5.03.14

Grunafiche

“El fenómeno de la Nueva Era, juntamente con otros nuevos movimientos religiosos, es uno de los desafíos más urgentes de la fe cristiana. Se trata de un desafío religioso y, al mismo tiempo, cultural: la Nueva Era propone teorías y doctrinas sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo incompatibles con la fe cristiana. Además, la Nueva Era es síntoma de una cultura en profunda crisis y, a la vez, una respuesta equivocada a esta situación de crisis cultural: a sus inquietudes e interrogantes, a sus aspiraciones y esperanzas” (Card. Paul Paupard, Religiones y sectas en el mundo, 6, 1996, p. 7).

 

En la primera parte de este análisis hemos tratado de presentar un marco de la doctrina de Don Anselmo a la luz de sus principales fuentes, en lo que hay sobrado fundamento para afirmar que se inscribe en el movimiento de la New Age, ante el cual la Iglesia ha llamado la atención sobre su incompatibilidad con la fe revelada. Ahora bien, tratándose de un predicador de quien el público a menudo acude por una “espiritualidad católica”, la confusión que causa es bastante considerable, por lo que parece merecer un análisis más o menos extenso, en el que apelamos a la paciencia del lector.

Cabe preguntarnos entonces: ¿cuál sería el termómetro principal, el “eje temático” en que debería basarse el fiel incauto para saber que no está frente a un impostor que le venderá “gato por liebre”?

Debería considerar, antes que nada, lo que profesa el orador/escritor acerca del Misterio de la Redención, que al fin y al cabo, funda toda nuestra fe.

Podrían creer algunos, que aún pese a las fuentes literarias, su “olfato católico” y una gracia especialísima lo hubiesen preservado de grandes errores en cuanto a la fe que suponemos profesan todavía algunos benedictinos. Pero sin embargo, nos encontramos con que para Grün la verdad no está en el Credo que profesamos los católicos.

En éste afirmamos que Jesucristo, Hijo Único del Padre:

por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin..”

¿Por nuestra causa?¿Por nuestra salvación? ¿Salvación de qué? Es incomprensible todo el Misterio Redentor de Cristo, sin aludir al Pecado Original, como cara y cruz de una misma moneda.

Volvamos al Catecismo, una y otra vez:

397 El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.
398 En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, constituido en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente “divinizado” por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso “ser como Dios” (cf. Gn 3,5), pero “sin Dios, antes que Dios y no según Dios” (San Máximo el Confesor, Ambiguorum liber: PG 91, 1156C).

Para librarnos del pecado, pues, ha venido, vivido, ha dado libremente su vida por nosotros y ha resucitado Nuestro Señor:

599 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica san Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: “Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios” (Hch 2, 23).

601 Este designio divino de salvación a través de la muerte del “Siervo, el Justo” (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). San Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber “recibido” (1 Co 15, 3) que “Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras” (ibíd.: cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).

613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del “Cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con Él por “la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26, 28; cf. Lv 16, 15-16).

614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (cf. 1 Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.

615 “Como […] por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos” (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que “se dio a sí mismo en expiación", “cuando llevó el pecado de muchos", a quienes “justificará y cuyas culpas soportará” (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Concilio de Trento: DS, 1529).

Pero muchos que van a escuchar las “conferencias” del monje no suelen acudir al Catecismo, y en cambio, devorarán con avidez sus libros, creyendo de buena fe que la doctrina es fidedigna para “crecer espiritualmente”…

Veamos, pues, qué piensa Grün sobre el Pecado Original:

“Esta historia se presta a diversas interpretaciones. Vista desde la psicología, a mí me convence la interpretación de C.G.Jung, para quien el comer del fruto del árbol de la ciencia es un acto de toma de conciencia. Para Adán y Eva se trata de un paso necesario en el camino de su plena realización personal. El ser humano sale de su situación paradisíaca y reconoce sus partes luminosas y sombrías. Puede ya distinguir entre el bien y el mal” (Luchar y amar, pag.19).

 

Yingdiab

 La celebración de esta “victoria” huele directamente a azufre. Vemos que en tema tan decisivo, el criterio fundamental de interpretación es tomado de su “maestro” Jung, no teniendo en cuenta siquiera las fuentes de la Revelación, que por lo visto “no le convencen” (sic). Es penoso e irónico tener que recordarle a un Doctor en Teología el Concilio Vaticano II, quien señala que “la Escritura se ha de leer en la tradición viva de toda la Iglesia” (DV 12,3), y que no se puede explicar lo superior (verdades reveladas, de índole teológica) por lo inferior (psicología). Como bien señala el p. Ponce CR, con esta afirmación Grün contradice groseramente en su literalidad a la Escritura -en la que, falazmente, dice abrevar-, que muestra las dramáticas consecuencias del primer pecado.

En efecto, “la Iglesia, que tiene el sentido de Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo”.(Catecismo de la Iglesia Católica, 389).

Considerando entonces el pecado como una toma de conciencia, vale decir, perfectivo del hombre (¡!), tendremos como consecuencia que todo pecado personal recibirá en adelante una franca valoración última positiva, como un bien, una perfección incluso necesaria:

“No se trata de no cometer ningún error. No escondas tus errores, aprende de ellos. No es malo caer, pero no permanezcas caído”.(ibid.215).

Observa el p. Tabossi, antes citado, lo que se colige de ese párrafo:

El pecado es conciencia; la gracia y santidad, imperfección.
La cruz es la inclusión pacifista de las sombras.
La salvación es la muerte y el cielo termina siendo, según esta lógica, nada menos que el infierno:

“Cuando el hombre vive conscientemente sólo un polo, entonces el polo opuesto se convierte en una sombra. (…) Lo que persigue la psicoterapia, tal como Jung la entiende, es unir de nuevo las dos partes del hombre, lo consciente y lo inconsciente. Si estas dos partes del hombre estan completamente separadas aparece una «disociación de la personalidad, el fundamento de todas las neurosis» (…). [Las personas] tienen que reconciliarse con los puntos negativos, con los lados impíos que también se encuentran en ellas, con muchos sectores de ellas que no quieren saber nada de Dios, con algunos deseos que no se orientan según la voluntad de Dios sino que son «amorales»” (Incertidumbre, pgs. 81, 83, 86).

La solución que se ofrece no es, en sustancia, distinta de la del psicoanálisis: conciencia de lo negativo, aceptación y necesidad de lo inmoral, tendencia natural hacia la muerte:

“De la tensión entre los opuestos se genera en el hombre una energía que tiende a la unión entre esos lados contrarios (…). No debemos (sobre)valorar uno de estos dos lados, pues necesitamos de los dos. (…) El hombre sólo llega a su verdadero “yo” si aúna sus contrastes, si consigue integrar en él el consciente y el inconsciente, la luz y la oscuridad, el bien y el mal”. (Ibid., 89, 92).

En las conferencias de nuestro autor, disponibles -dicho sea de paso-, en la página de la emisora Radio María, (otro “caza bobos” que se vanagloria de este tipo de visitas que le dan audiencia, y que abona con tono dulzón una gran cantidad de barbaridades), sigue abordando estas cuestiones directa o indirectamente, en un lenguaje coloquial, siempre anecdótico, matizado con casos personales de consultorio psicológico que entretienen y en ocasiones distraen al oyente/lector del eje principal, como un canto de sirenas. Ahora bien; es de fe entonces (y si ésta es vivida, tendrá esto grandes repercusiones en el ámbito espiritual y moral) que como consecuencia del Pecado Original “entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres…” (Rom 5, 12).

Sobre las consecuencias del Pecado Original, el Catecismo señala, en consonancia con la Tradición bimilenaria de la Iglesia, que

“La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3,7);
la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3,11-13);
sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3,16).
La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn 3,17.19).
A causa del hombre, la creación es sometida “a la servidumbre de la corrupción” (Rm 8,21).
Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el hombre “volverá al polvo del que fue formado” (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf. Rm 5,12).(CEC, 400).

Toda respuesta al sufrimiento humano no puede abordarse, pues, sin hacer explícitamente referencia a la huella del pecado en el mundo, lo cual dista mucho de un mero enunciado teórico:

«Lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas las cosas creadas.
(…) A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo.» (Const.Gaudium et Spes 13,1; 37,2).

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DLamae

En una línea totalmente diversa, compartimos algunos párrafos de la conferencia de Grün “¿Por qué a mí?” (Radio María Argentina, 2006), en que aborda el tema del sufrimiento, sin que aparezca ni una sola vez el término “pecado” con una relación causal.

“¿Por qué Dios permite el sufrimiento en el mundo? Esta pregunta de por qué Dios permite el sufrimiento en el mundo es una pregunta muy antigua. En el antiguo testamento muchos que oran se quejan (…) O bien muchos le cuestionan a Dios el por qué permite el sufrimiento. Muchos pensaron sobre este tema en el siglo XVIII, los filósofos, entre ellos Leibnitz, el filósofo alemán, para poder justificar a Dios de alguna manera decía que Dios creó el mejor mundo posible, pero (…)esa justificación optimista de Dios, de alguna manera parecía carecer de sentido. Siempre les digo, cuando la gente se queja y dice ¿por qué Dios permite esto, por qué me debe tocar a mí el sufrimiento?, yo lo único que tengo que decir es que no lo sé, no puedo responder a la pregunta de por qué. No puedo pararme detrás de Dios y pensar qué fue lo que pensó El al hacer lo que hizo. Siempre seguirá siendo un misterio, pero hay algo que sí se con seguridad y es que muchos vinculan esta pregunta ¿Por qué me tiene que tocar a mí? ¿Por qué me ha castigado Dios? Y esto es algo a lo que tenemos que responder: No, Dios no castiga a nadie con el dolor, con la pena. El sufrimiento nos toca, llega a nosotros, todos los intentos de explicar que esto es causado por la libertad humana o porque el mundo simplemente es así finalmente no resultan convincentes, no parece ser el precio de la libertad, no es una respuesta convincente.
La única respuesta teológica que a mí realmente pudo convencerme es la de Karl Rahner que dice que la incapacidad de comprender el sufrimiento es una parte de la incapacidad de poder comprender a Dios. Del mismo modo como muchas veces no comprendemos el sufrimiento, tampoco podemos comprender a Dios. El sufrimiento destruye muchas veces nuestra imagen de Dios, del Dios misericordioso, del Dios omnipotente, porque si es omnipotente entonces tendría que poder ayudarme, tiene que poderme quitar el dolor. Si es misericordioso entonces debe poder evitar el dolor, ¿entonces por qué no lo evitó? ¿por qué no me lo ahorró? Esa imagen de Dios misericordioso y omnipotente se resquebraja debido al sufrimiento (…).
Si miramos la Biblia tampoco Jesús nos da una explicación, tampoco nos explica por qué nos toca el sufrimiento (…)El mismo avanza hacia el sufrimiento, y el por qué Jesús haya debido morir en la cruz es algo que tampoco supimos y que tampoco sabían sus discípulos en ese momento cuando salieron corriendo de ese Jesús en la cruz, no lo podían entender, no entendían por qué, pero cuando encontraron al resucitado reflexionaron (…).A posteriori trataron de entender y es por eso que nosotros también a posteriori solo podemos tratar de ver como manejamos el sufrimiento.

Vale decir que la respuesta que la fe da al hombre acerca del sufrimiento a este monje “no le resulta convincente”, lo mismo que la realidad del pecado original, y entonces busca alternativas… Aquí la “solución” que le ofrece Rahner está en la línea de la que antes decía que le había “convencido” de Jung: ambos se presentan como respuestas alternativas a la que proporciona la doctrina católica tradicional. En algún otro momento esperamos poder ocuparnos del cáncer que ha significado la teología de Rahner en los últimos tiempos, pero aquí “basta un botón”.

sa luego la pantalla de la Sagrada Escritura para seguir sosteniendo las tesis psicologistas comentando las diferentes visiones sobre el sufrimiento de los cuatro evangelistas, en la línea que ya advertía el p. Bojorge, confundiendo al oyente/lector, que es “tranquilizado” en su discurso por la apelación al texto sagrado, pero interpretando luego desde otra perspectiva.

“…San Marcos es un grito de triunfo, es el triunfo sobre el poder de los demonios que ha sido quebrado, que ha sido roto porque ahora en el sepulcro es un ángel lleno de luz, y en este sentido creo que realmente es una perspectiva muy consoladora (…) Algunos se permiten entrar con amor a ese sufrimiento y en eso se hacen transparentes y el sufrimiento se superó, la muerte ya no es algo terrible sino que se convierte en la culminación de la luz, de la penetración, de la permeabilidad, de la transparencia. Yo tenía enfermos que realmente eran transparentes, permeables a la divinidad y al mensaje y es esto lo que debe entenderse (…): en medio de ese sufrimiento se puede transformar haciendo triunfar al amor, se puede lograr superar el sufrimiento y la oscuridad y llegar a la luz y a la iluminación.”

No se comprende la identificación de Cristo en el sepulcro como “ángel”, ni tampoco en qué consistirá el “entrar con amor a ese sufrimiento”, sin hacer mención de la gracia en lo más mínimo. ¿Qué tipo de “amor humano” hace soportar a alguien un tumor canceroso que destruye su cuerpo y su vida, si no es algo muchísimo más grande, y que sólo puede provenir de Dios mismo?

En una entrevista, a la pregunta ¿El sufrimiento es una continuación del pecado?, el monje responde:

“Ya sea por el pecado o por la forma equivocada de vivir, porque esto es lo que quiere decir pecado (…) Si Dios actúa en mí esto es importante, si dejamos que El actúe en nosotros es mucho mejor que preguntar la culpa relacionada con el pecado. No hay una razón generalizada, hay que ser muy cuidadosos, es decir, nunca evaluar al otro. No puedes utilizar un patrón antiguo y pensar que tienes sufrimiento porque te cargaste la culpa. (…) Tomarnos la Biblia en serio es importante pero no hay que hacer una relación directa o fija entre el sufrimiento y el pecado.”

En una espiritualidad exenta de la noción de pecado original como algo real y condicionante de nuestra debilidad, necesariamente debemos encontrar repercusiones psíquicas, y especialmente, la noción de sufrimiento, queda ante un abismo, sin sentido.

Esto lo ha desarrollado ampliamente el Beato Juan Pablo II en la consoladora encíclica Salvifici Doloris:

“…la pena tiene sentido no sólo porque sirve para pagar el mismo mal objetivo de la transgresión con otro mal, sino ante todo porque crea la posibilidad de reconstruir el bien en el mismo sujeto que sufre.
Este es un aspecto importantísimo del sufrimiento. Está arraigado profundamente en toda la Revelación de la Antigua y, sobre todo, de la Nueva Alianza. El sufrimiento debe servir para la conversión, es decir, para la reconstrucción del bien en el sujeto, que puede reconocer la misericordia divina en esta llamada a la penitencia. La penitencia tiene como finalidad superar el mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y consolidar el bien tanto en uno mismo como en su relación con los demás y, sobre todo, con Dios. 13. Pero para poder percibir la verdadera respuesta al «por qué » del sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo existente.(…) Para hallar el sentido profundo del sufrimiento, sobre todo, hay que acoger la luz de la Revelación (…). El Amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta pregunta ha sido respondida por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo. (SD 12,13)

Y fundamentalmente, teniendo en cuenta que

El hombre «muere», cuando pierde « la vida eterna ». Lo contrario de la salvación no es, pues, solamente el sufrimiento temporal, cualquier sufrimiento, sino el sufrimiento definitivo: la pérdida de la vida eterna, el ser rechazados por Dios, la condenación. (14).

Ni una mención, tampoco, a la Comunión de los Santos y al valor redentor del sufrimiento, la necesidad de reparación de unos por otros, que necesariamente nos vuelve a salir de nosotros mismos, y ver que justamente así, TODO tiene sentido. Esto, sin embargo, sí lo tenía claro al parecer la madre de Grün, quien él cuenta que rezaba en medio de su sufrimiento “y creo que esa fue una forma de hacer que su sufrimiento se volviera fructífero para otros”, pero aclara al pasar que ésa es sólo una forma entre tantas de hallar un sentido.

Por el contrario, la relación del sufrimiento con el prójimo la aborda al mencionar el Evangelio de San Lucas:

“Lucas describe a Jesús sobre la base de la filosofía griega como aquél hombre justo. Y el efecto de esto es, para San Lucas, justamente el efecto del teatro, porque las obras de teatro, las tragedias griegas, llevan a la catarsis de las emociones. Incluso Sigmund Freud veía a la catarsis como la sanación en la terapia y San Lucas describe que todos aquellos que fueron a ver a Jesús en la cruz se golpeaban el corazón, el pecho, y se iban muy afectados y conmovidos y veían que a través de ese Jesús, se encontraban en sí mismos, se tocaban el pecho, se golpeaban, se encontraban con el núcleo divino y realmente se transformaban, purificaban las emociones, el sufrimiento. Es lo mismo que si vemos una tragedia griega, y esa tragedia siempre se vuelve a reconstruir en la liturgia, que es justamente la transformación de nuestra desesperación y nuestro sufrimiento (…)".

La alusión al sentido freudiano parece ya la “frutilla de la torta”, pero continúa:

“Primero hay que escuchar la desesperación, la frustración, la desilusión y luego viene la clave. El Mesías, ¿no debía sufrir todo esto para poder entrar así en su gloria? Y para mí esta pregunta es realmente una clave muy importante (…) para entender nuestro propio sufrimiento, y lo podríamos traducir de la siguiente manera: “¿No debe sucederme esto para que todas mis imágenes del mundo y de Dios se rompan en mí y yo me pueda abrir a lo verdadero, a la doxa, a mi verdadera tarea que me encomendó Dios en el mundo? Jesús no nos da un motivo, una causa por la cuál ese sufrimiento debía ocurrir, simplemente es el destino, como dirían los griegos, no lo podemos entender pero no tiene una causa, y sobre todo no hay que decirse “tengo la culpa de tal o cuál cosa”. Estas interpretaciones en realidad están totalmente lejanas de la Biblia y de Jesús, simplemente es así, ocurrió, me tocó. Hoy muchas veces estamos propensos a tratar de explicar una enfermedad, un sufrimiento. (…).
En el momento en que nos sentimos quebrados también se quiebran las máscaras y los escudos, las corazas que hemos levantado alrededor nuestro. Todo eso se quiebra, se rompe, y yo realmente entro en contacto con mi centro mismo. Y donde yo descubro quién soy yo y mis imágenes de Dios se rompen y yo logro abrirme para entender a ese Dios totalmente diferente. Y esa idea del quiebre, de la rotura, es lo que realmente festejamos en toda ceremonia de la eucaristía, porque partimos el pan, y en ese sentido estamos rompiendo algo y todo lo que se rompe, todo lo que se quiebra va a ser sanado y va a ser unificado nuevamente, pero esto sirve para que ustedes se abran al Padre, al verdadero Dios que, atravesando la muerte nos ha regalado la vida trascendental a través de la resurrección.”

Se solicita a alguien que por caridad, le comente al Sr. Grün el recto significado del Santo Sacrificio del Altar, pues podría hacer un gran bien a su alma y a las que lo siguen…

Su idea de la tarea del sacerdote parece ser, pues, meramente filantrópica:

“Y yo no les digo a las personas en estas circunstancias que esto seguro tiene algún sentido porque esto la heriría, simplemente soporto que yo no pueda darle ninguna respuesta, soporto que no la pueda consolar realmente encontrando palabras y diciendo que está todo bien sino que la apoyo en el sentido de que la sostengo, la soporto, la apoyo, permanezco con el aún cuando no puedo darle una respuesta a su pregunta.(…) Una mujer no quería saber más nada de Dios, dijo: no, yo con Dios terminé de esta vez y para siempre. Y realmente yo no era quien para valorar ni para evaluar eso pero que realmente la clave se encuentra en poder lograr permitirme que se rompan mis ideas de mi mismo y de Dios, mis ideas de aquel yo mismo que hace todo perfecto, y que eso se rompa es algo que debemos permitirlo, no lo comprendemos a Dios, es algo incomprensible, pero hay algo en lo que yo realmente creo que es que detrás de toda esta cosa incomprensible hay amor (…) El sufrimiento no sabemos por qué viene, solo podemos esperar que nos logremos abrir a través de ese sufrimiento para poder encontrarnos en algo nuevo, para poder encontrar el sentido. Todos estos sufrimientos nos demuestran que la dignidad humana se encuentra en otro lado, que hay una dignidad profunda que no puede ser destruida por el sufrimiento.”

 

Otra perla para el collar: “Mi propia hermana me contó que va muy feliz a un oficio o a misa, y luego de este regresa deprimida. ¿Por qué?. Porque evidentemente el sacerdote profesa una buena teología pero ésta no está en armonía con él, sino que irradia aspectos depresivos, por eso es tan importante que seamos sabios, que nos conozcamos a nosotros mismos, que nos queramos a nosotros mismos, que sepamos degustarnos. A partir de allí, saldrá una buena irradiación. “ (Conferencia “Orientar personas, despertar vidas”)

El hombre es, pues, la última respuesta; salvar su “dignidad”. Pelagio aplaude calurosamente detrás de este telón fundamentalmente voluntarista…:

“San Juan nos da una muy buena respuesta porque describe a Jesús en su pasión como aquél que no se deja doblegar por el sufrimiento, que no se quiebra.(…) ¿Cómo manejamos el sufrimiento? Lo importante es mantener la dignidad interior en medio del sufrimiento, porque entonces el sufrimiento no me va a romper, no me va a quebrar, me va a mostrar ese centro, esa dignidad interior en donde yo estoy en mi centro en medio de lo endeble de mi vida y sigo siendo digno y a esta dignidad no me la puede quitar nadie. Esta es la respuesta del evangelio de San Juan.
En este sentido me afectó mucho una respuesta de Joung, que estando en la India observó allí como los hindúes se manejan con los sufrimientos, se retiran del mundo y dicen que el sufrimiento no los toca. Decía que Oriente se abstrae del sufrimiento. Joung dice que toda la encarnación, todo el hacerse hombre depende de cómo nos manejamos con el sufrimiento y el dice que tenemos que superar el sufrimiento transitándolo. Por supuesto que en la cristiandad hay formas masoquistas de sufrimiento en donde hay una adicción al sufrimiento y eso no es positivo pero el sufrimiento es una realidad en la vida y si no le podemos dar una respuesta entonces no le ayudamos al ser humano. (…) El sufrimiento tiene un sentido en sí mismo y yo (…)tengo que poder decir que tengo que soportar, que perdurar, que sostenerme a pesar de todo, de mi dignidad interior, de ese centro.

Ya que estamos iniciando la Cuaresma, sería interesante saber la opinión de Don Anselmo sobre el consejo de la Sma. Virgen a los pastorcitos sobre la necesidad de reparación, y sobre la mortificación en general para el cristiano (link Iraburu). Tal vez María Sma. olvidó leer a Jung…

Se comprende así la opinión acerca de los mártires “antiguos” (sic):

“Los mártires de la Iglesia de la Iglesia primitiva testificaron con su muerte la resurrección de Jesús. (…) Ante muchos relatos martiriales hoy nos sentimos incómodos. Se dice una y otra vez que los primeros cristianos iban gozosos a la muerte. Psicológicamente entrenados, husmeamos aquí una tendencia masoquista.(…) En América Latina son frecuentemente asesinados hombres y mujeres que toman en serio el mensaje cristiano y se comprometen con los pobres (“Anselm Grün, reportaje comprometido”130-131)”

“Los nuevos mártires de esta nueva Iglesia vienen a ser aquellos que sin mediar necesariamente un credo determinado, han dado la vida en defensa de los derechos humanos, mártires de la diosa humanidad”, como bien apunta al respecto el p. Tabossi.

(…) A los sentimientos de culpa no podemos eliminarlos a través de la discusión acerca de ellos, pero no hay ni que disculparse ni que culparse, no hay que decir “tengo la culpa de esa muerte, simplemente decir “así es”. Tampoco disculparse sirve. Simplemente hay que aceptar que así es, que es así.”

Ni una mención a la vida sacramental, por supuesto, pero en cambio encontramos otra sorpresa, con reminiscencias de los “sacramentos de la vida”, de L.Boff:

“…He pasado varias veces por situaciones en donde los padres (que habían perdido a un hijo) me dijeron que de repente apareció una mariposa durante una ceremonia en una época en donde no hay mariposas y para esos padres eso fue un mensaje. O cuando había fallecido una pequeña hija de repente un día los padres descubrieron que una rosa floreció en una época en donde no podía florecer una rosa.(…) En un caso en donde la madre cometió suicidio, la hija, que trabajaba en el jardín, un día vio que floreció una planta y se dio cuenta que a través de esa flor estaba la madre con ella. Ese mensaje, por supuesto debe significar que yo no debo permitir que mi vida se destruya, debo hacer el duelo, pero en algún momento me va a llegar el mensaje de que esa persona perdida está conmigo.(…) Muchas veces nos lo encontramos en el sueño y aparece un mensaje.

(…)No podemos darle una respuesta a la pregunta de por qué. Nosotros simplemente nos podemos preguntar para qué y cómo manejo el sufrimiento. (…) Si algo viejo se quebró, se rompió, con eso surge una nueva imagen, una nueva idea, que florece y que es novedosa, y esta es la respuesta de Jesús al sufrimiento.

¿Para qué Cristo, para qué tal o cual espiritualidad, si no hay nada que salvar, porque total, “al cielo vamos todos”?
¿Para qué la Encarnación del Hijo de Dios, su Pasión y Cruz, si no hay deuda alguna que saldar?.

¿Para qué la urgencia del mandato misionero “id y anunciad a todas las gentes…”, si todo da lo mismo? ¿Quién es Jesucristo, y qué sentido tiene seguirlo?
¿Y para qué, de paso, ser benedictino, y andar recorriendo el mundo hablando de espiritualidad como monje católico?: ¿Para que “la gente se sienta bien”?; ¿Para cosechar aplausos y vender libros? No hago juicios temerarios sobre las almas; me limito a formular preguntas que ante tamaña catarata de “mieles”, parece que no pueden dejar de hacerse. Filantropía o interés, “las cuentas no nos dan”, de todos modos.

¿Y Jesucristo, Redentor del mundo?

dudosogr

“Como por la transgresión de uno solo llegó la condenación a todos, así también por la justicia de un solo llega a todos la justificación de la vida (…).Pues como, por la desobediencia de un solo hombre, muchos se constituyeron en pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos se constituirán en justos“(Rom 5, 8-19).

Algunos lectores más inocentes tal vez piensen todavía que este monje debe sostener al menos la doctrina católica sobre Jesucristo, pero no es así tampoco. Los que ya se han acostumbrado a Pagola no se sorprenderán demasiado, pero viene bien saber que el orgulloso e insolente español no es el único que pregona barbaridades sobre Nuestro Señor. Volvemos a citar al p. Tabossi(Una aproximación a la teología de Anselm Grün, ed. Digital)

“La teología católica enseña que Jesús, como Verbo encarnado, fue Dios desde su concepción.

La teología de Grün enseña al parecer que Jesús se fue haciendo Dios sobre todo a partir de la iluminación que recibió el dia de su bautismo:

“¿Cómo llega Jesús a ser Salvador? Esta es para mí una cuestión decisiva. La respuesta teológica –que él puede salvar en cuanto Hijo de Dios- no me parece suficientemente satisfactoria. Jesús no fue salvador desde el principio. Él fue desarrollando desde su interior el arquetipo de salvador. Para mí, los Evangelios sañalan momentos importantes de esta proceso. El primer momento lo constituye el bautismo. [Al sumergirse en el agua] Jesús se ha sumergido en el inconsciente. Nuestra vida se seca sin la fuente del inconsciente. Es en el bautismo, y no en su nacimiento, donde Jesús toma conciencia de su verdadera identidad” (Luchar y amar, 204-212)

Recordemos una vez la noción clave en la antropología de Jung, el Sí-Mismo. En tal concepto Jung ve lo más perfecto del hombre, lo más trascendente, lo más divino, por ser una totalidad psíquica que incluye tanto lo luminoso como lo oscuro del ser humano, tanto lo conciente como lo conciente, tanto la santidad como el pecado. Jesús, siempre según Jung, es una parte importante del Sí-Mismo mas no acabada, por lo que necesita de su divino hermano cuaternario, Satán.

Explicando el pasaje de Cristo en el desierto en el que dice que “los animales del desierto lo servían”, el discípulo de san Benito lo interpreta diciendo que:

“Jesús integra en su estancia en el desierto los dos polos: la parte animal [eso se ve, según Grün, en la expresión de san Marcos, cuando dice que “los animales lo servían en el desierto”] y la parte angelical”.
“(…) En el relato de la estancia de Jesús en el desierto hemos visto que él se reconciló allí con sus sombras y que integró dentro de sí lo animal. El culmen de la integración se hace perceptible en la cruz. La cruz es un símbolo primordial de la unidad de todos los contrarios. En la cruz abraca Jesús todos los recintos del cosmos: la altura y la profundidad, el cielo y la tierra, la luz y la tiniebla, lo consciente y lo inconsciente, el hombre y la mujer” (Ibid.).

Acerca del sentido último de la Cruz, es también psicológico, en clave dialéctica:

“La cruz es el modelo de la síntesis hegeliana reconciliadora de los contrarios morales. Ser cristiano es llevar la cruz, y llevar la cruz significa no querer quitar la oscuridad pecaminosa insita en nuestra naturaleza. Sólo se salva aquél que se reconcilia y hace un pacto de amistad con su adversario. (¡¡!!)

“Los hombres pueden aprender de Jesús, “el Salvador”, a descubrir sus fuerzas salvadoras. El presupuesto indispensable para ello es que, con Jesús, emprendan el camino hacia la realización plena de la masculinidad, un camino en el que han de integrar en su condición de hombres todo lo que emerge en ellos: lo selvático y lo apacible, lo duro y lo blando, lo masculino y lo femenino, lo claro y lo oscuro. En el encuentro con Jesús desaparece de ellos lo inauténtico y las simples apariencias. Entran entonces en contacto con su verdadero yo. Y sólo desde ese yo íntimo les es posible salvar a los demás (=llevarlos al encuentro con el auténtico Sí-Mismo…) (Ibid., 214).

Como Jesús es dialéctico en cuanto que en la cruz asume los contrarios, el cristiano está llamado, al igual que su Maestro, a no concebir la santidad como expulsión ascética de lo negativo sino, por el contrario, a convivir con lo inmoral o “amoral” como camino hacia la propia integración.”

Acerca de la Pasión redentora de Cristo, Grün señala su “función social” (sic!):

“La memoria de la Pasión de Jesús es básicamente una condición importante y es bueno para la sociedad porque genera el anhelo de otra cosa, es el anhelo de la verdadera justicia en el mundo, en la sociedad, y sin el anhelo de una verdadera justicia de que realmente el amor triunfa sobre la muerte, justamente no se puede vivir en la sociedad, y este filósofo que realmente era casi ateo (Jung), sintió que la religión tenía una función muy importante en el sentido de que al sufrimiento se le debía dar un lugar. Nosotros somos Benedictinos misionarios y en Tanzania hemos fundado junto con otros sacerdotes musulmanes una iglesia, y allí nos cuentan que la iglesia los domingos está llena de musulmanes que cantan la pasión. Y ¿por qué los musulmanes que asisten a estas iglesias están tan afectados? Justamente porque allí el sufrimiento se acepta, el sufrimiento no es solo algo que afecta a los pobres sino que es algo en donde yo puedo sostener mi dignidad, siento que sostengo mi dolor, mi pena, y esto es sanador. La memoria del sufrimiento de Jesús, del calvario, es muy sanadora para nuestro propio tratamiento del sufrimiento. (Conferencia “¿Por qué a mí?”)

¿Y la Resurrección? Veamos el significado que le da este hombre:
Justamente en la conferencia sobre la Resurrección, comienza aclarando que

“El año litúrgico para mí es un año terapéutico. Joung, el terapeuta suizo, habla de un sistema terapéutico. A lo largo del año litúrgico se van tratando los temas más importantes del alma, del ser humano, de su valor como ser humano, y se los presenta de tal manera que van pudiendo cambiar cada vez más nuestra vida profunda.”

Luego de esta introducción, toda la fe en la resurrección objetiva de Cristo como hecho histórico y fundante de toda nuestra fe -lo que nunca se afirma de manera contundente- es interpretada en clave simbólica, como una bella imagen que debemos acomodar subjetivamente en la actualización psicológica de una especie de “anhelo”, sin que esto signifique un compromiso explícito con una fe determinada:

“La Biblia relata sobre un acontecimiento, sobre un suceso, pero también tiene una significación para nosotros, son símbolos, son imágenes (…)”
“La Resurrección significa dos cosas, significa que nosotros esperamos que luego de la muerte nosotros resucitemos en Dios, que Dios nos tome en sus brazos, y la Resurrección, la fiesta de Pascua quiere fortalecernos en esta creencia que nosotros no morimos en la oscuridad sino que avanzamos hacia el amor de Dios, y así como María Magdalena, nosotros podemos confiar en que en la muerte Dios va a hablar con sus Palabras de Amor con nosotros y que no vamos a caernos de esas manos amorosas, que podemos disfrutar una y otra vez a lo largo de nuestra vida. Pero la resurrección no significa entonces solamente el anhelo de una vida después de la muerte sino que la resurrección, debe en realidad suceder todos los días, debemos en realidad todos los días poder levantarnos del miedo hacia la confianza. También podemos decir de nosotros que hemos resucitado y que siempre estamos con El. (…) Nos levantamos todas las mañanas, y este levantarnos es como una imagen de la resurrección.”

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Vemos aparecer nuevamente el esquema de la conciliación entre contrarios y la recurrencia a imágenes freudianas de represión y angustia:

“Yo deberé experimentar la resurrección allí en donde convive en mí lo creyente y lo no creyente, lo fiel y lo no divino en nosotros. Nadie de nosotros es totalmente creyente. Todos nosotros tenemos una parte no creyente, una parte no divina, una parte sin Dios. El resucitar no significa que estemos completos de Dios y de Jesús, tenemos nuestras dudas, muchas veces estamos lejos de esta creencia, de esta fe, y en Galilea, justamente en lo cotidiano resucitar, levantarnos y creer en el resucitado significa verdaderamente experimentar, vivenciar la resurrección.”

Quitar la piedra significa muchas veces también para nosotros que estamos frecuentemente bloqueados por una piedra, que estamos limitados, que no podemos salir de nosotros, tenemos miedo de que eventualmente el otro nos evalúe negativamente, nos vea mal, es como una piedra. (…) Pero también significa otra cosa, los carceleros que caen como muertos al suelo ¿qué significan? Son esas voces que en nuestro interior nos dicen “que todo quede como es, que no son posibles nuevos sueños para ti, que no existe una nueva vida para ti, que tienes que arreglarte con tu vida tal como es”.

“La tumba también es el espacio de los demonios, es el espacio de pensamientos necrófilos, y en medio de esa oscuridad en donde en realidad viven los demonios, está la luz de la resurrección. En el espacio más oscuro del corazón ha entrado la luz, se ha iluminado allí en donde el pesar, el dolor es mayor.”

Al hablar de la aparición a los discípulos de Emaús, aprovecha para introducir el presupuesto de que la Sagrada Escritura vendría a ser algo así como el “libro de la conciliación universal”. A quienes sean “iniciados” en este tipo de fe, les resultaría muy difícil, humanamente hablando, comprender la necesidad de aceptar una verdad única y objetiva que nos lleva a darlo todo por ella, fuente de grandes divisiones, “causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción” (Lc.27, 35), pues en última instancia, “A través de todas las palabras de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se da a conocer en plenitud (cf. Hb 1,1-3)”(Catecismo n.102). Aquí vemos cómo, efectivamente, la Palabra de Dios es convertido en libro de autoayuda:

“Entender la Biblia significa por supuesto también entenderse mejor, entendernos mejor nosotros mismos. (…) En tanto tú seas tu propio enemigo, la Palabra de Dios será también tu enemigo. Sé tu propio amigo, entonces la Palabra de Dios estará en unicidad contigo. Leer la Biblia es ser armoniosos con nosotros mismos, en ese momento nos vamos a experimentar como amigos, como seres únicos en nosotros mismos, y ésta es la experiencia de Jesús a través de las palabras de la Sagrada Escritura de poder dejar de ser tan duros y tan castigadores con nosotros y no tan prejuiciosos con nosotros..”

Nos venimos a enterar entonces de que

Resucitar significa ser uno mismo, estar en armonía con ese interior, con esa imagen intachable, inmaculada que Dios se hizo de nosotros. Esto en realidad es una práctica concreta que debemos hacer desde la resurrección. Intentemos en la vida cotidiana decir yo soy yo mismo. (…) Tomás justamente duda y el que verifica que ese que ha muerto, ha resucitado y ve que las heridas se han modificado, se han cambiado, y eso también significa la resurrección para mí, significa que yo ya no siento mi debilidad, mi depresión, las heridas que he experimentado en mi niñez. (…)”

A menudo se constata en los “grupos misioneros” el vaciamiento de contenido en su anuncio, sin referencia explícita al Credo, los sacramentos y las exigencias prácticas de vida cristiana, en un marco donde la “espontaneidad” es privilegiada. Esto será lógica consecuencia allí donde se difunda un pensamiento que reduce el mandato apostólico “Id y enseñad” al compromiso filantrópico, horizontalista:

“Ser testigos de la resurrección significa no solamente difundir el mensaje de que Cristo ha resucitado sino también que siempre que me levanto contra la injusticia… La resurrección se produce allí donde nosotros seguimos nuestros impulsos internos, estos son los que debemos seguir, porque es allí donde el resucitado habla con nosotros.”

En este esquema, por supuesto, toda “exagerada” pretensión de ascesis o de santidad es desechada de plano, por su “riesgo patológico”:

“… si nos identificamos con ideales demasiado elevados y pensamos que somos absolutamente devotos y creyentes entonces la sombra se hace cada vez más oscura y más destructivo, o la proyectamos a otras personas y consideramos que estas otras personas son los malos y nosotros somos los absolutamente santos o la sombra nos busca, nos pasa a buscar a través de depresiones, nos ataca por bloqueos de los cuáles ya no podemos salir.”

El Documento citado en el post anterior acerca de la Nueva Era nos ofrece un párrafo que parece a propósito del autor que nos ocupa:

El « Dios interior » y la unión holística con todo el cosmos subrayan esta pregunta. Las personalidades individuales aisladas serían patológicas para la Nueva Era (según su particular psicología transpersonal). (…)« Somos auténticos cuando nos “hacemos cargo” de nosotros mismos, cuando nuestra opción y nuestras reacciones fluyen espontáneamente de nuestras necesidades más profundas, cuando nuestro comportamiento y nuestros sentimientos manifiestos reflejan nuestra plenitud personal ». El Movimiento por el Potencial Humano es el ejemplo más claro de la convicción de que los seres humanos son divinos, o contienen una chispa divina dentro de sí mismos.
La clave estriba en descubrir qué o quién creemos que nos salva. ¿Nos salvamos a nosotros mismos por nuestras propias acciones, como suele ser el caso en las explicaciones de la Nueva Era, o nos salva el amor de Dios? Las palabras claves son realización de uno mismo, plenitud del yo y auto-redención. La Nueva Era es esencialmente pelagiana en su manera de entender la naturaleza humana.
Para los cristianos, la salvación depende de la participación en la pasión, muerte y resurrección de Cristo, y de una relación personal directa con Dios, más que de una técnica cualquiera. La condición humana, afectada como está por el pecado original y por el pecado personal, sólo puede ser rectificada por la acción de Dios: el pecado es una ofensa contra Dios, y sólo Dios puede reconciliarnos consigo. En el plan salvífico divino, los seres humanos han sido salvados por Jesucristo, quien, como Dios y hombre, es el único mediador de la redención. En el cristianismo, la salvación no es una experiencia del yo, una inmersión meditativa e intuitiva dentro de uno mismo, sino mucho más: el perdón del pecado, el ser levantado desde las profundas ambivalencias del propio ser, el apaciguamiento de la naturaleza mediante el don de la comunión con un Dios amoroso. El camino hacia la salvación no se halla sencillamente en una transformación autoprovocada de la conciencia, sino en la liberación del pecado y de sus consecuencias, que conduce a luchar contra el pecado que hay en nosotros mismos y en la sociedad que nos rodea. Esto nos conduce necesariamente hacia una solidaridad amorosa con nuestros hermanos necesitados. (Jesucristo portador del Agua de la Vida, n.4)

Echamos de menos, en fin, grandes y significativas ausencias que no concebimos en autores espirituales genuinamente católicos: pecado, sacramentos, gracia, Cruz, Redención, María Santísima….

Pero más allá del vacío, más allá de la profunda insatisfacción religiosa (porque no re-liga con el Dios verdadero…) que conlleva este palabrerío que apenas apuntamos a riesgo de cansar al más paciente, lo que nos preocupa sobre todo, es la indiferencia que padecemos ante esta superficialidad que cunde como peste. Porque parece que al señalar “no va más allá de la autoayuda”, estamos arrojando un manto de indulgencia sobre ello, como si se tratase de algo inofensivo, que no alimenta pero tampoco envenena, y creo que allí está la trampa, porque el veneno más sutil puede ser una sobredosis de anestesia.

Porque la Iglesia -con todos sus miembros, los bautizados- tiene una específica misión salvífica, continuando la obra redentora de Cristo Cabeza hasta el fin de los tiempos, y si la sal no sala, “sólo sirve para ser arrojada y que sea pisoteada por la gente”(Mt.5,13). Y entonces no podemos permanecer con cara de “felíz cumpleaños”, relamiéndonos ante lo insípido.

Porque en esta carrera hacia la Casa del Padre, quien no avanza, retrocede y quien no ilumina, oscurece al mundo, sirviendo a las tinieblas: no hay sino dos banderas, y quien no siembra con Cristo y su Iglesia (que tiene 2000 años), desparrama.

Esperamos en una última parte, brindar si Dios quiere, unas pinceladas acerca de la repercusión de esta “teología” en la moral que predica este autor.