HOMILÍA DEL OBISPO

Homilía de D. Vicente Jiménez Zamora en la Misa Crismal

 

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SANTANDER | 16.04.2014


Queridos hermanos sacerdotes, diáconos, seminaristas, personas consagradas y fieles laicos. Medios de Comunicación Social.

            El Espíritu del Señor nos congrega esta mañana en nuestra S. I. Catedral para celebrar la Misa Crismal, preludio del Triduo Pascual de Cristo muerto, sepultado y resucitado.

            Os doy las gracias, queridos hermanos sacerdotes, por vuestra presencia numerosa. Traéis hasta aquí el latido de vuestras parroquias y pueblos. Con vuestra participación estáis indicando que os importa la fraternidad del presbiterio diocesano, que preside el Obispo, Sucesor de los Apóstoles, aunque sea imperfecta y sujeta a limitaciones. Todos reafirmamos así la realidad gozosa de nuestra comunidad diocesana. Aquí está la Iglesia del Señor, que peregrina en Cantabria y el Valle de Mena.

            Quiero también agradecer personalmente, en público, vuestro trabajo sacerdotal de cada día, sacrificado, oculto, eficaz, alegre, generoso y pocas veces reconocido.  Sé que no lo hacéis para que sea reconocido. Os digo que vale la pena gastar la vida por Cristo, por la Iglesia y por nuestro pueblo. Jesús entregó su vida hasta la muerte.

Significado de la Misa Crismal

            La Misa Crismal marca ya el final de la Cuaresma, largo camino de ascensión hacia la Pascua. En la mesa del altar hay pan y vino para el banquete sacrificial. Hay también ánforas grandes para los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, que serán bendecidos, y para el santo crisma, que será consagrado y exhalará el buen perfume de Cristo.

En la Misa Crismal el presbiterio diocesano hace además asamblea eucarística extraordinaria, presidida por el Obispo, en comunión con el Sucesor de Pedro el Papa Francisco. Venís de todos los rincones de la Diócesis.

El Pueblo de Dios, vosotros fieles laicos y personas consagradas, participáis también en esta singular celebración de la Eucaristía y sois testigos de que un año vuestros sacerdotes renuevan con gozo las promesas de su ordenación sacerdotal. Queremos unirnos fuertemente a Cristo y configurarnos con Él; serle fieles en el ejercicio de nuestro ministerio de la palabra, de los sacramentos y de la caridad.

El sacerdote, ministro de la misericordia

            En la homilía de este año quiero desarrollar brevemente el mensaje de la misericordia, porque es la clave del Evangelio y de la vida cristiana (cfr. W. Kasper, La misericordia, Sal Terrae. Santander 2013). Deseo aterrizar en el tema: El sacerdote, ministro de la misericordia”

            El evangelio de esta Misa Crismal recoge la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret y cita al profeta Isaías, capítulo 61, cuyo pasaje hemos escuchado en la primera lectura.

           En los dos textos (1ª y 2ª lecturas) se habla de la unción del Espíritu para evangelizar, es decir, para anunciar la Buena Nueva a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el Año de Gracia del Señor. Jesús pronunció en la sinagoga de Nazaret la homilía más corta que se conoce: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

            A la luz de estos textos de la Palabra de Dios, os ofrezco unas consideraciones sobre la misericordia, que etimológicamente significa dar el corazón a los miserables. Estos serán los cuatro puntos: 1) El Dios de la Biblia es rico en misericordia; 2) Jesús es la misericordia de Dios hecha carne; 3) La Iglesia samaritana y solidaria con los pobres; 4) El sacerdote, ministro de la misericordia.

1.      El Dios de la Biblia es rico en misericordia. El mensaje de la misericordia divina atraviesa todo el Antigua Testamento. Una y otra vez apacigua Dios su ira y, a despecho de la infidelidad de su pueblo, se muestra misericordioso con él, concediéndole una nueva oportunidad de convertirse.

Dios es protector y guardián de los pobres y carentes de derechos. Sobre todo, los Salmos, son la prueba que refuta concluyentemente la reiterada afirmación de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios celoso, vengativo e iracundo; antes bien, desde el libro del Éxodo a los Salmos, el Dios del Antiguo Testamento es “clemente y compasivo, paciente y misericordioso” (Sal 145, 8; Sal 86, 15; 103, 8; 116, 5). La misericordia y la fidelidad en Dios van juntas. La misericordia no excluye la justicia ni ha de entenderse como una “gracia barata”.

2.      Jesus es la misericordia de Dios hecha carne. Jesús no solo anuncia el mensaje de la misericordia del Padre, sino que también lo vive. Vive lo que anuncia. Se hace cargo de los enfermos y pecadores. Se compadece cuando ve el sufrimiento de una madre que ha perdido su hijo único (cfr. Lc 7, 13). Siente compasión por el pueblo que tiene hambre (cfr. Mt 15, 32), por las personas que son como ovejas sin pastor (cfr. Mc 6, 34). Junto a la tumba de su amigo Lázaro se conmueve y llora (cfr. Jn 11, 35.38).

En el gran discurso sobre el juicio se identifica con los pobres, hambrientos, miserables y perseguidos (cfr. Mt 25, 31-46). Él nos dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11, 28).

3.      La Iglesia samaritana y solidaria con los pobres. El magisterio de los últimos Papas es muy claro en este sentido. El Papa Juan Pablo II hablaba de la imaginación de la caridad: Es la hora de una nueva ‘imaginación de la caridad’, que promueva no tanto y no solo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno” (Novo Millennio Ineunte, 50).

Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est habla de ‘un corazón que ve’. “El programa del  cristiano  -el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús -es un ‘corazón que ve’. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia” (Deus caritas est, 31).

Y el Papa Francisco en Evangelii Gaudium nos recuerda que el Hijo de Dios, en su encarnación, nos invita a “la revolución de la ternura” (EG 88). Jesús “nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (EG 3).

4.      El sacerdote, ministro de la misericordia. El Papa Francisco nos invita a los sacerdotes a promover una Iglesia en salida y a estar cerca y acompañar a los fieles en sus necesidades.

En una entrevista concedida a la Civiltá Católica decía: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía y proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla […] Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental”. Por eso, recuerda el Papa Francisco que los ministros de la Iglesia deben ser, ante todo, ministros de la misericordia”. Yo sueño –dice el Papa Francisco- con una Iglesia Madre y Pastora.

El Papa Francisco decía a los sacerdotes de Roma, al comienzo de la Cuaresma: El sacerdote muestra entrañas de misericordia en la administración del sacramento de la Penitencia, en la forma de acoger, escuchar, aconsejar, absolver. Queridos hermanos, no abandonemos este precioso sacramento celebrado según las normas de la Iglesia. Es necesario para la renovación personal y para la transformación de nuestras comunidades.

He aquí, hermanos sacerdotes, el evangelio de la misericordia, todo un programa para esta nueva etapa evangelizadora, que anuncia y vive una fe que se hace solidaridad, caridad y misericordia con los más pobres. En toda la Iglesia es tiempo de misericordia.

Hermanos laicos y consagrados: también vosotros habéis recibido la unción del Espíritu Santo y habéis sido sellados con el santo crisma para evangelizar a los pobres.

En esta Misa Crismal os hago una recomendación final: Acoged y tratad bien a vuestros sacerdotes. Son vuestros padres, hermanos y amigos, y os necesitan. Dad gracias a Dios por cada uno de ellos. Considerad cuánto bien os hacen los sacerdotes. Rezad por ellos y por su santificación. Acompañadles cuando sientan el cansancio, el sufrimiento, la incomprensión y la cruz.

            Queridos hermanos: que nos acompañe siempre en nuestro camino la poderosa intercesión de la Virgen María, Nuestra Señora la Bien Aparecida, Madre de Jesucristo sumo y eterno Sacerdote, que no llamó a los Apóstoles “siervos”, sino “amigos”. A Jesús, nuestro Maestro y hermano, que ahora se inmola y sacrifica por nosotros en los signos del pan y del vino en esta Misa Crismal, gloria y el poder por los siglos de los siglos (cfr. Ap 1, 6). Amén.

 

+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander