10.01.14

 

La gente de mi pueblo seguro que la van a identificar sin demasiados problemas aunque debe hacer como treinta años de su fallecimiento. Era vecina mía, una mujer muy humilde. Vivía de una pequeñísima pensión de no sé qué, y cuatro perras que le daba el ayuntamiento por barrer las escuelas. Viuda, los hijos marcharon a trabajar a la ciudad y estaba sola. Pero recuerdo lo que le decía a mi madre: “no sé qué hacer con tantos cuartos”.

Insisto: cuatro perras mal contadas. Eso sí, la Angelita era una mujer muy “apañá”. Para calentarse, salía al campo y de cuando en cuando se traía una gavillita de tomillos y cuatro palos, y con eso bastaba. Su vestimenta de negro, una falda, blusa y mantón. Para comer, con cualquier cosa se hacía una sopita, a lo que añadía un poco de leche y poca cosa más. Se administraba tan bien que no sabía qué hacer con tanto dinero. Qué cosas.

Me he acordado hoy de ella porque me he pasado toda la mañana en una reunión de Cáritas. Estamos revisando todo el modelo de actuación de Cáritas de Madrid y también en eso me han metido. Cada dos meses, una enorme “sentada” de cinco horas.

Pues en esta reunión siempre salen anécdotas de casos y familias de esas que ya se saben pero que a los voluntarios nuevos les siguen sorprendiendo. Por ejemplo, esa familia que acude a por comida a Cáritas y luego encuentran tomando un buen aperitivo en la cafetería, o aquella otra a la que se le está tramitando una ayuda de urgencia y que para avisar de que va a llegar tarde te manda un “guasap”. La reacción de los voluntarios, especialmente de los primerizos, es siempre la misma: “mira, no tienen para comer o para pagar la luz pero sí para café o teléfono de última generación”. Ahí es cuando les hablo de la buena de Angelita.

La peor pobreza, sobre todo en un Madrid, no es nunca la material. Lo peor es no tener cabeza. Una Angelita cualquiera come cualquier cosa, se apaña con una bolsa de Cáritas, ahorra en la luz y no derrocha en ropa. Pero hay otras Marías (evidentemente me invento el nombre) que el día que cobran los cuatrocientos euros de subsidio lo primero que hacen es meter saldo al móvil, ir a la peluquería, hacerse las uñas y tomar café en el bar de la esquina, y el recibo de la luz sin pagar. Lo que digo, que falta organización familiar básica.

Por eso el gran problema de Cáritas hoy no es tanto conseguir dinero para tapar agujeros, que hay que hacerlo constantemente, cuanto ir educando a las personas y a las familias para que sepan organizarse, priorizar, administrarse y salir así adelante. Hace unos días me contaba una mamá, entre sollozo, que había recibido una carta del banco avisando de un próximo desahucio. Un piso de protección oficial con una hipoteca de doscientos euros al mes. Más de un año de retraso en el pago y las cosas se complican. ¿Qué ha pasado, pero si tú trabajabas algo y tenías un RMI de cuatrocientos euros, cómo has dejado de pagar la hipoteca? Pues entre el cumpleaños de los dos niños y que se fueron en verano unos días a la playa porque, claro, los niños también tenían derecho a ver el mar, la hipoteca sin pagar y ahora los problemas. Por eso digo lo de la cabeza.

Cada vez más Cáritas trabaja con educadores familiares. Mucho más eficaz. Un apoyo integral a la familia: tapar agujeros económicos, organizar la vida familiar, ayudar a saber qué es lo más importante. Es verdad que hay problemones y de los gordos. Pero no es menos cierto que hay más Marías que Angelitas.