11.01.14

 

Días atrás estuve hablando con un hermano en la fe que me dijo cuál era su análisis sobre la situación en la Iglesia en las últimas décadas. Intentaré resumir sus palabras: “He llegado a la conclusión de que buena parte de los que tienen encomendado el ministerio de velar por la doctrina católica están tomando el pelo a los fieles. Sí, nos toman el pelo cuando no hacen nada para evitar que sacerdotes y religiosos hagan escarnio público de nuestra fe. Nos toman el pelo cuando miran para otro lado si se les señala que no tiene sentido admitir que la Iglesia cuente con monjas proabortistas, curas que apoyan las uniones homosexuales, teólogos cuya heterodoxia indignaría al mismísimo Arrio o a Lutero".

Y añadió: “Nos toman el pelo cuando a aquellos que denunciáis estas cosas os sugieren que miréis para otro lado y no deis publicidad a ese tipo de personajes. O sea, os piden que sigáis la táctica del avestruz, que cuando se ve en peligro mete la cabeza debajo de la tierra. Nos toman el pelo cuando os dicen “ya haremos algo", y o no lo hacen o se quedan de brazos cruzados si una autoridad eclesial superior se queda tan campante". Esto último me recordó uno de los puntos más interesante de la Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, que a veces parece que está ahí de mero adorno:

Cada uno de los Obispos que es puesto al frente de una Iglesia particular, ejerce su poder pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios a él encomendada, no sobre las otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal. Pero en cuanto miembros del Colegio episcopal y como legítimos sucesores de los Apóstoles, todos y cada uno, en virtud de la institución y precepto de Cristo, están obligados a tener por la Iglesia universal aquella solicitud que, aunque no se ejerza por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal.
(Lumen Gentium)

También me dijo que creía que este papado iba a suponer un cambio a peor en relación al trato de la conocida como “disidencia eclesial". Ahí le dije que no estaba de acuerdo, pues salvo que se pongan a perseguir con la ley canónica en la mano -o por las bravas sin ley- a quienes denunciamos esa disidencia, no me imagino qué cambio puede haber. Porque, sin ir más lejos, lo que sor Teresa Forcades acaba de hacer, defender el derecho al aborto, lo lleva haciendo desde hace muchos años, cuando Francisco no era Papa. Lo que el P. Juan Masiá hizo hace unos días desde su blog en El País, aseverando que en ocasiones lo irresponsable es no abortar, ha sido el pan nuestro de cada día en la vida de ese jesuita desde la década pasada, y probablemente durante toda su etapa como profesor de ética en una universidad católica de Japón. Y así podría poner un ejemplo tras otro, ocupando varios párrafos de este post.

Cuando le dije que no creo que las cosas vayan a peor, mi amigo me tapó la boca recordándome lo de los Franciscanos de la Inmaculada, de quien todavía no sabemos bien por qué les han intervenido, pero sí nos llegan noticias sobre el cariz de dicha intervención. Recuerda los métodos usados en siglos pasados contra las peores herejías. Es decir, cuando la autoridad eclesial quiere callar, amordazar, ordenar, sancionar, prohibir y ordenar la desaparición de la vida pública, sabe hacerlo con contundencia. No sé cuál será el horrible delito canónico de los FI, pero dudo que sea el de escandalizar a los fieles mostrándose a favor del aborto, el gaymonio o cualquier otra barbaridad semejante. Y sin embargo, a ellos se les machaca mientras que los proabortistas y herejes vuelan libre exhalando el humo de Satanás por sus bocas.

Reconozco que estoy algo confuso. Sospecho que este post no será del agrado de gente a la que quiero y respeto mucho. Algunos tienen autoridad para mandarme callar o decir las cosas de otra manera. Pero, a día de hoy, no sé ser de otra forma. No me “sale” escribir poniendo paños calientes a la realidad, cuando veo que ésta lleva a millones de almas al abismo. Si eso significa que tengo que arrostrar una cruz mayor que las que ya he llevado a lo largo de mi vida -y no son pocas-, con consecuencias indeseables, así sea. También puede ser que esté fatalmente errado y entonces yo mismo sea un instrumento de tropiezo para otros. En ese caso, ruego a Dios que ponga fin a esta situación. Sin duda sabe como hacerlo.

Luis Fernando Pérez Bustamante