27.11.13

Sobre lo obvio aunque pueda no parecerlo

A las 1:30 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Tener fe o no tenerla

Rubén Esquivel Benites es una persona que tuvo a bien comentar un artículo que, hace tiempo ya, publiqué sobre un blog de los que se alojan en Religión Digital de título “Humanismo sin credos”. Lo que entonces dije allí, allí esta dicho y no voy a repetirme para no parecer, en exceso, pesado. Y pongo aquí su nombre, cosa que no hago nunca por salvaguardar la privacidad de la persona, porque me ha autorizado expresamente a poder hacerlo.

Pero bueno, lo que Rubén escribió es la mar de interesante. Lo es porque muestra el pensamiento que muchas personas, a lo mejor alejadas de la fe, pueden tener pero también es posible que haya creyentes que piensen lo mismo aunque no se den cuenta de eso.

Bueno, lo que decía era esto:

Leo ambos blogs y son comunes en algo: los veo demasiado sectarios y poco librepensadores o de mente abierta, entre esas posiciones no se convive. Personalmente respeto el derecho de opinión, de Dios tenemos representaciones, simbología, luego podemos pensarlo pero no afirmar su existencia (excepto por la fe), si vemos el desarrollo del hombre y la sociedad yo no encajo algo divino en esta “creación", si el creador representado como omniscente, omnipresente, tan lleno de sabiduría no pudo preveer las consecuencias de su creación se deslegitimiza, por otra parte me intriga la infalibilidad de la naturaleza (los animales y las plantas), quizás fue un error dar el salto del instinto a la razón. Un abrazo; si alguien quieren contestarme, rebatirme, criticarme.

Pues eso, le contestó, le rebato y, en lo que sea capaz este que escribe, lo critico sabiendo que lo que aquí se trata no es cuestión puramente personal sino que afecta, ni más ni menos, que a todo ser humano y, aún más, al ser humano creyente y, aún más, al ser humano creyente católico.

Evidencias de la existencia de Dios

Sobre esto Santo Tomás de Aquino lo dice de una manera clara y determinante. Es un texto muy conocido pero a lo mejor no está mal traerlo otra vez (Suma teológica - Parte Ia - Cuestión 2, artículo 3). Dice esto:

“La existencia de Dios puede ser probada de cinco maneras distintas.

1) La primera y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro. De hecho nada se mueve a no ser que en cuanto potencia esté orientado a aquello para lo que se mueve. Por su parte, quien mueve está en acto. Pues mover no es más que pasar de la potencia al acto. La potencia no puede pasar a acto más que por quien está en acto. Ejemplo: el fuego, en acto caliente, hace que la madera, en potencia caliente, pase a caliente en acto. De este modo la mueve y cambia. Pero no es posible que una cosa sea lo mismo simultáneamente en potencia y en acto; sólo lo puede ser respecto a algo distinto. Ejemplo: Lo que es caliente en acto, no puede ser al mismo tiempo caliente en potencia, pero sí puede ser en potencia frío. Igualmente, es imposible que algo mueva y sea movido al mismo tiempo, o que se mueva a sí mismo. Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro. Pero si lo que es movido por otro se mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no se puede llevar indefinidamente, porque no se llegaría al primero que mueve, y así no habría motor alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer motor. Ejemplo: Un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto, es necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste, todos reconocen a Dios.

2) La segunda es la que se deduce de la causa eficiente. Pues nos encontramos que en el mundo sensible hay un orden de causas eficientes. Sin embargo, no encontramos, ni es posible, que algo sea causa eficiente de sí mismo, pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible. En las causas eficientes no es posible proceder indefinidamente porque en todas las causas eficientes hay orden: la primera es causa de la intermedia; y ésta, sea una o múltiple, lo es de la última. Puesto que, si se quita la causa, desaparece el efecto, si en el orden de las causas eficientes no existiera la primera, no se daría tampoco ni la última ni la intermedia. Si en las causas eficientes llevásemos hasta el infinito este proceder, no existiría la primera causa eficiente; en consecuencia no habría efecto último ni causa intermedia; y esto es absolutamente falso. Por lo tanto, es necesario admitir una causa eficiente primera. Todos la llaman Dios.

3) La tercera es la que se deduce a partir de lo posible y de lo necesario. Y dice: Encontramos que las cosas pueden existir o no existir, pues pueden ser producidas o destruidas, y consecuentemente es posible que existan o que no existan. Es imposible que las cosas sometidas a tal posibilidad existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad de no existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas llevan en sí mismas la posibilidad de no existir, hubo un tiempo en que nada existió. Pero si esto es verdad, tampoco ahora existiría nada, puesto que lo que no existe no empieza a existir más que por algo que ya existe. Si, pues, nada existía, es imposible que algo empezara a existir; en consecuencia, nada existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos los seres son sólo posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario. Todo ser necesario encuentra su necesidad en otro, o no la tiene. Por otra parte, no es posible que en los seres necesarios se busque la causa de su necesidad llevando este proceder indefinidamente, como quedó probado al tratar las causas eficientes (núm. 2). Por lo tanto, es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos le dicen Dios.

4) La cuarta se deduce de la jerarquía de valores que encontramos en las cosas. Pues nos encontramos que la bondad, la veracidad, la nobleza y otros valores se dan en las cosas. En unas más y en otras menos. Pero este más y este menos se dice de las cosas en cuanto que se aproximan más o menos a lo máximo. Así, caliente se dice de aquello que se aproxima más al máximo calor. Hay algo, por tanto, que es muy veraz, muy bueno, muy noble; y, en consecuencia, es el máximo ser; pues las cosas que son sumamente verdaderas, son seres máximos, como se dice en II Metaphys. Como quiera que en cualquier género algo sea lo máximo, se convierte en causa de lo que pertenece a tal género -así el fuego, que es el máximo calor, es causa de todos los calores, como se explica en el mismo libro —, del mismo modo hay algo que en todos los seres es causa de su existir, de su bondad, de cualquier otra perfección. Le llamamos Dios.

5) La quinta se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Pues vemos que hay cosas que no tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto se puede comprobar observando cómo siempre o a menudo obran igual para conseguir lo mejor. De donde se deduce que, para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino intencionadamente. Las cosas que no tienen conocimiento no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento e inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos Dios.”

Se podría decir que para aceptar esto dicho por el Aquinate hace falta fe pero no es menos cierto que las, digamos, “pruebas” de la existencia de Dios trasciende a la propia fe y van más allá de la misma porque aportan elementos puramente materiales o, mejor dicho, de lo que pasa en la realidad de las cosas. Y, aunque este tema ha ocasionado, ocasiona y ocasionará fuertes debates filosóficos acerca del sentido de lo dicho por Santo Tomás de Aquino, digamos que para pequeños en la fe es más que suficiente como para creer que, en efecto, Dios Existe y que no se trata, en exclusiva, de una cuestión de “creer” (por fe) que existe.

Además, cualquiera puede darse cuenta de que el suceder de la propia naturaleza y, en general, digamos que de la creación, no puede darse, ni se pudo dar, por pura casualidad ni por la combinación de determinados elementos venidos desde otros lugares del espacio exterior y caídos a la Tierra, etc., sino que en todo esto, en todo lo que vivimos y existimos, en todos los que vivimos y existimos, se nota la huella de una inteligencia superior que todo lo ha hecho. No se trata, ya, de cuestión, aquí tampoco, de fe, sino de constatar que todo funciona con “demasiada” perfección como para que funcione porque sí o por simple casualidad. Aquí sí hay, es evidente (que se mire cualquier realidad, cualquiera, natural) algo “divino” que sólo puede proceder de Dios que creó y, ahora mismo, mantiene la creación, su Creación.

Ahora bien, lo otro también es importante.

Cuando Dios hizo, creó al ser humano, es bien cierto que se dio, como se comenta, un salto desde el instinto a la razón. Y esto también cabe explicarlo porque de lo que se explique y se entienda se comprenderá que era muy importante que se diera tal salto.

Tenemos por aceptado lo que dicen las Sagradas Escrituras acerca de la creación del ser humano. Por otra parte, las cosas no son, siempre, como podemos apreciar sino como, en efecto son.

Pero, por otro lado, las teorías “evolucionistas” no pueden entender que Dios creara al hombre sino que, por evolución somos lo que somos.

Tenemos, por lo tanto, dos “teorías” que no son inconciliables sino que pueden tener más relación de la que, en principio se piensa.

El que esto escribe ha escuchado, en algunas ocasiones, decir al Padre Jorge Loring, S.J. algo que no es descabellado sino que, en efecto, puede haberse producido por voluntad de Dios.

Cuando el Génesis habla de que Dios creó “del barro” al ser humano, no podemos imaginar que eso fuera así en el sentido estricto de la expresión sino que ha de ser cierto la verdad de lo que eso significa.

¿Qué queremos decir con esto?

Queremos decir que al hablar de “barro” se entiende que creó a partir de algo ya existente. Nadie, pues, puede negar que Dios infundiera el alma a un homínido y que, a partir de tal momento, se diera tal salto del instinto a la razón. Eso no desdice, para nada, lo contenido en las Sagradas Escrituras sino que trata de dar a conocer lo cierto y verdad de las mismas fuera de la explicación que, cuando se escribieron, el autor inspirado por Dios, puso en su lenguaje.

Pero, para más abundancia acerca de la Creación y, vamos, lo que hay en el mundo (incluido el ser humano, creación más perfecta de Dios) remito al libro “Para salvarte” del citado arriba P. Jorge Loring donde quedará más que satisfecho, quien quiera, con lo que allí se dice. Y es muy fácil pues puede descargarse gratuitamente en Internet.

Por lo tanto, y a tal respecto del salto del instinto a la razón (que prueba, por cierto, que, en efecto, pudo haber Dios infundido el alma en un animal puramente instintivo) no podemos negar las gracias que debemos dar al Creador por haber hecho eso pues, de otra forma, nada de lo que ahora existe, existiría y esto que aquí hacemos no podría tener lugar. Gracias, por tanto, a Dios, podemos razonar que es razonable su existencia y, por sus frutos los conocerías, su creación. Y eso es fácil deducir del hecho de que Dios “nunca” se equivoca. Pero, nunca, nunca, y sabe más que bien lo que hace.

En fin, espero haber contestado (más mal que bien) a lo dicho por el comentarista de aquel artículo sobre “Humanismo sin credos”, blog que malmete todo lo que puede contra Dios y contra el hecho mismo de creer en el Creador porque no todo es igual ni todos, por supuesto, somos sectarios.

Agradezco, por otra parte, el que se haya suscitado este tema. Siempre está bien ayudar a que se abran ojos y corazón del ser humano (si eso Dios lo quiere). Eso siempre viene bien pues no podemos negar, incluso aunque queramos, que lo obvio es, exactamente, obvio.

Eleuterio Fernández Guzmán