Sobre Dios y nosotros

 

Es indudable que el primer paso para mejorar el mundo pasa por mi propia conversión. También es indudable que el mal es más ruidoso que el bien.

03/02/14 10:26 AM


He tenido que predicar en una Hora Santa y uno de los textos que he escogido ha sido Efesios 4,2-6. Es un trozo en el que está el conocidísimo versículo 5 que dice: «Un Señor, una fe, un bautismo». Pero me he detenido especialmente a reflexionar sobre el versículo siguiente: «Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos», porque creo que es uno de los versículos que mejor expresa la relación entre Dios y nosotros.

Dios, Padre de todos: Jesucristo, en el Padre Nuestro, nos enseña a llamar a Dios, Padre nuestro (cf. Mt 6,9), porque como nos dice Romanos 8,15-16 somos hijos de Dios por adopción, y, en consecuencia, también herederos de Dios y coherederos con Cristo. Somos hijos de único Padre Dios y, por tanto, hermanos entre nosotros, lo que supone la fraternidad universal.

Está sobre todos: Hoy mismo he estado hablando con una persona que me expresaba su preocupación por el mundo que vamos a dejar a los que vienen detrás nuestro. En concreto, me decía, yo por edad no voy a vivir muchos años, pero ¿qué mundo vamos a dejar a nuestros nietos con todas las cosas malas que estamos oyendo constantemente? De entrada, me acordé de una anécdota que he oído atribuida tanto a Juan XXIII como a Teresa de Calcuta, ante personas que se lamentaban de lo mal que está el mundo: «Mire Vd., contestaron, tiene Vd. razón, pero vamos a hacer una cosa: Vd. y yo vamos a ser dos buenas personas. Así habrá dos sinvergüenzas menos». Es indudable que el primer paso para mejorar el mundo pasa por mi propia conversión. También es indudable que el mal es más ruidoso que el bien. Es noticia, por ejemplo, que una chica sea violada en un ascensor por un chico, pero que millones de chicas monten en un ascensor con millones de chicos todos los días y no pase nada, no es noticia. Y que hay muchas cosas buenas en el mundo, también es verdad. Como me decían en una institución de ayuda a los pobres, desde que hay crisis, la gente es mucho más solidaria y nos ayuda más. Además, hay un argumento decisivo para indicar que el ser humano vale la pena: nos ha creado Dios, y tras la creación del hombre «vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho» (Gen 1,31).

Actúa por medio de todos: Personalmente, es una de las cosas más difíciles de entender para mí, que Dios se quiera servir de nosotros para actuar en el mundo, pues me sucede como a San Pedro, que tras el milagro de la pesca milagrosa, se dirigió a Jesús, diciéndole: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador» (Lc 5,8). Pero Jesús, normalmente, quiere contar con nuestra colaboración, con nuestra ayuda, como se ve clarísimo en el milagro de los panes y de los peces, que Jesús realiza sobre la base de los cinco panes y los dos peces (Jn 6,4-15). Santa Teresita del Niño Jesús quería ser en el Cuerpo de Cristo el corazón, para así poder amar mejor. Cada uno de nosotros tiene que ver qué es lo que Dios espera de nosotros, siendo lo primero hacer las cosas bien, porque Dios se sirve generalmente de los medios humanos. Seguir a la propia conciencia supone intentar hacer lo que Dios espera de mí, no lo que a mí me da la gana. Recuerdo lo que se nos decía en el Seminario: «aunque la conversión es cosa de la gracia, Dios se sirve de nosotros, y si tu sermón aburre a los elefantes, tu sermón no convertirá a nadie». Cada uno de nosotros tiene que intentar hacer lo que Dios espera de nosotros.

Está en todos: La gracia es la comunicación de sí mismo que Dios hace a los hombres. Podemos decir con verdad que cuando una persona vive en gracia, Dios está presente en ella y habita en su corazón. Esta presencia de Dios en nosotros se realiza de modo especial cuando recibimos y aceptamos las diversas gracias que se nos dan en los sacramentos y muy especialmente en la Eucaristía. Pero Dios está también presente en los demás, especialmente en el pobre y necesitado y así podemos entender mejor las palabras del evangelio de San Mateo en el Juicio Final: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).

 

P. Pedro Trevijano, sacerdote