11.03.14

 

De “puritita” casualidad vi el domingo la entrevista a sor Lucía Caram en la cuatro. Nada con sifón. Si acaso la vergüenza ajena que uno siente cuando sigues escuchando eso tan nuevo de que no me confieso porque el cura es más pecador que yo o quiénes son los curas para hablar de familia y matrimonio si son célibes. Pues ya ven la gente sigue diciendo eso y no pasa nada, ufanos como si acabaran de descubrir la cuadratura del círculo. En otras cuestiones de la entrevista no entraré, ya que doctores tiene la santa madre Iglesia que callan desde hace tiempo. Si ellos callan, que son doctores, no hablaré yo.

Esas bobada de si el cura no sabe nada de familia surge porque la persona que la formula piensa que sólo hay una forma de conocer las cosas: la experiencia personal. Se equivoca completamente. Si uno sólo pudiese hablar de aquello que ha experimentado nos encontraríamos con situaciones absurdas.

Con este razonamiento de hablar sólo de lo que conozco por experiencia personal, yo, hombre, no podría hablar sobre embarazo o aborto. Ni un laico sobre la vida de los sacerdotes, porque no la ha experimentado, ni un abstemio sobre alcoholismo. Tampoco un sano sobre enfermedad o un ciego sobre la luz.

Más aún, en muchos casos el conocer algo por la experiencia puede dar una visión muy sesgada del asunto. No creo que el mejor conocimiento sobre toxicomanías lo tenga un enganchado a la cocaína o el hachís.

Los filósofos hablan de diversas vías para adquirir el conocimiento de algo o sobre algo. Efectivamente, una es la experiencia, pero no es ni la única ni siquiera la mejor.

Hay otras formas. Por ejemplo la tradición, que nos muestra que las cosas son de una determinada manera porque siempre han sido así –por ejemplo, las normas de educación-. También la autoridad: uno aprende cosas porque se las enseñan los maestros, la gente que sabe, que ya posee el conocimiento, que lo ha conocido y comprendido. Y por supuesto la ciencia, que es un conjunto de conocimientos racionales, obtenidos por métodos comprobados y contrastados con la realidad.

Cuando uno da primacía a la experiencia sobre cualquiera otra forma de conocimiento, lo que está diciendo es que la autoridad –maestro, formador, persona que sabe- no significa nada. Que la tradición es básicamente inútil. Que la ciencia es relativa. Y que sólo el yo con su experiencia personal es su propio juez y su propia norma.

Efectivamente soy soltero. ¿Cómo conozco las cosas de la vida matrimonial? Para empezar por la experiencia de ser hijo, hermano, de haber vivido en el seno de una familia. Por la experiencia de hablar, tratar, compartir la vida con muchísimas familias. Por la experiencia de acompañar a muchas parejas en su camino vital.

Pero además conozco la tradición sobre la familia. Leo sobre el tema. Me informo. He sido alumno y profesor de estas cosas. Hay documentos católicos. Libros diversos. Uno acaba sabiendo al menos un poquito.

Quizá más que personas que estando casadas rechazan la tradición histórica sobre la familia, no aceptan ningún tipo de magisterio o autoridad sobre la materia, o se sonríen ante la posibilidad de un acercamiento científico a la realidad de la familia y su problemática. Eso sí, tienen “experiencia”. También la tiene el drogadicto con la heroína, y el alcohólico con la resaca. Es como si me dijeran que el conocimiento adquirido por un médico experto en toxicomanías que ha estudiado, tratado a toxicómanos, asistido a cursos… no sirve de nada porque jamás ha esnifado coca.

Reducir el conocimiento a “mi propia experiencia” es convertirlo en nada. Incluso en la familia. Tú tiene tu experiencia, este la suya, aquél otra más. Pero eso no significa nada. Bueno sí, significa algo: que en lugar de aprender, reflexionar, buscar maestros… es más sencillo decir “mi experiencia”. Tan sencillo como ineficaz.