20.03.14

La vía media no es solución de nada

A las 9:16 PM, por Luis Fernando
Categorías : Anti-magisterio, Actualidad, Magisterio, Papas

 

A lo largo de la historia, una de las mayores tentaciones que han puesto en peligro la Iglesia es lo que el Beato Newman llamaba la “vía media”. Evidentemente, el cardenal inglés pensaba sobre todo en el anglicanismo, que en su versión “High Church” pretendía ser una especie de solución intermedia entre el catolicismo y el protestantismo. Hoy esa comunión eclesial está en pleno proceso de descomposición debido al peso del ala liberal, que está a favor de la ordenación de mujeres, las parejas homosexuales, etc. Tan es así, que los obispos anglicanos africanos han amenazado varias veces con romper la comunión con el arzobispo de Canterbury.

Pero quizás el primer gran ejemplo de “vía media” surgió tras el concilio de Nicea, cuando la Iglesia se enfrentó al auge del arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo. Pronto apareció una corriente a la que se conoció como semiarrianismo. No voy a explicar las diferencias doctrinales entre arrianismo, semiarrianismo y catolicismo. Dudo que a la mayor parte de mis lectores le interese una disertación sobre la diferencia entre homousios (doctrina católica) y el homoiusios (doctrina semiarriana).

En las décadas que siguieron al primer gran concilio ecuménico, las presiones para llegar a un acuerdo doctrinal fueron enormes. Pero san Atanasio, patriarca de Alejandría, se mantuvo firme como una roca, como un verdadero valladar de la fe nicena, que era la fe de la Iglesia. Y eso mismo le llevó a sufrir persecución. Se dio incluso la circunstancia de que un Papa, Liberio, sin plena libertad debido a que había sido apresado, sacado de Roma y enviado preso a Berea de Tracia por el Emperador Constancio, llegó a firmar un fórmula de compromiso que apestaba a semiarrianismo. Esa muestra de debilidad no duró mucho y en dicho Papa se cumplió también aquello que Cristo dijo a San Pedro “Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos (Luc 22,32). Durante el debate previo a la promulgación del dogma de la infalibilidad papal, Liberio y su debilidad fue usado por los que se oponían al dogma, pero es evidente que un Papa preso y presionado por el poder civil no puede ejercer ministerio infalible alguno en cuestiones de fe y de moral.

Finalmente, la fe verdadera se impuso y tanto el arrianismo como el semiarrianismo fueron derrotados. La vía media no triunfó por la sencilla razón de que en la Iglesia, a la que la Biblia llama “columna y baluarte de la verdad” (1ª Ti 3,15), no caben compromiso alguno que haga que debilitarse esa verdad revelada por Dios.

Siglos después surgió un nuevo “debate” sobre una cuestión cristológica. En Oriente se estaba imponiendo la herejía conocida como monotelitismo. Sergio, Patriarca de Constantinopla, envió una carta al Papa Honorio en la que solicitaba o proponía una aclaración doctrinal en torno al modo de operar de la voluntad de Jesucristo. La fórmula propuesta por Cirilo de Alejandría y abrazada por Sergio, “dos naturalezas distintas en una sola operación“, había sido denunciada por el monje Sofronio como una forma disfrazada de monofisismo. Tampoco voy a entrar en más detalles sobre el tema.

Lo cierto es que el Papa respondió con una carta poco clara en la que parecía -solo lo parecía- que abrazaba el error. En realidad Honorio, que sin la menor duda desconocía las sutilezas de los términos técnicos teológicos usados entonces por la Iglesia en Oriente, pretendía salvaguardar la unidad de la Iglesia y llegar a un consenso. O sea, otra vez la tentación de la vía media. Su poca habilidad teológica causó un problema no pequeño, aunque alguien tan poco sospechoso de herejía como San Máximo Confesor, afirmaba que en la citada carta, Honorio solamente había querido “explicar que jamás de ninguna manera la naturaleza humana, concebida virginalmente, fue de hecho arrastrada por la voluntad de la carne“; es decir, que únicamente quiere salvar la unidad moral de las dos voluntades. Precisamente esta argumentación era la que más fuerza daba a San Máximo en sus encarnizadas luchas contra los monotelitas. Quizás habría sido mejor que el papa Honorio no se enredara en un debate tan complejo, pero en ningún caso el cruce de cartas con Sergio se puede considerar magisterio papal -no todo lo que dicen y escriben los Papas lo es- y finalmente el monotelitismo fue desterrado de la Iglesia de Cristo.

¿Y de qué nos vale saber todo eso, se preguntará algún lector? Pues se lo explico. Si vemos que en la Iglesia se suscita un debate con posturas que parecen enconadas e irreconciliables, lo fácil, lo cómodo, es considerar que en el medio de ambas posturas extremas está la verdad. Y no es así. La verdad siempre prevalecerá, por muy “extremista” que pueda parecer. Sobre todo si hablamos de cuestiones que ya han sido fijadas y determinadas por el magisterio previo. Al fin y al cabo, como dice el Concilio Vaticano II, el “Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado” (Dei Verbum 10). Recordemos que el cardenal Meisner, al comentar con el Papa precisamente la cuestión de la comunión de los divorciados vueltos a casar, asegura que el Santo Padre le respondió “muy enérgico que era un hijo de la Iglesia Católica”, que “no dice otra cosa que lo que la Iglesia enseñae “los divorciados pueden comulgar, pero no así los divorciados vueltos a casar“.

Por tanto, sepamos que Dios siempre tendrá a mano un San Atanasio, un San Máximo Confesor, un San León Magno (Papa) -él solito impidió caer a todo Oriente en la herejía del latrocinio de Éfeso-, que combatirán “por la fe, que, una vez para siempre, ha sido dada a los santos(Judas 3). Por tanto, aunque lleguemos a una situación en la que parezca que estamos rodeados de la confusión, aunque nos sintamos empujados a parafrasear a san Jerónimo, que dijo “el mundo se despertó un día y gimió de verse arriano“, nuestro deber es confiar en el Señor, que es quien cuida a su Iglesia para que no caiga irremediablemente en el error y la herejía. Es Él, no nosotros, quien salva a la Iglesia y con ella a los que permanecen fieles a su Palabra.

Luis Fernando Pérez Bustamante