2.04.14

No quieren obispos dialogantes, sino mudos

A las 8:47 AM, por Jorge
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De cura de pueblo aprendí pequeños refranes que a lo tonto, lo tonto, te enseñan cosas para la vida. Un dicho era eso de que “amigos muy amigos, pero el borrico en la linde”. Es decir, que ser amigos no significa que yo tenga que consentir todo lo que se te ocurra y tragar lo que buenamente te plazca. Amigos, muy amigos, tomamos unas copas, pero las cositas muy claras.

La izquierda de este país y toda la progresía eclesial odian al cardenal de Madrid más que el ratón al gato de casa. Es nombrar al cardenal arzobispo de Madrid y sufren espasmos, echan espumarajos por la boca, les salen sarpullidos y hasta se les traba la lengua. Tanto que al cardenal le acusan de absolutamente todo. Ya saben: calumnia que algo queda.

Casi tres años anunciando su retirada que no hay forma de que se produzca y buscando en las cloacas de Madrid para ver qué se le puede arrojar a la cara. Hasta sacaron un cadáver diez años después de enterrado buscando echarle basura encima.

Con motivo del funeral de estado por Adolfo Suárez hemos visto otra vez las barbaridades de políticos y medios de comunicación sobre D. Antonio. Los hay que hasta directamente le desean una pronta muerte, quizá los mismos que piden un talante conciliatorio y de diálogo. Pero es que no me van a comparar. Al final todos acaban en lo mismo: que si alarmismo, falta de diálogo e intolerancia.

A mí lo que me parece es que tanto los partidos políticos como los católicos más progresistas lo que quieren no es un obispo dialogante, sino un obispo que deje hacer, que no ponga orden, que tolere, acepte, trague, aguante y que si le hacen pis en la boca encima diga que es champán francés. Pero es que eso no es un obispo, eso es un pelele. Estarían encantados con un obispo metido en la sacristía, tolerante con todo, ausente de las preocupaciones de los ciudadanos, al que le diera igual ocho que ochenta con la cosa de que aquí lo importante es respetar y tolerar.

Rouco de tonto tiene lo justo. Ese es el problema. Está dispuesto a dialogar lo que haga falta, a reunirse, hablar, tender puentes, consensuar, lo que sea. Pero… el borrico en la linde. Y para el cardenal, no por capricho personal sino porque así es la doctrina de la Iglesia, la linde es que hay cosas que no se pueden aceptar. ¿Qué quieren, que esté de acuerdo con el aborto, con la eutanasia, con el matrimonio gay? ¿Qué acepte que los padres se vean privados de dar a sus hijos la enseñanza que deseen? ¿Admitir la disgregación de España? A mí que en las circunstancias actuales alguien se atreve a decir que o caminamos por la vía del entendimiento o podemos acabar en otra guerra civil me parece necesario. Cosas mías.

El cardenal de Madrid se ha limitado a decir claramente que la Iglesia no va a tragar con ciertas cosas. Sin pasteleos, sin sacar al gallego que tiene dentro. En este tema, en este y en este estaremos enfrentados, y por el bien de los fieles no vamos a callarnos. El gran problema de este país es que los políticos se creen dueños del cotarro y legitimados para hacer lo que quieran e invadir la vida personal de los ciudadanos queriendo que pase por moralmente correcto lo que ellos aprueban en el parlamento, cosa que no es cierta. La única fuerza que realmente ha sabido mantener firmeza especialmente ante la nueva ingeniería social que quiso imponer el gobierno de Zapatero (y que el PP acepta de facto) ha sido la Iglesia. Muy fuerte. No se lo van a perdonar.

Esto, evidentemente, no gusta. Mejor obispos mudos, que hablen, sí, pero poquito, que lo digan en su catedral o que escriban una de esas cosas que no lee nadie. Rouco tiene el problema de que, a pesar de su poca voz, se le entiende todo, lo que lleva como consecuencia que una importante masa de católicos cada vez tenga las ideas más claras. Y esto cabrea a los políticos. Por eso están así. Se siente.

Los políticos quieren meter a la iglesia en las sacristías y que nos dediquemos a atender a los pobres, abandonados y heridos que su política va dejando en las cunetas, mientras ellos se dedican a convertirse en los nuevos dioses del bien y del mal. Ya saben: curas, obispos, religiosos, laicos católicos: ustedes a rezar en sus templos y atender a los pobres, que de lo demás ya nos encargaremos nosotros. Insisto en que no.

Es al revés: ustedes políticos a trabajar para que la gente pueda vivir con dignidad y a esforzarse para que los débiles sean atendidos como se merecen. Y en cuanto a la moralidad, la ética, los valores… a ver si aprendemos a respetar y a no imponer, ¿estamos?