo, era elegido Secretario General de la Conferencia Episcopal Española.

P.- El 20 de noviembre los obispos españoles elegían, como nuevo Secretario General a un sacerdote de su diócesis, José María Gil Tamayo. ¿Cómo acogió este nombramiento que, además, supone el ‘desprendimiento’ de un sacerdote de su diócesis? ¿Qué destaca del nuevo Secretario General?

R.- Para la Diócesis de Mérida – Badajoz supone una gran satisfacción. Es un sacerdote de nuestro presbiterio con amplia experiencia en los trabajos de la Conferencia Episcopal Española puesto que ha desempeñado a lo largo de más de una década la responsabilidad de Director del Secretariado de la Comisión Episcopal para las comunicaciones sociales. Es un sacerdote bien preparado, con un profundo sentido de Iglesia, y dispuesto a asumir el trabajo, a veces complejo, de este nuevo nombramiento.

P. El seminario de su diócesis, el Seminario de San Atón  ha sido galardonado con la Medalla de Extremadura, el máximo reconocimiento provincial, ¿cómo recibió este reconocimiento? ¿Qué supone, para una institución como el Seminario, este reconocimiento civil?

R.- La noticia de que se iba a conceder al Seminario la Medalla de Extremadura, fue para mí un motivo de alegría y de gratitud. Me alegré por Extremadura porque, con esta distinción, ha hecho un signo claro y necesario de libertad en el reconocimiento de una realidad histórica beneficiosa para nuestro pueblo. Significa el reconocimiento del valioso servicio de la Iglesia a la cultura del pueblo y a la promoción de las personas que lo integraban ya hace 350 años. El Seminario fue el primer centro educativo entre nosotros al servicio de las nuevas generaciones, con especial voluntad de atención a los más necesitados. Al mismo tiempo cumplía con el deber propio de su identidad como seminario, que es la preparación de los posibles nuevos presbíteros.

También recibí la noticia con gratitud porque nadie tenemos derecho a exigir honores por el honesto cumplimiento del propio deber. Y el deber de cada uno viene señalado por la vocación de Dios sobre las personas y las instituciones; en su cumplimiento está la razón de ser de cada uno y el camino de su plenitud. La Iglesia, con la obra del Seminario cumplía la voluntad de Dios al servicio del prójimo en un campo muy concreto y necesario como es el de la educación.

El reconocimiento recibido por el Seminario con  la Medalla de Extremadura favorece la presencia social de esta valiosa institución por su inconfundible identidad, dentro de una sociedad plural.

P. Para usted, que ha estado inmerso en las tareas pastorales en el ámbito universitario y académico, ¿cuáles son las características clave de un seminario diocesano? ¿Qué aspectos destaca de la formación y el acompañamiento espiritual a los futuros sacerdotes?

R.- Las características clave de un seminario deben ser, en principio, las propias de un centro educativo (no simplemente enseñante). A saber: procurar con esmero el desarrollo integral de la persona en todas sus dimensiones humanas según las características de cada edad. En ello cuenta, de modo importantísimo, la apertura a la trascendencia. El hombre no ha sido creado para quedarse mirando al suelo. En este cometido, además del estudio de las disciplinas académicas, la familiaridad con las letras, con la música y con el conjunto de las demás artes, tiene grandísima importancia el conocimiento de sí mismo y del mundo en que vivimos. El descubrimiento del sentido de la vida, de la dimensión social de toda persona, de sus venturas y desventuras, y de la misma muerte, tienen que ver con la educación de un espíritu libre. Para ello, es absolutamente imprescindible abrir la inteligencia y el corazón más allá de lo inmediato, de lo terreno, de lo sensible y de lo racionalmente comprensible: es necesario abrir el espíritu a Dios, principio y fin de nuestra existencia llamada a alcanzar la plenitud en el infinito, en Dios que es  amor.

En la formación y en el acompañamiento espiritual de los futuros sacerdotes, considero fundamental ayudar a descubrir y leer los signos de los tiempos. El ministerio sacerdotal no es una tarea desencarnada, sino radicalmente vinculada al devenir de las personas y de la sociedad, de la cultura y de los interrogantes y deseos más profundos del hombre y de  la mujer en todas las edades a lo largo de la historia.

Educar para ser buen cristiano incluye necesariamente educar para ser auténticamente hombre o mujer con todas las implicaciones. La educación del futuro sacerdote implica la forja de la personalidad, y la preparación para descubrir las propias cualidades, aceptando serenamente las propias limitaciones. Y todos ello, sin vanos orgullos, sin falsas humildades, y sin complejos inútiles.

Finalmente, es necesario destacar que, con todo ello y con  las referencias y ejercicios propios, es necesario educar al futuro sacerdote en lo que significa y comporta ser, verdaderamente, un hombre de Dios, familiarizado con el trato sencillo y espontáneo con Quien nos eligió, nos  llamó y nos quiere ungir y enviar para ser sus profetas, ministros de la salvación definitiva; de lo contrario, a pesar del valor que tiene todo lo precedente, el candidato al Sacerdocio no debería ser ordenado. El amor a la Eucaristía y la vivencia de la intimidad con Dios son el fundamento de la caridad  pastoral a cuyo incondicional ejercicio ha sido llamado.

(Mª José Atienza – Agencia SIC)