12.03.14

Dos diagnósticos sobre la actual crisis de la Iglesia

A las 1:47 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Teología pastoral

Esta semana un amigo me envió por email un artículo de Nathan Stone SJ titulado “Tu cara de cuaresma”. Véase el texto completo aquí: http://territorioabierto.jesuitas.cl/tu-cara-de-cuaresma/

Según el autor, la actual crisis de la Iglesia Católica (o al menos el alejamiento de la práctica religiosa de gran parte de sus fieles) se debería al excesivo rigorismo del clero católico. A mi juicio se trata de un diagnóstico muy equivocado, que parte de una premisa falsa, puesto que hoy en día la gran mayoría de los sacerdotes católicos no son rigoristas, y ni siquiera rigurosos. Más aún, muchos de ellos tienden con mayor o menor fuerza al laxismo moral y al abandono de las prácticas ascéticas y penitenciales. Además, no es difícil apreciar una correlación inversa a la planteada por el autor: a mayor laxismo clerical, menor eficacia pastoral.

A esto el autor y quienes piensan como él responderían probablemente que la falta de eficacia pastoral obedece al alejamiento de las “periferias”. Según esta visión, los católicos de hoy estaríamos haciendo más hincapié en la Ley que en el amor del Nuevo Testamento, siendo esto último mucho más exigente que la misma Ley.

Por supuesto, si todos los católicos fuéramos santos, a la Iglesia Católica le iría mucho mejor. Pero, ¿en qué estamos fallando concretamente? Consideremos por ejemplo la gran pérdida de impulso misionero sufrida por la Iglesia Católica en los últimos 50 años. Tradicionalmente, los misioneros católicos se dedicaron sobre todo a evangelizar, bautizar, enseñar, etc. y a las obras de misericordia corporal y espiritual. Y dieron muchísimo fruto, ganando a pueblos enteros para el Reino de Cristo. Hoy en día, sin embargo, muchos misioneros católicos se dedican casi exclusivamente a la asistencia social, como si fueran representantes de una ONG cualquiera, y algunos de ellos incluso se jactan de no predicar la doctrina católica y de no haber convertido ni bautizado a nadie. No es raro que no se conviertan aquellos a quienes nadie les predica la verdad religiosa y salvífica.

Estoy leyendo un libro de Joseph Ratzinger que cuenta una anécdota de su época como cardenal. Reunido con dos obispos sudamericanos que le hablan de sus proyectos pastorales y asistenciales, uno de ellos le cuenta que el líder de una comunidad indígena le había agradecido las muchas obras de caridad que la Iglesia Católica había hecho en su comunidad en las últimas décadas, pero le había comunicado que él y toda su comunidad se habían vuelto protestantes, porque además de bienes materiales ellos querían tener una religión. Eso movió a estos dos Obispos a preguntarse si no se habrían equivocado al pensar que primero debían resolver las necesidades materiales de la gente y sólo después de eso anunciar el Evangelio. Estaban (esto lo digo yo, no Ratzinger) engañados por el demonio, a quien Jesús contestó: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".

El mismo Jesús dijo en otra ocasión: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás les será dado por añadidura". Pero nosotros, los católicos de hoy (a diferencia de nuestros ancestros), parecemos obsesionados por la añadidura, y así apenas convertimos a nadie. En América Latina, la Iglesia Católica optó por los pobres (desde 1968), pero los pobres optaron y siguen optando por las comunidades evangélicas. Algo parece fallar en el diagnóstico del P. Stone, ¿no?

Clarísimamente, el diagnóstico de los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI sobre la actual crisis de la Iglesia es muy distinto al de Nathan Stone SJ. En esencia, se trata de una gran crisis de fe que conduce al cisma, la herejía o la apostasía y que alimenta una gran corriente de infidelidad doctrinal y moral en el clero, la vida religiosa y el laicado. Por ejemplo, ¿qué porcentaje de los sacerdotes católicos de hoy cree firmemente, no digo ya en la doctrina de la Humanae Vitae sobre la anticoncepción, sino en algo mucho más central: la doctrina de la Dominus Iesus sobre la unicidad y universalidad salvíficas de Cristo y de la Iglesia? La Dominus Iesus no hace más que reiterar la fe católica de siempre, que es también la del Concilio Vaticano II; pero aún así fue rechazada airadamente por amplios sectores de la Iglesia, o dejada de lado como algo “que causa división". ¿A dónde se llegará con esa clase de actitudes? Si ni siquiera nosotros creemos que (como dice el Vaticano II) el catolicismo es la única religión verdadera, ¿a quién vamos a convertir?

Stone presenta el Evangelio de Jesucristo como una amnistía general, irrestricta e incondicional, sin exigencias doctrinales, ni morales, ni ascéticas, ni de ningún tipo. Esto es una profunda falsificación de la Divina Revelación. Podríamos citar muchísimas palabras de Jesús o de la Biblia que no encajan en ese falso esquema. Un ejemplo entre miles posibles: si Jesús quiere que dejemos de lado toda “práctica excluyente” (?), ¿qué quiere decir, por ejemplo, aquello de: “no tiren perlas a los cerdos"?

Me parece que en su esencia más profunda el error del P. Stone (como el del progresismo católico en general) es el funesto intento de separar el amor de la verdad, apreciando el amor y subestimando el valor de la verdad. No hay verdad sin amor, pero tampoco amor sin verdad. La predicación de la verdad es la primera y principal de las obras de caridad. La Beata Teresa de Calcuta insistió mucho en eso.

Amo a la Compañía de Jesús y tengo varios amigos jesuitas. No obstante, debo decir lo siguiente. ¿A la Iglesia Católica le va mal por su rigorismo? Es evidente que la Compañía de Jesús nunca (ni siquiera remotamente) ha sido menos rigorista (ni menos rigurosa) que hoy. Sin embargo en 50 años ha perdido más del 50% de sus efectivos. Si eso es una victoria, los jesuitas podrían decir como Pirro: “otra victoria de éstas y estoy perdido"…

Y algo análogo podría decirse de toda la Iglesia Católica: nunca ha estado más alejada del rigorismo que hoy, y nunca ha sido tan grande el porcentaje de católicos alejados de la Iglesia.

No falta en el artículo la falsa erudición: en la Vulgata, San Jerónimo tradujo el término griego “metanoeite” por la expresión latina “poenitentia agite”, que significa “haced penitencia”, no “arrepentíos”, como dice el P. Stone.

Stone falsifica también la historia de la Iglesia y de la espiritualidad católica, al escribir: “No es que Jerónimo no supiera griego. La Iglesia ya iba bien encaminada con su religión sufrida, autoritaria y penitencial. No le cabía en la cabeza que la conversión podría ser motivo de alegría.” Si algo se destaca en la espiritualidad católica clásica, la de los santos de todos los tiempos, es precisamente la alegría. De ahí el refrán tradicional: “un santo triste es un triste santo”.

Stone critica exagerada e injustamente al clero católico: “los encargados de anunciar la Buena Noticia sobre la misericordia infinita de Dios suelen andar todo el día con una cara de funeral. Han escogido la cuaresma eterna sin pascua, la muerte ineludible sin resurrección, el rigor inhumano sin alegría. Eso no es el camino de Jesús. Sus discípulos no son así.”

El autor también presenta un falso panorama de la actual realidad eclesial: “¿Cómo llegamos a estar amarrados a esta pastoral de exclusión, imposición y frialdad? ¿Qué pasó para transformar el amor incondicional del Padre en una burocracia de condiciones para ser cumplidas bajo amenaza de fuego eterno? ¿A quién se le ocurrió que la compasión universal del Señor es sólo para algunos? (…) La Iglesia suele repetir los mismos esquemas de épocas pasadas, a pesar de los malos resultados. Su programa está orientado a la resignación, al temor y a la muerte; sin abrir espacio a la juventud, los proyectos y la vida. No tiene tiempo para los pobres, los alejados y los que más necesitan oír una palabra de consuelo. Eso no va con el mensaje de Jesús. Nuestra labor se ha vuelto autorreferente. Nada tiene que ver con el Reino de alegría y amor.”

La conclusión del autor es peligrosamente ambigua: “Nuestro Dios es bueno. Su amor es incondicional y universal. Dejemos las costumbres excluyentes. Volvamos a la misión que Cristo nos encomendó.”

¿Ya no rige para los cristianos la Ley de Dios? ¿Cuáles son las “costumbres excluyentes” que habría que dejar? ¿Los requisitos mínimos para recibir el bautismo, la eucaristía, el matrimonio y los demás sacramentos? ¿La mitad del Código de Derecho Canónico, que de todos modos casi no se aplica hoy? Pero el error teórico es más grave que los errores prácticos, porque aquél perpetúa a éstos, impide totalmente su superación. ¿La Iglesia Católica debe “volver” a la misión que Cristo le encomendó? ¿Y qué ha estado haciendo hasta ahora? ¿Ha traicionado radicalmente a Jesucristo? ¿En qué queda entonces el dogma católico de la indefectibilidad de la Iglesia (por la gracia de Dios que la asiste)?

Daniel Iglesias Grèzes