16.02.14

Dos ideas sobre la catequesis kerygmática

A las 12:07 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Teología pastoral

Según la práctica tradicional de la Iglesia Católica, la catequesis presupone la fe. Dicho de otro modo: no se da catequesis a los no creyentes, sino a quienes ya han hecho un primer acto de fe cristiana y quieren prepararse para recibir el Bautismo (los catecúmenos) o bien a los bautizados que se preparan para recibir otro sacramento (por ejemplo, la Confirmación o la Primera Comunión). A los no creyentes se les dirige un primer anuncio del Evangelio que incluye una invitación a la conversión y al Bautismo. Sólo si el destinatario de este anuncio lo recibe positivamente (aceptándolo) puede convertirse en catecúmeno. La catequesis es pues siempre una “segunda etapa” del proceso evangelizador.

A esto se suma otro hecho notable: casi todos los catecismos antiguos y modernos (incluso el actual Catecismo de la Iglesia Católica) tienen un estilo marcadamente enunciativo, no tanto argumentativo. Es decir, en general los catecismos dicen qué es lo que los cristianos deben creer, pero pocas veces explican (al menos de forma detallada) por qué deben creerlo. Se esfuerzan mucho más en presentar las verdades de la fe católica que en justificarlas o defenderlas.

La secularización experimentada durante los últimos siglos y agravada en las últimas décadas, sobre todo en las naciones de Occidente, ha planteado problemas muy serios a la catequesis. En la Cristiandad por lo común la fe católica se transmitía sin mayores dificultades de padres a hijos, con la ayuda del influjo de un sinnúmero de tradiciones o costumbres cristianas, que impregnaban los distintos aspectos y estamentos de la sociedad. La crisis espiritual y moral causada por la secularización ha cambiado radicalmente el panorama socio-cultural en los últimos 50 años. Hoy muchos de nuestros catequizandos provienen de familias más o menos alejadas de la Iglesia Católica, con conocimientos religiosos muy pobres, una práctica sacramental escasa o nula y un estilo de vida poco cristiano. Además, la sociedad secularizada tiende a influir fuertemente en sentido contrario a la labor catequética. En resumen, y con perdón de la franqueza brutal, muchos de nuestros catequizandos son casi paganos con algún barniz cristiano. En estas condiciones, no es extraño que su fe cristiana sea con frecuencia muy frágil. Todo esto ayuda a explicar, por ejemplo, la falta de perseverancia en la vida cristiana de muchos niños católicos después de recibir la Primera Comunión, tras varios años de catequesis.

La reflexión realizada en todos los niveles de la Iglesia acerca de estos problemas ha arrojado ya algunos resultados importantes. Uno de los principales es la extendida convicción de la necesidad de una “catequesis kerygmática”, o sea una catequesis que incluya en sí misma el “kerygma” o primer anuncio del Evangelio. El Papa Francisco, en los números 164-165 de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, lo expresa de la siguiente manera:

“Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o «kerygma», que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. El kerygma es trinitario. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre. En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte». Cuando a este primer anuncio se le llama «primero», eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos. Por ello, también «el sacerdote, como la Iglesia, debe crecer en la conciencia de su permanente necesidad de ser evangelizado».

No hay que pensar que en la catequesis el kerygma es abandonado en pos de una formación supuestamente más «sólida». Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y mejor, que nunca deja de iluminar la tarea catequística, y que permite comprender adecuadamente el sentido de cualquier tema que se desarrolle en la catequesis. Es el anuncio que responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano. La centralidad del kerygma demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena.”

Partiendo de esta enseñanza del Papa, quisiera aportar dos ideas o reflexiones, con la esperanza de que personas más competentes en la materia puedan profundizarlas y desarrollarlas.

Mi primer aporte consiste en señalar que la catequesis kerygmática puede o no ser una gran contribución a la solución del problema antes expuesto, dependiendo de cuál sea el contenido transmitido en ese primer anuncio del Evangelio que, con toda razón, se pretende ahora incluir en la catequesis. Me parece advertir (no hablo ahora del Papa Francisco, sino de la Iglesia en general) una tendencia a reducir el kerygma al anuncio de la resurrección de Cristo. Muchos razonan así: el kerygma es el anuncio de la Buena Noticia. ¿Y cuál es la Buena Noticia? Que Cristo resucitó.

Esto es verdad, obviamente, pero no es toda la verdad. Opino que esta tendencia reduccionista puede llegar a frustrar buena parte de las esperanzas puestas en la catequesis kerygmática, porque la resurrección de Cristo, aunque es la verdad central de nuestra fe, no es su verdad primera, ni lógica ni cronológicamente. En otras palabras, hoy el primer anuncio del Evangelio no debe ser simplemente igual al discurso de San Pedro en Pentecostés (cf. Hechos 2,14-41), cuyo centro fue éste: ese Jesús, a quien ustedes conocieron y vieron morir en la cruz, ha resucitado; y nosotros somos testigos de ello. Ese discurso de Pedro fue muy eficaz porque sus oyentes eran judíos religiosos, que ya creían en Dios, en la creación y en la caída, ya creían en la Biblia hebrea (el Antiguo Testamento) y ya esperaban un Salvador. Hoy nuestro primer anuncio del Evangelio debe partir “de mucho más atrás”. Debe parecerse más al discurso de San Pablo en el Areópago de Atenas (cf. Hechos 17,16-34): dirigiéndose a un grupo de paganos, Pablo, antes de hablarles de Jesús y de la resurrección, les habló de un Dios al que ellos adoraban sin conocer, el Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él.

Un excelente ejemplo de lo que hoy podría funcionar bien como primer anuncio del Evangelio es el numeral 1 del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica: ¿Cuál es el designio de Dios para el hombre? Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en Sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerlo partícipe de su vida bienaventurada. En la plenitud de los tiempos, Dios Padre envió a su Hijo como Redentor y Salvador de los hombres caídos en el pecado, convocándolos en su Iglesia, y haciéndolos hijos suyos de adopción por obra del Espíritu Santo y herederos de su eterna bienaventuranza.”

En otras palabras, el primer anuncio del Evangelio debe ser global. Cuando nos limitamos a anunciar la resurrección de Cristo, muchos de nuestros oyentes la consideran como un simple hecho histórico del pasado, sin mucha relación con ellos. No valoran la Redención porque no tienen un sentido del pecado. No comprenden de qué ni por qué tenemos que ser salvados. Opino que, como en el último texto citado, la Buena Noticia de Jesús hoy comienza así: “Soy amado, luego existo”. Nuestra existencia no es absurda, no carece de un sentido absoluto. No somos hijos no deseados de la fría y caótica Madre Naturaleza. Dios existe y hemos sido creados por Él, que es Amor, por amor y para el amor. Dentro de este marco luminoso y feliz se puede desarrollar luego toda la historia de salvación, centrada en Cristo y en su resurrección.

Mi segundo aporte consiste en señalar que hoy no basta que la catequesis sea kerygmática; debe ser también apologética, puesto que no sólo debe transmitir los contenidos de la fe católica, sino también ayudar a fortalecer esa fe mostrando su razonabilidad y defendiéndola de las críticas que se le hacen. Así los catequizandos podrán estar mejor preparados para enfrentar las tentaciones de la increencia, de las sectas, de las supersticiones y de las nuevas formas de religiosidad no cristiana, tentaciones que pululan en el Occidente actual.

Por lo tanto, la catequesis debería prestar especial atención a los “preámbulos de la fe”, las verdades de fe accesibles a la sola razón natural: la existencia, unidad y unicidad de Dios, la espiritualidad e inmortalidad del alma humana, etc. También debería exponer con algún detenimiento las razones por las que creemos en Jesucristo y en la Iglesia Católica y la refutación de los principales argumentos anticristianos y anticatólicos. Por último, debería insistir mucho en la estructura esencial de la fe católica: creemos en todo lo que la Iglesia Católica propone a sus fieles para ser creído porque (con buenas razones) creemos que esta Iglesia ha sido fundada por Cristo y que, gracias a la asistencia del Espíritu Santo, ella es indefectible en la fe y transmite sin error la verdad revelada por Dios en Cristo para nuestra salvación.

Por lo tanto opino que sería muy provechoso elaborar un “Catecismo Apologético”, que complemente los excelentes catecismos actuales, de estilo enunciativo, con una exposición mucho más argumentativa de las principales verdades de la fe católica.

Daniel Iglesias Grèzes