26.11.13

Un amigo de Lolo- Todos somos hijos de Dios

A las 12:51 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Un amigo de Lolo

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Todos somos hijos de Dios

“¿Cuántos hermanos tienes? – Tres mil seiscientos millones, tantos como hombres”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (402)

El Amor de Dios lo soporta todo de parte de sus hijos, incluso que le rechacemos como Padre.

El ser humano, que es, sobre todo, apasionado, tiene como bueno y verdad, ha de tenerlo, que está en este mundo no por casualidad sino porque la concurrencia de una voluntad superior a toda voluntad y por encima de cualquier querencia humana, ha querido que así sea.

Sin duda alguna, es cierto y verdad que vivimos en un tiempo materialista y que sólo aquello que puede ser controlado, manejado, manipulado por el ser humano es tenido como cierto y es tenido como verdad. Se pierde, sin embargo, el verdadero sentido de lo que es cierto y de lo que es verdad. Lo cierto es aquello que hace que la verdad lo sea. Y a eso sólo puede jugar Dios que es Quien todo lo hizo y no la madre casualidad ni el padre azar.

Todos somos hijos de Dios. Y en eso no hay nada malo sino, al contrario, el cimiento de una mejor humanidad, el escabel sobre el que revelarnos, subidos en tal verdad, contra las desviaciones propias del pensamiento débil y las excesivas consideraciones que algunos han tenido sobre su poder sobre el prójimo desconociendo que, como hermanos, hay cosas que no se pueden hacer y acciones que se deben guardar, bien guardadas bajo siete llaves, en el cajón de la ignominia.

Ser hijo de Dios no es como decir “bueno, pues qué bien” sino que supone darse cuenta de lo que eso implica.

En primer lugar, como hijos tenemos derecho a la herencia. Y la que nos ha preparado el Creador no es poca cosa porque es, ni más ni menos, que la vida eterna y su definitivo Reino. Es definitivo porque Cristo, el Reino mismo, ya vino por primera vez y lo estableció entre nosotros. En él nos movemos y existimos si es que queremos movernos y existir en él. Y por eso, cuando seamos llamados ante el tribunal de Dios sólo si tras nuestro juicio particular salimos bien parados y no caemos en el infierno del Infierno o en la purificación del Purgatorio, hallaremos la paz eterna en las praderas del citado definitivo Reino. ¡Oh, gran anhelo de todo aquel que goza sólo con imaginar eso!

Pero, en segundo lugar, como hijos de Dios los demás son hermanos nuestros. Compartimos, por eso mismo, tal herencia con ellos pero también somos responsables, en cierta medida, de su bienestar espiritual. No cabe, pues, provocar desviación alguna en su fe o causar escándalo porque, de caer en tan grave pecado, debemos recordar aquello de la piedra de molino a la que hizo referencia nuestro hermano Jesucristo cuando algunos escandalizaban a los pequeños en la fe.

Siendo todos, como somos, hijos de Dios, lo mejor es tenerlo en cuenta en nuestras relaciones con el prójimo y, como no somos islas ni árboles aislados en un desierto de convivencia, el perdón y la misericordia han de estar al orden de cada uno de nuestros días y no ser raras expresiones de una fe somnolienta o tibia.

Somos todos hijos de Dios ¡y lo somos! como dice el discípulo amado en su primera epístola. Y es que los mejores siempre saben qué significa eso.

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán