27.11.13

Los de su pueblo fueron hasta Barcelona para darle caza

A las 12:34 AM, por Santiago Mata
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Por acumulación de retrasos, toca hablar de los mártires de tres días: 25, 26 y 27 de noviembre. El 25 de noviembre hay un único beatificado, Jacinto Ignacio Serrano López, de 35 años, vicario provincial de los dominicos. Del 26 no hay ningún mártir beatificado, pero sí tres que nacieron tal día; y del 27 hay dos hermanos de las Escuelas Cristianas y un capuchino -que aceptó ir al frente si podía ejercer allí su ministerio- asesinados en Paracuellos.

Se quedó tras evacuar a otros a Francia

Jacinto Ignacio Serrano López hizo la profesión solemne en 1920 y era sacerdote desde 1924. Estudió la carrera de Física y Química y también estaba dotado para el arte musical. Durante la guerra, sus estudios le permitieron tener documentación, por lo que el provincial le nombró vicario y se ocupó de evacuar a Francia a los religiosos, pero él se quedó en Barcelona con los que no marcharon. Fue arrestado a mediados de noviembre por paisanos suyos que se desplazaron desde Urrea de Gaén (Teruel) para buscarlo. Encerrado en el castillo de Montjuich, fue trasladado a La Puebla de Híjar (Teruel), donde lo interrogaron y fusilaron, momento en que se volvió y gritó con mucha fuerza: “Viva Cristo Rey”.

Tres nacidos el 26 de noviembre

Los nacidos un 26 de noviembre son, en el orden en que los asesinaron:
Felicísimo Díez González, de 28 años, dominico natural de Devesa de Curueño (León), asesinado el 29 de julio de 1936 en Calanda (Teruel) y beatificado en 2001 con los mártires valencianos.

José Manuel Ferrer Jordá (Fray Benito María de Burriana), hermano terciario capuchino de la Virgen de los Dolores, asesinado en la Masía de Calabra (Turís, Valencia) el 16 de septiembre de 1936 y beatificado en 2001.

Pedro María Alcalde Negredo, de 58 años, natural de Ledesma (Soria), de la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios (Hospitalarios) en Ciempozuelos, martirizado en Paracuellos de Jarama el 28 de noviembre de 1936 y beatificado el 25 de octubre de 1992.

Dos hermanos de La Salle, en la última saca de Serrano Poncela

Del 27 de noviembre hay tres beatos: dos hermanos de las Escuelas Cristianas y un capuchino, todos muertos en Paracuellos. No hay, por tanto, beatificados en las sacas de la cárcel de Porlier de los días 25 y 26.

Los lasalianos eran Gregorio Álvarez Fernández (hermano Juan Pablo, de 32 años, hizo su profesión perpetua en 1929) y Juan Antonio Bengoa Larrinaga (hermano Daciano, de 54, hizo los votos perpetuos en 1910). Álvarez regresó a su destino Asilo del Sagrado Corazón de Madrid pocos días antes de la guerra, tras visitar a su madre enferma en Valladolid. Muchos le aconsejaban no volver, pero el director le dijo que aunque la situación era tensa, aún no había pasado nada. Al poco, el 21 de julio, un primer grupo de milicianos ocupó el asilo pero dijo a los hermanos que podían permanecer. Luego llegaron milicianos de UGT, que se llevaron presos a 14 hermanos residentes, uno que estaba de paso y al capellán Pedro Gonzalez Ballesteros. Los condujeron a un calabozo lleno de presos donde no había sitio ni para tumbarse. Al día siguiente, fueron a parar a la cárcel de San Antón (antiguo colegio de Escolapios).

Los hermanos Juan Pablo y Daciano fueron sacados el día mismo día 27 en que hubo una saca de Ventas a Paracuellos. La de San Antón en que murieron estos dos lasalianos no suele ser mencionada (algunas fuentes dicen que los mataron en San Fernando de Henares), pero José Antonio García-Noblejas habla de ella, asegurando que uno de los asesinados fue el fotógrafo de prensa José Calvache. Fue la última saca en cuya organización pudo colaborar, con Carrillo y los demás agentes de la Consejería madrileña de Orden Público, Segundo Serrano Poncela, que era quien de ordinario firmaba las listas de las sacas.

Los profanadores son “instrumentos de Dios”

El capuchino José Pérez González (padre Ramiro de Sobradillo), de 29 años, quinto de los once hijos de unos ganaderos rurales salmantinos, emitió los votos simples en 1923 y fue ordenado sacerdote en 1930, era vicesecretario provincial en el convento de Jesús, de Madrid, del que salió el 20 de julio de 1936 para refugiarse con una familia que vivía frente a la iglesia. Cuando sus benefactores se indignaron al ver la profanación del convento, el padre Ramiro les dijo: “déjenlos, que son instrumentos de Dios”.

Del 9 de agosto al 15 de octubre vivió con unos parientes -según declararon estos- “como un verdadero santo: se metía en su habitación y allí rezaba. No fue nada exigente; todo lo contrario, con cualquier cosa se contentaba no obstante estar enfermo… Jamás habló mal de los perseguidores; y cuando alguna vez nos quejábamos nosotros de los bombardeos, carestía de alimentos, etc., él decía: Tengamos paciencia, que todo viene de la mano de Dios. Estaba muy tranquilo y nunca se le notó miedo”. El 15 de octubre se lo llevaron dos milicianos que preguntaron por él acompañados “por un paisano nuestro, que era presidente de un comité de la casa”, según recuerdan los familiares. Según contó en la cárcel de San Antón, respondió afirmativamente a las preguntas sobre si era el padre Ramiro, etc. Pararon en despoblado y el miliciano le preguntó:
Usted es fraile, ¿verdad?

Sí señor.
Pues escoja usted entre estas tres cosas: ir al frente; ir a fortificaciones; o morir ahora mismo.

Yo estoy enfermo. Por tanto en fortificaciones poco podría hacer. ¿Morir? Todos tememos la muerte. Iré al frente, si es que allí puedo ejercer mi ministerio.
“Viendo los milicianos que no sacaban nada, me mandaron montar otra vez en el auto, y me llevaron ante el tribunal de la Checa de Cuatro Caminos”, recordaba el religioso. Tras un interrogatorio parecido, “me dijo el presidente que, por haber sido tan franco, me salvaba la vida, y que ordenaba que me condujeran a la Dirección General de Seguridad. Allí permanecí un día”.

De ahí fue a la Modelo y, el 12 de noviembre, a San Antón, “administrando el sacramento de la confesión; y todas sus conversaciones versaban sobre cosas espirituales. Animaba siempre a los compañeros a sufrir con resignación las tribulaciones tan terribles por que teníamos que pasar”, recordaría un preso. El 24 compareció ante un nuevo tribunal que le preguntó “si quería ir al frente de batalla, contestó que iría siempre que fuera para ejercer su ministerio. Al oír esta respuesta, mucho se burlaron de él, diciéndole que ya se habían terminado las misas, y que se estaba muy bien sin ellas. El tribunal le componían dos hombres y una mujer”, y al dar cuenta del suceso a sus compañeros, dijo: “sea lo que Dios quiera, si conseguimos el martirio, es la gracia más grande que Dios puede hacernos. Así es que valor y adelante. La Santísima Virgen nos dará valor”. El día 27 supo que le había “recaído la sentencia picadillo” o de muerte. A las 3 de la madrugada, le llamaron con otros 89 bajo el nombre de José Pérez González, bajando al rastro y siendo cacheado y despojado de lo poco que le quedaba, incluidas las gafas, atándole las manos atrás y subiendo a un coche hacia Paracuellos.

Más sobre los 1.523 mártires beatificados, en “Holocausto católico”.

Quienes quieran, están invitados a asistir a la conferencia que sobre este tema daré el jueves 28 en Madrid.