18.02.14

Un amigo de Lolo - Lo que mejor reflejamos de Dios

A las 9:05 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Un amigo de Lolo

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Lo que mejor reflejamos de Dios

“La sonrisa de Dios florece en el jardín de la serenidad de los hombres”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (859)

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

¿Qué espera Dios de nosotros?

Esta pregunta no deja de inquirir, sobre nuestro corazón, aquello que, en verdad es lo importante para todo ser humano, creación Dios de quien es hijo y Él, Padre.

Resulta extremadamente curioso lo que pueden significar, en materia de fe y de creencia, determinadas acciones que llevamos a cabo habitualmente y de las cuales, a lo mejor, no conocemos el sentido que tienen. Así, podemos alejarnos de Dios tan sólo con no comprender lo que, en el fondo, quieren decir.

Por ejemplo, santiguarse, además de ser algo muy recomendable para un discípulo de Cristo (hacemos presente la cruz de una forma muy visible) tiene un significado profundo que tiene mucho que ver con lo que Dios quiere de nosotros.

En la mente, en el corazón y en la boca.

A tales lugares de nuestro cuerpo llevamos la mano al santiguarnos. Así, al llevarla a la cabeza lo que queremos decir es que a Dios siempre lo tenemos en nuestra mente y, por lo tanto, aquello que sale de nuestro pensamiento ha de estar fundamentado en la voluntad de Dios y nada de lo mismo puede alejarse de tal forma de la misma que pueda decirse de nosotros que no somos, en realidad, hijos de Dios.

Dios quiere, por tanto, que siempre lo tengamos en cuenta a la hora de tomar decisiones.

Pero también llevamos la mano al corazón que es, como sabemos, templo del Espíritu Santo, Espíritu de Dios.

El Paráclito fue enviado por Cristo tras su Resurrección. Desde entonces guía la vida de los hijos de Dios. Sin embargo, no es suficiente con que el Defensor quiera que así sea sino que de nosotros espera la colaboración necesaria y mínima de ser escuchado. Por eso, sus mociones o avisos debemos tenerlos en cuenta pues, de otra manera, falsearemos nuestra fe mostrando y demostrando que no estamos a lo que Dios quiere de nosotros.

Por fin, llevamos nuestra mano a la boca.

Por la boca puede salir todo aquello que no debe salir. A través de la misma la lengua puede sembrar maldades y procurar, para nuestro prójimo, una inmerecida fama.

Sin embargo, Dios sólo puede querer de nosotros, refiriéndose a tal aspecto de nuestra vida y nuestra oración, que se manfieste un corazón puro, limpio y manso. Y tal pureza, tan limpieza y tal mansedumbre son características propias de los hijos de Dios que saben que lo son.

Vemos, pues, que el Creador no nos pide cosas extraordinarias aunque tales comportamientos los hayamos pasado a considerar fuera de lo común por nuestra tibieza espiritual y nuestra falta de lucha interior contra lo que nos sobra.

En realidad, nos sobre todo lo mundano y mundanal que, además, no nos ayuda a alcanzar la vida eterna sino, precisamente, a todo lo contrario. Y eso Dios no puede quererlo de nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán