17.02.14

Un domingo en la misión

A las 4:32 PM, por P. Diego Cano
Categorías : Un Domingo en la misión

Ha sido un domingo con trabajo pastoral intenso, gracias a Dios.

Como siempre, cada domingo tenemos la adoración al Santísimo, bendición y luego comenzamos la santa misa. En esta ocasión los otros padres no estaban, ya que habían tenido que hacer un viaje a Dar es Salaam, la capital, por asuntos de papeles de residencia, y entonces me tocó a mi celebrar la misa y predicar. La homilía todavía muy sencilla, y muy leída. Y leída con ciertas trabas, y lentitudes. Pero creo que salió algo mas o menos entendible, sobre el Fariseo y el Publicano, con una reflexión sobre la oración humilde, que siempre llega al cielo(*).

 

Después de la misa tenía que ir a un entierro, que habían llamado la noche anterior solicitando la misa. Ellos pidieron que la misa fuera por la tarde, pero como nosotros teníamos el Oratorio Infantil, y no había otro sacerdote, les solicitamos que fuera por la mañana, así podíamos llegar para atender a los niños. Y lo digo en plural, porque me acompañaban dos hermanas, para ayudar a la traducción de mi swahili. Salimos junto con cuatro monaguillos, que siempre esperan que los llevemos cuando vamos a celebrar misas en las aldeas los domingos.

Esta vez el viaje era hacia Ibambala, pero la misa sería en la casa de la familia. Ésta aldea, de la que les he hablado en alguna oportunidad, queda relativamente cerca, a media hora en moto, o 45 minutos en camioneta. El difunto era un hombre mayor, Agustino, de 83 años de edad. Muy católico, y uno de los que empezó con la capilla y las reuniones de católicos en esa aldea. Por esto fue muy lindo haber ido, porque había mucha gente, y un ambiente católico, de oración, de silencio. Nos ha tocado ir en ocasiones a algunos entierros donde hay muchos paganos y algunos musulmanes, y es muy distinto el ambiente, aunque son muy respetuosos. Aquí habían ceca de 160 personas… porque siempre van los familiares, pero también, están obligados a ir los vecinos, y muchos conocidos. Agustino tenía 11 hijos, y 30 nietos. Una gran familia.

El lugar de la casa, bien en el campo. Acá dicen “porini porini”, que sería como “campo campo”. Las casa de adobe y techo de paja, el terreno rodeado de bosques… y un gran espacio limpio al medio para plantar. Corral para las vacas… y varios árboles de mango muy grandes, que brindaban la sombra para todos los presentes.

La misa fue debajo de uno de estos árboles, muy bien participada. La gente se sienta en el suelo.

A final de la misa, antes de ir al entierro, pasan todos y cada uno de los presentes a despedir al difunto. Pasan primero las mujeres y luego los hombres, y rocían el cuerpo con agua bendita, mientras el coro canta. Es un momento muy emocionante.

Mientras pasaban todos, pensaba en esa vida que Agustino había llevado en ese lugar. Tal vez debajo de ése gran árbol había pasado tantos momentos de su vida junto a su familia. Y ahora le deseábamos que descanse en paz, a quien había vivido en un lugar tan tranquilo.

Y de tal modo se ve que estaba preparado para este paso, que cuando estaba en el hospital, le dijo a sus hijos que seguro iban a ir los padres y hermanas a rezar para su entierro, así que disponía que nos dieran una cantidad de arroz para cuando fuéramos. Luego del entierro nos trajeron lo que había sido voluntad de Agustino, y nos contaron que era el deseo de su padre. ¡Qué detalle y qué tranquilidad para disponer hasta de su propio entierro!

Todo se realizó a pleno rayo solar africano, a las dos de la tarde, hacían cerca de 35 grados. No nos pudieron invitar a comer porque no habían preparado comida para visitas, sino solamente para todos los que habían ido, pero algo muy simple: porotos y ugali (una polenta blanca). Les daba vergüenza darnos eso. De todos modos, los dejamos tranquilos, porque les avisamos que teníamos que regresar para el oratorio infantil en la parroquia.

Y así pues, a cambiar de actividad rotundamente, ya que al llegar nos esperaban los niños y jóvenes. Gracias al maravilloso efecto de la pelota nueva, las camisetas y los arcos que hicimos la semana anterior… ahora ya llegaron 30 varones, pequeños entre 9 y 14 años. Sin contar los niños pequeños y las niñas que atienden las hermanas, mas los jóvenes. Un buen grupo, que alegra el campito en frente de la misión, con grupos jugando por todas partes. Los varones jugaron a la pelota hasta que ya se los notaba cansados, y de allí fuimos a rezar un rato a la iglesia. Como dice San Juan Bosco, los niños luego de jugar acuden mas fácilmente a las enseñanzas y oraciones. Espero que con ellos pueda perseverar en este trabajo y tratar de ir logrando darles un poquito mas de catecismo y formación. Lo lindo es la amistad y confianza que se va creando, y que después nos abre la puerta de sus corazones. Creo que es importante que se acostumbren a ver la sotana en medio de la cancha de fútbol… y aunque no pueda expresarme bien con las palabras del swahili, creo que los niños entienden perfectamente el otro lenguaje, el universal de la caridad.

De todos modos, se los veía ansiosos por ayudarme a hablar, me corregían sin burlarse. Realmente me maravilla, se ve el respeto, y a la vez el deseo de aprender de todos modos, aunque yo no hable bien.

Toda la actividad pastoral de este día terminó luego del canto a la Virgen de estos muchachos. Eran cerca de las siete de la tarde, casi de noche.

Me acordé de una oración de la mañana que leí en un devocionario, que puede ser la oración de todo cristiano: “Señor, ocúpate de mis cosas, que yo me ocupo de las tuyas”. Y de verdad que es así… fue un día realmente pleno, gracias a que nos ocupamos de las cosas de Dios, y no de nuestras pequeñeces.

¡Firmes en la brecha!

P. Diego.

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(*) Estás líneas las escribí hace algunas semanas atrás