13.02.14

Los fantasmas del "vatileaks" y el aniversario de la renuncia

A las 4:36 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Curia Romana

Gracias al dramático y libre gesto de Benedicto XVI de presentar su renuncia, el papado cambió para siempre. No sólo se rompió un tabú: “el pontífice no renuncia", sino que esa decisión abrió el paso a un cambio en el ambiente en torno a la Santa Sede y a la Iglesia católica. A un año de distancia podría parecer un lugar común afirmar que esa determinación fue “revolucionaria", los hechos que se sucedieron en los últimos 12 meses así lo demuestran. Pero ahora se ve con más claridad que el paso al costado de Joseph Ratzinger se convirtió en un potente catalizador en una estructura desgastada interna y externamente.

En un escenario en el cual las fuerzas en pugna se dirigían inexorablemente al encono (o estaban ya en él), el Papa emérito supo encontrar una salida que conjurase un devastador “choque de trenes". Difícilmente se podrá encontrar, en el mundo, a un líder capaz de una “jugada maestra” de tal efectividad. Y de esto el mérito es todo de Benedicto XVI, que con su renuncia demostró un liderazgo no fácilmente imitable. Su último gran acto de gobierno fue el poner las bases para un cambio definitivo en el panorama y colocó a la institución en un vórtice que la condujo rápidamente hacia un ambiente mucho más favorable para desarrollar su misión. Así se entiene mucho mejor el por qué dijo: “Lo hago por el bien de la Iglesia".

La altísima altura -espiritual y moral- que demostró Joseph Ratzinger al momento de pronunciar su renuncia no debería hacer perder de vista el contexto en el cual esto ocurrió, después de un 2012 lleno de turbulencias a causa del “vatileaks". El escándalo sacudió el corazón mismo del Vaticano por culpa de la filtración a ultranza de documentos confidenciales robados directamente del apartamento pontificio.

Es verdad, y en este espacio lo hemos sostenido en diversas ocasiones, no se puede reducir un acto de tal valentía y magnitud, como la abdicación de Papa, a una simple movida en el ajedrez del poder. Pero es cierto, también, que negar el impacto personal sobre la estabilidad en el gobierno de Joseph Ratzinger que tuvieron las demasiadas crisis de su pontificado sería casi como cegarse a la realidad. O, a un año de aquel 11 de febrero, pretender “reescribir” la historia.

La decisión de renunciar fue aún más dramática justamente por eso. La capacidad de conducción del pontífice estaba desgastada por meses de una rebatinga interna que se reflejó en la prensa. En ese momento todos estaban pagando las consecuencias, especialmente aquel anciano vestido de blanco. Paradójicamente él fue único que tuvo los pantalones para asumir su responsabilidad, cuando realmente la culpa la tenían otros. Se fajó e hizo lo que debía hacer. Así pasó a la historia como el más humilde de los servidores, capaz de frenar -de un doloroso golpe- aquellos machetazos internos que estaban hiriendo demasiado el cuerpo de la Iglesia.

En este contexto han resultado sorprendentes y, en cierto sentido, inquietantes las declaraciones realizadas por el ex secretario de Estado del Vaticano y principal colaborador del Papa, Tarcisio Bertone, en varias entrevistas que circularon con motivo del primer aniversario de la renuncia.

Resultan inquietantes por tres motivos: Primero por el tono de las declaraciones. Suenan más a operación de cobertura que a un verdadero ejercicio de honestidad histórica. Segundo por la evidente autocomplacencia de Bertone, que se negó tajantemente a hacer el más mínimo examen de conciencia respecto a su responsabilidad en las turbulencias que afectaron a Benedicto. Está bien, es probable que los ataques internos tuviesen como objetivo voltear al secretario de Estado y cambiar al equipo cercano del Papa. Pero también es claro que existió una buena dósis de incapacidad en quien debía ser el principal “pararrayos” del pontífice. Tanto que terminó siendo Ratzinger, en su infinita bondad, quien salió a defender -incluso públicamente y más de una vez- a sus principales colaboradores.

Los grandes hombres de la historia saben cuándo dar un paso al costado, como lo dejó en claro Benedicto. Los otros prefieren aferrarse a sus convicciones distorsionadas y hundirse con ellas. “Mueren con la suya", se diría en jerga futbolística. Por eso escuchar a Bertone preguntarse en qué debía enmendarse por el “vatileaks” resulta surreal. Tan surreal como las veladas amenazas de las entrevistas. Dos para hacer exactos. Aquí una transcripción de los extractos en cuestión, con los dichos del ex secretario de Estado.

Al diario “Il Giornale” señaló:

“No comprendo de qué debería enmendarme en relación a la fuga de documentos reservados que estaban sobre la mesa del Papa. Lamento no haber logrado frenar el escándalo. Con el Papa Benedicto compartimos este sufrimiento y debo decir que me sentí sostenido por su confianza. Era un ejemplo de paciencia y de rectitud, de juicio. Conociendo bien mi empeño y mi fidelidad siempre me defendió".

Y a TgCom24 dijo:

“El del ‘vatileaks’ fue un periodo de gran sufrimiento, demasiado largo de sufrimiento para el Papa y para sus cercanos colaboradores. Sobre todo por la falta de amor a la Iglesia que se percibía en todas estas acciones y publicaciones de documentos que deberían permanecer reservados para permitir también un diálogo interno en la Iglesia, para corregir ciertos comportamientos".

¿Según usted, todo está terminado?

“Si, espero que el vatileaks sea una página ya cerrada, aunque puede ser que aún existan documentos que están ahí, en reserva, para ser sacados. Pero creo que ya el tiempo, la atmósfera, la red de las relaciones haya cambiado mucho. Veo que existe una gran confianza que reina en el interior de la Iglesia".

Y usted, ¿qué proyectos tiene para el futuro?

“Tengo intención de escribir mis memorias, tengo un archivo muy rico, gracias al cual puedo reveer, repasar estos años con una documentación objetiva de los hechos ocurridos y dar una relectura que, quizás, será útil para poner en su lugar algunas interpretaciones que, tal vez, estuvieron desubicadas".

¿Y las amenazas? Están ahí, a la vista de todos. Claro, en estricto lenguaje vaticano.