8.01.14

Guardián de la fe

Dios, que nos ha creado y ha permitido que existamos, sabemos que nos entrega una serie de talentos, de dones y, en fin, de posibilidades de demostrar que somos seres humanos y que nos encontramos en una u otra situación. En cada momento se espera, se ha esperar, de nosotros, un comportamiento adecuado a lo que somos.

Cada cual, eso es cierto, se encuentra o, mejor, ocupa un determinado espacio en la sociedad en la que vive. Y si hablamos de la Iglesia, católica a más señas, a cada cual nos corresponde un algo, un situarse en algún sitio, un… en fin, estatuto personal que nos diferencia de otros creyentes que ocupan, para empezar, el suyo propio y, para continuar y a lo mejor, uno que lo sea especial.

Todos estamos obligados y todos debemos cumplir una serie de obligaciones de las cuales no deberíamos nunca abjurar, olvidar o tenerlas por no puestas por Dios porque están puestas por el Creador que, no lo olvidemos nunca, nos mira, nos mira y, además, espera que donde es sí sea sí y donde es no sea no.

Eso, al parecer, no todos lo entienden. Hay situaciones que se permiten como si no tuvieran importancia, discusiones que se plantead que afean nuestra fe cuando no la tergiversan directamente; puntos de vista que más que puntos de vista parecen establecidos por un ciego que es ciego porque quiere ser ciego.

Y mientras… los que deben cumplir con sus obligaciones consienten que determinadas cosas se planteen, se digan y, con un poco de chamba, se comuniquen de unos a otros como la cosa más normal.

Y eso nos preocupa.

Digo que nos preocupa, al parecer, a algunos fieles. No queremos que se siga zahiriendo lo que creemos por mor de ser modernos, de tener un espíritu liberal o por cosas por estilo que no nos parece nada, pero que nada bien.

Cumplimos con nuestra obligación al denunciar, por activa, por pasiva y por refleja, lo que se dice que no debe decirse, lo que se hace que no debe hacerse y lo que se plantea que no debe plantearse. Eso, a nosotros los sencillos en la fe nos parece lo más normal.

Y otros, hermanos nuestros pero con una situación eclesial muy por encima de nosotros, con posibilidad de cortar por lo enfermo y sanar lo que está echado a perder, parece que les gusta convivir con lo que no se puede convivir.

Y eso nos preocupa aún más que lo otro porque que haya creyentes, por muy teólogos que sean, que hagan de su capa un sayo y que miren para otro lado en cuanto a la que que se supone tienen que creer, ¡que creer!, es algo que, al parecer, no tiene remedio. Pero, vamos, que los que tengan que meter mano en ciertas cosas las tengan bien guardadas en los bolsillos sin darse cuenta que no se trata del frío invernal lo que causa tal inacción sino de algo que no entendemos ni nos cabe en la cabeza, clama al cielo.

Caín le preguntó a Dios que si es que él era guardián de su hermano. No comprendió que, en efecto, debía serlo porque era su hermano y no proceder a asestarle el golpe con aquella quijada mortífera. Pues hay algunos que no saben que, también en efecto, son guardianes de la fe. Y que nunca deben estar de vacaciones sino ojo avizor. Eso parece que tampoco lo comprenden.

Y esto no pretende ser corrección fraterna sino manifestación de cabreo. Espiritual, pero cabreo.

Y perdonen la rudeza pero es que de otra forma no es posible decir esto.

Eleuterio Fernández Guzmán