15.03.14

Me niego a colocar un Cristo resucitado

A las 5:27 PM, por Jorge
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Mi parroquia actual, el edificio, tiene poco más de cuatro años. Me tocó impulsar su construcción y sacar adelante todo el proyecto. Mil detalles, entre los que había que contar de manera muy especial con las imágenes del templo.

Bueno, en verdad, solo había que pensar en una. Para la capilla de diario disponemos de una fantástica imagen regalo de una familia y para el templo principal de otra preciosa imagen de María sedente jugando con Jesús. El problema estaba en elegir un buen Cristo que aglutinara las miradas, la fe y la devoción de los fieles.

Hubo gente que rápido me propuso colocar un resucitado. Me negué en redondo, y mira que sus intenciones eran buenas: no quedarnos con la cruz, sino con el final de la historia: la resurrección y la gloria. Ya digo que la idea tenía su lógica, pero respondí justo con el evangelio de este domingo: la transfiguración. La pasión es el camino de la resurrección.

Siempre tuve claro que el templo principal debería tener un gran crucificado para que jamás se nos olvide que fuimos rescatados a precio de sangre, de la sangre nada menos que del hijo de Dios. Para que no se nos olvide que “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. Un buen crucificado para que podamos mirarnos en Él al proclamar en el credo que “se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato”.

Poner un resucitado omitiendo a Cristo en la cruz es aguar completamente el misterio pascual, sobre todo en esta hora, en que todo lo que sea sacrificio, entrega, donación, generosidad es apartado de la vista para presentar a nuestros niños y jóvenes un mundo maravilloso, de papel cuché, de fiesta y botellón, donde tienen todos los derechos sin obligación ninguna de dar algo a cambio.

Cristo en la cruz habla de entrega, de donación de Dios mismo porque así lo quiso, de amor hasta dar la vida, de sangre derramada en el calvario y en cada eucaristía por los hombres. Claro que llegó la resurrección, pero llegó tras una vida entregada, un calvario, la mayor humillación de un hombre y una muerte atroz en el patíbulo de la cruz. Llegó tras pasar tres días en el sepulcro. Omitir esto es falsear la historia, la redención y la vida. Por eso había que colocar un crucificado.

El original de la imagen es una pequeña talla que se conserva en un convento de Cuenca. El tamaño real del crucificado es de doscientos setenta centímetros de la cabeza a los pies. Es un Cristo aún vivo, en la agonía, impresionante. Es verdad que resucitó. Pero el camino fue la cruz. Es necesario recordarlo. Y es que quien quiera resucitar con Cristo tendrá que abrazarse a su cruz y morir cada día. Por eso tiene que estar ahí.