22.03.14

 

Creo que necesitamos hacer en la Iglesia una seria reflexión sobre cuál debe ser nuestro papel en países islámicos. Creo que las posibilidades se reducen bastante: atender la fe de los pocos cristianos que en ellos viven, dedicarnos a obras de caridad, anunciar explícitamente el evangelio.

Las tres cosas. Si a un país musulmán acude una comunidad religiosa, unos sacerdotes creo que una misión es sostener y fortalecer la fe de los católicos que en ellos viven, que entiendo no debe ser fácil. Pero ineludiblemente vamos para anunciar explícitamente el evangelio y tratar de convertir a la gente a Cristo cumpliendo el mandato del Señor de “id por todo el mundo y haced discípulos” según nos recuerda el decreto “Ad gentes” del concilio Vaticano II: “La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que “quiere que todos los hombres sean salvos y vengas al conocimiento de la verdad. Porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos”, “y en ningún otro hay salvación”. Es, pues, necesario que todos se conviertan a Él, una vez conocido por la predicación del Evangelio, y a Él y a la Iglesia, que es su Cuerpo, se incorporen por el bautismo”. “Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que El sabe a los hombres, que ignoran el Evangelio inculpablemente, a la fe, sin la cual es imposible agradarle, la Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar, y, por tanto, la actividad misional conserva íntegra, hoy como siempre, su eficacia y su necesidad”.

Otra cosa son los medios a través de los cuales se anuncia el evangelio, que necesariamente han de ser los de siempre: la caridad con los hermanos (“mirad como se aman”) y el anuncio explícito de la nueva vida en Cristo: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? (Rom 10,14).

La predicación en países islámicos siempre ha sido difícil. Los primeros cinco hermanos enviados por Francisco de Asís a Marruecos fueron degollados. El mismo Francisco anunció explícitamente el evangelio al sultán de Egipto. Santa Teresa de Jesús tenía el sueño de ir a país de moros a sufrir el martirio. Esto no es nuevo. Nuestra fe está regada por la sangre de los mártires desde el inicio de la Iglesia: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

Es difícil pero hay que hacerla, aunque comprendo que no todos tenemos la fe y el valor de afrontar un posible martirio por la causa de Jesús. Los hay que sí, bendito sea Dios por ellos.

Dicho todo esto me sorprende leer hoy el testimonio de sor Mercedes, superiora de las hermanas de María Inmaculada en Melilla y con una dilatada experiencia de hacer el bien en un barrio musulmán marginal: “La gente nos quiere porque nunca hemos intentado convertir a nadie".

Supongo que esto no es fácil comprenderlo desde una parroquia de Madrid. Pero pienso en las palabras de Cristo, en el testimonio mártir de los apóstoles y tantos cristianos en la historia de la Iglesia, en la doctrina de la Iglesia especialmente el concilio, el testimonio de san Francisco de Asís, de sus primeros mártires, y me digo que algo no me encaja. Simplemente eso.

Benditas hermanas que se dejan su vida entre los más pobres de Melilla sin importar fe ni condición. Quizá es lo único que se puede hacer y lo que se debe hacer. Soy el primer enemigo del proselitismo a cualquier precio. Pero eso de que nos quieren porque nunca hemos intentado convertir a nadie he de reconocer que me ha dejado abiertos algunos interrogantes.